caía la tarde y sus pies avanzaban de nuevo herrumbrosos por ese suelo cubierto de polvo. Tras las ventanas tapiadas se colaba un color anaranjado que dañaba sus finos párpados, morados de tanto llorar.
Aún quería recordar como un ese balcón poseído por la maleza, unas manos sabias le contaban cuentos de princesas, y como en esa habitación -que ahora permanecía cerrada a cal y canto- una voz dulce cantaba acunando la casa, calmando las horas de desasosiego.
Ahora, todas las noches, se sentaba en un raído sofá con un libro de hojas húmedas entre las manos y se recordaba cruelmente que el destino de su especie, de su vida, le conducía a terminar como tantos otros, en un hueco vacío bajo el manto de la madre tierra. Sin saberlo -o más bien sin quererlo- ella misma había pasado a ser un espectro, que, huyendo de sus miedos había caído en ellos.
Y es que en la mañana en que esa casa dejó de estar llena de vida por un maldito guiño del destino, ella se juró que jamás iba a pasar por lo mismo, que iba a vencer ese pasaje hecho para los inocentes y que iba a superar a la muerte que todo segaba. Con esa ilusa idea se metió entre cuatro paredes creyendo que no existía más mundo fuera, o sabiéndolo pero guiada por cuentos tristes en los que cada cual 'moría' cuando su entorno lo hacía... Era su castigo, por haber dejado que sucediese.
... seguía sentada en ese sofá, consumiendo minutos, esperando petrificarse de un momento a otro... pero no sabía que la muerte había jugado sus cartas mejor que ella y que iba a hacer que se saliese con la suya, reservándole algo aún más cruel... dejándola morir en vida.
muerta en vida...
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