MÖTLEY CRÜE.
Zaragoza. Pabellón Príncipe Felipe. 25 Junio 2005.
Texto y fotos: Juan E. Tur
Con temor hojeé la prensa nacional el fin de semana, incluso el lunes 27, para comprobar, ahora con rubor, lo que sospechaba: no se hizo referencia alguna a la visita de Mötley Crüe. Eso dice mucho del calado cultural de la prensa de este país, y más aún de sus más reputados "críticos", que tenían mejores cosas que hacer que acudir al concierto de una de las bandas más grandes que han visto la luz en los últimos veinticinco años. Es normal que luego se les caiga la baba ante chorradas como Garbage; el gusto se depura cuanto más se cultiva.
Dicho esto es normal que el Pabellón Príncipe Felipe no colgara, pese a tratarse de una de las dos únicas citas de la Crüe en nuestro país, el cartel de "no hay billetes" (si los "especialistas" son ignorantes, qué va a ser el pueblo llano), en la noche que acogería el concierto más importante que jamás sentirán sus paredes. Y es que las bandas sobre la tierra más grandes que Mötley Crüe se pueden contar con los dedos de una mano, y difícilmente se alinean los astros como lo hicieron el 25 de junio para que un evento como este sucediera en la capital maña.
Pero ahí estábamos, unos seis mil espectadores, que no llenábamos ni de lejos el Príncipe Felipe, en su mayoría con cara de estupefacción ante la posibilidad -en muchos casos- de que uno de nuestros sueños se hiciera realidad. Y así nos encontramos en el fondo del pabellón la enorme carpa circense que cubría el escenario ocultando lo que se nos vendría encima. Allí se encontraba la respuesta a la infinidad de rumores que siempre rodearon a la banda y que pronto tendría respuesta, por primera vez, para nosotros.
Pero no tuvimos que esperar mucho más, porque a las nueve y media en punto, una enorme pantalla cayó ante nosotros, las luces se apagaron y -como ya hicieran AC/DC en la gira de Ballbraker- una animación con la banda como protagonista puso al público en pie. Pero como saben los buenos entertainers, hay que forzar al máximo el clímax y aún tuvimos que presenciar la presentación por parte de un terrorífico enano de circo y la aparición de dos bailarinas del interior de un baúl ubicado en el centro del escenario, antes de que Vince Neil apareciera tras ellas y se alzara el telón al compás de Shout At The Devil.
Allí estaban, por fin, los reyes del hard rock de los ochenta, y las sensaciones no podían ser más mejores: buen sonido, buena interpretación y espectacular show escénico con el público totalmente entregado. Vince Neil, notablemente más delgado que hace dos o tres años -según lo visto en el único DVD en vivo de la banda-, dosificaba su voz ayudado por un público que en su mayoría había esperado muchos años para poder cantar sus temas en vivo; mientras que Mick Mars hacía lo propio con sus movimientos, o lo que es lo mismo, sólo se movía lo que exigía el guión y su "nueva" cadera le permitía; aunque francamente, fue más de lo que yo esperaba y, a nivel de ejecución, su papel fue sobresaliente. Por su parte Nikki Sixx y Tommy Lee ponían la energía desbordante, especialmente el segundo, por el que parecen no pasar los años y que conserva una pegada demoledora. Pero como decía, la impresión en general no podía ser más positiva: no sé si por las ganas de verlo todo o porque realmente fue así, pero la sensación con la que me iba quedando era que ninguno de ellos brillaba sobre el resto, sino que funcionaban como una verdadera banda.
Porque si llevarse mal lleva consigo funcionar como la máquina que es Mötley Crüe en escena, ya tardan la mitad de bandas del mundo en sacar sus puños. Sí, el show que la Crüe ha desplegado en esta gira está totalmente planificado -no puedes pasear libremente por un escenario ante la posibilidad de que con cualquier golpe de bombo te estalle un cohete pirotécnico en la cara-, pero eso no resta intensidad ni emoción a lo ejecutado (por esa misma regla de tres una ópera en directo sería peor que un concierto de orquesta a pelo). Y es que uno de los motivos de que Mötley Crüe sean grandes, además de sus canciones, es el hecho de que son de esa -ahora- extraña raza de grupos que satisfacen a su público enseñándoles en qué han invertido su dinero: tú pagas 40 euros por tu ticket, tú vas a ver el mejor show que hay ahora sobre la faz de la tierra. Y vaya si lo ves.
Porque la Crüe sabe lo que el público esperaba, prometió que se lo daría y cumplió su palabra. Con un show dividido en dos partes y dejando a un lado las preferencias personales, Sixx y compañía ejecutaron prácticamente cada uno de los singles que la banda lanzó antes de separarse por primera vez cuando se encontraba en la cima del mundo allá por el 92. Desde Too Fast For Love a Looks That Kill, pasando por Live Wire, Red Hot o Ten Seconds To Love, la primera parte repasó principalmente los dos primeros álbumes de la banda y nos mostró un arsenal de efectos pirotécnicos y de entrega por parte de la banda que nos dejó con la boca abierta y la lengua fuera cuando todavía no había transcurrido un ecuador del concierto.
Un ecuador que sobrevino cuando cayó el telón por primera vez y llegó una pausa tan necesaria para la banda como para los que estábamos vibrando en la cancha del pabellón. Pero hasta esta pausa fue brillante, porque acompañada con una cuenta atrás de siete minutos indicada en la pantalla gigante, cuando el reloj marcó el cero, el sonido del motor de las harleys y el riff de Girls, Girls, Girls marcaron el inicio de una segunda parte aún más espectacular. Contorsionistas cayendo del cielo, stripers, enanos, fuego y una banda poniendo toda la magia del rock and roll al alcance de la punta de nuestros dedos. Poco más se puede decir si nombramos las canciones que interpretaron. Una memorable Wild Side, Don't Go Away Mad (me encanta este jodido tema), Primal Scream, la inevitable -aunque interpretada demasiado lenta- Home Sweet Home, Same Old Situation (precedida del momento de más dudoso gusto del show, el autoparódico por parte de Lee y puramente Crüe, de la "titty cam"), Dr Feelgood... algo que será difícil de olvidar.
Pero todo tiene su final, y el del show vino precedido por la interpretación de la inevitable nueva composición de su último lanzamiento, la potente pero ignorada por la concurrencia Sick Love Song, antes de que el concierto se dirigiera a un colofón que inevitablemente tenía que pasar por Kickstart My Heart. Y si el tema no es suficientemente potente por si mismo, imaginadlo -si no lo vivisteis lo siento por vosotros- interpretado en vivo en vuestra cara con toda la potencia y un escenario que parecía -con su explosiones, la banda entregada y un puñado de stripers escupiendo fuego por sus bocas, mientras el fondo explotaba una y otra vez- la entrada del mismísimo infierno. Que Sixx reventara su bajo y todo siguiera con su todavía más explosiva versión del Anarchy In The UK antes de que el telón cayera definitivamente, fue todo la misma cosa. El concierto había terminado y no podía haber sido mejor.
Creedme, por mucho que haya escrito, siento que no he encontrado las palabras idóneas para trasmitir lo que vivimos ese sábado por la noche en Zaragoza e imagino que también se viviría la noche anterior en Madrid. Pero hay tres cosas de las que estoy plenamente seguro. La primera ya la he comentado antes: lo siento por los que no estuvisteis allí. La segunda es que el concierto no fue perfecto, pero rozó la perfección, y a nivel personal, ha pasado ya a ser uno de los cinco mejores conciertos que he visto en mi vida. La última, que si Mötley Crüe es considerada una de las bandas más grandes del mundo es por una razón de peso. Lo demás son tonterías.
JODER QUE ENVIDIA¡¡¡¡¡
