http://www.mondosonoro.com/Noticia/Adio ... 28312.aspx
http://blogs.elcorreo.com/evadidos/2014 ... umore-ona/
... por tantas noches de rocanrrol, por los buenos amigos, por todas las personas que coincidimos allí, por las que conocimos y por las que nunca llegamos a conocer, por esos cigarrillos de la risa dentro y fuera de la barra, por el mensaje de la máquina de tabaco, por la bola de discoteca, por el banco del fondo, por los Fliying Rebollos, los Platero, Doctor Deseo, Rubia, La Gripe, como no, por Suso, por los chavales que cogieron el bar la última etapa... y hasta por la puta luz del foco que se encendía con la última canción...
Gracias!!!
Chapa el Umore...
"Hay bares que deberían ser como el Puente Colgante, una referencia de lo que es esta ciudad"

Muchos por aquí, al menos los aficionados a escuchar buena música acodados en un bar, se despertaban el lunes con una mala noticia. El Umore Ona, que merecidamente se ha ganado el nombre de templo del rock de Bilbao, cerraba sus puertas por no poder adaptarse a la normativa de ruidos, al parecer ante la imposibilidad de afrontar una nueva insonorización del local después de que una vecina les denunciara por exceso de decibelios. El cierre del bar donde uno ha pasado tantos buenos momentos siempre es una tragedia, aunque su dueño, Xuxo, que lo tenía alquilado a la gente que lo ha llevado estos últimos tres años, deja la puerta abierta a la esperanza. En esta entrevista hace un repaso a la historia de este local, que es la suya propia, y también la de Bilbao y la de muchas de sus gentes. Xuxo, sí, recuerden, aquel barman con pinta de ser uno más de los Rolling Stones que bailaba mientras ponía cañas.
Cuando empezaste a salir, de chaval, ¿cuáles eran tus bares de referencia?
- Íbamos mucho a un sitio de San Ignacio que se llamaba La Jaula, y a otro también mítico, el Ovni, en Uribarri. Eran como discotecas pequeñas que ponían rock todo el tiempo, lugares muy agradables. Fueron cerrando hace mucho tiempo, a mediados de los 80. Y en el Casco Viejo estaba La Lonja... Uf, no me acuerdo de todos estos sitios de Barrencalle que han cambiado de nombre. El Katu creo que ya existía; era lo que conocemos de Barrencalle pero con otros nombres y un rollo completamente distinto, la gente estaba mucho en la calle, y encima con cuatro durillos nos arreglábamos. Pasta no teníamos, pero nos lo pasábamos muy bien. Tendría yo 16, 17, 18 años. Así hasta que me fui a la mili en Madrid.
¿Y qué pasó cuando te vieron llegar con las greñas y las pintas de rockero?
- Ja ja, disfrutaron mucho cortándome el pelo. Si estábamos 800 en cada batallón, o como se llamara, uno de los dos primeros a los que cortaron el pelo fui yo. Siempre lo he tenido muy largo, por los hombros. Aunque yo en la mili me lo pasé bastante bien, si no fuera por las humillaciones y las órdenes estúpidas que te hacían perder el tiempo... Conocí bien Madrid, antes había estado solo una vez, viendo a los Stones, y aunque solo fue un día y medio me encantó. Pues durante la mili, ya me enamoré de aquella ciudad, que me encanta.
De vuelta a Bilbao, el Umore Ona ya existía cuando lo pillaste.
Al principio, en la calle Esperanza había muchos bares, de esos típicos de Bilbao que tenían un expositor con unas chuletas y unos flanes que llevaban allí no sé cuánto tiempo... Sitios donde comía la gente que trabajaba en los astilleros Euskalduna, en las fábricas que había debajo del puente de La Salve. Y el Umore Ona, que se llama así desde siempre, lo llevaban dos señores muy mayores, dos ancianitos. Después de las inundaciones, quedó destrozado, y lo cogió un chico, Txomin, que hizo del Umore un poco como es ahora. Empezó como el Muga, con sandwiches, hamburguesas y musiquita. Y después hicieron una reforma para convertirlo en pub. Un año o dos después, en 1988, empecé a trabajar allí. Íbamos mucho porque nos gustaba la música, era un bar muy agradable y el camarero nos caía muy bien. Pues un día me dijeron a ver si quería ayudar, y empecé haciendo un mueble para los discos de vinilo y las cintas. Luego ya me dijeron que me acercara el fin de semana para poner música y echar una mano en la barra. Así fue cómo empezó todo, yo tenía 26 años, y con lo de dejarme pinchar, pillé bien el rollo a eso, aunque fuera algo que ya me venía de atrás. El camarero principal dejó el bar y me quedé yo. Hubo una época un poco revuelta, que coincidió cuando empezaba a tocar Platero, porque el dueño, Txomin, tenía ganas de dejar el local y lo tenía un poco abandonado. Así que tuvimos que conseguir a una persona que comprara el bar y que fue el propietario durante dos o tres años. Era un hombre que tenía otros negocios que acumulaban deudas con la Seguridad Social y para que no le embargaran el Umore tuvimos que pagar las deudas que tenía. Pero aparecían más y más y al final lo que hice fue comprarlo yo. Sería en 1992. Y siendo ya dueño y señor, pude hacer lo que quería, con toda la responsabilidad que conlleva eso, claro.
Cuentas que con las pintas que llevabas, con tus fulares, a veces subido a unos patines, los pelos... La gente se metía bastante contigo en aquellos años.
- Pues sí, había sitios a los que ibas y te ponías a bailar y alguno se reía de ti con cierta mofa. También veníamos de aquella movida de la ?new wave?, cuando la gente estaba un poco atontada, era todo de mucho figurar, y si te salías un poco de la regla... Yo tenía un toque afterpunk, vestido de negro, un poco siniestro pero no como los góticos de ahora, y con un punto bastante hippioso. Pues para algunos estabas demodé, antiguo. A grupos como los Rolling Stones se les veía como mastodontes, eran menospreciados, como que ya no aportaban nada. Pero yo seguí ahí, a lo mío.

Por cierto, que te llamaban Jaggerín por tu parecido con Mick.
- Sí, y por mi forma de bailar. Luego salió lo de que también me parecía a Keith Richards y así me convertí en un híbrido de las dos cosas. Y me dije: ?¡Joder, qué suerte!?.
¿Cuánta gente te lo habrá comentado en el bar?
- Me ha pasado millones de veces, ja ja, y yo feliz. Quieras que no, es mucho tiempo de seguir con tu rollo, aunque a veces haya tenido que oír lo de: ?Tío, si eso está muy pasado?, pero yo he seguido siempre escuchando la música que me gustaba, y sin problema de abrirme a cosas nuevas que también las marginaban por ser demasiado nuevas entonces. Yo qué sé, Talking Heads, Nina Hagen, que la gente no entendía del todo, pero cosas de calidad que el tiempo se ha encargado de reconocer.
Fueron divertidos los 80 y 90 en Bilbao...
- Sí, yo nunca olvidaré los jueves. Salir un jueves a la noche era mejor que los viernes y los sábados, cuando había muchísima más gente. El ambiente muy bueno, súper a gusto, y nos conocíamos todos, de vernos en Iturribide, Barrencalle. Lo pasábamos estupendamente. Íbamos al Muga, que ha sido siempre la primera parada antes de abrir el bar, y caían un bocata y un carajillo, y luego, hala, a la guerra. El Muga era tan fijo como el Umore, era un ritual. También el Gure Txoko, el Katu, bares a los que sigo yendo cuando voy a Bilbao (ahora vive en Pamplona) porque siguen siendo del mismo rollo, han sobrevivido a todo tipo de modas, que es muy de agradecer. En el fondo me identifico con ellos por no haber cambiado nunca. Siguen en su línea con su música más o menos bluesera, garajera... Como diría Calamaro, rock, ja ja ja.
Aunque las drogas se llevaron por delante a muchos amigos.
- Sí, sí, lamentable época, todo era desinformación sobre el asunto. Por aquel entonces, ponerse de caballo era guay porque lo hacían Lou Reed y Keith Richards, pero lo hacíamos sin saber exactamente qué nos estábamos metiendo. Recuerdo el parque de Doña Casilda, que tenía mucha movida de niños bien, nada marginales, con su casa en Sopelana. Pues les recuerdo yendo por la Gran Vía con unas chicas súper guapas y según iban andando echaban la pota en medio de la calle porque acababan de ponerse de caballo... Vamos, que todos andábamos igual, pero ahí fue cuando dije que aquello no podía ser, que no era forma de colocarse ni de divertirse. Y me da igual quién lo haga. La gente empezaba a aparecer frita en cualquier portal, en cualquier campa, una degeneración fatal, y después con el añadido del sida, el colofón. Horroroso, y así una semana sí y otra también, gente muerta en un banco, o si no en la cárcel. Yo perdí muchos conocidos, amigos, aunque el tiempo te hace olvidar aquella mala época. Había casas con tres hermanos y los tres enganchados y muertos, más de un caso así. Un espanto. Pasamos de nuestros felices porros a, de repente, la heroína. Y encima era bastante asequible, estaba en todas partes. Lamentable.
¿Cómo fue que el Umore acabó por convertirse en la ?oficina? para tantos grupos? Platero y tú, Flying Rebollos, Zer bizio, Los Sedientos...
- Sucedió un poco por casualidad, entre que yo estaba siempre dispuesto a cualquier cosa, a que si querían tocar lo hacían, mañana mismo, pues venga, va. Y siempre ha ido gente de la cultura, aparte de músicos, actores... Pero todo siempre por la música que se ponía, rock and roll con un espectro bastante amplio.
Contaba Fito que se acuerda de la primera vez que fue al Umore Ona; le llevó un amigo de la mili. Dice que le llamó la atención la música, aquel rock de los años 70 que pinchabas, pero que también se quedó alucinado con el barman. Te recuerda ya desde entonces como un showman con la barra como escenario. Y no sólo él, mucha gente relacionaba el bar absolutamente con tu persona. Parecías disfrutar mucho, bailando, cantando...
- Pues sí, y parece que a alguna gente le molestaba bastante que alguien trabajando se lo pasara tan bien. Llegaba a casa muy cansado pero a gusto. Y es verdad que para mí la barra era mi escenario, te ponía las cañas y te las ponía bailando.
¿Qué ha supuesto para ti toda esa vida en el Umore?
- Lo mejor que me ha pasado. Fue algo inconsciente, tampoco te dabas cuenta de lo que se estaba creando en aquel momento, de lo que iba a suponer después mirando hacia atrás. Repito, es de lo mejor que me ha pasado, aunque haya sido sin proponérmelo.

¿El mejor recuerdo de aquellos 23 años (1988-2011) en la barra?
No sé... Cuando nos quedábamos con el bar ya cerrado y un día, no sé si se le ocurrió a Fito, hicimos una especie de karaoke, uno tocaba y dos subían a cantar, y estuvimos así una temporada, cantando hasta que se nos hacía de día. Nos lo pasábamos como niños pequeños, con muy buen rollo. También recuerdo el día del concierto de los Stones en Bilbao; yo estaba en el bar y alguien me dijo: ?Oye que está ahí afuera Alejo Stivel?. Yo ya conocía a Ariel Rot, y tenía ganas de conocerle a él también, pero estaba tan atareado que no pude salir, no me daban las manos, la gente estaba histérica, hasta que a las cuatro de la mañana se acabó la cerveza y dije que aquel era mi día y que me iba a disfrutar yo también.
¿Qué problemas tuviste en todos esos años, quejas de vecinos, hora de cierre...?
- Nunca hemos tenido problemas con vecinos ni con la policía ni nada. Lo más complicado es llevar una vida ordenada, algo que nunca pude conseguir. Vives de noche de jueves a domingo y no eres capaz de tener una vida normal, vives al revés que todo el mundo. Dormía mucho para recuperarme y cuando podía viajaba un poco, después de fiestas de Bilbao, pero tampoco mucho.
Irrumpe la crisis, ¿cómo se vive lo de pasar de tener el bar lleno a esperar a que entre el primer cliente?
- Me di cuenta bastante pronto, cuando nadie hablaba aún de crisis. Abríamos el bar siempre y empezamos a cerrar los domingos porque se habían convertido en días raros y hasta peligrosos, porque aparecía cada marciano por ahí? gente muy extraña. Y en un año o dos, se notó de forma brutal. Abrías de lunes a sábado, pero te encontrabas lunes, martes y miércoles con que te aparecían diez personas. En la mayoría de los locales sucedía lo mismo. Todo esto siempre lo he achacado a que la gente de los bares de Bilbao llegaba primeros de año y subían el precio de la cerveza automáticamente, algo que no me parecía adecuado. No puede ser que subas la cerveza cada año 30 céntimos porque es mucho dinero y al final la gente se queda en el bar de su barrio, donde le ponen las tres cervecitas que le salen apañadas y luego sube a casa. Porque lo que no puede ser es que salgas a tomar tres cervezas y pagues 12, 14 euros. Y no te digo nada si estás con alguien, no hay economía que sostenga eso, una economía normal. Además, la gente se ha ido haciendo mayor y no ha habido relevo generacional, los jóvenes tienen otras costumbres, beben más barato, botellones, pero todo es por esa regla de que sube el IPC y subo los precios. A largo plazo ha ido mal, porque es mejor vender tres cervezas a dos euros que una a tres o cuatro. Tendríamos más gente en el bar y más beneficio. Aquí, ése ha sido uno de los grandes errores. La mayoría de la gente te dirá que los precios son un escándalo, eso de que dos pinchos y dos vinos te salgan diez euros.
¿Y la política de horarios?
- Eso fue bastante asesino para el ambiente. Mira cómo está la ciudad, algún jueves que salgo es muy triste. Y los viernes te encuentras los bares con dos, cuatro personas. Lo de los horarios ha sido demasiado estricto para una ciudad que ha sido como ha sido, que llegaba la gente de fuera y decían que esa marcha no la había por ahí fuera. Y yo entiendo muy bien que la gente quiere dormir, y creo que puede haber un término medio. Para empezar, la gente debería de saber que cuando sale a divertirse hay que tener respeto por los vecinos, se puede hacer de todo sin molestar y que todo el mundo pueda vivir.
Pero decides dejarlo. ¿Por qué? ¿Te costó mucho hacerlo?
- No me costó nada, al contrario. Había estado cuidando a mi madre, que tenía Alzheimer, y para mí fue un descanso, incluso debí haberlo hecho antes, porque tenía el bar muy dejado, no podía hacerme cargo de él medianamente bien, y además estaba destruido emocionalmente. Fue un descanso, un alivio dejar el bar en aquel momento.
Durante estos tres años, ¿has echado de menos el Umore?
- No, porque siempre que he ido he podido poner música y estar en la barra. Después de tanto tiempo viviendo el rollo de noche, cuando lo dejé me costó adaptarme a la vida normal. Te das cuenta de que un fin de semana tiene tres días, viernes, sábado y ¡hasta un domingo! Antes era una sola cosa. Tuve que reajustar mi sistema espacio-tiempo. Fue complicado, pero luego me sentí muy a gusto, con una vida ordenada, eso de levantarte por la mañana, comer a la hora de comer... Me vino muy bien para la salud.
¿Y qué has estado haciendo, qué planes tienes?
- He estado esperando a ver si aparecía algún trabajo apetecible, igual poner música, hacer de DJ, incluso no hubiera tenido problemas en trabajar algún fin de semana en un bar, pero con gente maja, no con un jefe que esté encima. Algo con buen rollo. Y como no ha surgido nada, he estado aprendiendo a tocar la guitarra, mejorando mi inglés... Cosas que no había podido hacer, porque el bar no me dejaba. Ya sé, dices: ?Jo, ¿con los amigos que tienes no has podido aprender a tocar?? Pues no, el bar me absorbía. Estás del revés. Yo para cuando volvía a poner los pies en el suelo era ya martes y tenía hasta problemas para hacer gestiones del bar y de mi casa, ibas medio atontado a hacer las cosas.
¿Qué hubiera sido Xuxo de no dedicarse a la hostelería, quizá músico?
- No me imagino de ninguna manera, igual habría acabado teniendo un grupete, pero tendría que ganarme la vida de alguna forma y no soy capaz de imaginarme en una oficina o de comercial de cualquier cosa... Supongo que por eso mi ángel de la guarda me tenía reservado este destino.
Cuando decidiste dejarlo y alquilarlo, muchos pensaron que iba a pesar demasiado tu persona, que iba a ser difícil mantener el espíritu del Umore, pero en estos tres años el bar ha funcionado de maravilla, relanzó la música en directo con los conciertos y siguió siendo un refugio donde ir a escuchar buena música. ¿Era algo que tú buscabas, que el bar mantuviera la filosofía, hubo algún pacto para que quedara más o menos igual?
- Para mí era importante que el bar siguiera siendo un sitio donde ir, porque antes de cogerlo la gente que lo ha tenido ahora, apareció alguno que incluso me ofrecía más dinero pero quería montar un karaoke. Y entonces vinieron estos amigos que querían que siguiera siendo un bar de rock and roll y me pareció perfecto. A mí me ha venido como anillo al dedo dejarlo a una gente que diera continuidad a lo que había. Aunque, eso sí, al principio fue bastante complicado porque quieras que no, lo de mi persona sí pesaba bastante, iba mucha gente buscándome, esperando que fuera exactamente como cuando yo estaba, y eso es imposible. Pero después del primer año, estos muchachos con los conciertos le pillaron muy bien el tranquillo y la gente estaba muy contenta.
Por eso ha sorprendido aún más el anuncio de cierre. ¿Qué va a pasar con el Umore Ona?
- Estamos esperando a que el Ayuntamiento nos haga una propuesta técnica para ver si se puede hacer la insonorización y lo podemos sacar adelante. Todavía no sé nada de esto, pero haré lo que pueda para que el bar siga estando abierto. Incluso estaría dispuesto a volver yo.
¿En serio te planteas regresar a la barra de tu bar?
- Es una opción que no me había planteado hasta estas semanas, pero si tuviera que ser así, pues sí. Pero primero quiero ver lo que nos van a exigir y lo que va a suponer.
¿Cuánto puede costar insonorizar el local?
No tengo idea, pero supongo que bastante, porque sería desmontar todo el bar y ponerlo de nuevo. Será un dineral, seguro.
¿Qué sientes cuando bares que han sido especiales para ti acaban cerrando?
- Me pongo perfectamente en el lugar en que están ahora muchos. Siento tristeza porque son sitios donde has pasado parte de tu vida, te has divertido mucho, has podido hasta llorar, tener sentimientos encontrados. En definitiva, es como si alguien borrara una parte de tu vida. Cada vez quedan menos sitios a los que puedas ir porque sabes lo que te vas a encontrar. Ver cómo un local de toda la vida se convierte en una hamburguesería es triste.
Aunque parece que en Bilbao hemos cogido mucha afición a lo de cambiar de arriba a abajo los locales con historia, darles un toque moderno, minimalista... La cosa es cambiarlos. En Madrid, por ejemplo, respetan mucho más sus bares tradicionales, de toda la vida; los mantienen y valoran.
- Es así. Creo que esto es porque queremos ir un poco de modernillos. En Madrid lo cañí, lo de toda la vida, tiene poderío, Malasaña, con la Vía Láctea, el Penta... Allí la solera es un valor añadido, mientras que aquí la solera como que apesta un poco. Hay bares que deberían de ser algo así como el Puente Colgante, una referencia de lo que esta ciudad es. Y la ciudad es así y nosotros somos así porque hemos vivido en estos bares.

Muchos por aquí, al menos los aficionados a escuchar buena música acodados en un bar, se despertaban el lunes con una mala noticia. El Umore Ona, que merecidamente se ha ganado el nombre de templo del rock de Bilbao, cerraba sus puertas por no poder adaptarse a la normativa de ruidos, al parecer ante la imposibilidad de afrontar una nueva insonorización del local después de que una vecina les denunciara por exceso de decibelios. El cierre del bar donde uno ha pasado tantos buenos momentos siempre es una tragedia, aunque su dueño, Xuxo, que lo tenía alquilado a la gente que lo ha llevado estos últimos tres años, deja la puerta abierta a la esperanza. En esta entrevista hace un repaso a la historia de este local, que es la suya propia, y también la de Bilbao y la de muchas de sus gentes. Xuxo, sí, recuerden, aquel barman con pinta de ser uno más de los Rolling Stones que bailaba mientras ponía cañas.
Cuando empezaste a salir, de chaval, ¿cuáles eran tus bares de referencia?
- Íbamos mucho a un sitio de San Ignacio que se llamaba La Jaula, y a otro también mítico, el Ovni, en Uribarri. Eran como discotecas pequeñas que ponían rock todo el tiempo, lugares muy agradables. Fueron cerrando hace mucho tiempo, a mediados de los 80. Y en el Casco Viejo estaba La Lonja... Uf, no me acuerdo de todos estos sitios de Barrencalle que han cambiado de nombre. El Katu creo que ya existía; era lo que conocemos de Barrencalle pero con otros nombres y un rollo completamente distinto, la gente estaba mucho en la calle, y encima con cuatro durillos nos arreglábamos. Pasta no teníamos, pero nos lo pasábamos muy bien. Tendría yo 16, 17, 18 años. Así hasta que me fui a la mili en Madrid.
¿Y qué pasó cuando te vieron llegar con las greñas y las pintas de rockero?
- Ja ja, disfrutaron mucho cortándome el pelo. Si estábamos 800 en cada batallón, o como se llamara, uno de los dos primeros a los que cortaron el pelo fui yo. Siempre lo he tenido muy largo, por los hombros. Aunque yo en la mili me lo pasé bastante bien, si no fuera por las humillaciones y las órdenes estúpidas que te hacían perder el tiempo... Conocí bien Madrid, antes había estado solo una vez, viendo a los Stones, y aunque solo fue un día y medio me encantó. Pues durante la mili, ya me enamoré de aquella ciudad, que me encanta.
De vuelta a Bilbao, el Umore Ona ya existía cuando lo pillaste.
Al principio, en la calle Esperanza había muchos bares, de esos típicos de Bilbao que tenían un expositor con unas chuletas y unos flanes que llevaban allí no sé cuánto tiempo... Sitios donde comía la gente que trabajaba en los astilleros Euskalduna, en las fábricas que había debajo del puente de La Salve. Y el Umore Ona, que se llama así desde siempre, lo llevaban dos señores muy mayores, dos ancianitos. Después de las inundaciones, quedó destrozado, y lo cogió un chico, Txomin, que hizo del Umore un poco como es ahora. Empezó como el Muga, con sandwiches, hamburguesas y musiquita. Y después hicieron una reforma para convertirlo en pub. Un año o dos después, en 1988, empecé a trabajar allí. Íbamos mucho porque nos gustaba la música, era un bar muy agradable y el camarero nos caía muy bien. Pues un día me dijeron a ver si quería ayudar, y empecé haciendo un mueble para los discos de vinilo y las cintas. Luego ya me dijeron que me acercara el fin de semana para poner música y echar una mano en la barra. Así fue cómo empezó todo, yo tenía 26 años, y con lo de dejarme pinchar, pillé bien el rollo a eso, aunque fuera algo que ya me venía de atrás. El camarero principal dejó el bar y me quedé yo. Hubo una época un poco revuelta, que coincidió cuando empezaba a tocar Platero, porque el dueño, Txomin, tenía ganas de dejar el local y lo tenía un poco abandonado. Así que tuvimos que conseguir a una persona que comprara el bar y que fue el propietario durante dos o tres años. Era un hombre que tenía otros negocios que acumulaban deudas con la Seguridad Social y para que no le embargaran el Umore tuvimos que pagar las deudas que tenía. Pero aparecían más y más y al final lo que hice fue comprarlo yo. Sería en 1992. Y siendo ya dueño y señor, pude hacer lo que quería, con toda la responsabilidad que conlleva eso, claro.
Cuentas que con las pintas que llevabas, con tus fulares, a veces subido a unos patines, los pelos... La gente se metía bastante contigo en aquellos años.
- Pues sí, había sitios a los que ibas y te ponías a bailar y alguno se reía de ti con cierta mofa. También veníamos de aquella movida de la ?new wave?, cuando la gente estaba un poco atontada, era todo de mucho figurar, y si te salías un poco de la regla... Yo tenía un toque afterpunk, vestido de negro, un poco siniestro pero no como los góticos de ahora, y con un punto bastante hippioso. Pues para algunos estabas demodé, antiguo. A grupos como los Rolling Stones se les veía como mastodontes, eran menospreciados, como que ya no aportaban nada. Pero yo seguí ahí, a lo mío.

Por cierto, que te llamaban Jaggerín por tu parecido con Mick.
- Sí, y por mi forma de bailar. Luego salió lo de que también me parecía a Keith Richards y así me convertí en un híbrido de las dos cosas. Y me dije: ?¡Joder, qué suerte!?.
¿Cuánta gente te lo habrá comentado en el bar?
- Me ha pasado millones de veces, ja ja, y yo feliz. Quieras que no, es mucho tiempo de seguir con tu rollo, aunque a veces haya tenido que oír lo de: ?Tío, si eso está muy pasado?, pero yo he seguido siempre escuchando la música que me gustaba, y sin problema de abrirme a cosas nuevas que también las marginaban por ser demasiado nuevas entonces. Yo qué sé, Talking Heads, Nina Hagen, que la gente no entendía del todo, pero cosas de calidad que el tiempo se ha encargado de reconocer.
Fueron divertidos los 80 y 90 en Bilbao...
- Sí, yo nunca olvidaré los jueves. Salir un jueves a la noche era mejor que los viernes y los sábados, cuando había muchísima más gente. El ambiente muy bueno, súper a gusto, y nos conocíamos todos, de vernos en Iturribide, Barrencalle. Lo pasábamos estupendamente. Íbamos al Muga, que ha sido siempre la primera parada antes de abrir el bar, y caían un bocata y un carajillo, y luego, hala, a la guerra. El Muga era tan fijo como el Umore, era un ritual. También el Gure Txoko, el Katu, bares a los que sigo yendo cuando voy a Bilbao (ahora vive en Pamplona) porque siguen siendo del mismo rollo, han sobrevivido a todo tipo de modas, que es muy de agradecer. En el fondo me identifico con ellos por no haber cambiado nunca. Siguen en su línea con su música más o menos bluesera, garajera... Como diría Calamaro, rock, ja ja ja.
Aunque las drogas se llevaron por delante a muchos amigos.
- Sí, sí, lamentable época, todo era desinformación sobre el asunto. Por aquel entonces, ponerse de caballo era guay porque lo hacían Lou Reed y Keith Richards, pero lo hacíamos sin saber exactamente qué nos estábamos metiendo. Recuerdo el parque de Doña Casilda, que tenía mucha movida de niños bien, nada marginales, con su casa en Sopelana. Pues les recuerdo yendo por la Gran Vía con unas chicas súper guapas y según iban andando echaban la pota en medio de la calle porque acababan de ponerse de caballo... Vamos, que todos andábamos igual, pero ahí fue cuando dije que aquello no podía ser, que no era forma de colocarse ni de divertirse. Y me da igual quién lo haga. La gente empezaba a aparecer frita en cualquier portal, en cualquier campa, una degeneración fatal, y después con el añadido del sida, el colofón. Horroroso, y así una semana sí y otra también, gente muerta en un banco, o si no en la cárcel. Yo perdí muchos conocidos, amigos, aunque el tiempo te hace olvidar aquella mala época. Había casas con tres hermanos y los tres enganchados y muertos, más de un caso así. Un espanto. Pasamos de nuestros felices porros a, de repente, la heroína. Y encima era bastante asequible, estaba en todas partes. Lamentable.
¿Cómo fue que el Umore acabó por convertirse en la ?oficina? para tantos grupos? Platero y tú, Flying Rebollos, Zer bizio, Los Sedientos...
- Sucedió un poco por casualidad, entre que yo estaba siempre dispuesto a cualquier cosa, a que si querían tocar lo hacían, mañana mismo, pues venga, va. Y siempre ha ido gente de la cultura, aparte de músicos, actores... Pero todo siempre por la música que se ponía, rock and roll con un espectro bastante amplio.
Contaba Fito que se acuerda de la primera vez que fue al Umore Ona; le llevó un amigo de la mili. Dice que le llamó la atención la música, aquel rock de los años 70 que pinchabas, pero que también se quedó alucinado con el barman. Te recuerda ya desde entonces como un showman con la barra como escenario. Y no sólo él, mucha gente relacionaba el bar absolutamente con tu persona. Parecías disfrutar mucho, bailando, cantando...
- Pues sí, y parece que a alguna gente le molestaba bastante que alguien trabajando se lo pasara tan bien. Llegaba a casa muy cansado pero a gusto. Y es verdad que para mí la barra era mi escenario, te ponía las cañas y te las ponía bailando.
¿Qué ha supuesto para ti toda esa vida en el Umore?
- Lo mejor que me ha pasado. Fue algo inconsciente, tampoco te dabas cuenta de lo que se estaba creando en aquel momento, de lo que iba a suponer después mirando hacia atrás. Repito, es de lo mejor que me ha pasado, aunque haya sido sin proponérmelo.

¿El mejor recuerdo de aquellos 23 años (1988-2011) en la barra?
No sé... Cuando nos quedábamos con el bar ya cerrado y un día, no sé si se le ocurrió a Fito, hicimos una especie de karaoke, uno tocaba y dos subían a cantar, y estuvimos así una temporada, cantando hasta que se nos hacía de día. Nos lo pasábamos como niños pequeños, con muy buen rollo. También recuerdo el día del concierto de los Stones en Bilbao; yo estaba en el bar y alguien me dijo: ?Oye que está ahí afuera Alejo Stivel?. Yo ya conocía a Ariel Rot, y tenía ganas de conocerle a él también, pero estaba tan atareado que no pude salir, no me daban las manos, la gente estaba histérica, hasta que a las cuatro de la mañana se acabó la cerveza y dije que aquel era mi día y que me iba a disfrutar yo también.
¿Qué problemas tuviste en todos esos años, quejas de vecinos, hora de cierre...?
- Nunca hemos tenido problemas con vecinos ni con la policía ni nada. Lo más complicado es llevar una vida ordenada, algo que nunca pude conseguir. Vives de noche de jueves a domingo y no eres capaz de tener una vida normal, vives al revés que todo el mundo. Dormía mucho para recuperarme y cuando podía viajaba un poco, después de fiestas de Bilbao, pero tampoco mucho.
Irrumpe la crisis, ¿cómo se vive lo de pasar de tener el bar lleno a esperar a que entre el primer cliente?
- Me di cuenta bastante pronto, cuando nadie hablaba aún de crisis. Abríamos el bar siempre y empezamos a cerrar los domingos porque se habían convertido en días raros y hasta peligrosos, porque aparecía cada marciano por ahí? gente muy extraña. Y en un año o dos, se notó de forma brutal. Abrías de lunes a sábado, pero te encontrabas lunes, martes y miércoles con que te aparecían diez personas. En la mayoría de los locales sucedía lo mismo. Todo esto siempre lo he achacado a que la gente de los bares de Bilbao llegaba primeros de año y subían el precio de la cerveza automáticamente, algo que no me parecía adecuado. No puede ser que subas la cerveza cada año 30 céntimos porque es mucho dinero y al final la gente se queda en el bar de su barrio, donde le ponen las tres cervecitas que le salen apañadas y luego sube a casa. Porque lo que no puede ser es que salgas a tomar tres cervezas y pagues 12, 14 euros. Y no te digo nada si estás con alguien, no hay economía que sostenga eso, una economía normal. Además, la gente se ha ido haciendo mayor y no ha habido relevo generacional, los jóvenes tienen otras costumbres, beben más barato, botellones, pero todo es por esa regla de que sube el IPC y subo los precios. A largo plazo ha ido mal, porque es mejor vender tres cervezas a dos euros que una a tres o cuatro. Tendríamos más gente en el bar y más beneficio. Aquí, ése ha sido uno de los grandes errores. La mayoría de la gente te dirá que los precios son un escándalo, eso de que dos pinchos y dos vinos te salgan diez euros.
¿Y la política de horarios?
- Eso fue bastante asesino para el ambiente. Mira cómo está la ciudad, algún jueves que salgo es muy triste. Y los viernes te encuentras los bares con dos, cuatro personas. Lo de los horarios ha sido demasiado estricto para una ciudad que ha sido como ha sido, que llegaba la gente de fuera y decían que esa marcha no la había por ahí fuera. Y yo entiendo muy bien que la gente quiere dormir, y creo que puede haber un término medio. Para empezar, la gente debería de saber que cuando sale a divertirse hay que tener respeto por los vecinos, se puede hacer de todo sin molestar y que todo el mundo pueda vivir.
Pero decides dejarlo. ¿Por qué? ¿Te costó mucho hacerlo?
- No me costó nada, al contrario. Había estado cuidando a mi madre, que tenía Alzheimer, y para mí fue un descanso, incluso debí haberlo hecho antes, porque tenía el bar muy dejado, no podía hacerme cargo de él medianamente bien, y además estaba destruido emocionalmente. Fue un descanso, un alivio dejar el bar en aquel momento.
Durante estos tres años, ¿has echado de menos el Umore?
- No, porque siempre que he ido he podido poner música y estar en la barra. Después de tanto tiempo viviendo el rollo de noche, cuando lo dejé me costó adaptarme a la vida normal. Te das cuenta de que un fin de semana tiene tres días, viernes, sábado y ¡hasta un domingo! Antes era una sola cosa. Tuve que reajustar mi sistema espacio-tiempo. Fue complicado, pero luego me sentí muy a gusto, con una vida ordenada, eso de levantarte por la mañana, comer a la hora de comer... Me vino muy bien para la salud.
¿Y qué has estado haciendo, qué planes tienes?
- He estado esperando a ver si aparecía algún trabajo apetecible, igual poner música, hacer de DJ, incluso no hubiera tenido problemas en trabajar algún fin de semana en un bar, pero con gente maja, no con un jefe que esté encima. Algo con buen rollo. Y como no ha surgido nada, he estado aprendiendo a tocar la guitarra, mejorando mi inglés... Cosas que no había podido hacer, porque el bar no me dejaba. Ya sé, dices: ?Jo, ¿con los amigos que tienes no has podido aprender a tocar?? Pues no, el bar me absorbía. Estás del revés. Yo para cuando volvía a poner los pies en el suelo era ya martes y tenía hasta problemas para hacer gestiones del bar y de mi casa, ibas medio atontado a hacer las cosas.
¿Qué hubiera sido Xuxo de no dedicarse a la hostelería, quizá músico?
- No me imagino de ninguna manera, igual habría acabado teniendo un grupete, pero tendría que ganarme la vida de alguna forma y no soy capaz de imaginarme en una oficina o de comercial de cualquier cosa... Supongo que por eso mi ángel de la guarda me tenía reservado este destino.
Cuando decidiste dejarlo y alquilarlo, muchos pensaron que iba a pesar demasiado tu persona, que iba a ser difícil mantener el espíritu del Umore, pero en estos tres años el bar ha funcionado de maravilla, relanzó la música en directo con los conciertos y siguió siendo un refugio donde ir a escuchar buena música. ¿Era algo que tú buscabas, que el bar mantuviera la filosofía, hubo algún pacto para que quedara más o menos igual?
- Para mí era importante que el bar siguiera siendo un sitio donde ir, porque antes de cogerlo la gente que lo ha tenido ahora, apareció alguno que incluso me ofrecía más dinero pero quería montar un karaoke. Y entonces vinieron estos amigos que querían que siguiera siendo un bar de rock and roll y me pareció perfecto. A mí me ha venido como anillo al dedo dejarlo a una gente que diera continuidad a lo que había. Aunque, eso sí, al principio fue bastante complicado porque quieras que no, lo de mi persona sí pesaba bastante, iba mucha gente buscándome, esperando que fuera exactamente como cuando yo estaba, y eso es imposible. Pero después del primer año, estos muchachos con los conciertos le pillaron muy bien el tranquillo y la gente estaba muy contenta.
Por eso ha sorprendido aún más el anuncio de cierre. ¿Qué va a pasar con el Umore Ona?
- Estamos esperando a que el Ayuntamiento nos haga una propuesta técnica para ver si se puede hacer la insonorización y lo podemos sacar adelante. Todavía no sé nada de esto, pero haré lo que pueda para que el bar siga estando abierto. Incluso estaría dispuesto a volver yo.
¿En serio te planteas regresar a la barra de tu bar?
- Es una opción que no me había planteado hasta estas semanas, pero si tuviera que ser así, pues sí. Pero primero quiero ver lo que nos van a exigir y lo que va a suponer.
¿Cuánto puede costar insonorizar el local?
No tengo idea, pero supongo que bastante, porque sería desmontar todo el bar y ponerlo de nuevo. Será un dineral, seguro.
¿Qué sientes cuando bares que han sido especiales para ti acaban cerrando?
- Me pongo perfectamente en el lugar en que están ahora muchos. Siento tristeza porque son sitios donde has pasado parte de tu vida, te has divertido mucho, has podido hasta llorar, tener sentimientos encontrados. En definitiva, es como si alguien borrara una parte de tu vida. Cada vez quedan menos sitios a los que puedas ir porque sabes lo que te vas a encontrar. Ver cómo un local de toda la vida se convierte en una hamburguesería es triste.
Aunque parece que en Bilbao hemos cogido mucha afición a lo de cambiar de arriba a abajo los locales con historia, darles un toque moderno, minimalista... La cosa es cambiarlos. En Madrid, por ejemplo, respetan mucho más sus bares tradicionales, de toda la vida; los mantienen y valoran.
- Es así. Creo que esto es porque queremos ir un poco de modernillos. En Madrid lo cañí, lo de toda la vida, tiene poderío, Malasaña, con la Vía Láctea, el Penta... Allí la solera es un valor añadido, mientras que aquí la solera como que apesta un poco. Hay bares que deberían de ser algo así como el Puente Colgante, una referencia de lo que esta ciudad es. Y la ciudad es así y nosotros somos así porque hemos vivido en estos bares.
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