A veces me ahogo
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A veces me ahogo
"Fuí al sendero y pasé la mano por las hojas que tú habías tocado. Me llevé una impresión al descubrir lo diferentes que eran de las que no habías tocado. Había un fulgor, una especie de combustión en mis dedos al pasarlos por el borde de aquellas hojas húmedas."
Ian McEwan
A veces me ahogo?
A veces desearía encontrarte dormido en el sofá, y cruzar el salón en silencio para no despertarte, y pasar las cortinas para que no te moleste la luz. A veces imagino que tus brazos arañan las sábanas blancas, que te ayudo a encontrar las llaves en los bolsillos de la chaqueta, que escucho tus pasos subiendo las escaleras. Que más tarde te descubriré abriendo los armarios, revolviendo los libros, desordenando mis cosas.
A veces sueño que envejezco sentada sobre tus rodillas, contándote las canas y repasando tus arrugas. Y te sonrío, porque te quiero más que nunca. Tal vez si lo deseo con todas mis fuerzas esta noche pueda acostarme a leer y encontrarte a mi lado, pidiéndome que apague la luz temprano porque mañana madrugas. Ya ves que estoy lejos de anhelar milagros excepcionales, y que no concibo mayor felicidad que el encanto terrenal de prepararte una pastilla cuando te duela la cabeza o de hallarte desayunando en la cocina.
A veces quiero relatarte cuentos que te hechicen y te emocionen. Describirte en detalle el espectáculo de un horizonte de verano. Hacerte tan feliz que seas capaz de amar todos los elementos de la naturaleza, desde un río a una cereza, y que hasta una piedra remota y angulosa te parezca un tesoro mágico. Sería maravilloso transmitirte tantos sentimientos bellos que llegase el día en que no quedase nada en el mundo que pudiese desagradarte o entristecerte, de modo que todas las miserias y penas quedasen desterradas de tu alma para siempre.
A veces quiero conocerte de nuevo, y acostarte en un campo de jazmines para dormir una tarde eterna. A veces quiero sentarme a tu lado bajo un almendro, y besar tu perfil para que olvides el asfalto, las prisas, los enchufes, los letreros luminosos. Y sobrevivir a mil cosechas, y quedarme a tu lado mientras se apaga el viento caliente.
Ahora cierro los ojos y deseo ser una hormiga, para posarme en ti, y pasar las horas recorriéndote sabiendo que nunca tendrás fin. Tal vez sea mejor así, no imagino nada mejor que convertir tu cuerpo en un camino infinito por el que peregrinar hasta la muerte. Yo sería una hormiga, y tú una montaña, de modo que no te acabarías nunca, y no habría nada más a mi alrededor que tu piel y tu olor. Pero despierto y me sacudo las escamas, siendo un poco más reptil, estando un poco más sola. Y sé que me quieres, pero estoy sola porque me ahogo, porque me faltan palabras que escribirte, tiempo para darte, besos con que cubrirte; porque quiero dártelo todo, hasta que me quede sin aire, hasta quedarme seca y marchitarme en la tragedia de no tener cien vidas que ofrecerte, cien vidas llenas de palabras, de horas, de respiración, de besos, de gemidos, de hormigas que sueñan con caminarte y con revelarte los secretos de la arena y de las estrellas.
No quiero abarcar la vida, pero sí quiero abarcarte a ti. Como si, de algún modo, superases la propia existencia, y la justificases. A veces la vida brota de repente en un oscuro campo de zarzales, y ya no hay tierra seca, sino cataratas fértiles y jardines de nieve. Y es extraño, entonces, no poder proclamar a los planetas que tu destino se ha revelado, y no poder gritárselo a las nubes. Porque todos los seres y elementos y de la naturaleza deben saber algunas cosas: que a veces me ahogo en mis propios sueños; que de tanto que te quiero, me ahogo.
Ian McEwan
A veces me ahogo?
A veces desearía encontrarte dormido en el sofá, y cruzar el salón en silencio para no despertarte, y pasar las cortinas para que no te moleste la luz. A veces imagino que tus brazos arañan las sábanas blancas, que te ayudo a encontrar las llaves en los bolsillos de la chaqueta, que escucho tus pasos subiendo las escaleras. Que más tarde te descubriré abriendo los armarios, revolviendo los libros, desordenando mis cosas.
A veces sueño que envejezco sentada sobre tus rodillas, contándote las canas y repasando tus arrugas. Y te sonrío, porque te quiero más que nunca. Tal vez si lo deseo con todas mis fuerzas esta noche pueda acostarme a leer y encontrarte a mi lado, pidiéndome que apague la luz temprano porque mañana madrugas. Ya ves que estoy lejos de anhelar milagros excepcionales, y que no concibo mayor felicidad que el encanto terrenal de prepararte una pastilla cuando te duela la cabeza o de hallarte desayunando en la cocina.
A veces quiero relatarte cuentos que te hechicen y te emocionen. Describirte en detalle el espectáculo de un horizonte de verano. Hacerte tan feliz que seas capaz de amar todos los elementos de la naturaleza, desde un río a una cereza, y que hasta una piedra remota y angulosa te parezca un tesoro mágico. Sería maravilloso transmitirte tantos sentimientos bellos que llegase el día en que no quedase nada en el mundo que pudiese desagradarte o entristecerte, de modo que todas las miserias y penas quedasen desterradas de tu alma para siempre.
A veces quiero conocerte de nuevo, y acostarte en un campo de jazmines para dormir una tarde eterna. A veces quiero sentarme a tu lado bajo un almendro, y besar tu perfil para que olvides el asfalto, las prisas, los enchufes, los letreros luminosos. Y sobrevivir a mil cosechas, y quedarme a tu lado mientras se apaga el viento caliente.
Ahora cierro los ojos y deseo ser una hormiga, para posarme en ti, y pasar las horas recorriéndote sabiendo que nunca tendrás fin. Tal vez sea mejor así, no imagino nada mejor que convertir tu cuerpo en un camino infinito por el que peregrinar hasta la muerte. Yo sería una hormiga, y tú una montaña, de modo que no te acabarías nunca, y no habría nada más a mi alrededor que tu piel y tu olor. Pero despierto y me sacudo las escamas, siendo un poco más reptil, estando un poco más sola. Y sé que me quieres, pero estoy sola porque me ahogo, porque me faltan palabras que escribirte, tiempo para darte, besos con que cubrirte; porque quiero dártelo todo, hasta que me quede sin aire, hasta quedarme seca y marchitarme en la tragedia de no tener cien vidas que ofrecerte, cien vidas llenas de palabras, de horas, de respiración, de besos, de gemidos, de hormigas que sueñan con caminarte y con revelarte los secretos de la arena y de las estrellas.
No quiero abarcar la vida, pero sí quiero abarcarte a ti. Como si, de algún modo, superases la propia existencia, y la justificases. A veces la vida brota de repente en un oscuro campo de zarzales, y ya no hay tierra seca, sino cataratas fértiles y jardines de nieve. Y es extraño, entonces, no poder proclamar a los planetas que tu destino se ha revelado, y no poder gritárselo a las nubes. Porque todos los seres y elementos y de la naturaleza deben saber algunas cosas: que a veces me ahogo en mis propios sueños; que de tanto que te quiero, me ahogo.
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