CAPÍTULO 1
12:16 a.m. Ambiente aséptico. Olor a medicamento. Odio trabajar aquí; pero, prefiero el turno de noche porque la locura está dormida en el sueño de los que de día la deambulan. Esta noche promete ser tranquila.
***
Empezaré por poner en antecedentes, resumiendo que soy detective, un hombre de 34 años viviendo todavía en la casa materna; aunque muchas noches duermo en la oficina porque, se me hacen las tantas al hacer el trabajo que haría una secretaria que no tengo. Mi destino ya estaba encaminado en los recreos del colegio, en donde aprovechando mi corpulencia ejercía de matón de tres al cuarto.
Llevo una vida de poca monta sufragada con líos de faldas ajenos, celos, viudas y pequeñas tramas de espionaje empresarial.
Un amanecer, después de escribir el informe del último caso y cuando ya iba a dar la jornada por concluida, al coger mi gabardina del perchero me fijo que hay un sobre cerca de la puerta. Si lo hubiera encontrado en el buzón bien lo podría haber confundido con una letra de cualquiera de mis deudas. Lo recojo, salgo de mi despacho, bajo las escaleras y salgo del edificio.
Sentado en mi coche de casi 20 años; tan destartalado que más que camuflarme en mis trabajos me delata, le doy vueltas al sobre que no tiene remite ni destinatario. Lo rasgo, saco la nota y la deshojo. Pone: <<A la atención de D. Ruiz. Acuda al Club Las Suecas. Asunto de gravedad>>. Arranco el coche. Desaparco y enfilo a la derecha, calle abajo. Quiero desayunar galletitas caseras y ver en mi televisión la Fórmula 1, que para eso es domingo y dar por terminada una semana dura y complicada.
El Club, de postín, sito en una buena, bonita y nada barata zona de la ciudad. Los maridos de mis clientas frecuentan otros antros licenciosos.
Doy un volantazo y enderezo mi dirección hacia el este. No estoy muy lejos del local de marras. Demasiado semáforo. Llego en 20 minutos. No hay mucho movimiento y aparco en el terreno que hay delante para ése fin. Me encamino a la puerta trasera, porque al llegar vi que había un tipo haciendo guardia.
?Me esperan. ?Le miro con decisión para justificar que no miento. Con un gesto de aprobación abre la puerta y cuando ya estoy dentro me dice:
?Tercera puerta a la derecha. ?Me espeta con tono seco, como para recordarme que es el gorila.
Delante de la puerta espero a coger valor o espero oír algo. Un par de segundos después abro sin llamar. Es una habitación decorada con mano femenina. Una mujer de 40 largos en traje chaqueta revisa papeleo pendiente y garabatea su firma. Sin levantar la vista:
?Póngase cómodo. ?Esa voz... la conozco. La serpiente del recuerdo se remueve en mi estómago.
?Detective Ruiz, a su servicio. Usted dirá. ?Digo cuando me acomodo en la silla de la izquierda, sólo por estar más cerca que la derecha.
Levanta la vista, aparta los documentos, se recuesta en su sillón y me mira con detenimiento. Sí, es Penélope Santos Carrasco, 15 años más vieja. Su belleza hace que partió en busca de otra juventud.
?Pené... lope, hola, cosa hermosa. ?Susurré recordando los buenos ratos pasados contando los lunares de la espalda de la que fuera mi vecina, cuando estábamos en su cama; ya sudados.
?Buenos días, Juan Carlos. ?Mi nombre bailando en su voz. Su boca dibujando las palabras. Aún me la pone dura con un simple murmullo.
?Ya nadie me llama así. Soy Ruiz para todo el mundo. Hasta mi madre me llama hijo, no como me bautizó.
?Ya...
Intento ser profesional... de verdad que intento luchar contra la imagen de su piel clara en mis brazos, cuando corrían tiempos mejores.
?Unas de mis chicas está en apuros. ?Hace un paréntesis: ?Pero su mayor problema es que no puede pagarte.
Mis pensamientos me juegan una mala pasada:
?Pero tú si puedes... ?Mi sonrisa de medio lado corta la posibilidad de cualquier equívoco en la frase.
LA PERRERA 1º Capítulo (lo prometido siempre es deuda)
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