Para Kamawookie y su novia.
No somos más que una hoja.
una hoja que cae del arbol perenne.
Ya no se oye voz alguna:
los hombres callan, las mujeres lloran.
Fenicia mira fijamente la vela, única luz de la habitación. La estudia con sus ojos despacio, cada matiz de color, e intenta no respirar para que no se mueva el aire a su alrededor. Quiere ver una llama fija, opaca, casi tangible. Quiere una llama que pueda tocar, que le dé calor pero no le queme las manos. Una llama que pueda guardar en un bolsillo para usarla cuando se sienta sola... sentirse abrazada por la llama, dentro, protegida en su interior.
Un naranja tan intenso la hipnotiza, la posee; ella sabe que -como un río- no puede mirar dos veces la misma llama.
Se mueven las hojas ante mis ojos.
Cambian poco o nada los tiempos.
Ya no se oye voz alguna:
Los hombres callan, las mujeres lloran.
Ahora sopla; Fenicia desea correr por las páginas. Sopla, quiere que la llama se revuelva, siente ahora su cuello muy frío y desea fuego en su garganta. Mira a través de sus dedos, y el juego de luces y sombras vuelve fantasmagórico y místico el ambiente. El fuego reflejado tiene ese efecto en ella. Ahora lo sabe: Fenicia quiere convertirse en una llama.
No somos más que una hoja.
una hoja que cae del arbol perenne.
Ya no se oye voz alguna:
los hombres callan, las mujeres lloran.
El humo negro de la chimenea
exuda un dolor que me aterra.
Una hoja de otoño te reclama,
Fenicia quiere convertirse en una llama.
Llama Fenicia
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