A veces me da por escribir y el otro día me salio esto:
"¿Qué voy a hacer contigo?.
Si cuando vuelves de trabajar yo sólo puedo pasear la vista por donde cruza tu silueta, si te pregunto qué tal el día y tu voz cansada me tensa y no puedo mas que tomarte de la mano, besarte el cuello y susurrarte "ven".
Tienes pocas ganas, pero te conduzco al baño. Abro los grifos, enciendo alguna vela aromática y mientras se va llenando la bañera con espuma te voy masajeando tan buenamente como puedo los hombros, la espalda, el día.
Cuando ya esta lista la bañera te desabrocho la rebeca mientras planto un beso por botón, te desnudo primero un hombro que también recibe mis labios, luego el otro. Te saco la camiseta , te mordisqueo la barbilla. Fuera sujetador y se hace un milagro.
Bajo las manos por esas caderas capaces de enloquecer al mas afortunado y te desabrocho los vaqueros, abajo la cremallera. Me inclino cómo cualquier creyente a presentarle mis respetos a tus pies mientras te quito las zapatillas, los calcetines, sin prisa, con reverencia.
Con cuidado te voy sacando los pantalones, primero se aflojan un poco por los tobillos, luego levantas levemente el culo para que te desembarace de la cintura dénim y adiós atadura de piernas. Te quedas con un tanga delicioso que me cuesta decidirme quitar, pero aún así lo que oculta es algo demasiado tentador.
Parece que la intimidad y los susurros acariciados te han suavizado un poco el cansancio y te ayudo a levantarte del taburete, aunque el gesto de tu cuerpo al incorporarse e introducir la primera pierna en el agua tibia me hace más bien a mi que cualquier atención que se me pueda ocurrir dedicarte.
Te tumbas con toda tu belleza dentro de ese agua espumada que se ruboriza y no logra disimular tanto morbo mientras te voy mojando el pelo delicadamente haciendo cuenco con mi mano. Mencionas lo bien que te sentaría una copita de vino y para mi es un regalo traértela junto a la rosa que cogí del balcón vecino al acordarme de que faltaba poco para que llegaras.
Entonces empieza otro movimiento de esta obra de amor y deseo: con la esponja embebida de gel perfumado empiezo a enjabonarte las piernas. Primero la pantorrilla izquierda, sujetándola como el objeto de deseo que es, anticipándome a un pie que no me canso de besar por donde pisa. Evidentemente me detengo más lo necesario lavando en ese puente, esos dedos, ese empeine, esas curvas, esta líbido... ay.
Después de la rodilla paso al muslo y comienza lo peligroso. Me vuelve loco la parte interior donde la piel es otra cosa más que piel, donde está el presentimiento de algo demasiado inmenso cómo para tratar de escribirlo. Me obligo (aún no se bien cómo) a no meterme en el agua contigo y penetrarte tal que si nos fuera la vida en ello y me ?limito? a enjabonar, explorarte el sexo. Lo siento, pero masturbarte es algo que no consigo impedir. Menos mal que a juzgar por tu respiración es algo que agradeces...
Cuando te has corrido no olvido seguir con la limpieza subiendo por el bajo vientre, padeciendo una experiencia cercana a lo místico. Repasando tu ombligo con el dedo olvido la miseria del mundo y sólo queda belleza, mucha belleza, casi asfixiante, deliciosa belleza.
Entonces te das la vuelta dejándome a solas con un culo por el valdría la pena cualquier ruina y una espalda tan sensual y perfecta cómo el pecado mas íntimo del que se tenga noticia.
Limpiar esa parte de tu cuerpo es limpiar todo lo malo de la vida, es reencontrarse con algo que el hombre jamás debió perder. Dejar la esponja y recorrerte intensamente la nuca, los hombros, las caderas es un acto de elevación...
Pero todo acaba y vuelves a girarte.
Aún faltan por mimar los pechos, el cuello, la cara, el pelo, ay, ay, ay, ¿qué va a ser de mí?, ¿qué voy a hacer contigo??
(continuará)
Baño
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