Cuando Carlos cumplió los catorce lo casaron con Maria Luisa de Orleáns, sobrina del rey de Francia, una morenaza de grandes ojos negros y el vello del pubis reducido y espeso (precisión que sacamos de un informe medico) De sus sus retratos y descripciones se deduce que estaba buena (?de famoso arte y cuerpo, alta proporcionadamente, airosa y bien entallada?). Y procedía de casta paridora. ¿Qué mas se puede pedir? Hubo que solicitar dispensa al Papa porque, como de costumbre, los contrayentes eran parientes (ella biznieta de Felipe II).
Pasaron los meses, y la reina no se quedaba preñada. En una operación de alta política y espionaje internacional, el embajador francés logró hacerse con unos calzoncillos usados del monarca y los sometió al examen de dos cualificados médicos. Después de analizar las manchas de la prenda, los galenos emitieron dictámenes opuestos. Uno dijo que el rey podía preñar; el otro que no. Acertó este último, porque Carlos II, aunque se casó dos veces , no tuvo hijos. Y eso que está probado que, esforzándose mucho, conseguía una erección morcillona suficiente para penetrar a la reina; con fatigas, eso sí, porque, además, era eyaculador precoz. Seguramente el semen que producía su único testículo era estéril.
Toda Europa y especialmente España estaban pendientes de la gran incógnita: ¿quedaría preñada la reina?
No parió ?que culpa tenía ella-, pero tampoco hubo que devolverla. La desdichada falleció al poco tiempo. ¿Envenenada con arsénico para facilitar un nuevo matrimonio del rey con otra mas fecunda?, ¿de salmonelosis?, ¿de cólico miserere? Vaya usted a saber. Lo único cierto es que la pobrecilla escapó de las penas de este mundo, especialmente de la alcoba de Carlos, a los veintisiete años.
el rey hechizado (II)
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