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Entrevista a Josele sobre su adicción, con motivo del Día Mundial contra el Abuso y el Tráfico Ilícito de Drogas

La madre de Josele Santiago se llama Sagrario y tiene 72 años. Como su mejor fan, el sábado pasado se acercó hasta la plaza del Museo Reina Sofía, en Madrid, donde su hijo tocaba para celebrar el Día Europeo de la Música. Tras la actuación, entre bambalinas, esquivó a los admiradores y le agarró los mofletes: «¿Pero qué bien lo has hecho, qué guapísimo es mi niño!». El mismo cariño que Sagrario demostró a Josele hace diez años, cuando cuidó de él durante el mes que pasó en un hospital madrileño, a punto de perder la vida por su adicción a la heroína y al alcohol. Pesaba 45 kilos.

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«Acababa de comerme un mono horroroso y por poco me quedo allí. Me provocó una deshidratación y se me paró un riñón. Aquello era como la parada de los zombies, había 'camellos' en los pasillos del hospital. Y yo no me podía ni levantar. Me acuerdo de oír hablar al médico con mi madre y que ella decía: 'bueno, me voy para casa y mañana vuelvo', y a él contestarle: 'no, pase usted aquí la noche porque se nos queda el chico', y yo pensaba 'ostias'. Ese mes se me murieron seis compañeros de habitación. Ponen un panel verde entre las camas y adiós... Pues el día que me dieron el alta me fui a pillar. Pierdes el sentido de la lógica y te importa todo tres cojones, incluido tú. La vida de un adicto es un puñetero infierno, es la de un vampiro».

Hoy también es una jornada destacada en el calendario: el Día Mundial contra el Abuso y el Tráfico Ilícito de Drogas. Con una valentía que pocos tienen -«sé que va a haber choteo por esto, pero me da lo mismo»-, Josele, ex de Los Enemigos, músico de culto con la admiración de la crítica, ha aceptado hablar de su relación con la heroína, que empezó en 1980 con un 'chute' a los 15 años, y que terminó en 1995 con su rehabilitación.

Ahora tiene 39 años y una afición por la bebida que sigue preocupándole. Sincero, sencillo y cercano, en su casa de La Latina, rodeado de sus gatos, sus discos, sus libros, sus guitarras y los cuadros pintados por su padre y su abuelo, Josele habla sin tapujos con esa voz suya tan característica, grave, muy grave, una voz de poeta en clave de fa: «Con la heroína, primero desaparecen los problemas, luego las cosas que no son problemas, después las cosas que aprecias y al final acabas por desaparecer tú».

-¿Por qué aceptas hablar aquí?

-Puede que le sirva a alguien, incluso a mí, porque estas cosas uno tiende a borrarlas y vienen bien como terapia. Me vas a hacer preguntas que yo evito hacerme por el paso del tiempo, porque te vas olvidando y relajando y los que estamos así no podemos bajar la guardia. Y quizás le pueda servir a alguien, no porque yo sea músico, sino porque soy yonqui y algo de idea tengo del tema.

-Dices en presente lo de ser yonqui.

-La droga no admite el prefijo ex. Es algo latente, una enfermedad que vas a tener siempre; ahí está el bichito esperando la ocasión.

-Empezaste demasiado pronto.

-Me acuerdo de mi primer chute. A los 15 años. Lo hacía todo el mundo en mi barrio, tenía un punto de rito de iniciación, era algo prohibido y con esas edades uno quiere ser aceptado. Estaba tremendamente excitado porque iba a hacer algo por lo que te podían meter en la cárcel, me podía codear con delincuentes, que era la gente que yo admiraba de pequeño. Tenía la curiosidad alimentada por el hecho de que era ilegal, soy muy pesado con esto, pero creo que la ilegalidad es la mejor publicidad para la droga y para los traficantes. A lo mejor si se vendiera en la farmacia ni la habría probado. Aparte de que habría menos gente enganchada, la calidad de vida de estas personas sería infinitamente mejor y sobrarían cárceles.

-¿Cómo fue?

-Me lo metieron. Vi una pequeña flor roja -su sangre- dentro del tubo y desaparecieron los problemas. Nos miramos los dos novatos, vomitamos a la vez y... mira que es feo mi barrio, pues me pareció precioso, con un cachito de cielo que se hizo grande. Pasamos la tarde tirados. Por la noche nos metimos otro. Lo bueno es que me cuidé, eso me salvó, mantuve la higiene y nunca compartí jeringuillas, porque había una epidemia de hepatitis en el barrio terrible. Y en la jerarquía de los chavales tener hepatitis era un grado. El sida no sabíamos lo que era. No había ninguna información. De los 20 que éramos, vivimos tres.

Vender las guitarras

Con 18 años y tras su primer mono, Josele se asustó y huyó del barrio, de Juan Tornero. Más tarde se enganchó de veras. En pleno éxito con Los Enemigos, pasó dos años de los que ni se acuerda. 1993 y 1994. Tampoco recuerda los dos discos que grabó en esa época: 'Sursum corda' y 'Tras el último no va nadie'. «Los oigo y me parecen buenos, pero no sé cómo los hice, me lo han contado y eso es jodido. Debo tener un ángel de la guarda que te cagas. Daba conciertos desastrosos, mis compañeros estaban hartos. Si no me echaron fue porque yo hacía las canciones».

Se gastó cuatro millones de pesetas en cuatro meses. Pasó de ser un «yonqui de lujo que compraba la heroína a unos iraníes, a vender sus guitarras y robar a amigos para buscarla en los poblados». Algo tan secundario como comprobar su cuenta corriente le hizo ver que necesitaba ayuda. Además, estaba el problema de la bebida: «Llegué a meterme dos gramos y dos botellas de whisky diarios».

-Estuve en una clínica de pago en Sevilla. Te aseguraban que no tendrías 'mono'. Pero no. Casi en pijama, me fui a comprar droga a Las Tres Mil Viviendas. Después, estuve en otra de pago, obligado por mi madre y mi mujer. Pero eso no funciona, hay que ir voluntariamente.

-Y al final lo consigues.

-En un centro de la Comunidad de Madrid, en mi barrio, donde conviví con más yonquis. Lo mejor es juntarse con gente como tú para hablar del tema. Dormía en casa de mis padres y el autobús pasaba por tres o cuatro puntos críticos, ésa era la prueba de fuego, no bajarte. Pasé seis meses y quise volver a la música. Me dijeron que no, que era una profesión de riesgo, pero ahí se equivocaron, era lo único que yo tenía, así que pedí el alta y me fui a tocar.

-¿Nunca más probaste la heroína?

-No. Al 'caballo' no quiero volver.

-¿De qué te arrepientes?

-Oigo mucho esa frase de 'yo no me arrepiento de nada' y me hace gracia. ¿Quién no se arrepiente? Robert Wyatt, el músico, dice que todos traicionamos a alguien, así que todos nos arrepentimos de algo.

-¿Tú a quién has traicionado?

-A mucha gente. A mi ex mujer para empezar, que no se enteró hasta que se descubrió todo. Rompimos porque ella me hacía la vigilancia de la rehabilitación y era como tener un policía en casa. Recomiendo que sea otra persona quien se encargue. Si no, el amor se va a la mierda.

-¿Te daba miedo que, una vez 'limpio', las canciones no te salieran?

-Claro, los primeros días no sabía qué hacer con la guitarra, pero todo pasa.

-Ahora te preocupa el alcohol.

-Sí, estoy confuso porque sé que esto tampoco tiene cura. Hasta hace poco, he estado tres años sobrio, yendo a un sitio para alcohólicos.

-¿Y por qué has vuelto a beber?

-Por la gira de mi disco. Después de tocar estás en una situación delicada. Hacer canciones me sacó de la heroína, pero el mundo del espectáculo te empuja a recaer. Tus amigos se van de marcha y entonces dices 'voy a echar un copín'.

-De whisky.

-No, me gusta demasiado. Bebo vodka, que me entra más despacio.

_¿Te han quedado secuelas?

-Tuve un susto con el hígado, un principio de cirrosis, pero después de tres meses sin beber se me curó por completo. Lo único, la cabeza...

-¿Qué te pasa en la cabeza?

-Bueno, igual son los años, pero se te olvidan las cosas, los nombres, se te va la olla. Luego uno tiene pesadillas... no puedo dormir bien.

-¿Has pensado en volver al centro?

-Sí, pero estoy confuso, porque yo querría beber sin pasarme. Seguramente meteré la pata dentro de poco, pero de momento me va bien. Aunque ésta es una frase que no me gusta porque es una bomba de relojería, cuando tienes que ir es cuando estás bien. Pero ya no disfrutas tanto, porque cuando vuelves a beber te queda un poso... sabes lo que te estás jugando.

-¿Y tu disco en solitario, 'Las golondrinas etcétera', lo escribiste sobrio?

-Menos una canción, completamente. 'Tragón' habla de la cara tragona que tienes y que a veces gana y otras no. 'Viento sur' habla de lo contrario', de que la sobriedad parece que funciona.

-¿Qué te has perdido con todo esto?

-Aparte de pasta, tiempo, autonomía y seguridad. Te ves débil.

-¿Qué le dirías al yonqui que te esté leyendo ahora?

-Soy un privilegiado porque tengo la música y eso me ha salvado. Y no sé qué decirle a quien no tiene nada, pero sí sé la grandísima pesadilla que es la adicción. La vida de un adicto no es vida, te estás perdiendo muchas cosas, seguro, por muy chungo que lo tengas. Llevas 15 años sin un puñetero día sobrio y el primer año sin adicción es flipante, te vas a dar un paseo sin objetivo, que es algo que yo no concebía, te comes una naranja... ¿Qué sé yo!

Josele dice que se ha aferrado a sus canciones, «sobre todo a las que todavía no he hecho». Muchos se lo agradecen de veras.

Extraído de El Correo.

Enviado por mongo el 28.06.04

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