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Relatos :: Kike Babas

Fosforito en la pantalla y Albert Pla de carne y hueso pdf

La Casa Encendida de Madrid es un espacio acondicionado para charlas, debates y conciertos, lo sufraga Caja Madrid bajo el epígrafe Obra Social, lo que imagino ayudará a desgravar al ente bancario, que de paso se apunta el tanto de contribuir al desarrollo cultural en esta ciudad cuya jerarquía municipal debe estar cada vez más encantada de arruinar, cierre a cierre, la cultura popular para sustituirla por la cultura que ofrece el tejido del gran empresariado. Joda o no, son de apreciar algunas de las cosas que la programación ofrece. A principios de este 2006 se daba una charla sobre los orígenes del flamenco ofrecida nada menos que por el mítico y veterano cantaor Fosforito, que después se haría media docena de temas acompañado del guitarrista Manuel Silveira. Una ocasión única y gratuita (los de Caja Madrid son así de enrollados) de ver en persona a un venerable general del flamenco, tan sólo superado en galones por el desaparecido don Antonio Mairena.

No debía desaprovechar la oportunidad, así que quedé con unos amigos y llevé a mi hija de siete meses conmigo. Compañía más grande no se me ocurrió, además, con quien dejarla no encontré.

Nos sentamos en las butacas dispuestas como en un cine. La platea estaba llena, todos quedamos numeradamente sentados, atentos a la escucha, sobrios de oído. La niña en mis brazos. Antonio Fernández Diez Fosforito, cordobés de 74 años y maestro del cante, señor ajado, delgado y ya calvo, que ajustado en un traje oscuro y con las gafas de vista cansada tenía el aspecto de un venerable profesor de escuela, nos contó rumores y leyendas de los inicios del flamenco, desgranó su historia puntuando con nonainos aquí y allá, iniciándonos en el cómo y el por qué de algunos palos. Habló de corralas con gitanos arremolinados al calor de una lumbre jaleando penas, haciendo historia sin saberlo, con churumbeles mocosos y papas bebidos, gitanillas vírgenes y casadas, jefes de clan y genios casi anónimos de un arte que aún no era arte, cuando los artistas eran pedigüeños y asaltadores. No fue difícil trasportarme al calor de una de esas fogatas. La voz del abuelo Fosforito, quebrada y sabia, te llevaba con facilidad a aquellos saraos primigenios. De pronto mi bebé, quizá ambientada por mi propio sentimiento, quizá aburrida de la butaca tiesa y el silencio solemne del respetable, se puso a chillar, no demasiado alto, con cante quedo, tal vez su primera saeta, tal vez un martinete sin martillo. ¡Qué linda atmósfera! ¡Qué olor a corrala! El Maestro hablaba y mi churumbel mocoso aireaba su quejío en la prehistoria del cante.


De izq. a der.: Albert Pla, Ernesto Muñoz (sony-bmg), Kike Babas y Gomez (Efe eme, El mundo)

Al tercer grito de duende y gloria un ujier vino a pinchar nuestro globo flamenco para llamarnos la atención: vale que la niña gritase mientras hablaba el Maestro pero, en cuanto acabase la charla y se pusiese a cantar, nos teníamos que salir del recinto. Me cagué en la Virgen de la Benemérita, que de alguna manera tenía que tener la culpa de todo, y me fui de allí con mi niña, riéndole la gracia y animándola a hacerse alguna otra coplilla. “No se preocupe señor”, me dijo el azorado acomodador, “puede usted seguir el recital desde el pasillo, a través de la pantalla de video allí colocada”.

Y así fue, el bebé pasó del cante chico al cante grande en las escaleras del pasillo. Yo me hice cuentas de que empezó con una rabieta por fandangos y acabó con unos alegres tangos de Triana. El Maestro, mientras tanto, le daba con arte dentro de la pequeña pantalla, con voz rota, escasa, me dirían luego los que lo vieron desde dentro. De su mini recital sólo alcancé a reconocer las primeras estrofas de “Nunca te he mentido”, esa bulería de Cádiz que dice aquello de: “Ay que caray, caray, caray, ay pero que gracia tiene este país”.

Así fue como vi a Fosforito en la pantalla. Sepamos ahora como traté con un Albert Pla de carne y hueso.

Al día siguiente, como redactor para la revista Rolling Stone, viaje a Gerona para asistir a la grabación del nuevo disco de Albert Pla, un espectáculo en directo, a puerta cerrada en el estudio, donde ejecutaría un grandes éxitos secundado por una banda puntual que reunía a sus habituales Diego Cortes y Judith Farrés con los tres míticos arreglistas de jazz y flamenco Jorge Pardo, Carles Benavent y Tino Di Giraldo y el ex guitarrista de Ultimo de la Fila Quimi Portet.

Llegué al aeropuerto de Barcelona acompañado por el periodista de un diario de tirada nacional, un viejo conocido que también asistiría al espectáculo invitado por la compañía de discos. En el Prat nos esperaba el fotógrafo de Rolling Stone. Al poco nos recogió una persona de la compañía discográfica -otro viejo colega- en un coche alquilado y juntos hicimos la hora y media de viaje hasta el estudio de grabación. El camino fue ameno y, obviamente, la charla de relleno hasta llegar fue muy musical. Dos datos me llamaron la atención: uno, que Tom Waits había estado apunto de venir al festival gazteitarra Azkena del año pasado, pero que, finalmente, apalabrada la “kilotada” y dispuesto todo para que realizase el viaje único y exclusivo desde California a la capital vasca, el genio se rajó y pasó de todo. Dos, que a don Roberto Iniesta no le iba mal en su tercer año de Filología Hispánica, que el líder de Extremoduro ha resultado un aplicado alumno y que de enhorabuena estaremos los aficionados a sus estrofas y estribillos, pues semejante preparación siempre se ha de notar, a mejor, en sus letras. Quien sabe, de pronto muere el cantante y nace el poeta.

En el estudio de grabación se palpaba un ambiente relajado. En una sala amplia con mesa de billar y cocina, los músicos y los escasos y privilegiados amigos de estos departían amablemente. Quimi Portet abría botellas de vino tinto e invitaba a los presentes a dar cuenta de las viandas: butifarra, jamón, empanadillas, etc. “Ha sido una semana de ensayos entre el Gran Hermano y la mili”, bromeaba el locuaz Jorge Pardo, vestido para la ocasión con chándal azul y mocasines marrones. “Albert” –me dijo- “es muy flamenco, hay que seguirle. De todas formas ha sido muy valiente, muy audaz, al contar con nosotros, musicalmente hablando”. Era innegablemente cierto, Pla contaba para esta ocasión con una de las mejores bases rítmicas del mundo: la batería de Di Giraldo y el bajo de Benavent, amén del maestro arreglista de vientos Jorge Pardo, tres tipos que ya han hecho historia en esto del jazz y el flamenco, compañeros de correrías de Camarón, Paco de Lucía y Chick Corea. De hecho Benavent y Pardo en cuanto acabasen lo de Pla se iban a recorrer mundo con Pat Metheny, en tanto que Di Giraldo haría lo propio con Luz Casal. Jorge terminó alabando la película de Jaime Etxebarri sobre la vida del Camarón, no tanto por el tratamiento, que según él estaba demasiado recortado de aristas, como por el trabajo del actor que encarnaba al mítico cantaor. “Camarón era una salvaje” sentenció “pero un salvaje en el sentido primigenio” y desmenuzó un par de anécdotas canallas, jugosas y con mucho polvo.

Albert Pla pululaba por la estancia con ojos concentrados y gesto tímido. Nos saludamos retraídamente, no había para más, nuestra relación personal se había limitado a un par de frugales entrevistas y no cabría alegar en ella mi presencia fija en primera fila cada una de las veces que he podido verle como cantautor o como actor. De hecho hasta ese momento nunca había tratado con un Pla tan cotidiano, tan de carne y hueso. Después de pasar una semana viviendo y trabajando en aquel estudio, daba la impresión de que los invitados nos metíamos en su propia casa para asistir a un recital de amigos en la intimidad. Mientras estiraba los músculos sobre una mesa de sonido confesaba: “En verdad Quimi Portet ha sido la bisagra entre todos los músicos”.

Después de la semana encerrados, grabando y preparando canciones, la estancia culminaba con el espectáculo en directo en una de las salas del estudio, que además sería grabado por el realizador Rafa Sañudo. Dos únicos pases con el mismo repertorio el viernes 27 de enero de 2006 a las 20:00 h. y a las 23:00 h. Llegado el momento pasamos a la pecera convertida en escenario de teatro alternativo. Una veintena de espectadores nos colocamos en el suelo, a los pies de unos músicos atentos a cada palabra de Pla. Cojines, alfombras y lámparas ayudaban al ambiente cálido. Se admitían risas y jaleos. Albert se metió en su papel característico, el que le ha hecho único, y bordó su personaje con el mínimo atrezo: sillón para despatarrarse , calcetines rotos, zapatillas caseras y un saquito marrón para cubrirse. Respetó de aquella manera letras y melodías y forzó los arreglos según su bisbiseo. Punzante en el mensaje, histriónico en las formas, reflexivo en el poso que deja su obra. Los temas escogidos fueron de su repertorio en castellano, mayoritariamente de los discos “Veintegenarios” y “No solo de rumba vive el hombre”. Todos nos relamimos de gusto con las recreaciones de sus historias imposibles: la del gallo que vio como salía el sol independientemente de que él cantase o no cantase, los veinteañeros que pasaban la vida tomando el sol y pasando de tó, el necio de Joaquín, zapatero remendón, que le cortó al negro su falo entero, la novia terrorista que se llevó por delante un militar, un policía y varios congresistas, el gemelo que ahogó a su hermano en el mar y regreso inocentemente junto a su mamá... Finalizó el espectáculo con una canción en catalán, una de las nanas de su disco de nanas, acompañado únicamente por un joven y andrógino guitarrista del que no conseguí retener su nombre.

“¡Qué esto no es un cementerio!”, animaba el propio Pla a los espectadores al comienzo del segundo pase, quizá para contrarrestar la sombra de frialdad que asistió al primero. El ánimo surtió efecto y el segundo pase sumó calor a la maestría, funcionando mejor el juego de miradas de altos vuelos de los músicos. Carles Benavent clavó el solo de bajo en la adaptación de Lou Reed “Por el lado más bestia de la vida”, Jorge Pardo dio agudas réplicas de saxo en “Viva el rey”. El público fuimos perdiendo el pudor ante el “rec”, despegó Pla como histrión provocativo, arrancándonos carcajadas, metiéndonos miedo con sus susurros infanticidas. Al terminar, con una tremenda nevada de blancos plumones golpeando las ventanas del estudio, un satisfecho Quimi Portet aseguraba: “Ahora sí, hemos rodado”.

Después más butifarra, más porros y más vino tinto. Albert se encontraba más relajado y hasta ejerció de anfitrión, parando en cada uno de los diferentes corrillos formados. Entonces contó que acababa de rodar una película junto a Judith Farrés, que se lo había currado él mismo todo: “Me compré una programa de cortar y editar imagen y, ya ves, al final ha salido una película de hora y media: “El malo de la película”.

Así que ahora, al que quiero ver en la pantalla, es a Albert Pla.

Kike Babas.

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