La negra nube acecha acuchillando mi silueta
entre las horas muertas del atardecer duradero
junto a un crepúsculo de júbilo y tristeza
cubierto de lágrimas naranjas de cielo.
Y viscosa como una agotada mota de sangre
desnudándose sobre el último viento del día
me acuna su penúltima caricia raigambre
convirtiendo mi subsuelo en sus blancas poesías.
Y me crezco en su cereza boca,
me enlabio con sus labios
a merced del hacer de las olas
sucumbiendo entre sus brazos.
De ámbar horizonte pintado el papel,
con gotas del cáliz interior de una flor
retaron sus pétalos al cruel desdén
por hacer con nuestros cuerpos el más lindo son.
Y nos mojamos de arriba a abajo con sus compases
nos consumimos poquito a poco junto al bajo sol
que nos dejó solos por aquel mar de desatares
que desatando paladares mató silencios con su voz.
Para no olvidarme de mí
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