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Reincidentes que laten en mi

Como biógrafos de Reincidentes, los autores de este libro hemos ido dividiendo su carrera en base a las sucesivas formaciones de la banda y los cambios de casa discográfica. En este epílogo, como amigo de Reincidentes, voy a darme el placer de cuartear su historia al dictado de mi corazón, y este, por supuesto, poco entiende de line-ups o de noviazgos con la industria de la música.

Dos etapas establece mi sentir con respecto a ellos: la primera cuando fui público de Reincidentes, época que coincidió con sus ascendentes inicios y mi “speedica” juventud; la segunda abarca desde que comencé a trabajar con ellos hasta la actualidad, periodo que en su carrera ha supuesto el ir aprendiendo a mantener alto el listón que ellos mismos se pusieron, y en mi vida ha significado la entrada en una incierta madurez donde lleno la nevera con actividades relacionadas con el rock’n’roll.

Para hablar de mis primeros Reincidentes debo empezar hablando de Julito, que murió hace años con el corazón partío en un mal vuelo de parapente. Julito fue quien abrió el Stop, el bar más mítico que haya tenido mi barrio, Hortaleza. De chaval Julito trabajaba como recadero en la bodega de su tío, hasta que un buen verano, el de 1989, reunió la iniciativa necesaria e inauguró el Stop. Allí fuimos recalando buena parte de los zascandiles que pululábamos por los parques del barrio fumando costo y troceando tripis. Muchos ya nos teníamos vistos del colegio, el vecindario y el instituto, pero en el Stop adquirimos la sagrada categoría de familia. Para todos el Stop era el segundo hogar sino el primero; los que allí trapicheaban –sólo para la familia- le decían “la oficina”. Así, el mundo comenzó a girar alrededor del Stop, y ese mundo tenía su propia banda sonora.

Tres grupos hubo que salieron directamente del Stop: Extremoduro, Porretas y Reincidentes. Con semejantes bandas mentadas el lector puede hacerse un inmediato y rápido estereotipo del tipo de cuadrilla que éramos... Paradoja: Julito jamás quiso servir calimocho en el Stop. No quiere esto decir que cada uno, en su casa o en los pequeños subgrupos de los amigos más afines, escuchase música muy distinta. En mi caso Nueva York me tenía absorbida la sesera con Lou Reed, Johnny Thunders, Elliot Murphy y Bruce Springsteen (que venía de Nueva Jersey, que al fin y al cabo está pegada a la Gran Manzana). También estaban los emblemáticos súbditos de su ociosa majestad: David Bowie, The Clash, Rolling Stones, Syd Barret... Para no hacer una lista interminable de músicos anglosajones citaré dos nombres más: Bob Marley y Tom Waits, bueno, y otros que entonces eran rabiosa y ruidosa novedad: Sonic Yotuh y The Pixies. Esos eran mis gustos, e intenté ser un apañado coleccionista de vinilos con ese tipo de material. Por otro lado había un tipo de artistas peninsulares que pertenecían al colectivo de “nosotros los melenudos” (o los crestudos, que tanto da). Grupos que ya existían desde antes de abrir el Stop, encabezados por Leño y maximizados por La Polla Records y Barricada. Teníamos un grandes éxitos de cada uno de estos grupos metido en los genes. Igual que con AC/DC, en los genes.

Sin embargo, los tres grupos que menté al principio se estaban abriendo al mundo de la música a la vez que nosotros nos hacíamos pandilla. En el primer sitio donde los escuchábamos era en el Stop y de ahí, de mano en mano, se iban pirateando en cintas de 90 minutos, que daban cabida a un LP por cara. Mientras íbamos haciendo cuenta en la lista de deudores, inventándonos fiestas de disfraces, o haciendo del hecho de ser cliente habitual de un mismo bar un hecho diferencial frente al resto de la sociedad, íbamos empapándonos de estos grupos nuevos que tan bien encajaban en nuestra idiosincrasia como manada. Vuelta y vuelta. Vuelta y vuelta.

Como fueron llegando puntualmente los primeros nuevos discos de Reincidentes al cassette del Stop resulta para mi un misterio. Con Extremoduro está claro, el Robe era primo del Coca, uno del barrio, y por ahí fue llegando la primera maqueta, que supuso el primer enganche hasta la adicción total del bar entero a cada palabra de Iniesta. De Porretas tampoco tengo dudas, eran del mismo barrio, el Bodeguero tenía su bodega medio kilómetro más allá y a veces íbamos los domingos a tomarnos botellines y coincidir con los Andanada-7. De hecho el Lillo, su primer batería, era de “la peña del Stop” y sus discos nuevos llegaban en propia mano traídos por el Robe o el Pajarillo (si no recuerdo mal el Julito había estado en la escuela con alguno de ellos). Pero lo de Reincidentes no sé como sucedió, sé que los oíamos todos los días una o dos veces, pero no adivino la conexión: simplemente gustaron y se quedaron. Como dije antes, eran nuestra banda sonora.

Por eso las primeras canciones de Reincidentes me trasportan en nostálgica volanda a esos irrepetibles años de la veintena recién estrenada. Con Reincidentes aprendimos que también en el sur se cocían habas negras. Desde que Leño había dicho que Madrid era una mierda, el resto de desencanto nos había llegado del norte: sabíamos que las ratas eran de Bizkaia, que Txus, el alcohólico, se escribía con t y con x, y que los mejores años de algunos se iban en la clandestinidad del juego del gato y el ratón. Pero con “Reincis” (su abreviatura popular) supimos que Andalucía entera era como Marinaleda y lo mejor de todo: que daba por culo.

Hubo sin embargo otro himno que interiorizamos aún más, por lo universal de su mensaje, ese que decía que sin el vicio no podíamos estar. Es curioso, el tema no era ninguna apología de la mala vida, sino una sarcástica diatriba del Fernando, pero a nosotros nos daba igual, como decía Fredi: “Si escuchas lo que quieres, oyes lo que te da la gana”, y entre brindis y jaranas cantábamos por encima reinventándonos la letra a conveniencia.

Una característica que tenía entonces Reincidentes, que les diferenciaba de otros grupos de rock duro, era el uso del saxo. Podía parecer una particularidad chocante, pero, como así nos llegó, así lo asimilamos, con total naturalidad. Debí verles muchas veces en directo por aquellas, solíamos salir en manada a ver en directo a los grupos de nuestra banda sonora, mas no guardo ningún recuerdo concreto de esos bolos. La que si mantengo viva es la evocación de una personalidad encima del escenario: la de Selu, el saxofonista. Sé que los Reincidentes de hoy no se extrañarán demasiado cuando lean lo que voy a decir: los “Reincis” de entonces parecían ser de Selu. Y ojo, que Fernando, un flacucho, apolíneo y briosos rubiales entonces, resultaba un efectivo rompe bragas.

En el barrio fue sonada la noticia de la detención de Selu como miembro de un comando etarra. Tras leerlo en los titulares de los periódicos (grandes para la acusación, minúsculos para el desmentido), lo supimos todo de primera mano por Cuattro Clavos (detenidos junto a Selu), pues había muy amistosas conexiones entre Hortaleza y Zaldibar. Nosotros en el Stop sentimos también una injusticia de un pelo parecido, aunque en clave de mera anécdota, cuando el periódico El País nos citaba en un artículo como bar madrileño de conexiones abertzales, simpatizantes de. La carta de desagravio que enviamos nunca fue publicada... cosas de nuestra democracia.

Extremoduro y Reincidentes tocaban muchas veces juntos; por cierta confianza que tenía entonces con la gente de Extremoduro tuve la oportunidad de colarme en muchos de sus compartidos camerinos. Tanto como el contacto personal me tiraba la priba gratis del catering de camerinos, para que engañarnos. Sin embargo aquellos primeros conatos de contacto personal no debieron resultar malos del todo, ellos mismos me han contado que la primera relación que tuvieron con el popper (una droga inhalante de escasos segundos de duración y mortífero poder como revienta cabezas) se debió a una de nuestras incursiones en sus camerinos. Yo la anécdota no la recuerdo, pero encaja en el tiempo perfectamente, pues en aquel período me tiré unos meses viviendo en Londres y trayendo botecitos del dichoso popper en cada visita a casa.

El final de esta primera etapa podría ubicarlo en dos momentos distintos, posiblemente separados por dos o tres años, aunque no sabría precisar, o quizás el corazón no quiera hacerlo, dándome ambos momentos como válidos. El primero fue una noche de juerga en Hortaleza, con Fer Madina, Robe Iniesta y Pepe Risi. El Robe me había encargado que le buscase un bar para corrérsela a puerta cerrada tras un bolo conjunto de Reincidentes, Extremoduro y Burning en las Ventas; como el Stop era muy pequeño, les busqué otro garito, y aún así terminamos cerrando otro más... El segundo final data de cuando fui a verles grabar su disco en directo en la sala Canciller II: tenía un par de pases gratuitos y nadie del barrio quería venirse conmigo. Apenas habían pasado ni diez años desde que íbamos en manada a verles, pero como público habíamos pasado de la veintena a la treintena y ese día noté que entre los fans en directo de Reincidentes había habido un cambio generacional. Un apunte romántico para este final: la persona que como amiga me acompañó ese día a ver a Reincidentes grabar “Algazara” es a día de hoy mi compañera, así que aquella fue la primera vez que salimos juntos y solos.

La segunda parte de mis Reincidentes, que llega hasta la actualidad, comenzó cuando el grupo nos encargó la dirección y realización de un video en directo de una hora de duración. Para entonces yo ya había hecho un indisoluble, fructífero y creíble equipo con Kike Turrón, juntos habíamos firmado artículos musicales en algunas de las buenas revistas del país, habíamos dirigido y presentado un programa musical en el recién llegado Canal Digital y habíamos dirigido una película para Manu Chao, que fue lo que sobre todo nos dio la carta credencial para trabajar con Reincidentes. El encargo fue sin embargo extraño, cualquier docto académico de la videografía hubiese dicho que irrealizable, pero no era nuestro caso, así que aceptamos sin pestañear y con enormes dosis de entusiasmo. Se trataba de poner imágenes al audio de “Algazara”. No era un video clip al uso con imágenes en play back, sino casar la imagen de un directo con el sonido del otro. Con todo, el trabajo quedó digno, pese a esas imágenes esclavas no de su valía como imagen sino de su casamiento con el audio. El material de “Incodificado” se grabó en diferentes ciudades, pero guardo dos ellas como históricas: Madrid y Sevilla. La primera por el espectáculo irrepetible de ver tantos miles de personas devotas de sus canciones en la petada plaza de toros de Leganés y por aquella cámara de grabación llamada cabeza caliente que fue la niña mimada del video. La realización de esa noche, con medios y a lo grande, quedará en los anales de mi memoria como director. Fue un placerazo. La grabación en la capital hispalense fue memorable por todo lo contrario: llevamos un equipo de grabación básico y todas las tomas fueron de su vida cotidiana. Tres perlas tuvo Sevilla: la colección de armas y guitarras de Juanjo Pizarro, la comida familiar campestre que organizamos como parte indispensable de la grabación, y la entrevista con el cantaor flamenco el Cabrero, al que fuimos a buscar en Land Rover y encontramos por los caminos entre cabras y sabiduría. No es gratuito que el primer prólogo de esta biografía esté sacado de aquella entrevista.

Con este trabajo pude conocer mucho mejor a Reincidentes, que me impactaron con su funcionamiento interno: su impecable régimen asambleario, su auténtico empeño en ser consecuentes con sus ideas y su manera de vivir, compaginando la profesionalidad como músicos con el mensaje que trasmiten sus canciones, analizando lo contradictorio que tiene a veces la propia coherencia. Me sorprendió mucho que dos de sus miembros fueran los técnicos de sonido (esto no le he visto yo en ningún otro grupo) y me ganaron como gente sana y buenos gourmets, pues justo es agradecer que algunas de las mejores viandas que he probado en mi vida han sido en su mesa.

Hace tres años Reincidentes nos hicieron un nuevo encargo: escribir su biografía. Dijimos que sí sin pestañear. En nuestro currículo figuraba ya haber contado la historia de Boikot, Los Enemigos, Rosendo y Siniestro Total entre otros y, teniendo en cuenta que ya nos conocíamos lo suficientemente bien, el encargo resultó la mar de natural, casi diría que lógico. Ha sido en esta fase de nuestra larga relación en la que mejor he podido conocer no ya al grupo, sino a las personas que lo integran. En aquellas varias estancias sevillanas, grabadora en mano y folios y folios de preguntas, fuimos hilvanando su carrera con entrevistas individuales con ellos y todo su círculo de allegados. De cada “reincidente” se me ha quedado alguna que otra muesca entrañable. Cuando dormimos en el suelo de la casa de Candy, meciéndonos con la música electrónica que el mismo factura. Cuando dormimos en la litera de los dos hijos de Carlos mientras estos eran enviados a casa de la abuela. Cuando Manuel nos preparó el arroz con bacalao con su secreta receta familiar. Cuando Barea nos hizo el paseíllo de baretos donde mejor se tiran las cañas de todo Sevilla. Cuando organizamos una comida en casa de Juanjo Pizarro para la charla conjunta final y de la alegría nos dimos tal jartón de aperitivo que nos quedamos sin hambre y con los ojos pa’dentro... Entrañables son y siguen siendo las charlas con Nacho, con el comparto edad y el gusto por los grupos de garage punk primigenios, entrañable fue que Carlos me grabase el disco “Rock Botton” de Robert Wyatt, al que seguía la pista desde hace muchos años. Entrañable cada resaca en casa de Fernando, (aquella “fonda del rock” que tenía al lado de la Alameda), entrañable siempre su trato...

Desde hace poco, y por aquello de las habichuelas, trabajo en la oficina que lleva el management de Reincidentes, así que parte de mi trabajo consiste en hacer un seguimiento de sus hojas de ruta. No es raro que ahora, cuando se trata por ejemplo de repasar los contactos con un equipo de sonido o modificar horarios de una actuación o apalabrar una entrevista o reservar un vuelo o anular un hotel, me presente diciendo “Hola, soy Kike, el de Reincidentes”.


Kike Babas



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