Sinforoso se dirigió a la estación de tren. No las tenía todas consigo, si no se daba prisa iba a llegar tarde a su cita. Resopló asmático por las callejuelas. Al llegar a la taquilla se encontró con una cola que daba cien vueltas a la manzana. No podía esperar, aquella cola era casi más larga que la distancia que lo separaba de su destino. Además, no llevaba saco de dormir. El pobre.
Así que sacó un pañuelo y se acercó trotando a la taquilla, agitándolo, imitando el sonido de una ambulancia. La gente lo dejó pasar, llevará un herido, comentaban. La taquillera era la bruja Avería, manejada por José Luis Moreno.
-Un billete para la sala cinco, Bowling for Columbine, para la sesión de las 21:30, por favor.
-Fumador o no fumador.
-Primera clase.
-Está bien, aquí tiene su tarjeta de embarque. El autogiro levará anclas en dos minutos. Dése prisa, que disfrute de la película y gracias por contar con Ing direct.
Sinforoso atravesó las dársenas del puerto y montó en la avioneta. El aire acondicionado no funcionaba, y los otros galeotes protestaban. Vaya mierda de autocar, gritaban. La azafata se lió a latigazos y el transbordador espacial izó velas. Al cabo de unas pocas paradas, el revisor entró en el camarote de Sinforoso y le pidió el billete.
-Este billete no es correcto.
-Caramba, pues a mí no me ha levantado la voz ni nada.
-Pero este billete es de avión, para Boston. Y esto es un balandro que se dirige a Moscú.
-En Moscú no hay mar.
-Me lo va usté a decir a mí, que soy el revisor de este petrolero. Va a tener que bajarse.
-Pero estamos a diez mil metros de altura.
No hubo forma de convencer al acomodador. Muy a su pesar, Sinforoso se tuvo que apear del submarino en paracaídas. Al llegar al suelo, alquiló una cuádriga y se encaminó hacia el Norte. Tres de los caballos se griparon, y tuvo que ensillar al cuarto y montar en él. Cabalgó toda la noche. El pobre.
Llegó por fin a Madagascar. Torrebruno lo recibió en el lugar convenido, un iglú a las afueras de Casablanca, en el Parisino barrio de San Blas.
-¿Has traído el microfilm?
-No, pero te he traído unos bombones del Duty free.
-Pero si sabes bien que no me gustan los callos a la madrileña.
-Es igual, me los he comido todos por el camino.
-No importa, Sinforoso, bésame.
Hicieron el amor apasionadamente. A la mañana siguiente, Sinforoso partió en tranvía. El pobre. Cuando llegó a Manhattan, cambió la motora por unos zancos, se dirigió a Sidney y de allí, en parapente, a Santiago de Chile. Luego a Bombay, a dedo, y tras un descanso para un café, a Lisboa a pie. Allí preguntó a un lugareño.
-Creo que me he perdido, aquí todo el mundo es amarillo y con los ojos rasgados. No es lo que yo me esperaba.
-Es que se encuentra usted en el barrio chino de Johanesburgo.
-Pues sí que me he desviado, yo pretendía llegar a Suecia.
-Yo sólo puedo indicarle cómo ir a Palermo... no sé, pregúntele igual a aquel esquimal de allí.
Por fin, Sinforoso consiguió llegar a la cima del pico Almanzor, donde se instaló definitivamente y lleva una vida plena. Torrebruno lo visita de vez en cuando, y le canta hermosas melodías. La bruja Avería vivió también un apasionado romance con José Luis Moreno. El revisor del helicóptero se casó con el esquimal y un servidor se lo monta con las gallinas. Así que todos desfogaos, con su media naranja o su melón, según los casos. No lo dudes, fóllate algo. Es un consejo.
Johan Abarkën
El viaje de Sinforoso (Relato en prosa y no en verso)
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