Principios de libros
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Yo también me leí los dos y alguno mas del mismo escritor y bueno, me gustó mas once minutos, sorprende ese libro y el principio la verdad que incita a leerlo... se me olvidó decir, del trozo que puse yo, que es del libro "Corazón tan blanco" de Javier Marías.*kris* escribió:Trooper yo tambien me leí el de veronika y me gustó muchisimo .... el de once minutos me gustó más y se lee enseguida
A ver si pones algo de buko![]()
Re: "La metamorfosis" de Franz Kafka
GrandÃsimo. No sé si fue porque me pillo el dÃa tonto, pero cuando empece a leer La metamorfosis no podÃa parar de reirme. Me imaginaba al bicho-hombre moviendo sus patitas mientras seguÃa pensando en su estrasante vida.aianai escribió:Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veÃa un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podÃa mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo.
Sus muchas patas, ridÃculamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecÃa tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas.
jejeje "La Metamorfosis" tremendo, también!

El libro de los abrazos - Eduardo Galeano
El mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que habÌa contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasiÛn que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
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No sé si es que alguien me lo dijo, si lo leà o si yo mismo por casualidad lo pensé, pero me tragué el libro teniendo en la cabeza a toda hora que con Gregorio Samsa se representaba a sà mismo, es bastante evidente cuando lees su biografÃa, con su temor al padre, su inseguridad, etc...aianai escribió:Es él mismo! Franz Kafka!*kris* escribió:Me lo explicaron cuando estudiaba, algo del padre ...no me acuerdo
ilustrame
Bueno,
LA HISTORIA INTERMINABLE - MICHAEL ENDE
PRÓLOGO

Esta era la inscripción que habÃa en la puerta de cristal de una tiendecita, pero naturalmente sólo se veÃa asà cuando se miraba a la calle, a través del cristal, desde el interior en penumbra. Fuera hacÃa una mañana frÃa y gris de noviembre, y llovÃa a cántaros. Las gotas correteaban por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo único que podÃa verse por la puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle. La puerta se abrió de pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato.
El causante del alboroto era un muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u once años. Su pelo, castaño oscuro, le caÃa chorreando sobre la cara, tenÃa el abrigo empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera de colegial. Estaba un poco pálido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa de darse, se quedó en la puerta abierta como clavado en el suelo.
Ante él tenÃa una habitación larga y estrecha, que se perdÃa al fondo de la penumbra. En las paredes habÃa estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo y tamaño. En el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas habÃa montañas de libros más pequeños, encuadernados en cuero, cuyos cantos brillaban como el oro. Detrás de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitación, se veÃa el resplandor de una lámpara. De esa zona iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de tamaño y se desvanecÃa luego más arriba, en la oscuridad. Era como esas señales con que los indios se comunican noticias de colina en colina. Evidentemente, allà habÃa alguien y, en efecto, el muchacho oyó una voz bastante brusca que, desde detrás de la pared de libros, decÃa:
-Quédese pasmado dentro o fuera, pero cierre la puerta. Hay corriente.
Con su colorcito original y todo, ole!

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Los pilares de la Tierra - Ken Follet
PRÓLOGO
1123
Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento.
Todavía estaba oscuro cuando los tres o cuatro primeros se escurrieron con cautela de las covachas, sigilosos como gatos, con sus botas de fieltro. El pequeño pueblo aparecía cubierto por una ligera capa de nieve reciente, como si le hubiesen dado una nueva mano de pintura y sus huellas fueron las primeras en manchas su inmaculada superficie. Se encaminaron a través delas arracimadas chozas de madera y a lo largo de las calles de barro helado hasta la silenciosa plaza del mercado donde esperaba la horca.
...
Que pedazo de libro!
PRÓLOGO
1123
Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento.
Todavía estaba oscuro cuando los tres o cuatro primeros se escurrieron con cautela de las covachas, sigilosos como gatos, con sus botas de fieltro. El pequeño pueblo aparecía cubierto por una ligera capa de nieve reciente, como si le hubiesen dado una nueva mano de pintura y sus huellas fueron las primeras en manchas su inmaculada superficie. Se encaminaron a través delas arracimadas chozas de madera y a lo largo de las calles de barro helado hasta la silenciosa plaza del mercado donde esperaba la horca.
...
Que pedazo de libro!
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Entrevista con el vampiro- Anne Rice
Ya veo... ?dijo el vampiro, pensativo, y lentamente cruzó la habitación hacia la ventana. Durante largo rato, se quedó allà contra la luz mortecina de la calle Divisadero y los focos intermitentes del tránsito. El muchacho pudo ver entonces los muebles del cuarto con mayor claridad: la mesa redonda de roble, las sillas. Una palangana colgaba de una pared con un espejo. Puso su portafolio en la mesa y esperó.
?Pero, ¿cuánta cinta tienes aqu� ?Preguntó el vampiro y se dio la vuelta para que el muchacho pudiera verle el perfil?. ¿Suficiente para la historia de una vida?
?Desde luego, si es una buena vida. A veces entrevisto hasta tres o cuatro personas en una noche si tengo suerte. Pero tiene que ser una buena historia. Eso es justo, ¿no le parece?
?Sumamente justo ?contestó el vampiro?. Me gustarÃa contarte la historia de mi vida. Me gustarÃa mucho.
?Estupendo ?dijo el muchacho. Y rápidamente sacó el magnetófono de su portafolio y verificó las pilas y la cinta?. Realmente tengo muchas ganas de saber por qué cree usted en esto, por qué usted...
?No ?dijo abruptamente el vampiro?. No podemos empezar de esa manera. ¿Tienes ya el equipo dispuesto?
?SÃ ?dijo el muchacho.
?Entonces, siéntate. Voy a encender la luz.
?Yo pensaba que a los vampiros no les gustaba la luz ?dijo el muchacho?. Sà usted cree que la oscuridad ayuda al ambiente... ?Pero en ese momento dejó de hablar. El vampiro lo miraba dando la espalda a la ventana. El muchacho ahora no podÃa distinguir la cara e incluso habÃa algo en su figura que lo distraÃa. Empezó a decir algo, pero no dijo nada. Y luego echó un suspiro de alivio cuando el vampiro se acercó a la mesa y extendió la mano al cordón de la luz.
De inmediato la habitación se inundó de una dura luz amarilla. Y el muchacho, mirando al vampiro, no pudo reprimir una exclamación. Sus dedos bailotearon por la mesa para asirse al borde.
?¡Dios santo! ?susurró, y luego, contempló, estupefacto, al vampiro.
El vampiro era totalmente blanco y terso como si estuviera esculpido en hueso blanqueado; y su rostro parecÃa tan exánime como el de una estatua, salvo por los dos brillantes ojos verdes, que miraban al muchacho tan intensamente como llamaradas en una calavera. Pero, entonces, el vampiro sonrió, casi anhelante, y la sustancia blanca y tersa de su rostro se movió con las lÃneas infinitamente flexibles pero mÃnimas de los dibujos animados.
?¿Ves? ?preguntó en voz queda.
El muchacho tembló y levantó una mano como para defenderse de una luz demasiado poderosa. Sus ojos se movieron lentamente sobre el abrigo negro elegantemente cortado que sólo habÃa podido vislumbrar en el bar, los extensos pliegues de la capa, la corbata de seda negra anudada al cuello y el resplandor del cuello blanco, que era tan blanco como la piel del vampiro. Miró el abundante pelo negro del vampiro, las ondas que estaban peinadas hacia atrás encima de las orejas, los rizos que apenas tocaban los bordes del cuello blanco.
?Bien, ¿aún me quieres entrevistar? ?preguntó el vampiro.
El muchacho abrió la boca antes de poder contestar. Movió afirmativamente la cabeza.
?SÃ ?dijo por fin.
Ya veo... ?dijo el vampiro, pensativo, y lentamente cruzó la habitación hacia la ventana. Durante largo rato, se quedó allà contra la luz mortecina de la calle Divisadero y los focos intermitentes del tránsito. El muchacho pudo ver entonces los muebles del cuarto con mayor claridad: la mesa redonda de roble, las sillas. Una palangana colgaba de una pared con un espejo. Puso su portafolio en la mesa y esperó.
?Pero, ¿cuánta cinta tienes aqu� ?Preguntó el vampiro y se dio la vuelta para que el muchacho pudiera verle el perfil?. ¿Suficiente para la historia de una vida?
?Desde luego, si es una buena vida. A veces entrevisto hasta tres o cuatro personas en una noche si tengo suerte. Pero tiene que ser una buena historia. Eso es justo, ¿no le parece?
?Sumamente justo ?contestó el vampiro?. Me gustarÃa contarte la historia de mi vida. Me gustarÃa mucho.
?Estupendo ?dijo el muchacho. Y rápidamente sacó el magnetófono de su portafolio y verificó las pilas y la cinta?. Realmente tengo muchas ganas de saber por qué cree usted en esto, por qué usted...
?No ?dijo abruptamente el vampiro?. No podemos empezar de esa manera. ¿Tienes ya el equipo dispuesto?
?SÃ ?dijo el muchacho.
?Entonces, siéntate. Voy a encender la luz.
?Yo pensaba que a los vampiros no les gustaba la luz ?dijo el muchacho?. Sà usted cree que la oscuridad ayuda al ambiente... ?Pero en ese momento dejó de hablar. El vampiro lo miraba dando la espalda a la ventana. El muchacho ahora no podÃa distinguir la cara e incluso habÃa algo en su figura que lo distraÃa. Empezó a decir algo, pero no dijo nada. Y luego echó un suspiro de alivio cuando el vampiro se acercó a la mesa y extendió la mano al cordón de la luz.
De inmediato la habitación se inundó de una dura luz amarilla. Y el muchacho, mirando al vampiro, no pudo reprimir una exclamación. Sus dedos bailotearon por la mesa para asirse al borde.
?¡Dios santo! ?susurró, y luego, contempló, estupefacto, al vampiro.
El vampiro era totalmente blanco y terso como si estuviera esculpido en hueso blanqueado; y su rostro parecÃa tan exánime como el de una estatua, salvo por los dos brillantes ojos verdes, que miraban al muchacho tan intensamente como llamaradas en una calavera. Pero, entonces, el vampiro sonrió, casi anhelante, y la sustancia blanca y tersa de su rostro se movió con las lÃneas infinitamente flexibles pero mÃnimas de los dibujos animados.
?¿Ves? ?preguntó en voz queda.
El muchacho tembló y levantó una mano como para defenderse de una luz demasiado poderosa. Sus ojos se movieron lentamente sobre el abrigo negro elegantemente cortado que sólo habÃa podido vislumbrar en el bar, los extensos pliegues de la capa, la corbata de seda negra anudada al cuello y el resplandor del cuello blanco, que era tan blanco como la piel del vampiro. Miró el abundante pelo negro del vampiro, las ondas que estaban peinadas hacia atrás encima de las orejas, los rizos que apenas tocaban los bordes del cuello blanco.
?Bien, ¿aún me quieres entrevistar? ?preguntó el vampiro.
El muchacho abrió la boca antes de poder contestar. Movió afirmativamente la cabeza.
?SÃ ?dijo por fin.
Los Santos inocentes- Miguel delibes
A su hermana, la Régula, le contrariaba la actitud del AzarÃas, y le regañaba y él, entonces, regresaba a la Jara, donde el señorito, que a su hermana, la Régula, le contrariaba la actitud del AzarÃas porque ella aspiraba a que los muchachos se ilustrasen, cosa que a su hermano, se le antojaba un error, que,
Luego no te sirven ni para finos ni para bastos,pontificaba con su tono de voz brumoso, levemente nasal, y por contra, en la Jara, donde el señorito, nadie se preocupaba de si éste o el otro sabÃan leer o escribir, de si eran letrados o iletrados, o de si el AzrÃas vagaba de un lado a otro, los remendados pantalones de pana por las corvas, la bragueta sin botones, rutando y con los pies descalzos e, incluso, si, repentinamente, marchaba donde su hermana y el señorito preguntaba por él y le respondÃan, anda donde su hermana, señorito, el señorito tan terne, no se alteraba, si es caso levantaba imperceptiblemente un hombro, el izquierdo, pero no indagaba más, ni comentaba la nueva, y, cuando regresaba, tal cual, el AzarÃas ya está de vuelta, señorito,
y el señorito esbozaba una media sonrisa y en paz, que al señorito sólo le exasperaba que el AzarÃas afirmase que tenÃa un año más que el señorito, porque, en realidad, el AzarÃas ya era mozo cuando el señorito nació, pero el AzarÃas ni se recordaba de esto y si, en ocasiones, afirmaba que tenÃa un año más que el señorito era porque Dacio.......
A su hermana, la Régula, le contrariaba la actitud del AzarÃas, y le regañaba y él, entonces, regresaba a la Jara, donde el señorito, que a su hermana, la Régula, le contrariaba la actitud del AzarÃas porque ella aspiraba a que los muchachos se ilustrasen, cosa que a su hermano, se le antojaba un error, que,
Luego no te sirven ni para finos ni para bastos,pontificaba con su tono de voz brumoso, levemente nasal, y por contra, en la Jara, donde el señorito, nadie se preocupaba de si éste o el otro sabÃan leer o escribir, de si eran letrados o iletrados, o de si el AzrÃas vagaba de un lado a otro, los remendados pantalones de pana por las corvas, la bragueta sin botones, rutando y con los pies descalzos e, incluso, si, repentinamente, marchaba donde su hermana y el señorito preguntaba por él y le respondÃan, anda donde su hermana, señorito, el señorito tan terne, no se alteraba, si es caso levantaba imperceptiblemente un hombro, el izquierdo, pero no indagaba más, ni comentaba la nueva, y, cuando regresaba, tal cual, el AzarÃas ya está de vuelta, señorito,
y el señorito esbozaba una media sonrisa y en paz, que al señorito sólo le exasperaba que el AzarÃas afirmase que tenÃa un año más que el señorito, porque, en realidad, el AzarÃas ya era mozo cuando el señorito nació, pero el AzarÃas ni se recordaba de esto y si, en ocasiones, afirmaba que tenÃa un año más que el señorito era porque Dacio.......
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nostramorus escribió:Los pilares de la Tierra - Ken Follet
PRÓLOGO
1123
Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento.
Todavía estaba oscuro cuando los tres o cuatro primeros se escurrieron con cautela de las covachas, sigilosos como gatos, con sus botas de fieltro. El pequeño pueblo aparecía cubierto por una ligera capa de nieve reciente, como si le hubiesen dado una nueva mano de pintura y sus huellas fueron las primeras en manchas su inmaculada superficie. Se encaminaron a través delas arracimadas chozas de madera y a lo largo de las calles de barro helado hasta la silenciosa plaza del mercado donde esperaba la horca.
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Que pedazo de libro!
con este estoy yo liado desde hace un par de días. a ver si me gusta. he leido muy buenas opiniones sobre este titulo
Martes con mi viejo profesor - Mitch Albom
El plan de estudios
Mi viejo profesor impartiço la última asignatura de su vida dando una clase semanal en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despoja de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los martes. Comenzaba después del desayuno. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia propia.
El plan de estudios
Mi viejo profesor impartiço la última asignatura de su vida dando una clase semanal en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despoja de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los martes. Comenzaba después del desayuno. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia propia.
No se daban notas, pero había examenes orales cada semana. El alumno debía responder a varias preguntas, y debía formular preguntas por su cuenta. También debía realizar tareas físicas de vez en cuando, tales como levantar la cabeza del catedrático para dejarla en una postura cómoda sobre la almohada, o calarle bien las gafas en la nariz. Si le daba un beso de despedida, ganaba puntos adicionales.
No se necesitaba ningún libro, pero se cubrían muchos temas, entre ellos el amor, el trabajo, la comunidad, la familia, la vejez, el perdón y, por último, la muerte. La última lección fue breve, de solo unas pocas palabras.
En lugar de ceremonia de graduación se celebró un funeral.
Aunque no hubo examen final, el alumno debía preparar un largo trabajo sobre lo que había aprendido. Aquí se presenta ese trabajo.
En la última asignatura de la vida de mi viejo profesor sólo habia un alumno.
Ese alumno era yo.
No se necesitaba ningún libro, pero se cubrían muchos temas, entre ellos el amor, el trabajo, la comunidad, la familia, la vejez, el perdón y, por último, la muerte. La última lección fue breve, de solo unas pocas palabras.
En lugar de ceremonia de graduación se celebró un funeral.
Aunque no hubo examen final, el alumno debía preparar un largo trabajo sobre lo que había aprendido. Aquí se presenta ese trabajo.
En la última asignatura de la vida de mi viejo profesor sólo habia un alumno.
Ese alumno era yo.
Duermo, duermo, duermo, duermo, soy un árbol, un vegetal, y pienso, pienso, pienso, pienso, y la savia bulle en mi interior y extraigo lágrimas del suelo, y, a través de pasadizos vegetales, las elevo a la copa. Las elevo a la copa. La parte de mi cuerpo sumida en la tierra me concede una firme sensación de equilibrio. Raíces, pies de madera y fibras que aman la tierra. Soy un árbol: el eje del mundo. Estructura suficiente y completa. De pronto siento cómo alguien me agita y me sacude intentando despertame, voy ascendiendo sucesivas capaz de sueño hacia la realidad y voy subiendo subiendo subiendo subiendo subiendo subiendo subiendo subiendo subiendo subiendo
Cuando Ruth abre los ojos no alcanza, al principio, a entender lo que pasa.
Lucía Etxebarria. "De todo lo visible y lo invisible"
Cuando Ruth abre los ojos no alcanza, al principio, a entender lo que pasa.
Lucía Etxebarria. "De todo lo visible y lo invisible"
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Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugÃa y temblaba. Y de las casuchas grises salÃan apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavÃa en los músculos. En el aire frÃo del amanecer, iban por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e indiferente, los esperaba con sus innumerables ojos, cuadrados y viscosos. Se oÃa el chapoteo de los pasos en el fango. Las exclamaciones roncas de las voces dormidas se encontraban unas con otras: injurias soeces desgarraban el aire. HabÃa también otros sonidos: el ruido sordo de las máquinas, el silbido del vapor. SombrÃas y adustas, las altas chimeneas negras se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas.
Por la tarde, cuando el sol se ponÃa y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcÃan nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las voces eran animadas e incluso alegres: su trabajo de forzados habÃa concluido por aquel dÃa, la cena y el reposo los esperaban en casa.
La fábrica habÃa devorado su jornada: las máquinas habÃan succionado en los músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban. El dÃa habÃa pasado sin dejar huella: cada hombre habÃa dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo, y cada hombre estaba contento.
Los dÃas de fiesta se dormÃa hasta las diez. Después, las gentes serias y casadas, se ponÃan su mejor ropa e iban a misa, reprochando a los jóvenes su indiferencia en materia religiosa. Al volver de la iglesia, comÃan y se acostaban de nuevo, hasta el anochecer...
Máximo Gorki - La madre
Por la tarde, cuando el sol se ponÃa y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcÃan nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las voces eran animadas e incluso alegres: su trabajo de forzados habÃa concluido por aquel dÃa, la cena y el reposo los esperaban en casa.
La fábrica habÃa devorado su jornada: las máquinas habÃan succionado en los músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban. El dÃa habÃa pasado sin dejar huella: cada hombre habÃa dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo, y cada hombre estaba contento.
Los dÃas de fiesta se dormÃa hasta las diez. Después, las gentes serias y casadas, se ponÃan su mejor ropa e iban a misa, reprochando a los jóvenes su indiferencia en materia religiosa. Al volver de la iglesia, comÃan y se acostaban de nuevo, hasta el anochecer...
Máximo Gorki - La madre

Última edición por Ochobre'l 34 el Jue Abr 21, 2005 7:26 pm, editado 1 vez en total.
La madre - Maxim GorkiOchobre Roxu escribió:Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugÃa y temblaba. Y de las casuchas grises salÃan apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavÃa en los músculos. En el aire frÃo del amanecer, iban por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e indiferente, los esperaba con sus innumerables ojos, cuadrados y viscosos. Se oÃa el chapoteo de los pasos en el fango. Las exclamaciones roncas de las voces dormidas se encontraban unas con otras: injurias soeces desgarraban el aire. HabÃa también otros sonidos: el ruido sordo de las máquinas, el silbido del vapor. SombrÃas y adustas, las altas chimeneas negras se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas.
Por la tarde, cuando el sol se ponÃa y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcÃan nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las voces eran animadas e incluso alegres: su trabajo de forzados habÃa concluido por aquel dÃa, la cena y el reposo los esperaban en casa.
La fábrica habÃa devorado su jornada: las máquinas habÃan succionado en los músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban. El dÃa habÃa pasado sin dejar huella: cada hombre habÃa dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo, y cada hombre estaba contento.
Los dÃas de fiesta se dormÃa hasta las diez. Después, las gentes serias y casadas, se ponÃan su mejor ropa e iban a misa, reprochando a los jóvenes su indiferencia en materia religiosa. Al volver de la iglesia, comÃan y se acostaban de nuevo, hasta el anochecer...
Ensayo sobre la ceguera- Saramago
Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero asà llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenÃan los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. HabÃan terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación, o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habÃan arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una averÃa en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no serÃa la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, asà es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego.
Eva Luna - Isabel Allende
Me llamo Eva, que quiere decir vida, según un libro que mi madre consultó para escoger mi nombre. Nacà en el último cuarto de una casa sombrÃa y crecà entre muebles antiguos, libros en latÃn y momias humanas, pero eso no logró hacerme melancólica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria. Mi padre, un indio de ojos amarillos, provenÃa del lugar donde se juntan cien rÃos, olÃa a bosque y nunca miraba al cielo de frente, porque se habÃa criado bajo la cúpula de los árboles y la luz le parecÃa indecente. Consuelo, mi madre, pasó la infancia en una región encantada, donde por siglos los aventureros han buscado la ciudad de oro puro que vieron los conquistadores cuando se asomaron a los abismos de su propia ambición. Quedó marcada por el paisaje y de algún modo se las arregló para traspasarme esa huella.
Los misioneros recogieron a Consuelo cuando todavÃa no aprendÃa a caminar, era sólo una cachorra desnuda y cubierta de barro y excremento, que entró arrastrándose por el puente del embarcadero como un diminuto Jonás vomitado por alguna ballena de agua dulce. Al bañarla comprobaron sin lugar a dudas que era niña, lo cual les creó cierta confusión, pero ya estaba allà y no era cosa de lanzarla al rÃo, de modo que le pusieron un pañal para tapar sus vergüenzas, le echaron unas gotas de limón en los ojos para curar la infección que le impedÃa abrirlos y la bautizaron con el primer nombre femenino que les pasó por la mente. Procedieron a educarla sin buscar explicaciones sobre su origen y sin muchos aspavientos, seguros de que si la Divina Providencia la habÃa conservado con vida hasta que ellos la encontraron, también velarÃa por su integridad fÃsica y espiritual, o en el peor de los casos se la llevarÃa al cielo junto a otros inocentes. Consuelo creció sin lugar fijo en la estricta jerarquÃa de la Misión. No era exactamente una sirvienta, no tenÃa el mismo rango que los indios de la escuela y cuando preguntó cuál de los curas era su papá, recibió un bofetón por insolente. Me contó que habÃa sido abandonada en un bote a la deriva por un navegante holandés, pero seguro ésa es una leyenda que inventó con posterioridad para librarse del asedio de mis preguntas. Creo que en realidad nada sabÃa de sus progenitores ni de la forma como apareció en aquel lugar.
Me llamo Eva, que quiere decir vida, según un libro que mi madre consultó para escoger mi nombre. Nacà en el último cuarto de una casa sombrÃa y crecà entre muebles antiguos, libros en latÃn y momias humanas, pero eso no logró hacerme melancólica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria. Mi padre, un indio de ojos amarillos, provenÃa del lugar donde se juntan cien rÃos, olÃa a bosque y nunca miraba al cielo de frente, porque se habÃa criado bajo la cúpula de los árboles y la luz le parecÃa indecente. Consuelo, mi madre, pasó la infancia en una región encantada, donde por siglos los aventureros han buscado la ciudad de oro puro que vieron los conquistadores cuando se asomaron a los abismos de su propia ambición. Quedó marcada por el paisaje y de algún modo se las arregló para traspasarme esa huella.
Los misioneros recogieron a Consuelo cuando todavÃa no aprendÃa a caminar, era sólo una cachorra desnuda y cubierta de barro y excremento, que entró arrastrándose por el puente del embarcadero como un diminuto Jonás vomitado por alguna ballena de agua dulce. Al bañarla comprobaron sin lugar a dudas que era niña, lo cual les creó cierta confusión, pero ya estaba allà y no era cosa de lanzarla al rÃo, de modo que le pusieron un pañal para tapar sus vergüenzas, le echaron unas gotas de limón en los ojos para curar la infección que le impedÃa abrirlos y la bautizaron con el primer nombre femenino que les pasó por la mente. Procedieron a educarla sin buscar explicaciones sobre su origen y sin muchos aspavientos, seguros de que si la Divina Providencia la habÃa conservado con vida hasta que ellos la encontraron, también velarÃa por su integridad fÃsica y espiritual, o en el peor de los casos se la llevarÃa al cielo junto a otros inocentes. Consuelo creció sin lugar fijo en la estricta jerarquÃa de la Misión. No era exactamente una sirvienta, no tenÃa el mismo rango que los indios de la escuela y cuando preguntó cuál de los curas era su papá, recibió un bofetón por insolente. Me contó que habÃa sido abandonada en un bote a la deriva por un navegante holandés, pero seguro ésa es una leyenda que inventó con posterioridad para librarse del asedio de mis preguntas. Creo que en realidad nada sabÃa de sus progenitores ni de la forma como apareció en aquel lugar.
La chica más guapa de la ciudad
Charles Bukowski
Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espÃritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movÃa y se retorcÃa igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no habÃa término medio. Algunos decÃa que estaba loca. Lo decÃan los tontos. Los tontos no podÃan entender a Cass. A los hombres les parecÃa simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadÃa de algún modo, los eludÃa.
Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseÃa inteligencia y espÃritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacÃa objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espÃritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraÃa a sus hombres, y andaban rabiosÃsimas porque creÃan que no las sacaba todo el partido posible. TenÃa la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: "No tienen agallas -decÃa ella-. No tienen nervio. ConfÃan siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas... todo fachada y nada dentro..." TenÃa un carácter rayando la locura; Un carácter que algunos calificaban de locura
este relato me lo ha mandado trooper,gracias nen , si alguien lo quiere leer entero que me lo pida que se lo mando
Charles Bukowski
Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espÃritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movÃa y se retorcÃa igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no habÃa término medio. Algunos decÃa que estaba loca. Lo decÃan los tontos. Los tontos no podÃan entender a Cass. A los hombres les parecÃa simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadÃa de algún modo, los eludÃa.
Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseÃa inteligencia y espÃritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacÃa objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espÃritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraÃa a sus hombres, y andaban rabiosÃsimas porque creÃan que no las sacaba todo el partido posible. TenÃa la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: "No tienen agallas -decÃa ella-. No tienen nervio. ConfÃan siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas... todo fachada y nada dentro..." TenÃa un carácter rayando la locura; Un carácter que algunos calificaban de locura
este relato me lo ha mandado trooper,gracias nen , si alguien lo quiere leer entero que me lo pida que se lo mando
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