Sin título
Sin título
Estaba refugiada en un rincón de la casa. Un rincón en penumbras, oscuro y medio vacío, no se oía ningún ruido, ni el aliento ni el desaliento del saberme sola. Sin palabras que pronunciar, sólo por el hecho de no tener a quien contárselas, sin vagos recuerdos o historias que ocultar. Sin más que la penumbra ya mencionada y un libro del que paso las hojas con recelo. Como único sonido el ruido de esas páginas viejas que me retumbaba en lo más profundo de la mente y mis manos no querían pasarlas tan lentamente, con nerviosismo.
Y recordar las palabras que iban dibujando imágenes en mi cabeza. imágenes que iba haciendo mías, o quizás tuyas también, de nadie... o de todos. Y las palabras se fundieron en un punto y final, acabando todo, dejándome con ese buen sabor de boca que deja un gran libro, dibujando sonrisas en el aire, que quizás alguien mañana pueda respirar.
Mi respiración tampoco se oía, solo el ruido sordo de unos pensamientos agolparse, sin saber a donde ir, a donde mirar. Sólo el sonido de un gemido intentando retener unas lágrimas que traían soledad, tristeza o melancolía, y nada de eso importaba.
No hay cárceles para las palabras, acababa de leer, y no podía dejar de pensar en ello, quizás tampoco haya cárceles para los pensamientos envenenados de odio, porque nunca llegaron a ser hechos, ni tampoco para encerrar el recuerdo que guardo de ti y no quiero soltar, matando tu silencio lentamente, matando tus palabras, como una asesina, quizás no haya cárcel para mí, acerté a pensar.
Creía que todo lo tenía ganado, porque vivía en un mundo que yo podía inventar, que yo podía escribir, narrar o leer en algún libro, pero ni pasado, ni presente, ni futuro, nada, y de la nada no se vive.
Pero el aire llena un estómago vacío de rabia, y acaricia unos oidos que no escucha más que su triste sentir, y la lluvia hidrata esa piel que se va cuarteando por el tiempo y se arruga, lentamente, recordando que el tiempo no se para, aunque queramos. Sin un triste trozo de pan que llevarme a la boca, pero con miles de palabras con las que alimentar al mundo.
Allí estaba yo, en aquel rincón, sin luz, sin aire o sin agua, alimentandome de las sobras de un viejo libro, olvidado, muerto en cualquier casa, asesinado en cualquier estantería. Allí estaba yo intentando comprender porque extraña razón si perdía las palabras, estaría perdiendo mi vida y lo poco que aún merecía la pena de ella. Allí estaba yo, sin más, sólo el reflejo de quien ya lo ha perdido todo...
Y recordar las palabras que iban dibujando imágenes en mi cabeza. imágenes que iba haciendo mías, o quizás tuyas también, de nadie... o de todos. Y las palabras se fundieron en un punto y final, acabando todo, dejándome con ese buen sabor de boca que deja un gran libro, dibujando sonrisas en el aire, que quizás alguien mañana pueda respirar.
Mi respiración tampoco se oía, solo el ruido sordo de unos pensamientos agolparse, sin saber a donde ir, a donde mirar. Sólo el sonido de un gemido intentando retener unas lágrimas que traían soledad, tristeza o melancolía, y nada de eso importaba.
No hay cárceles para las palabras, acababa de leer, y no podía dejar de pensar en ello, quizás tampoco haya cárceles para los pensamientos envenenados de odio, porque nunca llegaron a ser hechos, ni tampoco para encerrar el recuerdo que guardo de ti y no quiero soltar, matando tu silencio lentamente, matando tus palabras, como una asesina, quizás no haya cárcel para mí, acerté a pensar.
Creía que todo lo tenía ganado, porque vivía en un mundo que yo podía inventar, que yo podía escribir, narrar o leer en algún libro, pero ni pasado, ni presente, ni futuro, nada, y de la nada no se vive.
Pero el aire llena un estómago vacío de rabia, y acaricia unos oidos que no escucha más que su triste sentir, y la lluvia hidrata esa piel que se va cuarteando por el tiempo y se arruga, lentamente, recordando que el tiempo no se para, aunque queramos. Sin un triste trozo de pan que llevarme a la boca, pero con miles de palabras con las que alimentar al mundo.
Allí estaba yo, en aquel rincón, sin luz, sin aire o sin agua, alimentandome de las sobras de un viejo libro, olvidado, muerto en cualquier casa, asesinado en cualquier estantería. Allí estaba yo intentando comprender porque extraña razón si perdía las palabras, estaría perdiendo mi vida y lo poco que aún merecía la pena de ella. Allí estaba yo, sin más, sólo el reflejo de quien ya lo ha perdido todo...
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