La Inmensa Minoría, nuevo libro de Miguel Ángel Ortiz
Hay maneras y maneras de vivir, pero solo el que se ha hundido en el fango puede salir del barrizal y contarlo. Porque como dice el Retaco, narrador de La Inmensa Minoría: «Todos somos las historias que podemos contar, y solo podemos contar las que tenemos dentro». Solamente quien ha hecho del Rock and Roll su compañero en la vida, su almohada, psiquiatra y confesor, solo el que lo quiere de verdad puede escribir una novela tan real y sincera, tan personal y colectiva a la vez. Porque La Inmensa Minoría, segunda novela de Miguel Ángel Ortiz, es un claro homenaje al rock y, especialmente, a Extremoduro, la banda del Robe, ese cantante que no hace «música aborregada como la que salía por la radio» y al que los protagonistas escuchan «como no lo hacían con ningún otro adulto». Leer esta novela es como escuchar un CD de grandes éxitos y fracasos —no sólo de Extremoduro— que resuenan página a página mientras transcurre la vida de los protagonistas.
Una vida nada fácil en un barrio de extrarradio Barcelonés con la crisis de trasfondo, aunque para ellos, como dice la contraportada, «sea llover sobre mojado». Trabajos precarios. Roces con sus padres. Problemas con los estudios. Relaciones tormentosas que no se olvidan fácilmente. En definitiva, el Retaco, el Pista, el Peludo y el Chusmari hacen frente a un presente gris y un futuro oscuro en el que hay demasiadas incertezas y muy pocas seguridades. Y para hacer de esta realidad algo más digerible, utilizan el fútbol y la música como medicina. Sobre todo las letras de Extremoduro. Porque los tres minutos de una canción de desamor o la hora de un cd reivindicativo son la mejor droga que tienen estos chavales para evadirse. La música, al fin y al cabo, no les hace daño y les ayuda a verlo todo de otra manera. A ver que no están solos. A motivarse antes de un partido. A dejar que salga la tristeza en las horas bajas. A sentir que, como cantaba Platero, «al cantar me puedo olvidar de todos los malos momentos, convertir en virtud, defectos».
En La inmensa minoría cantan muchos grupos, no solo Extremoduro. No es un concierto; más bien suena a festival. La dureza de la gris realidad que viven el Retaco y sus colegas en el barrio se canta a través de las letras de Ska-P: «Este es mi sitio, esta es mi gente, somos obreros, la clase preferente». El amor y el desamor recorre las páginas con los versos transgresivos del Robe. La «ciudad de dolor y almizcle» de los gitanos se cuenta con la voz rasgada del Kutxi Romero. Hay sitio para guardar los recuerdos «en tarros de miel» con los acordes de Sinkope; para las interminables juergas «entre borrachos» con los aullidos de M.C.D. Entre canción y canción, resuenan pedazos de la poesía del Manolo Chinato. Hay lugar, incluso, para «aprender a escuchar» con Leño o para entender los errores con las letras de Los Suaves.
Y es que La inmensa minoría suena como un CD de Rock and Roll: buen ruido de fondo, y mejores letras que la acompañan y le sirven de base para contar una historia real como la vida. Como la de cualquiera de nosotros.
Enviado por Javier Cercesuela el 27.01.15