visitantes la inquietud por lo que iban a presenciar. Llevaba sólo un año guiando a grupos de
turistas, que, movidos por el interés (más bien por el morbo, como ella pensaba) se acercaban a ver
el medio de vida y el motor económico de su tierra.
Ciertamente era un paraje inquietante. La gran guerra del siglo pasado había cambiado el cielo y
erosionado la tierra, pero había una secuela que había cambiado la forma de vida de la gente a largo
plazo.
? Si miran a su derecha verán el cultivo Norte
En seguida, burlando las normas de seguridad que ella misma había dictado al empezar el viaje, la
parte izquierda del autobús se vació.
No había vivido la Gran Guerra, ni siquiera sus padres, pero sufría en sus genes, como el resto de su
pueblo, las consecuencias de la misma.
Cada cierto tiempo (a veces seis meses, a veces cuatro años) su vista empezaba a cansarse, los
objetos se emborronaban y, al poco, quedaba completamente ciega.
Los expertos en ingeniería genética lograron dar con el método perfecto para solventar este
problema. No era una cura definitiva, pero sí un medio barato de evitar la ceguera permanente de
todo el país. Así, los inmensos cultivos de ojos sembrados en hilera eran la cara y la cruz de
aquellos parajes. Por un lado eran una fuente de ingresos, gracias al turismo, donde cientos de
asombrados visitantes se perdían en la inmensidad de los campos, y, por otro, era la forma de evitar
el caos total.
Sofía sólo había presenciado la recogida de estas majestuosas plantas una vez, y se prometió a sí
misma que no lo volvería a hacer, ya que no podía evitar pensar que al arrancarlos de la tierra esos
vacíos ojos derramaban lágrimas de dolor.
Borrando otra vez esa imagen de su cabeza, prosiguió con el tour.

Jorge Soriano