Miguel Delibes agoniza.
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Miguel Delibes agoniza.
http://www.latercera.com/contenido/1453_233104_9.shtml
Que la tierra le sea leve al que mejor supo retratar con palabras los campos, las costumbres y la gente de Castilla.
Que la tierra le sea leve al que mejor supo retratar con palabras los campos, las costumbres y la gente de Castilla.
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Ha fallecido esta mañana. Se ha ido el mas grande.
Que la tierra te sea leve, seguiremos disfrutando sus novelas una y otra vez.
http://www.elcorreo.com/vizcaya/rc/2010 ... 12002.html

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Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.
Tenía Miguel Delibes una frase sobre la felicidad que me ponía los pelos de puta de lo acertada que era, si la encuentro tal cual la pongo porque lo que pueda poner yo sería algo diferente. Grande
Tenía Miguel Delibes una frase sobre la felicidad que me ponía los pelos de puta de lo acertada que era, si la encuentro tal cual la pongo porque lo que pueda poner yo sería algo diferente. Grande
Y por encima aún me quedaba Dios.
Así termina La sombra del ciprés es alargada, una de mis novelas favoritas. Siempre me pareció un gran final.
Que en paz descanse.
Así termina La sombra del ciprés es alargada, una de mis novelas favoritas. Siempre me pareció un gran final.
Estoy totalmente de acuerdo con esto.Que la tierra le sea leve al que mejor supo retratar con palabras los campos, las costumbres y la gente de Castilla.
Que en paz descanse.
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Decía algo así "la felicidad es simplemente un estado: cuando tenemos algo, tememos perderlo, cuando no, lo ansiamos tener" Ya te digo que estoy tirando de memoria, exactemente no era así, pero la idea está ahí.HDZ escribió:Pues si la recuerdas ponla porfa, que yo recuerdo que con alguna frase de Delibes tb me he quedao loquísimo.
Jorge, quizás te refieras a este pasaje de "La sombra del ciprés...", es uno de los momentos críticos del libro a mi gusto. Lo tapo para que no moleste mucho:
[spoiler]-¿No te gusta Ávila?
(Instintivamente miré hacia delante. El promontorio de Cuatro Postes se despeñaba a nuestros pies hasta alcanzar el río. junto a éste se elevaban las copas aún verdes de susurrantes arboledas. Más allá, el terreno se encaramaba otra vez hasta llegar a la muralla sólida y amarilla. Encima y a los lados el silencio, un espeso silencio preservado por las nubes grises inmóviles en el cielo.)
-No; no me gusta esta ciudad. Aquí sería lo mismo tener dinero que no tenerlo. No hay lugar para gastarlo. Y sin gastar dinero no se puede ser feliz...
Sus palabras adquirían en aquel clima el valor detonante de las amapolas en un campo. Se escapaban del ambiente, desentonaban por su ambición de este clima sin apetencias.
-Hacen falta años para percatarse de que el no ser desgraciado es ya lograr bastante felicidad en este mundo. La ambición sin tasa hace a los hombres desdichados si no llegan a conseguir lo que desean. La suprema quietud con poco se alcanza, meramente con lo imprescindible.
Tenía el señor Lesmes la cabeza ladeada, recostada en uno de los brazos de la cruz de piedra. Una sonrisa de burla estremecía los labios de Alfredo. Sentí su codo contra mi pierna, repetidamente, haciéndome señas.
-Tal vez el secreto -añadió don Mateo- esté en quedarse en poco: lograrlo todo no da la felicidad, porque al tener acompaña siempre el temor de perderlo, que proporciona un desasosiego semejante al de no poseer nada. Debemos vigilar nuestras conquistas terrenas tanto como a nosotros mismos. Son, casi siempre, la causa de la infelicidad de los hombres.
Martina jugaba a mi lado con un montón de blancas piedrecitas. El codo de Alfredo seguía incrustándose en mi muslo con leves intervalos. Adiviné que pensaba en los mil reales que mensualmente retiraba del banco don Mateo para atender al alimento de su cuerpo y de su inteligencia. La insistencia machacona de mi amigo hacía gorgoritear la risa en mi garganta. Un brillo triste iluminaba las pupilas del señor Lesmes conforme iba hablando.
-No es lo trismo perder que no llegar. Si os dan a elegir, quedaos con lo último. El hombre acostumbrado a dos, si le dan tres será feliz; si desciende a uno, apenas percibirá la diferencia. El habituado a diez si baja a tres difícilmente sabrá acomodarse a esta férrea limitación; si llega a veinte no por ello se incrementará su dicha, porque hay una raya en que, rebasada, las conquistas no proporcionan utilidad.[/spoiler]
[spoiler]-¿No te gusta Ávila?
(Instintivamente miré hacia delante. El promontorio de Cuatro Postes se despeñaba a nuestros pies hasta alcanzar el río. junto a éste se elevaban las copas aún verdes de susurrantes arboledas. Más allá, el terreno se encaramaba otra vez hasta llegar a la muralla sólida y amarilla. Encima y a los lados el silencio, un espeso silencio preservado por las nubes grises inmóviles en el cielo.)
-No; no me gusta esta ciudad. Aquí sería lo mismo tener dinero que no tenerlo. No hay lugar para gastarlo. Y sin gastar dinero no se puede ser feliz...
Sus palabras adquirían en aquel clima el valor detonante de las amapolas en un campo. Se escapaban del ambiente, desentonaban por su ambición de este clima sin apetencias.
-Hacen falta años para percatarse de que el no ser desgraciado es ya lograr bastante felicidad en este mundo. La ambición sin tasa hace a los hombres desdichados si no llegan a conseguir lo que desean. La suprema quietud con poco se alcanza, meramente con lo imprescindible.
Tenía el señor Lesmes la cabeza ladeada, recostada en uno de los brazos de la cruz de piedra. Una sonrisa de burla estremecía los labios de Alfredo. Sentí su codo contra mi pierna, repetidamente, haciéndome señas.
-Tal vez el secreto -añadió don Mateo- esté en quedarse en poco: lograrlo todo no da la felicidad, porque al tener acompaña siempre el temor de perderlo, que proporciona un desasosiego semejante al de no poseer nada. Debemos vigilar nuestras conquistas terrenas tanto como a nosotros mismos. Son, casi siempre, la causa de la infelicidad de los hombres.
Martina jugaba a mi lado con un montón de blancas piedrecitas. El codo de Alfredo seguía incrustándose en mi muslo con leves intervalos. Adiviné que pensaba en los mil reales que mensualmente retiraba del banco don Mateo para atender al alimento de su cuerpo y de su inteligencia. La insistencia machacona de mi amigo hacía gorgoritear la risa en mi garganta. Un brillo triste iluminaba las pupilas del señor Lesmes conforme iba hablando.
-No es lo trismo perder que no llegar. Si os dan a elegir, quedaos con lo último. El hombre acostumbrado a dos, si le dan tres será feliz; si desciende a uno, apenas percibirá la diferencia. El habituado a diez si baja a tres difícilmente sabrá acomodarse a esta férrea limitación; si llega a veinte no por ello se incrementará su dicha, porque hay una raya en que, rebasada, las conquistas no proporcionan utilidad.[/spoiler]
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Mi libro favorito es "Las ratas", muy seguido de "La sombra del ciprés..." y de "Los Santos Inocentes". Hoy o mañana van a echar la película de este último en la tele. La interpretación de Paco Rabal no tiene precio.
Yo siento un tremendo respeto por este hombre, supongo que será porque es de aquí al lado y desde siempre he oído hablar de él tanto en mi casa como en el colegio.
Yo siento un tremendo respeto por este hombre, supongo que será porque es de aquí al lado y desde siempre he oído hablar de él tanto en mi casa como en el colegio.
Ni que lo digas... es una de las mejores peliculas españolas que he visto.Zenobia Camprubí escribió:Mi libro favorito es "Las ratas", muy seguido de "La sombra del ciprés..." y de "Los Santos Inocentes". Hoy o mañana van a echar la película de este último en la tele. La interpretación de Paco Rabal no tiene precio.
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