1.
Siempre he sido una persona un tanto extraña. Algunos de mis gustos aburren a los demás; lo que a mí me interesa, la gente lo desdeña, y me enfado por cosas que a nadie importan. La mayoría de las personas me incomodan; disfruto en soledad o con la compañía abstracta de la tele.
Entiendo que la gente no me comprenda. Nunca me molestó que me llamasen ?raro?. Pero, eso sí, jamás soportaré que me tomen por loco. Que me consideren loco no lo puedo aceptar. Puedo ser malo, rancio, aburrido, bicho raro, asocial, tonto, amargado, antipático? Me pueden llamar de todo, por mi carácter y porque me gusta más el silencio de mi casa que el ruido social de la muchedumbre.
Pero yo veo a la gente y comprendo cómo es el mundo. Entiendo que las personas son malas y pueden destripar a los demás si eso les ayuda a alejar sus propios miedos. A mí nunca me importó subirme al sitio más alto, ni correr más que nadie, ni soportar más alcohol, ni saltar más lejos. Por eso me llamaron raro. Y algunos, loco. ¿Loco? Yo veo que los demás viven negando su propio miedo, pero luchando, sin embargo, fieramente contra él. Luchando de maneras que les destruyen. Embruteciéndose. Comprando felicidad de usar y tirar. Haciéndose daño. Pisándose unos a otros. Atacándose. Apuñalándose. Traicionándose. Volviéndose en bestias.
Yo soy igual que ellos. Pero algo me diferencia. Los demás tienen la noción falsa de que nacimos para ser felices. Para ser algo en este mundo. Yo, en cambio, admito la vida. Admito que es una carrera tramposa, una batalla salvaje y cansada por llegar a la meta medio entero, si puede ser. Veo el miedo en que estamos hechos, cuando ellos se disfrazan de mujeres y hombres, escondiendo sus caras monstruosas. ¿Y a mí me llaman loco? Yo veo el horror y las cosas. Veo la vida. Como es. Soy el más cuerdo de todos.
2.
Dicen que los habitantes de lugares muy ventosos tienen la mente algo desequilibrada. Quizá sea cierto. Esta noche, la persiana pega fuerte contra el cristal. Llevamos unos días de viento especialmente rabioso. Me encanta ese ruido. Es como el murmullo profundo del mar, pero se mueve sólo la masa invisible del aire. La esfera del mundo, enorme y entera, está hecha de viento. Aquí siempre hizo mucho. Forma y deshace los surcos en la tierra; igual que disuelve poco a poco mis ideas. Al fin y al cabo, nunca vi bien del todo a la gente de aquí. No quieren cuentas con nadie y barren siempre para adentro, llenando sus casas de arena. Quizá sí estemos un poco locos, después de todo.
3.
Mi casa es muy grande. Tiene dos moradas casi idénticas y entremedias un patio que las separa. La que mira al oeste, ésa es la que uso para vivir. Allí como, duermo, veo la tele y recibo a mis visitas. La que mira al este, ésa la uso para guardar los trastos inútiles que con el tiempo voy acumulando. Por lo demás, poco la piso. Tiene, nada más entrar ? desde el patio ?, un dormitorio. Allí a veces llevo mujeres, por estar esta alcoba más apartada del vecindario.
El resto de la morada, en ocasiones, la visito para abandonar allí una caja llena de cachivaches. Pero hay un no sé qué en ese lugar que no me gusta. Cierro la puerta del dormitorio y quiero aislar las demás habitaciones, sintiendo en ellas ruido y luces encendidas.
Después huyo a la otra morada, donde vivo, y me acuesto n mi cama. Dejo puesta la tele, pero hay un monstruo que me llama, aunque yo no quiera escucharlo, y me recuerda cosas desde la más oscura y escondida habitación de todas.
4.
Volví a verlo al cabo de un tiempo, al menos tres años. La vida le había chupado las aguas hasta dejarlo en los huesos. Me miraba desde sus ojeras profundas y me hablaba con la voz sombría de siempre ? aunque sonaba más flaca que nunca ?.
Parecía que el tiempo no había pasado entre nosotros. Me contó sus nuevos fracasos, sus nuevas pérdidas. Me aseguró estar por fin desengañado. Recordamos nuestra estupidez adolescente. Añoramos la ilusión de las primeras noches adultas., cuando aún no veíamos el abismo al que nos dirigíamos. ?Cuanto más mayor me hago, más extraño todo aquello?, decía. Estaba delgadísimo.
Yo me fui de allí dándome puñetazos, borracho. Durante un minuto (o menos, no sé) me dolió haber dejado marchar a uno de los escasos amigos ciertos. Me sentí viejo. Habían sido tres años, pero se antojaban tres vidas. Y culpable. Había permitido que el destino devorase el cuerpo de mi compañero y escupiese sólo su sombra.
Esa noche estaba triste; una tristeza parecida a la de siempre, pero no igual. Cuando me acosté, ya era de día. Por eso dejé la persiana entreabierta. La luz del patio pasaba por las rendijas, lechosa. Y también, a través de las rendijas, el monstruo me miraba desde el otro lado; yo dormitaba y la bestia me observaba con ojos sangrientos y una sonrisa tranquila en sus fauces.
5.
Nos han engañado. Nos han convencido de que la noche es mejor que el día. Lo han hecho mostrándonos a personajes de alma desagradable, célebres, cómo bailan, alternan y consumen de noche.
Pero yo os digo: la noche es madre de todos los cuentos de terror; la noche deforma con sus sombras el mundo; la noche es el dormitorio de la soledad. La noche es esa parte del día en que las tinieblas de la mente saltan al mundo visible. Queda menos para mañana ? un día menos para la muerte ?. Y mientras tememos al día nuevo, nos asalta el recuerdo de lo que hemos perdido.
¿De verdad es mejor la noche?
febrero de 2008
delirios 1-5
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