Perfúmame mis mañanas de azahar
con tu fragancia divina,
y colma mis fantasías
con tu presencia prohibida.
Tiñe de grana mis versos
de poeta desdichado
y endulza mi corazón,
ajado, triste y sin vida,
con el tacto de tus labios.
Mientras tanto yo esperaré,
sentado en el regazo de la esperanza,
con mis vista vagabunda
susurrando una oración al cielo.
Y tú, mecida en mis pensamientos,
arropada por el calor de mi pecho,
tan frágil que temo llevarte conmigo
a mi utopía sin rumbo.
Más quisiera yo transitar
y ser sutilmente liberada,
sin más deseo que el nuestro,
sin más fantasía que la volcada.
Y dejarme mecer al viento que sopla
mientras se alianzan nuestras manos
al impulsarnos en un amago
de arrojo y desvarío.
Vencer al tortuoso espacio,
ahogar mansamente al homicida tiempo,
y enmudecer las almas
hasta lograr enterrar el cielo.
Un placer burgalés
