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Relatos de Speed

Días de speed a falta de rosas Ediciones Bohodón, 08.
Textos: Kike Babas. Ilustraciones: Ramone.

Razón literaria

Antes de empezar a escribir sobre speed le pregunté al corazón, que latió más deprisa.

No necesité otra señal.

Kike Babas: Días de speed a falta de rosasLa correctora

Cinco días sin dormir poniendo tildes. Cinco días sin comer entre comillas. Cinco días más y cinco kilos menos. Y cinco gramos engordados puntuando el tercer día. No encuentra tiempo la correctora de poner punto y aparte con tanta línea seguida. Se agotan las bolsas, se raspan, pero no se acaban nunca las faltas de ortografía.

Hay tanto que pensar en la colocación de una coma, que cambia fuerzas y ataja, que despista o no despista. Al infinito se llega al poner bien los dos puntos, al pensar en cada acento, al ronronear, crick crack, tarjeta sobre tarjeta.

Larga noche la tuya, correctora, noche de tensión y plazo de entrega.

Se agotaba el plazo pero llegó tiempo, con sonrisa macabra, rostro bajo el pelo, minifalda de encías y peinadas ojeras. Si no falla la ayuda, no falla la entrega.

“El libro está corregido, la noche no fue tan severa”, se dice la correctora, se convence. “Ayer fue noche de curro”, se entusiasma, “hoy me toca noche alegre”.

Kike Babas: Días de speed a falta de rosasEl turista

Lo hizo más que nada porque en el barrio quedaría de puta madre contarlo.

Era la primera vez que subía a fiestas del Norte y todo era tal y como había prometido el panfleto turístico del boca a boca. Menudas vacaciones: playas de speed y océanos de “kalimotxo”, la piel quemada por el calor de las “txoznas”, en el aire el mosconear continúo de Eskorbuto, Cicatriz y RIP. En muy pocos días cogió ritmo y se perdió en el hilvanado de lunas y soles, “gaupasas” lo llamaban y de “gaupasero” se vistió.

Finalizaba la estancia cuando dobló una de las esquinas de aquel vericueto empedrado que decían Casco Viejo. Al grito tribal de “cipaio, cipaio”, un grupo numeroso de jóvenes encapuchados daba patadas a un tipo tirado en el suelo, al que apenas quedaba resuello para decir mu. Observó el ritual, escrutó y entendió. Con la lucidez propia de los días sin dormir pensó que no solo conocía la traducción de la palabra, si no que además tenía sus propios motivos. “Será una despedida cojonuda”, se dijo, “la foto perfecta”. Una simple patada, un delirio turístico. Una sola coz, en el bulto. Después se fue.

Un pero: al único que identificaron las cámaras de vigilancia callejera fue a él, que no iba encapuchado. Y aunque se libró de la acusación de enaltecimiento del terrorismo, le cayó pena por lesiones y atentando contra la autoridad. Cuatro años.

En el barrio no hizo puta gracia.

Kike Babas: Días de speed a falta de rosasEl tiempo emocional

El tiempo emocional no se ciñe al cauce del río de los años, al preciso transcurrir del tiempo horario. El tiempo emocional no se hace cargo que su agua la memoria tiñe del capricho al que quedarse prendado. Tiempo clandestino que embarranca, quedándose en meandros del pasado, avanzando a según qué latidos, perdiéndole el respeto a la nostalgia. Traicionando, con su magia, realidades y presentes.

A los 38 años el alcohol lo había devorado. Con el alcohol cohabitando en sus venas, dos cañas de cerveza eran suficientes para tornar sus pensamientos en impronunciables y sus movimientos en tristes cabeceos guturales. Rebajando su mirada a gesto trabado y repetitivo.

Pero los amigos del barrio, los mismos de siempre, animosos espectadores de su derrumbe, aparentan no enterarse. Tratan como si nada con el espectro del pasado, ven el fondo y la verdad de la persona. No distinguen lo que fue de lo que es hoy, pues el tiempo emocional los ha engañado. Y se traen hasta el presente inmediato la cuenta perdida de los años cuando aún cantaba a voz en grito poemas sin mucho afine y conocía nombres de montes, picos y cuevas y sabía con qué vientos migraban las aves.

Tontos y ciegos no son, pero el tiempo emocional les pone venda, que se destapa solo para aplaudir el ínfimo segundo que su mirada, antes de volverse a hundir, brilla como quinceañera.

Se aferran a lo que era, le soportan. Le hablan, como si respondiese.

Kike Babas: Días de speed a falta de rosasBuendía el toro

Desde su tendido, tras la mirilla con ángulo de ojo de pez, el vecino de la puerta de enfrente de Buendía observaba con deleite lo que ocurría en el coso.

Como un ciclón vio salir del toril al morlaco Buendía que, a pesar de ser toro de media altura y, según su criterio y a priori, de faena poco limpia, mostró en la primera acometida una bravura que contrarrestaba la poca confianza que inspiraban sus 59 kilos cuajados y el aspecto famélico. Silbó en el aire el cortante pitón de Buendía; pero solo en el aire. Los diestros números de placa 5.754, 2.980,1.856,2.590,1.764 y 4.448 sabían lo que es torear, dejando a vistas al que es torero del que es un facilón pegapases con bureles de repetición.

El tercio de varas sobró para medirle brío y embestida, fue una hábil muestra de chicuelinas y gaoneras sembradas con sabiduría por los números de placa 2.980 y 1.764. Entre capotazo y capotazo, Buendía fue recibiendo una serie de puyazos en el morrillo por parte de los números de placa 4.448 y 2.590, tal fue el empeñó de los picadores que, más allá de dosificarle las fuerzas para facilitar la posterior labor de reducción, se las quitaron de golpe: lo machacaron en el caballo.

Aprovechando el aturdimiento del animal, los números de placa 5.754 y 2.980 lo fueron ahogando, citándolo muy de cerca. El astifino no rehuía los engaños pero estaba debilitado y rápidamente se vino abajo. Fue entonces cuando le adornaron el lomo de rehiletes, uno tras otro hasta perder la cuenta, cerrando un tercio de banderillas que dejó a Buendía clavado.

Cambió de ojo el vecino de la empañada emoción que lo desbordaba. Buendía no le caía bien y se alegraba. “Que se joda el drogadicto” pensó.

Ya sin rastro de porte y trapío, Buendía lanzó aún un desperado ataque, pero el número de placa 1.856 lo burló con facilidad y de seguido le citó de lejos cruzándose lo indecible, porfiando para consumar suertes. Con impresionante sangre fría llevó la muleta hasta el máximo que le daba el brazo, cargó la suerte y enjaretó hasta la vertical sin enmendar en el sitio: perfecto.

Todavía le tocó ver al ojo del vecino como desde la nada hacía Buendía un último, incierto y angustioso conato de embestida. No podía ni con su alma. Corneó al aire lenta y desordenadamente. Viendo así al animal, más que reducido, pensó el vecino que el número de placa 4.448 se empeñó en exceso con la ringlera de descabellos, supuso que por lucir lo que no había. Se pasó.

Buendía hizo vanos esfuerzos por tenerse de pie, buscando apoyo en la pared del rellano, pero nada facilitó su equilibrio y se desplomó.

El vecino cerró la mirilla. Las niñas de sus ojos cerraron una agridulce ovación.

En el juicio posterior a Buendía lo pintaron mucho más bravo.



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