Los zombies vuelven a pasearse a sus anchas por la pantalla grande con una nutrida batería de títulos que prometen sembrar el horror en los cines con una ensalada de muertos vivientes convenientemente aliñada con los últimos avances en efectos especiales. House of the 1000 Corpses, cinta firmada por el mismísimo Rob Zombie, House of the Dead, adaptación visceral del conocido videojuego, y Bubba Ho-Tep, lo último de Don Coscarelli, creador de la saga Phantasma, son sólo una avanzadilla de lo que nos espera, tras la brecha abierta por el éxito de Resident Evil. Incluso la productora de Santiago Segura, Amiguetes Entertainment, trae Una de zombies, una pasada de rosca dirigida por el debutante Miguel Ángel Lamata, curtido en el campo del cortometraje.
El subgénero de los muertos vivientes está, curiosamente, más vivo que nunca. Por ello, se antoja indispensable elaborar un cumplido repaso a una corriente que ha dado algunas de las mejores películas de miedo de todos los tiempos, dada su capacidad para poner en escena metáforas sobre la condición humana con excelente resultado. Sin duda, la primera propuesta que nos viene a la cabeza es un clásico de la historia del cine, La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 68), un filme con escasos medios que revolucionó las constantes del celuloide terrorífico gracias a su renovador planteamiento, estético y expresivo.
Miedo en la platea
Además de agitar el agónico panorama del cine de terror, La noche de los muertos vivientes, opera prima de George A. Romero, sembró el miedo en la platea presentando una nueva amenaza a nuestra conciencia: los no muertos apocalípticos, alejados de ritos vudús, temiblemente cercanos. Romero aportó un remodelado mito al género, mientras esculpía una exquisita parábola social que sigue vigente hoy en día. La influencia del conflicto simbólico propuesto en su película -cabe recordar que vio la luz en 1968- se hace notar en 28 días después, donde el paralelismo entre los muertos vivientes y la sociedad descrita plantea un interesante ejercicio de agudeza visual.
Escarbando en los antecedentes de La noche..., es inevitable caer en otro título de cabecera del género fantástico, The last Man on Earth (Ubaldo Ragona/Sidney Salkow, 1964), con la soberbia interpretación de Vincent Price. Basada en el libro Soy leyenda, de Richard Matheson, la historia de este filme, que volvería a ser rodada por Boris Sagal en el 71 bajo el título El último hombre... vivo, con Charlton Heston a la cabeza de reparto, narra el acoso que sufre el único superviviente sobre la Tierra que no ha sido contagiado por una implacable plaga que convierte a sus víctimas en unos chupasangres andrajosos que asedian el refugio del protagonista al anochecer.
La legión de los hombres sin alma (Victor Halperin, 32) fue la película que, bebiendo de las fuentes de la Universal, inauguró la tradición del despertar de los muertos en el cine, con la aparición estelar del gran Bela Lugosi como malvado de la función. Procedente de Haití, la palabra zombie designa a aquellos seres inertes reanimados mediante vudú, culto secreto de origen africano que se practica, generalmente, con la insana intención de controlar la mente de tu adversario. Películas como la poética Yo anduve con un zombie (Jacques Tourneur, 43) cumplen con esta premisa.
Son varios los largometrajes de los años 50 que muestran cadáveres resucitados. Algunos cuerpos inertes son poseídos por mentes extraterrestres en Invisible Invaders (Edward L. Cahn, 1959), o el mayor bodrio de la historia del cine, la archiconocida Plan 9 from Outer Space (Ed Wood, 59), una chaladura de serie ultra-Z encumbrada por Tim Burton, sólo superada en infamia por The Astro Zombies (Ted V. Mikels, 68), otra impresentable cult-movie cuya trama deleita al personal: un grupúsculo de humanos mecanizados, ataviados con máscaras de esqueleto, creados por un decadente John Carradine en el papel de imposible mad doctor.
