Te voy a decir un secreto. Tengo un plan. Eres la primera persona a la que se lo cuento. No me vayas a hacer el feo de ir por ahí contándolo. Aquí en el polígono comercial de Alcorcón no se lo he dicho a nadie. A ningún compañero de trabajo. Así que espero que sepas mantener la boca cerrada.
Con este plan van a cambiar las cosas. Va a cambiar todo de manera radical. Lo primero que hago para que nadie se de cuenta de mi plan es hacerme el despistado mientras voy poniendo las cosas en los estantes. Me hago el tontito. Me visto como un tontito y me comporto como un tontito. En los pasillos de este gran almacén llevo uniforme, así que no necesito utilizar un vestuario especial. Pero aun así utilizo elementos para distraer. Por ejemplo, las gafas. Un tipo con gafas puede parecer o un intelectual o un despistadillo. Yo lo que hago para no parecer intelectual es dejarme el pelo algo sucio, para que me salga grasilla, para que me salga caspa, y me reviento los granos de la cara para que me salgan más grandes después. Me peino raro, con raya al lado muy marcada, para parecer muy repipi, como si mi madre me hubiese peinado antes de ir al trabajo. Como si fuera uno de esos que tienen ya una edad y siguen dependiendo de su mamá. Aunque tengo uniforme, me pongo calcetines blancos con los zapatos negros. Así parezco muy despistado.
Me dedico a poner en las estanterías las cosas que se van terminando. Soy reponedor, vaya. Y voy cogiendo lo que me interesa cuando nadie me mira. Me guardo cositas pequeñas en los bolsillos. Cuando alguna señora me pregunta, yo me hago el despistado. Vienen señoritingas con abrigos de visón y me preguntan. Y yo me hago el tonto mientras pienso que el último en reír voy a ser yo. Así que reiré mejor que nadie. Estas señoras que vienen a comprar a la periferia con sus mariditos repeinados y sus hijos con pantalones cortos y calcetines de borlitas van a sufrir de las que más cuando lleve a cabo mi plan. Se les va a descolocar todo. Por eso insisto en eso de que el que ríe el último ríe mejor. Y el que va a reír el último voy a ser yo.
Para que nadie sospeche de mi, tengo que hacer muy bien mi papel de tío rarito. Por eso en el trabajo hablo poco con los compañeros. Al principio todos me hablaban, pero yo me hacía el tonto. Miraba hacia abajo y decía ?sí, sí? y me iba corriendo. Para que se pensasen que me daba vergüenza hablar con ellos. Pero pese a todo ellos seguían intentando hablar, que si ?vamos a tomar una copita? o que si ?el sábado salimos juntos todos los del curro? y todo eso. Yo digo que no, que es que en mi casa las cosas están raras, y me voy corriendo, mirando para abajo. Andando con un reprís. Para que parezca que evito el tema. Para que parezca que escapo de ellos. Había una cajera que parecía que como misión en la vida tenía hacerse mi amiga. Porque el resto, poco a poco, después de los cuatro años que llevo aquí trabajando en mi plan, han ido dejando de hablarme. Se limitan al ?hola y adiós?. Muy de tanto en tanto, alguno parece que tiene un reconcome interno y vuelve a las andadas. A intentar hablar con el tipo este rarito. Pero la chiquita esta no paraba. Que si ?vente un día conmigo?. Que ?por qué no vamos al cine?. Que si ?no seas tan antisocial?. Que ?hemos quedado todos, no seas el único en no venir?. Una vez hizo amago de rendición. Era su cumpleaños. Y estuvo toda la semana dale que te pego con su cumpleaños, dale que te pego para que yo fuese ahí. Que yo era clave para su cumple. Yo hacía como siempre. Andar rapidito, dando pasitos cortos pero muy rápidos, casi sin levantar el talón. Tititititi. Para que me dejase un poco de lado. Le dije que no podía, que me venía mal, le decía estas cosas y me iba a mis estanterías. Cogiendo cositas pequeñas que me cupiesen en los bolsillos. Pero ella al final dijo ?o sea que cuento contigo, consideraré que has confirmado tu asistencia? y se empezó a reír. No veas tú que rollo de tía. Yo por supuesto no le había dicho nada, así que llegada la fecha, no fui. Además, que ahora que lo pienso, ni siquiera podría haber ido porque no tenía su dirección. Sabía la hora y el día pero no la dirección. Y no fui. Al día siguiente me vino diciendo que yo era un malqueda y tenía la chica los ojos llorosos. A mi no me dio pena, todo lo contrario. Porque estuvo diez días o así sin dirigirme la palabra. Así que ya todos me dejaban en paz.
No sólo podía parecer despistado. Tenía que parecer enclenque. Así que de vez en cuando me inventaba desmayos al mover algunas cosas pesadas. Porque un tipo despistado, rarito, que se peina con raya, casposillo, puede ser un tipo que va a liarla parda. Que va a hacer que se cague la perra. Pero un tipo que además de todo eso es débil, ese ya tiene menos posibilidades. Por eso me inventaba desmayos. De repente, al suelo. Y me hacía un poco el aturdido. Me decían los compañeros ?venga tómate un bocadillo y una cocacola, que estás muy flojo? y yo les decía ?sí, sí? y me iba rapidito. Así todos pensaban ?a este tío se lo lleva el viento?. Pero vaya, el viento se los llevará a todos. Otro día hice una demostración de conocimientos. Me inventé una historieta de forma que se fuera transmitiendo de boca en boca que yo mantenía relaciones sexuales con el guardia de seguridad, arreglándomelas para que nadie supiese que en realidad toda la historia la había iniciado yo. Al final le llegó el bulo al de la seguridad y vino y me pegó una paliza por maricón. Yo no hice nada por defenderme, así que parecí más indefenso aún. Además luego hice correr el bulo de que eso lo había inventado la cajera porque no fui a su cumple. Así a esta la echaron de la empresa por generar un incidente tan doloroso y el de seguridad me pidió disculpas. Quedé como un tipo inocente e indefenso y me quité de encima a la petarda esa, que ya estaba husmeando en mis cosas porque me volvía a hablar y me preguntaba mucho.
También tenía que parecer tonto. Porque puedes estar despistado pero tener unos conocimientos intelectuales altos. Y un tipo muy débil, muy despistado, con sus conocimientos elevados puede hacer cosas impensables. Así que yo a ojos de los demás tenía que parecer todo lo contrario a lo que soy. Tenía que parecer un ignorante. Un analfabeto total. Huelga decir que la mayoría de mis compañeros de trabajo no son unos cerebrines. Son de ese tipo de gente que sabe tres o cuatro cosas y ya se piensan que son los más listos. Aunque lo que saben sea una mierda que ni ellos entienden. Pero da igual. Un día rompí mi silencio para hacerme notar. Había unas chicas de una agencia de viajes haciendo una promoción. Tenías que rellenar un formulario diciendo el país europeo que te gustaría visitar de punta a punta. Luego participabas en un sorteo y si lo ganabas, visitabas ese país. Había otros premios como neceseres, camisetas o una bicicleta. En el descanso, varios compañeros se acercaron a rellenar el formulario. Yo me acerqué tras ellos y pedí un formulario. Lo entregué a la señorita de la agencia, que me sonrió amablemente. Uno de los compañeros me preguntó :
-¿Y tu, qué país has puesto?
-Nueva York- le dije. Me miró pasmado y se puso a reír.
- ¡Pero si Nueva York no es un país y además no está en Europa!
Todos se empezaron a reír de mí. Yo cogí y me puse a caminar a toda velocidad, haciéndome el avergonzado. En días sucesivos hubo bromitas al respecto. En realidad, en mi formulario puse ?Islandia?. Pero ellos ya pensaban que yo era tonto de remate. Lo siguen pensando. Como su tema intelectual es el fútbol, alguna vez alguno de estos que siente necesidad de hablarme por remordimiento interno me comenta lo emocionante que está la Primera División. Yo suelo decir ?Ojalá que el Segovia gane la Copa de Europa este año?, aunque el equipo de Segovia en realidad se llama Gimnástica Segoviana y está en Tercera. Ellos me dicen ?bueno está difícil? y se van asombrados.
Con el encargado de mi sección, intento parecer todas esas cosas pero también procuro ser ejemplar en mis tareas. Porque aunque tenga aire despistadillo, aunque me haga el tonto, aunque me haga el enclenque, el encargado tiene que llegar a la conclusión de que hago bien mi trabajo. La mayoría de las veces los encargados de estos grandes centros son trepas que quieren contentar al jefe que tienen por encima, que suele ser otro trepa. Por encima de todos estos trepas siempre hay otro trepa hasta llegar a los chavalitos con master en mil cosas que trabajan subordinados a grandes jefes interesados en vender y vender más. Estos trepas de grado inferior quieren contentar al trepa superior que a su vez quiere hacer lo propio con el siguiente. Entonces tiene que hacerse todo bien en su sección. Y les da igual lo tontaina que seas mientras hagas las cosas bien, porque quieren el puesto del trepa que les manda y tienen que hacerlo todo bien. Así que yo hago todo bien. Lo único, que me llevo cositas pequeñas cuando nadie mira, para que mi plan llegue a buen puerto. Pero intento llevármelas de otras secciones, así el encargado de la mía está contento conmigo. Un trabajador ejemplar, por tonto que sea, no suele ser sospechoso de poner patas arriba las estructuras del Estado.
Fuera del horario laboral, tampoco os penséis que hago demasiadas cosas. Me relaciono con los vecinos con máxima amabilidad, pero manteniendo las distancias y con mi aire de tonto. Así piensan que soy un tonto muy amable. Eso me conviene. Así piensan que soy un chiquito agradable pero con pocas luces. Ayudo a las señoras con las bolsas, aunque cuando me hablan me hago el tímido, me muerdo el labio, sonrío un poco, hago alguna que otra mueca para parecer más imbécil. Hago ruidos nasales en plan rinoceronte o hago ronquidos intercalados mientras hablo. Así piensan ?este chaval está más ?pallá? que ?pacá??.
Mientras estoy por el vecindario hago notar mi vestuario. Me pongo pantalones de pana que me quedan cortos, pesqueros, con los zapatos negros con el calcetín blanco. Me pongo camisas y las dejo un poco por fuera y un poco por dentro. Me pongo jerséis antiguos, de estos que tienen bolitas de lana. Los doy un poco de si para parecer algo amorfo. Al tiempo que hago todo esto siempre doy mis buenos días y mis buenas tardes. Porque les quiero dar lástima, pero no miedo, y quiero que me tengan cierta estima, que se compadezcan de mi con cierto afecto.
Por el vecindario salgo lo justo. Lo justito que uno puede y debe salir. Voy a comprar las cosas que necesito a una tienda de chinos, porque los chinos no hacen preguntas. Los chinos podrían ser perfectos cómplices para mi plan si ellos quisieran serlo. Porque no hacen preguntas. Van a su aire. Miran sus dvd en chino y van a su aire. Si les compras algo, te lo venden. En este barrio hay varias tiendas de alimentación regentadas por ciudadanos chinos. Y también varios supermercados regentados por chinos, en los que tienen de todo. Cubo de fregona, fregona, cajas de plástico, cuadernos, guantes. Todo lo necesario.
Una vez cada quince días cojo el transporte público para ir a cualquier punto de la ciudad. Voy de punta a punta. A veces voy a Vallecas, a veces voy a Hortaleza, a veces voy a Canillejas, a veces voy a Aravaca. Voy a sitios muy distantes unos de otros. Voy a droguerías y compro lo que me hace falta. En una compro azufre. En la otra compro glicerina. Voy cogiendo de aquí y de allá, pero poco, muy poco. Todo cosas que le venderían hasta al peor de los terroristas sin sospechar. Y yo levanto menos sospechas que nadie. Con el papel que interpreto, incluso puedo parecer un joven químico distraído.
En mi casa, la mayor parte del tiempo la ocupo organizando mis cosas. Así que como cosas precocinadas y limpio lo justo. Mi saloncito es mi centro de operaciones. Lo tengo todo lleno de planos de la ciudad en los que marco los puntos clave. Los puntos en los que habrá que esconder cosas, los puntos por los que habrá que pasar rápido o en los que hay posibilidad de actuar. Voy memorizando calles para que cuando llegue el momento esos planos estén en mi cabeza. Las paredes las tengo llenas de fotografías. En esas fotografías salen individuos muy importantes de este país. Individuos que lamentablemente voy a tener que neutralizar. Porque las cosas tienen que cambiar. Tengo sus fotografías. Y en mis planos marco también sus horarios, a que hora entran y a que hora salen. A que hora quedan con su querida o con su mujer. Todos los movimientos. En mis ratos libres les sigo y voy apuntando las cosas. Para tenerlo todo controlado. Todos los cacharritos que he ido cogiendo los tengo amontonados en la mesita. Todos los cacharritos y todas las sustancias. Porque lo que estoy fabricando necesita de todo eso para cumplir su papel destructivo. Paso hasta altas horas de la madrugada ensamblando piezas o rodeado de tubos de ensayo. Pero no me importa sacrificarme. No me importa emplear todo mi tiempo libre en esta causa. Porque esto va a llevarnos a otra situación.
Dormir poco es perjudicial en cierto modo porque si no estoy lo suficientemente descansado, no estoy lo suficientemente lúcido. Debo decir en mi descargo que cuando puedo me echo siestas en las que pongo en orden mis ideas. Pero lo que viene siendo dormir por la noche, duermo poco. Pero me viene bien, muy bien, porque eso contribuye a que mi aire despistado sea mayor. Porque para mi tarea me conviene hacerme el despistado. Y tu me dirás que por qué me hago el despistado. Pues porque tengo un plan en el que es fundamental hacerse el despistado. Con el plan que tengo, todo va a cambiar para mejor.
Tengo un plan
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