En la calle, esperándote llegar... de un momento al otro.
Esta noché soñé con Cohen. Le hacían una entrevista y, ante absurdas preguntas, él recitaba aquello de:
Como un gorrión en el alambre, un borracho en el coro, esta noche, a mi modo, ser libre intenté.
Y sé que jamás escribiré como él, ni como nadie.
Y qué decir de mi amigo Neftalí; o Pablo, como le gustó llamarse. El otro día estaba triste y me quiso regalar esto:
Las mujeres, arcano indescifrable para el pollino del hombre,
siempre dispuesto a entregar su vida por algo tan pasajero
como el amor. Siempre con el sentido del humor (negro) que
regalan la soledad y el cierzo aragonés.
La catedral es tu pecho, y tu vientre sabe al pan de la comunión,
a hostia bendita, y me he vuelto tan religioso.....
eres la madre de todas las criaturas de la Tierra,
de los cielos, de las galaxias conocidas y por conocer.
Y yo le amo por ello. Y jamás sabré cómo agradecérselo.
De mi otro compañero de trabajo, Enrique (mucho más eficiente que yo, sin duda), ya he escrito largo y tendido, pero debo agradecerle, también, la inestimable ayuda que me brinda en este caminar. Y, sobre todo, al amanecer, en la fábrica de los sueños, a punto de fichar, sufro por él, y por mí, cuando me dice:
... me levanto siempre con las mismas penas.
El caso es que bajo a la calle y me encuentro a Mario, a punto de entrar en la sede del Partido. Un buen camarada. Me sonríe y me dice:
Hay días que ni siquiera son oscuros
días en que pierdo el rastro de mi pena
y resuelvo las palabras cruzadas
con una rabia hecha para otra ocasión
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.
Le sonrío. "No tiene importancia, te entiendo", le digo. Le abrazo; y si él me lo permitiese, moriría allí mismo, en sus brazos, suplicándole algo de su genio. Pero me lo impide.
Sigo caminando, me meto en un bar. Detrás del Beam intuyo a Jim. Me acerco y, sin mediar palabra alguna, me espeta: "desengánchate de ella; sé libre". Le digo que soy incapaz, y me ofrece otra salvia para remediar los males:
Teníamos la costumbre de creer
en los buenos tiempos
Seguimos disfrutándolos
En cuentagotas
Perfecto. Absenta para el caballero. Yo con lo oído ya entro en mi delirium tremens particular. Nos despedimos, no sin antes darme un viejo libro de un tal Rimbaud. Un poeta que él dice conocer bien. En la primera hoja leo:
?Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana asomaban,
pícaros, su fronda pícara.
Y me recuerda a ella. Y pienso qué diablos he hecho para no tener la ocurrencia de haberla escrito esto anteriormente. Da igual, sigo siendo pequeño. Y ellos tan grandes.
Ya no sé ni dónde estoy. Ni siquiera me importa. Repito, una y otra vez, "fundimos en brasas caminos por recorrer". Absurdo. Me da igual, creo que me he vuelto a perder. No sé llegar a casa sin decirme, una y otra vez, algo que un viejo conocido me escribió en una postal desde el Parnaso:
¿Qué dirás esta noche, pobre alma solitaria,
qué dirás, corazón, marchito hace tan poco,
a la muy bella, a la muy buena, a la amadísima,
bajo cuya mirada floreciste de nuevo?
Jamás un hombre podrá tener más bellas amistades.
Función poética
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