El primer extracto que transcribo relata la muerte de un condenado a galeras en Los Miserables de Victor Hugo, el segundo es una carta que sale en Seda, de Alessandro Baricco. Matizo que en este último he eliminado algunos incisos para que se entienda la carta sin desvelar nada de la trama.
la onda y la sombra
¡Hombre al agua!
¡Qué importa! La nave no se detiene. El viento sopla, ese oscuro navío tiene que continuar la ruta y no se detiene. Sigue su derrota.
El hombre desaparece, luego reaparece, se sumerge y remonta a la superficie, extiende los brazos, no se le oye; la nave, temblando bajo la tormenta, sigue maniobrando, los marineros y los pasajeros ni siquiera ven al hombre sumergido, su miserable cabeza no es más que un punto en la enormidad de las olas.
El hombre lanza gritos desesperados en las profundidades. ¡Qué espectro, esa vela que se va! La mira frenéticamente. La vela se aleja, se difumina, se empequeñece. El hombre estaba allí hace un instante, era de la tripulación, iba y venía por el puente, como los demás, tenía su porción de aire y de sol, vivía. ¿Que ha sido ahora de él? Ha resbalado, ha caído, se acabó.
Está dentro de las aguas monstruosas. Bajo sus pies, sólo el abismo y el hundimiento. Está espantosamente rodeado por las olas desgarradas y despedazadas por el viento, los vaivenes del abismo se lo llevan, todos los jirones de agua se agitan alrededor de su cabeza, una masa de olas lo escupe, casi lo devoran confusas aberturas; cada vez que se hunde, entrevé precipicios llenos de noche; espantosas vegetaciones desconocidas le agarran y anudan los pies, tirando hacia ellas; siente que forma ya parte del abismo, de la espuma, las olas se le echan encima, una tras otra, bebe la amargura, el vil océano se ensaña en su ahogamiento, la enormidad juega con su agonía. Parece que toda esa agua no es más que odio.
Sin embargo lucha, intenta defenderse, intenta resistir, se esfuerza, bracea, nada. Él, podre fuerza enseguida agotada, combate contra lo inagotable.
¿Dónde está el navío? Allá lejos. Apenas visible en las pálidas tinieblas del horizonte.
Soplan ráfagas violentas; todas las espumas lo abaten. Levanta la vista y no se ve más que la lividez de las nubes. Asiste, agonizante, a la inmensa locura del mar. Esa demencia lo tortura. Oye ruidos extraños al hombre que parecen venir más allá de la Tierra, de un exterior desconocido y espantoso.
Hay aves en las nubes, de la misma forma que hay ángeles por encima de las desgracias humanas, pero ¿qué pueden hacer por él? Vuelan, cantan, planean, mientras él desfallece.
Se siente sepultado a la vez por esos dos infinitos: el océano y el cielo, el primero es una tumba; el otro una mortaja.
La noche cae, dos horas hace que nada, sus fuerzas están al límite; ese navío, esa cosa lejanaen la que había hombres, ha desaparecido; está solo en la formidable sima crepuscular, se hunde, su contrae, se retuerce, siente bajo él los monstruos vacíos de lo interminable. Llama.
Ya no hay hombres. ¿Dóndeestá Dios?
Llama. ¿Hay alguien, alguien? Llama y llama.
Nada en el horizonte. Nada en el cielo.
Implora a la superficie, a la ola, al alga al escollo; no lo escuchan. Suplica a la tempestad; la tempestad, imperturbable, no obedece más que al infinito.
A su alrededor, la oscuridad, la bruma, la soledad, el tumulto tormentoso y ciego, el plegamiento indefinido de aguas feroces. En él sólo horror y fatiga. Bajo él, vacío, ningún punto de apoyo. Sueñas con las aventuras tenebrosas del cadáver en la sombra ilimitada. Un frío intenso lo paraliza. Sus manos se crispan y se cierran agarrándose a la nada. ¡Vientos, nubarrones, torbellinos, estrellas inútiles! ¿Qué hacer? El desesperado cede al abandono, el agotado toma el partido de la muerte, se deja hacer, se deja llevar, se suelta y ahí está, rodando para siempre en las lúgubres profundidades que se lo tragan.
¡Oh, progreso implacable de las sociedades humanas! ¡Pérdidas de hombres y almas en el camino! ¡Océano donde cae todo lo que la ley abandona! Desaparición siniestra del auxilio! ¡Oh, muerte mortal!
El mar es la inexorable noche social adonde el sistema penal arroja a los condenados. El mar es la inmensa miseria. El alma, a la deriva en esa sima, puede convertirse en cadáver. ¿Quién la resucitará?
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" -Mi señor amado:
No tengas miedo, no te muevas, quédate en silencio, nadie nos verá.
Permanece asi, te quiero mirar, yo te he mirado tanto pero no eras para mí, ahora eres para mí, no te acerques, te lo ruego, quédate como estas, tenemos una noche para nosotros, y quiero mirarte, nunca te había visto así, tu cuerpo para mí, tu piel, cierra los ojos y acaríciate, te lo ruego.
No abras los ojos si no puedes, y acaríciate, son tan bellas tus manos, las he soñado tanto que ahora las quiero ver, me gusta verlas sobre tu piel, así. sigue, te lo ruego, no abras los ojos, yo estoy aquí, nadie nos puede ver y yo estoy cerca de ti, acaríciate señor amado mío, acaricia su sexo, te lo ruego, despacio.
Es bella tu mano sobre tu sexo, no te detengas, me gusta mirarla y mirarte, señor amado mío, no abras los ojos, no todavía, no debes tener miedo estoy cerca de ti, ¿me oyes?, estoy aquí, puedo rozarte, y esta seda, ¿la sientes?, es la seda de mi vestido, no abras los ojos tendrás mi piel.
Tendrás mis labios, cuando te toque por primera vez será con mis labios, tú no sabrás dónde, en cierto momento sentirás el calor de mis labios, encima, no puedes saber dónde si no abres los ojos, no los abras, sentirás mi boca donde no sabes, de improviso.
Tal vez sea en tus ojos, apoyaré mi boca sobre los párpados y las cejas, sentirás el calor entrar en tu cabeza, y mis labios en tus ojos, dentro, o tal vez sea sobre tu sexo, apoyare mis labios allí y los abriré bajando poco a poco.
Dejaré que tu sexo cierre a medias mi boca, entrando entre mis labios, y empujando mi lengua, mi saliva bajará por tu piel hasta tu mano, mi beso y tu mano, uno dentro de la otra, sobre tu sexo.
Hasta que al final te bese en el corazón, porque te quiero, morderé la piel que late sobre tu corazón, porque te quiero, y con el corazón entre mis labios tú serás mío, de verdad, con mi boca en tu corazón tu serás mío para siempre, y si no me crees abre los ojos señor amado mío y mírame, soy yo, quién podrá borrar jamás este instante que pasa, y este mi cuerpo sin mas seda, tus manos que lo tocan, tus ojos que lo miran.
Tus dedos en mi sexo, tu lengua sobre mis labios, tú que resbalas debajo de mí, tomas mis flancos, me levantas, me dejas deslizar sobre tu sexo, despacio, quién podrá borrar esto, tú dentro de mí moviéndote con lentitud, tus manos sobre mi rostro, tus dedos en mi boca, el placer en tus
ojos, tu voz, te mueves con lentitud, pero hasta hacerme daño, mi placer, mi voz, mi cuerpo sobre el tuyo, tu espalda que me levanta, tus brazos que no me dejan ir, los golpes dentro de mi, es dulce violencia, veo tus ojos buscar en los míos, quieren saber hasta dónde hacerme daño, hasta donde tú quieras, señor amado mío, no hay fin, no finalizará, ¿lo ves?, nadie podrá cancelar este instante que pasa, para siempre echarás la cabeza hacia atrás, gritando, para siempre cerraré los ojos soltando las lágrimas de mis ojos, mi voz dentro de la tuya, tu violencia temiéndome apretada, ya no hay tiempo para huir ni fuerza para resistir, tenía
que ser este instante, y en este instante es, créeme, señor amado mío, este instante será, de ahora en adelante, será, hasta el fin"
Seda, Alessandro Baricco.