Mis imprescindibles
MEMORIA DEL CAMBIO
La choza que nos dibujaste aquella tarde,
con su hombre primitivo y todo,
la excavé yo treinta años más tarde.
No creo que nadie soñara entonces con corbatas
o morir joven sobre la primera moto que nos prometían
si llegábamos a bachillerato.
Estábamos pendientes del verano
y el humo del primer amor
y su sabor a tabaco.
Oíamos las proezas de los otros,
ávidos de que fueran ciertas,
y mientras llegaba nuestra hora
nos entrenábamos
con la única literatura que apreciábamos,
revistas pornográficas
con accesorios comentarios de texto
que ninguno nos tomábamos la molestia de leer.
Moría Franco
y nosotros, afortunadamente, no teníamos ni puta idea de política,
no tuvimos que correr delante de los grises
para justificar después
habernos convertido en pequeños fascistas,
porque, al fin y al cabo,
sólo de pequeño fascista se puede seguir soñando
con pagar los plazos de una segunda vivienda.
Nuestras traiciones, también afortunadamente,
no tendrían como escenario ninguna idea por la que vivir,
sino algún cuerpo en el que morir
de gusto,
o abrazados, bailando
je t?aime, moi non plus...
y ellas, que no sabían francés, ofrecían sus bocas
mientras nos mentíamos que aquello era para siempre,
para el fin de semana,
porque el lunes era una fórmula matemática,
y el martes una carrera alrededor del instituto,
y el miércoles una interminable clase de religión,
y el jueves era la monotonía de la química
que precede a las noches brillantes
donde volvíamos a amarnos
ajenos a estados de excepción,
golpes de estado en Suresnes
y al paraíso que los altavoces instalados en los Dyanes
decían que estaban forjando para nosotros.
Nuestra realidad, afortunadamente era otra,
un estado perfecto y fugitivo,
un mundo fantástico que resultó,
a medida que fue desvelando sus misterios,
irreparable.
Como la choza aquella que,
en nuestro primer año de escuela,
nos dibujaste,
la misma que treinta años después excavé
para constatar que también tu dibujo
era mentira.
Antonio Orihuela
La choza que nos dibujaste aquella tarde,
con su hombre primitivo y todo,
la excavé yo treinta años más tarde.
No creo que nadie soñara entonces con corbatas
o morir joven sobre la primera moto que nos prometían
si llegábamos a bachillerato.
Estábamos pendientes del verano
y el humo del primer amor
y su sabor a tabaco.
Oíamos las proezas de los otros,
ávidos de que fueran ciertas,
y mientras llegaba nuestra hora
nos entrenábamos
con la única literatura que apreciábamos,
revistas pornográficas
con accesorios comentarios de texto
que ninguno nos tomábamos la molestia de leer.
Moría Franco
y nosotros, afortunadamente, no teníamos ni puta idea de política,
no tuvimos que correr delante de los grises
para justificar después
habernos convertido en pequeños fascistas,
porque, al fin y al cabo,
sólo de pequeño fascista se puede seguir soñando
con pagar los plazos de una segunda vivienda.
Nuestras traiciones, también afortunadamente,
no tendrían como escenario ninguna idea por la que vivir,
sino algún cuerpo en el que morir
de gusto,
o abrazados, bailando
je t?aime, moi non plus...
y ellas, que no sabían francés, ofrecían sus bocas
mientras nos mentíamos que aquello era para siempre,
para el fin de semana,
porque el lunes era una fórmula matemática,
y el martes una carrera alrededor del instituto,
y el miércoles una interminable clase de religión,
y el jueves era la monotonía de la química
que precede a las noches brillantes
donde volvíamos a amarnos
ajenos a estados de excepción,
golpes de estado en Suresnes
y al paraíso que los altavoces instalados en los Dyanes
decían que estaban forjando para nosotros.
Nuestra realidad, afortunadamente era otra,
un estado perfecto y fugitivo,
un mundo fantástico que resultó,
a medida que fue desvelando sus misterios,
irreparable.
Como la choza aquella que,
en nuestro primer año de escuela,
nos dibujaste,
la misma que treinta años después excavé
para constatar que también tu dibujo
era mentira.
Antonio Orihuela
Figuración de ti
"Te amo. Pero ya no sé
lo que es eso, un amor"
Heiner Müller
La eternidad dura unos tres años, de los diecisiete a los veinte
aproximadamente.
Tiene el espesor agrio de una lámina de vino tinto.
Tiene la consistencia de tus muslos de estío bajo la falda tenue y
larguísima que nunca te levantaré.
La eternidad. Un lugar sin sabiduría y anterior nostalgia de ella.
Hay luz filtrada por ramas de un verde restallante en el Parque
del Buen Retiro, luz adolescente que se quiebra inverosímilmente
sobre tu blusa.
Casi me da pudor decir que sólo te acaricio los pechos una vez.
Frescas ensoñaciones interminables en el jardín de la torpeza.
Las puertas sí que son algo irreversible: duros núcleos expectantes
aristas insomnes, una condensación exagerada de tragedia.
Pero la memoria ha desaprendido el llanto de manera radical.
Me besas tú por primera vez, en un teatro donde no hay otra cosa
-espectadores incluidos, desde luego- que terciopelo rojo.
Para besar tienes que sumergirte. (Yo no lo comprendo.)
Una banda negra alrededor de tu cuello. En esa tibia frontera sí
que podría abrevar el crepúsculo. En lugar de eso se te echa en
el regazo y, como si nunca hubiera hecho otra cosa, no para un
instante de ronronear.
Creo que puedo enseñarte algo y me engaño. Crees que puedes
enseñarme algo y te engañas.
Celos atroces, obscenos, inconfesables, de los chicos del laboratorio
de fotografía.
Para lograr conciliar el sueño tengo que masturbamte (de fijo más de
mil veces) pensando en ti.
La eternidad se adensa en la sala del Cinestudio Griffith de San Pol de Mar.
La eternidad no acaba de tomarme en serio.
Hace bien en no hacerlo.
Jorge Riechman
"Te amo. Pero ya no sé
lo que es eso, un amor"
Heiner Müller
La eternidad dura unos tres años, de los diecisiete a los veinte
aproximadamente.
Tiene el espesor agrio de una lámina de vino tinto.
Tiene la consistencia de tus muslos de estío bajo la falda tenue y
larguísima que nunca te levantaré.
La eternidad. Un lugar sin sabiduría y anterior nostalgia de ella.
Hay luz filtrada por ramas de un verde restallante en el Parque
del Buen Retiro, luz adolescente que se quiebra inverosímilmente
sobre tu blusa.
Casi me da pudor decir que sólo te acaricio los pechos una vez.
Frescas ensoñaciones interminables en el jardín de la torpeza.
Las puertas sí que son algo irreversible: duros núcleos expectantes
aristas insomnes, una condensación exagerada de tragedia.
Pero la memoria ha desaprendido el llanto de manera radical.
Me besas tú por primera vez, en un teatro donde no hay otra cosa
-espectadores incluidos, desde luego- que terciopelo rojo.
Para besar tienes que sumergirte. (Yo no lo comprendo.)
Una banda negra alrededor de tu cuello. En esa tibia frontera sí
que podría abrevar el crepúsculo. En lugar de eso se te echa en
el regazo y, como si nunca hubiera hecho otra cosa, no para un
instante de ronronear.
Creo que puedo enseñarte algo y me engaño. Crees que puedes
enseñarme algo y te engañas.
Celos atroces, obscenos, inconfesables, de los chicos del laboratorio
de fotografía.
Para lograr conciliar el sueño tengo que masturbamte (de fijo más de
mil veces) pensando en ti.
La eternidad se adensa en la sala del Cinestudio Griffith de San Pol de Mar.
La eternidad no acaba de tomarme en serio.
Hace bien en no hacerlo.
Jorge Riechman
"En algún lugar al que nunca he viajado, felizmente más allá
de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más frágil hay cosas que me rodean
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.
Tu mirada más fugaz me abrirá facilmente
aunque me haya cerrado como un puño,
pétalo por pétalo me abres como la Primavera abre
(tocando hábil, misteriosamente) su primera rosa.
O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy bella, súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosa por doquier.
Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.
(no sé qué es lo que en ti cierra
y abre, sólo algo en mi entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.
E. E. Cummings
de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más frágil hay cosas que me rodean
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.
Tu mirada más fugaz me abrirá facilmente
aunque me haya cerrado como un puño,
pétalo por pétalo me abres como la Primavera abre
(tocando hábil, misteriosamente) su primera rosa.
O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy bella, súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosa por doquier.
Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.
(no sé qué es lo que en ti cierra
y abre, sólo algo en mi entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.
E. E. Cummings
Presente
Me desboco
En las arterias de tu música,
En sus ojos de neón.
Abrazo claros de luna.
Hago equilibrios
En las aristas de la madrugada,
Destruyo los límites,
Altero el orden de los días y las noches.
Para curarme
De la ceguera de tu boca,
Vierto licores envenenados
Que adhieran tus paredes
A las mías.
Enhebro en tu lengua
El hilo de mis deseos.
Me anudo en tus labios.
Danzo en tus vértices
Agotando las horas.
Goya Gutiérrez
La muerte, el amor, la vida
" Creí que me rompería lo inmenso lo profundo
Con mi pena desnuda sin contacto sin eco
Me tendí en mi prisión de puertas vírgenes
Como un muerto sensato que había sabido morir
Un muerto coronado sólo de su nada
Me tendí sobre las olas absurdas del verano
Absorbido por amor a la ceniza
La soledad me pareció más viva que la sangre
Quería desunir la vida
Quería compartir la muerte con la muerte
Entregar mi corazón vacío a la vida
Borrarlo todo que no hubiera ni vidrio ni vaho
Nada delante nada detrás nada entero
Había eliminado el hielo de las manos juntas
Había eliminado la osamenta invernal
Del voto de vivir que se anula.
Tú viniste y se reanimó el fuego
Cedió la sombra el frío aquí abajo se llenó de estrellas
Y se cubrió la tierra
De tu carne clara y me sentí ligero
Viniste la soledad fue vencida
Tuve una guía sobre la tierra y supe
Dirigirme me sabía sin medida
Adelantaba ganaba tierra y espacio
Iba hacia iba sin fin hacia la luz
La vida tenía un cuerpo la esperanza tendía sus velas
Provisora de miradas confiadas para el alba
De la noche surgía una cascada se sueños
Los rayos de tus brazos entreabrían la niebla
El primer rocío humedecía tu boca
Deslumbrando reposo remplazaba el cansancio
Yo amaba el amor como en mis primeros días.
Los campos están labrados las fábricas resplandecen
Y el trigo hace su nido en una enorme marea
Las mieses la vendimia tienen muchos testigos
Nada es singular ni simple
El mar está en los ojos del cielo o de la noche
El bosque da a los árboles seguridad
Y los muros de las casas tienen una piel común
Los caminos siempre se encuentran
Los hombres están hechos para entenderse
Para comprenderse para amarse
Tienen hijos que serán padres de los hombres
Tienen hijos sin fuego ni lugar
Que inventarán de nuevo a los hombres
Y la naturaleza y su patria
La de todos los hombres
La de todos los tiempos. "
Paul Éluard
" Creí que me rompería lo inmenso lo profundo
Con mi pena desnuda sin contacto sin eco
Me tendí en mi prisión de puertas vírgenes
Como un muerto sensato que había sabido morir
Un muerto coronado sólo de su nada
Me tendí sobre las olas absurdas del verano
Absorbido por amor a la ceniza
La soledad me pareció más viva que la sangre
Quería desunir la vida
Quería compartir la muerte con la muerte
Entregar mi corazón vacío a la vida
Borrarlo todo que no hubiera ni vidrio ni vaho
Nada delante nada detrás nada entero
Había eliminado el hielo de las manos juntas
Había eliminado la osamenta invernal
Del voto de vivir que se anula.
Tú viniste y se reanimó el fuego
Cedió la sombra el frío aquí abajo se llenó de estrellas
Y se cubrió la tierra
De tu carne clara y me sentí ligero
Viniste la soledad fue vencida
Tuve una guía sobre la tierra y supe
Dirigirme me sabía sin medida
Adelantaba ganaba tierra y espacio
Iba hacia iba sin fin hacia la luz
La vida tenía un cuerpo la esperanza tendía sus velas
Provisora de miradas confiadas para el alba
De la noche surgía una cascada se sueños
Los rayos de tus brazos entreabrían la niebla
El primer rocío humedecía tu boca
Deslumbrando reposo remplazaba el cansancio
Yo amaba el amor como en mis primeros días.
Los campos están labrados las fábricas resplandecen
Y el trigo hace su nido en una enorme marea
Las mieses la vendimia tienen muchos testigos
Nada es singular ni simple
El mar está en los ojos del cielo o de la noche
El bosque da a los árboles seguridad
Y los muros de las casas tienen una piel común
Los caminos siempre se encuentran
Los hombres están hechos para entenderse
Para comprenderse para amarse
Tienen hijos que serán padres de los hombres
Tienen hijos sin fuego ni lugar
Que inventarán de nuevo a los hombres
Y la naturaleza y su patria
La de todos los hombres
La de todos los tiempos. "
Paul Éluard
SERENATA PARA LA TIERRA DE UNO
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy.
Por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
María Elena Walsh
I. Voy a escribirte...
Voy a escribirte de un mundo sin memoria.
Los océanos engulleron las últimas palabras.
Sólo sobrevivió tu nombre en este caos
perdido entre la última tarde y esta nada
tan particular donde me encuentro.
En esta soledad te busco herido de muerte y agotado,
y sólo me queda una pregunta, la de siempre:
¿dónde estás, en medio de qué fibras?
¿Dónde queman ya tus llamas, entre qué cadáveres y flores?
¿Hay algún claro en este bosque todavía?
Antonio J. Mialdea
Voy a escribirte de un mundo sin memoria.
Los océanos engulleron las últimas palabras.
Sólo sobrevivió tu nombre en este caos
perdido entre la última tarde y esta nada
tan particular donde me encuentro.
En esta soledad te busco herido de muerte y agotado,
y sólo me queda una pregunta, la de siempre:
¿dónde estás, en medio de qué fibras?
¿Dónde queman ya tus llamas, entre qué cadáveres y flores?
¿Hay algún claro en este bosque todavía?
Antonio J. Mialdea
II. Desnudo a pocos metros...
Desnudo a pocos metros de mi cuerpo espero,
mejor hubiera sido, seguro, despedirme
de ti pero te ansío. Tu palabra es esta misma ciudad
de infinitas verdades y mentiras
donde sé que para hallarte he de morir
entre cristalinas fuentes y arrayanes
en este desierto nupcial que acabará conmigo.
Antonio J. Mialdea
Desnudo a pocos metros de mi cuerpo espero,
mejor hubiera sido, seguro, despedirme
de ti pero te ansío. Tu palabra es esta misma ciudad
de infinitas verdades y mentiras
donde sé que para hallarte he de morir
entre cristalinas fuentes y arrayanes
en este desierto nupcial que acabará conmigo.
Antonio J. Mialdea
III. En este callar tan largo...
En este callar tan largo que sobrevuela mil vuelos
se quiebra el aire. Mis manos quieren ser agua
sobre tu piel y tus labios. Mis ojos quieren ser faros
de los secretos recónditos del tiempo.
Pero este maldito frío me desangra,
inmóvil, inerte, azul, sin tregua.
He preguntado por ti en todos los lugares,
pero nadie sabe decirme nada de tu fuego,
nadie?
Nadie?
Antonio J. Maildea
En este callar tan largo que sobrevuela mil vuelos
se quiebra el aire. Mis manos quieren ser agua
sobre tu piel y tus labios. Mis ojos quieren ser faros
de los secretos recónditos del tiempo.
Pero este maldito frío me desangra,
inmóvil, inerte, azul, sin tregua.
He preguntado por ti en todos los lugares,
pero nadie sabe decirme nada de tu fuego,
nadie?
Nadie?
Antonio J. Maildea
EL ERIZO
El erizo despierta al fin en su nido de hojas secas
y acuden a su memoria todas las palabras de su lengua
que, contando los verbos, son poco más o menos veintisiete.
...Luego piensa: el invierno ha terminado.
Soy un erizo. Dos águilas vuelan sobre mí;
Rana, caracol, araña, gusano, insecto.
¿En qué parte de la montaña os escondéis?
Ahí está el río, es mi territorio. Tengo hambre.
-Bernardo Atxaga-
El erizo despierta al fin en su nido de hojas secas
y acuden a su memoria todas las palabras de su lengua
que, contando los verbos, son poco más o menos veintisiete.
...Luego piensa: el invierno ha terminado.
Soy un erizo. Dos águilas vuelan sobre mí;
Rana, caracol, araña, gusano, insecto.
¿En qué parte de la montaña os escondéis?
Ahí está el río, es mi territorio. Tengo hambre.
-Bernardo Atxaga-
HORA DE LA CENIZA
Finaliza septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.
Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.
Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.
Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.
Siento deseos de reír
o de matarme.
Roque Dalton
Finaliza septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.
Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.
Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.
Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.
Siento deseos de reír
o de matarme.
Roque Dalton
Existe, en matemáticas,
una curva distinta a la que algunos,
los que nunca jamás dudan de nada,
llaman curva de Koch;
los perplejos, en cambio, siguen dándole
el nombre de copo de nieve.
Acostumbra esa curva a hacerse densa
multiplicando siempre su tamaño
por cuatro tercios y hacia el interior,
llegando al infinito
sin rebasar su área.
Fascinante.
También así te creces muy adentro:
habitándome lenta,
quedándote con todo, sin forzarlo,
este pequeño corazón hermético.
Andrés Neuman
una curva distinta a la que algunos,
los que nunca jamás dudan de nada,
llaman curva de Koch;
los perplejos, en cambio, siguen dándole
el nombre de copo de nieve.
Acostumbra esa curva a hacerse densa
multiplicando siempre su tamaño
por cuatro tercios y hacia el interior,
llegando al infinito
sin rebasar su área.
Fascinante.
También así te creces muy adentro:
habitándome lenta,
quedándote con todo, sin forzarlo,
este pequeño corazón hermético.
Andrés Neuman
Más de geografía
Te buscaré en los mapas,
lentamente palpando las líneas divisorias,
sorteando montañas y estaciones,
descifrando el azul del mar y de los ríos,
lentamente acechando
un nombre que te diga y me alimente,
un resquicio de luz hecha palabra,
ciudad, pueblo, accidente, tal vez tierra.
Volviendo del revés la geografía,
te buscaré, por entre los dibujos
y los signos pintados, lentamente,
sin tregua, sin remedio,
lentamente en los atlas,
sin fe, sin esperanza.
Josefa Parra
Te buscaré en los mapas,
lentamente palpando las líneas divisorias,
sorteando montañas y estaciones,
descifrando el azul del mar y de los ríos,
lentamente acechando
un nombre que te diga y me alimente,
un resquicio de luz hecha palabra,
ciudad, pueblo, accidente, tal vez tierra.
Volviendo del revés la geografía,
te buscaré, por entre los dibujos
y los signos pintados, lentamente,
sin tregua, sin remedio,
lentamente en los atlas,
sin fe, sin esperanza.
Josefa Parra
Estos poemas
Estos poemas los desencadenaste tú,
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran,
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.
Ángel González
Estos poemas los desencadenaste tú,
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran,
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.
Ángel González
Poema del loco amor.
No, nada llega tarde, porque todas las cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas;
sólo que, a diferencia de la espiga y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.
No, Amor no llega tarde. Tu corazón y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío.
Amor, a cualquier hora, cuando toca a una puerta,
la toca desde adentro, porque ya estaba abierta.
Y hay un amor valiente y hay un amor cobarde,
pero, de cualquier modo, ninguno llega tarde.
Amor, el niño loco de la loca sonrisa,
viene con pasos lentos igual que viene a prisa;
pero nadie está a salvo, nadie, si el niño loco
lanza al azar su flecha, por divertirse un poco.
Así ocurre que un niño travieso se divierte,
y un hombre, un hombre triste, queda herido
de muerte.
Y más, cuando la flecha se le encona en la herida,
porque lleva el veneno de una ilusión prohibida.
Y el hombre arde en su llama de pasión,
y arde, y arde
Y ni siquiera entonces el amor llega tarde.
No, yo no diré nunca qué noche de verano
me estremeció la fiebre de tu mano en mi mano.
No diré que esa noche que sólo a ti te digo,
se me encendió en la sangre lo que soñé contigo.
No, no diré esas cosas, y, todavía menos,
la delicia culpable de contemplar tus senos.
Y no diré tampoco lo que vi en tu mirada,
que era como la llave de una puerta cerrada.
Nada más. No era el tiempo de la espiga y la flor,
y ni siquiera entonces llegó tarde el amor.
José Angel Buesa.
No, nada llega tarde, porque todas las cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas;
sólo que, a diferencia de la espiga y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.
No, Amor no llega tarde. Tu corazón y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío.
Amor, a cualquier hora, cuando toca a una puerta,
la toca desde adentro, porque ya estaba abierta.
Y hay un amor valiente y hay un amor cobarde,
pero, de cualquier modo, ninguno llega tarde.
Amor, el niño loco de la loca sonrisa,
viene con pasos lentos igual que viene a prisa;
pero nadie está a salvo, nadie, si el niño loco
lanza al azar su flecha, por divertirse un poco.
Así ocurre que un niño travieso se divierte,
y un hombre, un hombre triste, queda herido
de muerte.
Y más, cuando la flecha se le encona en la herida,
porque lleva el veneno de una ilusión prohibida.
Y el hombre arde en su llama de pasión,
y arde, y arde
Y ni siquiera entonces el amor llega tarde.
No, yo no diré nunca qué noche de verano
me estremeció la fiebre de tu mano en mi mano.
No diré que esa noche que sólo a ti te digo,
se me encendió en la sangre lo que soñé contigo.
No, no diré esas cosas, y, todavía menos,
la delicia culpable de contemplar tus senos.
Y no diré tampoco lo que vi en tu mirada,
que era como la llave de una puerta cerrada.
Nada más. No era el tiempo de la espiga y la flor,
y ni siquiera entonces llegó tarde el amor.
José Angel Buesa.
Quiero que sepas
una cosa.
Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.
Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Pablo Neruda
una cosa.
Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.
Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Pablo Neruda
El amor difícil
Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina. Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.
Si pudiera encontrarte,
quizá, si te encontrase, yo sabría
explicarme contigo.
Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina,
nada saben de ti.
Y cuando el viento quiere destruirse
me busca por la puerta de tu casa.
Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.
Luis García Montero
Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina. Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.
Si pudiera encontrarte,
quizá, si te encontrase, yo sabría
explicarme contigo.
Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina,
nada saben de ti.
Y cuando el viento quiere destruirse
me busca por la puerta de tu casa.
Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.
Luis García Montero
LA CASA Y EL CORAZÓN
Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves:
abierta siempre a los hombres,
al sol y al aire.
Que entre la noche y el día
y la lluvia azul. La tarde.
El rojo pan de la aurora.
El campo: sus verdes mástiles.
Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales.
Ni la golondrina el vuelo.
Ni el amor sus labios. Nadie.
La casa y el corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.
MARCOS ANA
Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves:
abierta siempre a los hombres,
al sol y al aire.
Que entre la noche y el día
y la lluvia azul. La tarde.
El rojo pan de la aurora.
El campo: sus verdes mástiles.
Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales.
Ni la golondrina el vuelo.
Ni el amor sus labios. Nadie.
La casa y el corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.
MARCOS ANA
Refugio
Entonces,
ciega y sorda, me abrazo a la poesía.
La aprieto contra el pecho,
la muerdo, la trituro,
me prendo a sus dos manos,
hundo en ella mi grito,
me aniño en su regazo,
sollozo en sus rodillas,
y encuentro que me acoge
piadosa a su ternura,
se adhiere a mi tristeza,
me entrega
gota a gota, su sangre, me amamanta,
me acuna, me adormece,
y en sueños,
poesía madre, le elevo mi plegaria.
«Sé lecho a mi cansancio,
sé sombra en este páramo amargo
en que transito
volcando ya mis pasos.
Sé el camino que busco, transvásame
tu esencia, conviérteme a tu imagen,
haz de mí, la elevada
poesía de poesía».
Y caigo ya sin fuerzas
de nuevo entre los hombres
que aplastan mis cenizas,
en tanto me perdonan
la culpa
de ser mártir.
Matilde Alba Swann
Entonces,
ciega y sorda, me abrazo a la poesía.
La aprieto contra el pecho,
la muerdo, la trituro,
me prendo a sus dos manos,
hundo en ella mi grito,
me aniño en su regazo,
sollozo en sus rodillas,
y encuentro que me acoge
piadosa a su ternura,
se adhiere a mi tristeza,
me entrega
gota a gota, su sangre, me amamanta,
me acuna, me adormece,
y en sueños,
poesía madre, le elevo mi plegaria.
«Sé lecho a mi cansancio,
sé sombra en este páramo amargo
en que transito
volcando ya mis pasos.
Sé el camino que busco, transvásame
tu esencia, conviérteme a tu imagen,
haz de mí, la elevada
poesía de poesía».
Y caigo ya sin fuerzas
de nuevo entre los hombres
que aplastan mis cenizas,
en tanto me perdonan
la culpa
de ser mártir.
Matilde Alba Swann
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 4 invitados