Braceé en el mar tempestivo de sus ojos violetas
en las orquídeas jadeantes de sus bajos latidos,
me escondí en el silbido del aliento de una veleta
que giraba con la brisa que escapaba de su ombligo.
Y en su ola de vientre de bálsamo apetitoso,
allí en el epicentro cutáneo al que me dirigía
los senderos romos y de alabastro mohoso
se deslizaban por sus costados para perder la vida.
Y voluptuosas sus delicias en los arcos de su cuerpo
dilucidaban indecentes e ingeniosas cerca de mi oído,
su serranía le pedía a la brisa un meloso contoneo
y con su eco florecía de mi boca un arrullo cristalino.
Y así, yo, me encontraba cabalgando con mis labios
por sus alamedas de flores solitarias bañadas en puro oro,
y acicalaba esas cumbres medanosas de dorado mármol
cuando en sus cimas me llegaban las palabras de sus ojos.
Cuando se erguía como coloso el impetuoso amanecer
y el trigo resplandecía ondulándose entre mis brazos,
acababa la noche y sucumbían las estrellas de un ayer
que daba paso al comienzo de un sosiego entrelazados.
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Sosiego -Quayle- HDS
Mar, senderos y cumbres
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