Principios de libros
Principios de libros
Se me ha ocurrido una idea, consiste en poner los principios de libros que os gusten muchisimo, que os enganchen ..etc
Mujeres- bukowski
TenÃa cincuenta años y no me habÃa acostado con ninguna mujer desde hacÃa cuatro.No tenÃa amigas.Las miraba cuando me cruzaba con ellas en la calle o dondequiera que las viese, per las miraba sin ningún tipo de anhelo y con una sensación de inutilidad.
Me masturbaba regularmente, pero la idea de tener una relaicón con una mujer- incluso en términos no sexuales - estaba más allá de mi imaginación.Tenia una hija de seis años de edad nacida fuera del matrimonio.VivÃa con su madre y yo pagaba su mantenimiento.
Yo habÃa estado casado años, a la edad de 35 .El matrimonio duro un año y medio.Mi mujer se divorció de mÃ
.Solo una vez en mi vida habÃa estado enamorado,pero ella murió de alcoholismo agudo.Murió a los 48 años, cuando y tenÃa 38.
Mi mujer era doce años más jovén que yo.Creo que también ella está ahora muerta, aunque no estoy seguro.
Me escribió después de divorciarnos todas las navidades una larga carta durante seis años.Yo nunca respondÃ....
Mujeres- bukowski
TenÃa cincuenta años y no me habÃa acostado con ninguna mujer desde hacÃa cuatro.No tenÃa amigas.Las miraba cuando me cruzaba con ellas en la calle o dondequiera que las viese, per las miraba sin ningún tipo de anhelo y con una sensación de inutilidad.
Me masturbaba regularmente, pero la idea de tener una relaicón con una mujer- incluso en términos no sexuales - estaba más allá de mi imaginación.Tenia una hija de seis años de edad nacida fuera del matrimonio.VivÃa con su madre y yo pagaba su mantenimiento.
Yo habÃa estado casado años, a la edad de 35 .El matrimonio duro un año y medio.Mi mujer se divorció de mÃ
.Solo una vez en mi vida habÃa estado enamorado,pero ella murió de alcoholismo agudo.Murió a los 48 años, cuando y tenÃa 38.
Mi mujer era doce años más jovén que yo.Creo que también ella está ahora muerta, aunque no estoy seguro.
Me escribió después de divorciarnos todas las navidades una larga carta durante seis años.Yo nunca respondÃ....
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- Ubicación: Cerca del infinito... del fin del infinito
Guapo, guapo...
EL LOBO ESTEPARIO - HERMAN HESS
Sólo para locos
El dÃa habÃa transcurrido del modo como suelen transcurrir estos dÃas; lo habÃa
malbaratado, lo habÃa consumido suavemente con mi manera primitiva y extraña de
vivir; habÃa trabajado un buen rato, dando vueltas a los libros viejos; habÃa tenido
dolores durante dos horas, como suele tenerlos la gente de alguna edad; habÃa tomado
unos polvos y me habÃa alegrado de que los dolores se dejaran engañar; me habÃa dado
un baño caliente, absorbiendo el calorcillo agradable; habÃa recibido tres veces el correo
y hojeado las cartas, todas sin importancia, y los impresos, habÃa hecho mi gimnasia
respiratoria, dejando hoy por comodidad los ejercicios de meditación; habÃa salido de
paseo una hora y habÃa visto dibujadas en el cielo bellas y delicadas muestras de
preciosos cirros. Esto era muy bonito, igual que la lectura en los viejos libros y el estar
tendido en el baño caliente; pero, en suma, no habÃa sido precisamente un dÃa
encantador, no habÃa sido un dÃa radiante, de placer y Ventura, sino simplemente uno de
estos dÃas como tienen que ser, por lo visto, para mà desde hace mucho tiempo los
corrientes y normales; dÃas mesuradamente agradables, absolutamente llevaderos,
pasables y tibios, de un señor descontento y de cierta edad; dÃas sin dolores especiales,
sin preocupaciones especiales, sin verdadero desaliento y sin desesperanza; dÃas en los
cuales puede meditarse tranquila y objetivamente, sin agitaciones ni miedos, hasta la
cuestión de si no habrá llegado el instante de seguir el ejemplo del célebre autor de los
Estudios y sufrir un accidente al afeitarse.
ALDOUS HUXLEY - UN MUNDO FELIZ
CAPITULO I
Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada
principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de
Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad,
Estabilidad.
La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. FrÃa a pesar del
verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz cruda y pálida
brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna figura yaciente
amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina, sin encontrar más que el
cristal, el nÃquel y la brillante porcelana de un laboratorio. La invernada respondÃa a la
invernada. Las batas de los trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos
embutidas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada,
muerta, fantasmal. Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba arrancar
cierta calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada
procesión de trazos luminosos que seguÃan la larga perspectiva de las mesas de trabajo.
-Y ésta -dijo el director, abriendo la puerta- es la Sala de Fecundación.
Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban entregados a su
trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró en la sala, sumidos
en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraÃdo canturreo o silboteo solitario
de quien se halla concentrado y abstraÃdo en su labor. Un grupo de estudiantes recién
ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes, seguÃa con excitación, casi
abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos llevaba un bloc de
notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba, garrapateaba desesperadamente.
Directamente de labios de la ciencia personificada. Era un raro privilegio. El D.I.C. de
la central de Londres tenÃa siempre un gran interés en acompañar personalmente a los
nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos.
-Sólo para darles una idea general -les explicaba.
Porque, desde luego, alguna especie de idea general debÃan tener si habÃan de llevar a
cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habÃan de ser buenos y
felices miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los detalles, como todos sabemos,
conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente
males necesarios. No son los filósofos sino los que se dedican a la marqueterÃa y los
coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de la sociedad.
-Mañana -añadió, sonriéndoles con campechanÃa un tanto amenazadora- empezarán
ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempo para generalidades. Mientras
tanto...
Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia personificada
al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos.
Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentro por la sala. TenÃa el
mentón largo y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas cubiertos, cuando no
hablaba, por sus labios regordetes, de curvas florcadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta?
¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difÃcil decirlo. En todo caso la cuestión
no llegaba siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a
nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo.
FRIEDICH NIETZSCHE - AS� HABLO ZARATUSTA
Prólogo de Zaratustra
Cuando Zaratustra tenÃa treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó
a las montañas. Allà gozó de su espÃritu y de su soledad y durante diez años no se cansó
de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la
aurora, se colocó delante del sol y le habló asÃ:
«¡Tú gran astro! ¡Qué serÃa de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
.
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mÃ, mi águila y mi serpiente
te habrÃas hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te
bendecÃamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabidurÃa como la abeja que ha recogido
demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustarÃa regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse
con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones
el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a
quienes quiero bajar. ¡BendÃceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso
una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando
a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.
»
- Asà comenzó el ocaso de Zaratustra.
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Venga, paro ya, que me engorilo...
EL LOBO ESTEPARIO - HERMAN HESS
Sólo para locos
El dÃa habÃa transcurrido del modo como suelen transcurrir estos dÃas; lo habÃa
malbaratado, lo habÃa consumido suavemente con mi manera primitiva y extraña de
vivir; habÃa trabajado un buen rato, dando vueltas a los libros viejos; habÃa tenido
dolores durante dos horas, como suele tenerlos la gente de alguna edad; habÃa tomado
unos polvos y me habÃa alegrado de que los dolores se dejaran engañar; me habÃa dado
un baño caliente, absorbiendo el calorcillo agradable; habÃa recibido tres veces el correo
y hojeado las cartas, todas sin importancia, y los impresos, habÃa hecho mi gimnasia
respiratoria, dejando hoy por comodidad los ejercicios de meditación; habÃa salido de
paseo una hora y habÃa visto dibujadas en el cielo bellas y delicadas muestras de
preciosos cirros. Esto era muy bonito, igual que la lectura en los viejos libros y el estar
tendido en el baño caliente; pero, en suma, no habÃa sido precisamente un dÃa
encantador, no habÃa sido un dÃa radiante, de placer y Ventura, sino simplemente uno de
estos dÃas como tienen que ser, por lo visto, para mà desde hace mucho tiempo los
corrientes y normales; dÃas mesuradamente agradables, absolutamente llevaderos,
pasables y tibios, de un señor descontento y de cierta edad; dÃas sin dolores especiales,
sin preocupaciones especiales, sin verdadero desaliento y sin desesperanza; dÃas en los
cuales puede meditarse tranquila y objetivamente, sin agitaciones ni miedos, hasta la
cuestión de si no habrá llegado el instante de seguir el ejemplo del célebre autor de los
Estudios y sufrir un accidente al afeitarse.
ALDOUS HUXLEY - UN MUNDO FELIZ
CAPITULO I
Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada
principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de
Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad,
Estabilidad.
La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. FrÃa a pesar del
verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz cruda y pálida
brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna figura yaciente
amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina, sin encontrar más que el
cristal, el nÃquel y la brillante porcelana de un laboratorio. La invernada respondÃa a la
invernada. Las batas de los trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos
embutidas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada,
muerta, fantasmal. Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba arrancar
cierta calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada
procesión de trazos luminosos que seguÃan la larga perspectiva de las mesas de trabajo.
-Y ésta -dijo el director, abriendo la puerta- es la Sala de Fecundación.
Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban entregados a su
trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró en la sala, sumidos
en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraÃdo canturreo o silboteo solitario
de quien se halla concentrado y abstraÃdo en su labor. Un grupo de estudiantes recién
ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes, seguÃa con excitación, casi
abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos llevaba un bloc de
notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba, garrapateaba desesperadamente.
Directamente de labios de la ciencia personificada. Era un raro privilegio. El D.I.C. de
la central de Londres tenÃa siempre un gran interés en acompañar personalmente a los
nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos.
-Sólo para darles una idea general -les explicaba.
Porque, desde luego, alguna especie de idea general debÃan tener si habÃan de llevar a
cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habÃan de ser buenos y
felices miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los detalles, como todos sabemos,
conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente
males necesarios. No son los filósofos sino los que se dedican a la marqueterÃa y los
coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de la sociedad.
-Mañana -añadió, sonriéndoles con campechanÃa un tanto amenazadora- empezarán
ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempo para generalidades. Mientras
tanto...
Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia personificada
al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos.
Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentro por la sala. TenÃa el
mentón largo y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas cubiertos, cuando no
hablaba, por sus labios regordetes, de curvas florcadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta?
¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difÃcil decirlo. En todo caso la cuestión
no llegaba siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a
nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo.
FRIEDICH NIETZSCHE - AS� HABLO ZARATUSTA
Prólogo de Zaratustra
Cuando Zaratustra tenÃa treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó
a las montañas. Allà gozó de su espÃritu y de su soledad y durante diez años no se cansó
de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la
aurora, se colocó delante del sol y le habló asÃ:
«¡Tú gran astro! ¡Qué serÃa de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
.
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mÃ, mi águila y mi serpiente
te habrÃas hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te
bendecÃamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabidurÃa como la abeja que ha recogido
demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustarÃa regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse
con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones
el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a
quienes quiero bajar. ¡BendÃceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso
una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando
a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.
»
- Asà comenzó el ocaso de Zaratustra.
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Venga, paro ya, que me engorilo...
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- Mensajes: 18057
- Registrado: Mié Abr 14, 2004 7:36 pm
- Ubicación: ¿La deportista?
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Ojeé mis libros preferidos, y son todos de grandes finales, más que de buenos comienzos.
Os dejo un primer párrafo de uno de mis predilectos, disfruté muchísimo leyéndolo.
Harold Robbins- El Líder
"........La última vez que ví a mi padre yacía de espaldas, inmóvil en su ataud.
Tenía los ojos cerrados, una suavidad insólita en las duras facciones, el pelo tupido y cano peinado esmeradamente y sus pobladas cejas alisadas con cuidado.
Permanecí de pie en el silencio de la capilla de la funeraria y lo contemplé fijamente. Algo no andaba bien.
Más aún, totalmente mal.
Al poco rato comprendí de qué se trataba. Mi padre nunca durmió de espaldas.
Ni una sola vez en todos los años que le conocí.
Generalmente mi padre dormía tumbado de lado, con el tórax y el prominente vientre hundidos en el colchón, un brazo encima de los ojos para protegerse de la luz, y una expresión de inmensa concentración, reflejada en el rostro cuando soñaba.
Nada de eso podía apreciarse ahora.
Ni siquiera aquel odio a la mañana por arrancarlo de su mundo íntimo. Luego bajaron la tapa del ataud y ya nunca le volví a ver............."
Os dejo un primer párrafo de uno de mis predilectos, disfruté muchísimo leyéndolo.
Harold Robbins- El Líder
"........La última vez que ví a mi padre yacía de espaldas, inmóvil en su ataud.
Tenía los ojos cerrados, una suavidad insólita en las duras facciones, el pelo tupido y cano peinado esmeradamente y sus pobladas cejas alisadas con cuidado.
Permanecí de pie en el silencio de la capilla de la funeraria y lo contemplé fijamente. Algo no andaba bien.
Más aún, totalmente mal.
Al poco rato comprendí de qué se trataba. Mi padre nunca durmió de espaldas.
Ni una sola vez en todos los años que le conocí.
Generalmente mi padre dormía tumbado de lado, con el tórax y el prominente vientre hundidos en el colchón, un brazo encima de los ojos para protegerse de la luz, y una expresión de inmensa concentración, reflejada en el rostro cuando soñaba.
Nada de eso podía apreciarse ahora.
Ni siquiera aquel odio a la mañana por arrancarlo de su mundo íntimo. Luego bajaron la tapa del ataud y ya nunca le volví a ver............."
No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-Hobbit, y eso significa comodidad. TenÃa una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio.RozÃo escribió:En un agujero en el suelo, vivÃa un Hobbit.
La mujer habitada - Gioconda Belli
CapÃtulo 1
AL AMANECER EMERGÃ�. Extraño es todo lo que ha acontecido desde aquel dÃa en el agua, la última vez que vi a Yarince. Los ancianos decÃan en la ceremonia que viajarÃa hacia el Tlalocan, los jardines tibios de oriente ?paÃs del verdor y de las flores acariciadas por la lluvia tenue? pero me encontré sola por siglos en una morada de tierra y raÃces, observadora asombrada de mi cuerpo deshaciéndose en humus y vegetación. Tanto tiempo sosteniendo recuerdos, viviendo de la memoria de maracas, estruendos de caballos, los motines, las lanzas, la angustia de la pérdida. Yarince y las nervaduras fuertes de su espalda. HacÃa dÃas que oÃa los pequeños pasos de la lluvia, las grandes corrientes subterráneas acercándose a mi morada centenaria, abriendo túneles, atrayéndome a través de la porosidad húmeda del suelo. SentÃa que estaba cercano el mundo, lo veÃa acercarse en el diferente color de la tierra.
Vi las raÃces, las manos extendidas, llamándome. Y la fuerza del mandato me atrajo irremisiblemente. Penetré en el árbol, en su sistema sanguÃneo, lo recorrà como una larga caricia de savia y vida, un abrir de pétalos, un estremecimiento de hojas. Sentà su tacto rugoso, la delicada arquitectura de sus ramas y me extendà en los pasadizos vegetales de esta nueva piel, desperezándome después de tanto tiempo, soltando mi cabellera, asomándome al cielo azul de nubes blancas para oÃr los pájaros que cantan como antes.
Vale, cabrones, ahora apetece leer todo eso.
Joder, cómo me gusta este libro:
La Conjura de los Necios - John Kennedy Toole
Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era como un globo carnoso. Las orejeras verdes, llenas de unas grandes orejas y pelo sin cortar y de las finas cerdas que brotaban de las mismas orejas, sobresalían a ambos lados como señales de giro que indicasen dos direcciones a la vez. Los labios, gordos y bembones, brotaban protuberantes bajo el tupido bigote negro y se hundían en sus comisuras, en plieguecitos llenos de reproche y de restos de patatas fritas. En la sombra, bajo la visera verde de la gorra, los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás personas que esperaban bajo el reloj junto a los grandes almacenes D. H. Holmes, estudiando a la multitud en busca de signos de mal gusto en el vestir. Ignatius percibió que algunos atuendos eran lo bastante nuevos y lo bastante caros como para ser considerados sin duda ofensas al buen gusto y la decencia. La posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología y de geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto.
Ignatius vestía, por su parte, de un modo cómodo y razonable. La gorra de cazador le protegía contra los enfriamientos de cabeza. Los voluminosos pantalones de tweed eran muy duraderos y permitían una locomoción inusitadamente libre. Sus pliegues y rincones contenían pequeñas bolsas de aire rancio y cálido que a él le complacían muchísimo. La sencilla camisa de franela hacía innecesaria la chaqueta, mientras que la bufanda protegía la piel que quedaba expuesta al aire entre las orejeras y el cuello. Era un atuendo aceptable, según todas las normas teológicas y geométricas, aunque resultase algo abstruso, y sugería una rica vida interior.
Joder, cómo me gusta este libro:
La Conjura de los Necios - John Kennedy Toole
Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era como un globo carnoso. Las orejeras verdes, llenas de unas grandes orejas y pelo sin cortar y de las finas cerdas que brotaban de las mismas orejas, sobresalían a ambos lados como señales de giro que indicasen dos direcciones a la vez. Los labios, gordos y bembones, brotaban protuberantes bajo el tupido bigote negro y se hundían en sus comisuras, en plieguecitos llenos de reproche y de restos de patatas fritas. En la sombra, bajo la visera verde de la gorra, los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás personas que esperaban bajo el reloj junto a los grandes almacenes D. H. Holmes, estudiando a la multitud en busca de signos de mal gusto en el vestir. Ignatius percibió que algunos atuendos eran lo bastante nuevos y lo bastante caros como para ser considerados sin duda ofensas al buen gusto y la decencia. La posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología y de geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto.
Ignatius vestía, por su parte, de un modo cómodo y razonable. La gorra de cazador le protegía contra los enfriamientos de cabeza. Los voluminosos pantalones de tweed eran muy duraderos y permitían una locomoción inusitadamente libre. Sus pliegues y rincones contenían pequeñas bolsas de aire rancio y cálido que a él le complacían muchísimo. La sencilla camisa de franela hacía innecesaria la chaqueta, mientras que la bufanda protegía la piel que quedaba expuesta al aire entre las orejeras y el cuello. Era un atuendo aceptable, según todas las normas teológicas y geométricas, aunque resultase algo abstruso, y sugería una rica vida interior.
Once minutos- Paulo Coelho
Ërase una vez una prostituta llamada MarÃa
Como todas las prostitutas habÃa nacido virgen e inocente, y durante su adolescencia habÃa soñado con encontrar al hombre de su vida (rico, guapo, inteligente), casarse (vestida de novia), tener dos hijos (que serÃan famosos cuando creciesen) y vivir en una bonita casa (con vistas al mar).
Su padre era vendedor ambulante, su madre costurera, su ciudad en el interior del Brasil tenÃa un solo cine, una discoteca, una sucursal bancaria, por eso Maria no dejaba de esperar el dÃa enque su prÃncipe encantado llegarÃa sin avisar, arrebatarÃa sin avisar su corazón, y partirÃa con él a conquistar el mundo.
Ërase una vez una prostituta llamada MarÃa
Como todas las prostitutas habÃa nacido virgen e inocente, y durante su adolescencia habÃa soñado con encontrar al hombre de su vida (rico, guapo, inteligente), casarse (vestida de novia), tener dos hijos (que serÃan famosos cuando creciesen) y vivir en una bonita casa (con vistas al mar).
Su padre era vendedor ambulante, su madre costurera, su ciudad en el interior del Brasil tenÃa un solo cine, una discoteca, una sucursal bancaria, por eso Maria no dejaba de esperar el dÃa enque su prÃncipe encantado llegarÃa sin avisar, arrebatarÃa sin avisar su corazón, y partirÃa con él a conquistar el mundo.
Orgullo y prejuicio- Jane Austen
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.
Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales condiciones cuando entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las familias que lo rodean, que algunas le consideran de su legÃtima propiedad y otras de la de sus hijas.
?Mi querido señor Bennet ?le dijo un dÃa su esposa?, ¿sabÃas que, por fin, se ha alquilado Netherfield Park?
El señor Bennet respondió que no.
?Pues asà es ?insistió ella?; la señora Long ha estado aquà hace un momento y me lo ha contado todo.
El señor Bennet no hizo ademán de contestar.
?¿No quieres saber quién lo ha alquilado? ?se impacientó su esposa.
?Eres tú la que quieres contármelo, y yo no tengo inconveniente en oÃrlo.
Esta sugerencia le fue suficiente.
?Pues sabrás, querido, que la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven muy rico del norte de Inglaterra; que vino el lunes en un landó de cuatro caballos para ver el lugar; y que se quedó tan encantado con él que inmediatamente llegó a un acuerdo con el señor Morris; que antes de San Miguel vendrá a ocuparlo; y que algunos de sus criados estarán en la casa a finales de la semana que viene.
?¿Cómo se llama?
?Bingley.
?¿Está casado o soltero
El corazóin delator - Edgar Allan Poe
¡Es verdad! Soy nervioso, terriblemente nervioso. Siempre lo he sido y lo soy, pero, ¿podrÃa decirse que estoy loco? La enfermedad habÃa agudizado mis sentidos, no los habÃa destruido ni apagado. Sobre todo, tenÃa el sentido del oÃdo agudo. OÃa todo sobre el cielo y la tierra. OÃa muchas cosas del infierno. Entonces, ¿cómo voy a estar loco? Escuchen y observen con qué tranquilidad, con qué cordura puedo contarles toda la historia.
Me resulta imposible decir cómo surgió en mi cabeza esa idea por primera vez; pero, una vez concebida, me persiguió dÃa y noche. No perseguÃa ningún fin. No habÃa pasión. Yo querÃa mucho al viejo. Nunca me habÃa hecho nada malo. nunca me habÃa insultado. no deseaba su oro. Creo que fue su ojo. ¡SÃ, eso fue! TenÃa un ojo semejante al de un buitre. Era un ojo de un color azul pálido, con una fina pelÃcula delante. Cada vez que posaba ese ojo en mÃ, se me enfriaba la sangre; y asÃ, muy gradualmente, fui decidiendo quitarle la vida al viejo y quitarme asà de encima ese ojo para siempre.
Pues bien, asà fue. Usted creerá que estoy loco. Los locos no saben nada. Pero deberÃa haberme visto. DeberÃa usted haber visto con qué sabidurÃa procedÃ, con qué cuidado, con qué previsión, con qué disimulo me puse a trabajar. Nunca habÃa sido tan amable con el viejo como la semana antes de matarlo. Y cada noche, cerca de medianoche, yo hacÃa girar el picaporte de su puerta y la abrÃa, con mucho cuidado. Y después, cuando la habÃa abierto lo suficiente para pasar la cabeza, levantaba una linterna cerrada, completamente cerrada, de modo que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Cómo se habrÃa reÃdo usted si hubiera visto con qué astucia pasaba la cabeza! La movÃa muy despacio, muy lentamente, para no molestar el sueño del viejo. Me llevaba una hora meter toda la cabeza por esa abertura hasta donde podÃa verlo dormir sobre su cama. ¡Ja! ¿PodrÃa un loco actuar con tanta prudencia? Y luego, cuando mi cabeza estaba bien dentro de la habitación, abrÃa la linterna con cautela, con mucho cuidado (porque las bisagras hacÃan ruido), hasta que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Hice todo esto durante siete largas noches, cada noche cerca de las doce, pero siempre encontraba el ojo cerrado y era imposible hacer el trabajo, ya que no era el viejo quien me irritaba, sino su ojo. Y cada mañana, cuando amanecÃa, iba sin miedo a su habitación y le hablaba resueltamente, llamándole por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo habÃa pasado la noche. Por tanto verá usted que tendrÃa que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que cada noche, a las doce, yo iba a mirarlo mientras dormÃa
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.
Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales condiciones cuando entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las familias que lo rodean, que algunas le consideran de su legÃtima propiedad y otras de la de sus hijas.
?Mi querido señor Bennet ?le dijo un dÃa su esposa?, ¿sabÃas que, por fin, se ha alquilado Netherfield Park?
El señor Bennet respondió que no.
?Pues asà es ?insistió ella?; la señora Long ha estado aquà hace un momento y me lo ha contado todo.
El señor Bennet no hizo ademán de contestar.
?¿No quieres saber quién lo ha alquilado? ?se impacientó su esposa.
?Eres tú la que quieres contármelo, y yo no tengo inconveniente en oÃrlo.
Esta sugerencia le fue suficiente.
?Pues sabrás, querido, que la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven muy rico del norte de Inglaterra; que vino el lunes en un landó de cuatro caballos para ver el lugar; y que se quedó tan encantado con él que inmediatamente llegó a un acuerdo con el señor Morris; que antes de San Miguel vendrá a ocuparlo; y que algunos de sus criados estarán en la casa a finales de la semana que viene.
?¿Cómo se llama?
?Bingley.
?¿Está casado o soltero
El corazóin delator - Edgar Allan Poe
¡Es verdad! Soy nervioso, terriblemente nervioso. Siempre lo he sido y lo soy, pero, ¿podrÃa decirse que estoy loco? La enfermedad habÃa agudizado mis sentidos, no los habÃa destruido ni apagado. Sobre todo, tenÃa el sentido del oÃdo agudo. OÃa todo sobre el cielo y la tierra. OÃa muchas cosas del infierno. Entonces, ¿cómo voy a estar loco? Escuchen y observen con qué tranquilidad, con qué cordura puedo contarles toda la historia.
Me resulta imposible decir cómo surgió en mi cabeza esa idea por primera vez; pero, una vez concebida, me persiguió dÃa y noche. No perseguÃa ningún fin. No habÃa pasión. Yo querÃa mucho al viejo. Nunca me habÃa hecho nada malo. nunca me habÃa insultado. no deseaba su oro. Creo que fue su ojo. ¡SÃ, eso fue! TenÃa un ojo semejante al de un buitre. Era un ojo de un color azul pálido, con una fina pelÃcula delante. Cada vez que posaba ese ojo en mÃ, se me enfriaba la sangre; y asÃ, muy gradualmente, fui decidiendo quitarle la vida al viejo y quitarme asà de encima ese ojo para siempre.
Pues bien, asà fue. Usted creerá que estoy loco. Los locos no saben nada. Pero deberÃa haberme visto. DeberÃa usted haber visto con qué sabidurÃa procedÃ, con qué cuidado, con qué previsión, con qué disimulo me puse a trabajar. Nunca habÃa sido tan amable con el viejo como la semana antes de matarlo. Y cada noche, cerca de medianoche, yo hacÃa girar el picaporte de su puerta y la abrÃa, con mucho cuidado. Y después, cuando la habÃa abierto lo suficiente para pasar la cabeza, levantaba una linterna cerrada, completamente cerrada, de modo que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Cómo se habrÃa reÃdo usted si hubiera visto con qué astucia pasaba la cabeza! La movÃa muy despacio, muy lentamente, para no molestar el sueño del viejo. Me llevaba una hora meter toda la cabeza por esa abertura hasta donde podÃa verlo dormir sobre su cama. ¡Ja! ¿PodrÃa un loco actuar con tanta prudencia? Y luego, cuando mi cabeza estaba bien dentro de la habitación, abrÃa la linterna con cautela, con mucho cuidado (porque las bisagras hacÃan ruido), hasta que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Hice todo esto durante siete largas noches, cada noche cerca de las doce, pero siempre encontraba el ojo cerrado y era imposible hacer el trabajo, ya que no era el viejo quien me irritaba, sino su ojo. Y cada mañana, cuando amanecÃa, iba sin miedo a su habitación y le hablaba resueltamente, llamándole por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo habÃa pasado la noche. Por tanto verá usted que tendrÃa que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que cada noche, a las doce, yo iba a mirarlo mientras dormÃa
No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazon con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, si no que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con él.
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LA ISLA DEL TESORO
Capítulo 1: Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»
El caballero Trelawney, el doctor Livesey y lo demás gentileshombres me han pedido que relate los pormenores de lo que aconteció en la Isla del Tesoro, y sin omitir nada excepto la posición de la isla, y ello por la sencilla razón de que parte del tesoro sigue enterrado allí; cojo tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería «Almirante Benbow», y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo para nuestro techo.
Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que cruzaba su mejilla era como un costurón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella antigua canción marinera que después tan a menudo le escucharía:
«Quince hombres en el cofre del muerto...
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»
con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del cabrestante. Golpeó en la puerta con un palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba, y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los catadores, chascando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.
Capítulo 1: Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»
El caballero Trelawney, el doctor Livesey y lo demás gentileshombres me han pedido que relate los pormenores de lo que aconteció en la Isla del Tesoro, y sin omitir nada excepto la posición de la isla, y ello por la sencilla razón de que parte del tesoro sigue enterrado allí; cojo tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería «Almirante Benbow», y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo para nuestro techo.
Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que cruzaba su mejilla era como un costurón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella antigua canción marinera que después tan a menudo le escucharía:
«Quince hombres en el cofre del muerto...
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»
con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del cabrestante. Golpeó en la puerta con un palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba, y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los catadores, chascando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.
Jo, qué buenos recuerdos me trae este libro...mtoykitando escribió:LA ISLA DEL TESORO
Capítulo 1: Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»
El caballero Trelawney, el doctor Livesey y lo demás gentileshombres me han pedido que relate los pormenores de lo que aconteció en la Isla del Tesoro...
Apostando por Stevenson, no leí El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde aún, por muy recomendado que lo tenga. Pronto.
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*kris* escribió:Once minutos- Paulo Coelho
Ërase una vez una prostituta llamada María
Como todas las prostitutas había nacido virgen e inocente, y durante su adolescencia había soñado con encontrar al hombre de su vida (rico, guapo, inteligente), casarse (vestida de novia), tener dos hijos (que serían famosos cuando creciesen) y vivir en una bonita casa (con vistas al mar).
Su padre era vendedor ambulante, su madre costurera, su ciudad en el interior del Brasil tenía un solo cine, una discoteca, una sucursal bancaria, por eso Maria no dejaba de esperar el día enque su príncipe encantado llegaría sin avisar, arrebataría sin avisar su corazón, y partiría con él a conquistar el mundo.
ganas me han dado de leerlo. la única obra que he leido de este autor es "Verónika decida morir", y es de los libros que más me han gustado. lo devoré en menos de tres días
salud
Un texto que cambio la historia de la humanidad como pocos.
"Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes."
y el final casi nada...
"Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar.
¡Proletarios de Todos los Países, Unidos!"
"Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes."
y el final casi nada...
"Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar.
¡Proletarios de Todos los Países, Unidos!"
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Cien años de soledad, de GarcÃa Márquez.
Cien años de soledad, de GarcÃa Márquez.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano BuendÃa habÃa de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un rÃo de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecÃan de nombre, y para mencionarlas habÃa que señalarÃas con el dedo. "
Tremendo!

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano BuendÃa habÃa de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un rÃo de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecÃan de nombre, y para mencionarlas habÃa que señalarÃas con el dedo. "
Tremendo!


"La metamorfosis" de Franz Kafka
Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veÃa un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podÃa mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo.
Sus muchas patas, ridÃculamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecÃa tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas.
jejeje "La Metamorfosis" tremendo, también!
Sus muchas patas, ridÃculamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecÃa tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas.
jejeje "La Metamorfosis" tremendo, también!

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