Cuidado, felicitare al que logre leerselo entero sin dejarse la vista.
Chucky, no lo he puesto en tu post porque es mas porbable que la gente lo lea aqui...
SANGRE (Doble espacio pa que os cueste menos)
No soy un loco. Tampoco desequilibrado, trastornado o peligroso como
ellos pretenden. Sé que nadie me va a creer. Ellos son los más fuertes.
Me han dado este sucio papel y una pluma. Lo han pasado a través de la
rendija que hay en la herrumbrosa puerta; temen que les ataque, les
muerda, desgarre... Me temen y no acierto a saber por qué; por qué
permanezco en este deprimente lugar de paredes de cemento, tirado en
un catre, vomitando mis penurias, observándoles y ellos a mí; una
atracción mutua, el cazador y el cazado, el superviviente y la víctima;
vencedor y vencido.
Se creen que soy tonto. Sé de sus cámaras. Sé que cuando miro, cuando
intento rescatar una imagen de mí mismo en el espejo, ellos están al otro
lado. Sé que mi aspecto les fascina; una sombra que oscurece el
cuartucho, un intento de vida humana, un pedazo de carne corrompida en
un gran charco de sangre.
Sangre...
Sé lo que intentan dándome este papel que empieza ya a poseer mi ser
como si de una letal droga se tratase. Quieren que escriba mis
sentimientos, ya que nunca quiero hablar con ellos. Lo quieren todo ?ya?,
son audaces, inteligentes, sus investigaciones sobre la psique humana les
auparán a lo mas alto de la escala; lo celebrarán con champán, reserva
del 82, un Burdeos, mujeres...
No sé por qué siempre nos empeñamos en marcarlo todo; presente,
pasado, futuro, fecha, día, hora. Siempre he tenido ese toque romántico
que te hace ver el tiempo como algo fugaz, fuera de toda ley o medida
humana y que te es indistinto aprovecharlo o no ya que la muerte es el
fin, un fin degenerado para mí en un festín de sangre humana.
¿Quién sabe cuándo nací? Yo sí, pero no lo diré ¿Cómo soy? Una sombra.
Lo siento por el que no le baste esto para imaginar un ser humano, lo
siento por ellos, que serían capaces hasta de medir cada fideo de la sopa
que nos dan. Lo siento.
Mi delito fue nacer. Nacer entre convulsiones, abandonar un mundo
compuesto de sangre y dolor, inmune, y abrir los ojos a un nuevo mundo
que te espera para devorarte poco a poco. Mi padre nunca quiso un hijo y
mi madre lo pagó.
Yo no tuve hermanos. A la edad de cuatro años, cuando mi madre tenía
veintiuna primaveras, mi padre le propinó tal paliza que la dejó estéril. Yo
ya estaba acostumbrado a ver derramada sobre el suelo de aquella sucia
casa sangre y dolor... el dúo mágico de elementos que dominaba mientras
aún estaba en el otro mundo. No comprendía, no podía comprender. Veía
los gestos de mi padre, la muerte al acecho, olor a peligro. Huía a mi
habitación, todavía recientes en mi cerebro las imágenes de aquel fluido,
el más increíble de todos, el granate, la sangre. En manchas, goteando,
surgiendo de la herida. Cogía mi cuaderno y mis lapiceros de colores, que
mi madre me había regalado hacía un año y de los que ya sólo quedaban
cuatro. Buscaba el rojo, conservando la imagen en mi cerebro, como
quien intenta que no se le escurra la arena entre los dedos. Plasmaba en
el viejo cuaderno la imagen; rojo, más rojo, aquí había como dos gotas,
aquí un rastro más grueso. Sangre, sangre, sangre. Cada vez que mi
padre pegaba a mi madre plasmaba en una hoja de mi cuaderno lo que
había visto, y luego me acostaba preso de una felicidad embriagadora, con
la satisfacción del deber cumplido, como si estuviera forzado a hacerlo.
Mi madre me quería. A pesar de trabajar todo el día para sostener la
familia y amortizar la cantidad de dinero que mi padre derrochaba en
alcohol, siempre sacaba tiempo para contarme un cuento. Por las noches
venía a mi cama y siempre me daba un beso en la frente. A veces, con los
ojos entreabiertos, veía las marcas que cubrían su cara, o un ojo
amoratado y un escalofrío me recorría el cuerpo.
Crecí, y mi forma de ver el mundo cambió. Con nueve años, yo era
siempre el marginado, del que todos se reían. La vida era para mi un
infierno. Ya no dibujaba la sangre pero de vez en cuando echaba un
vistazo al raído cuaderno. Mi padre había mejorado; aunque seguía
propinando golpes y cortes a mi sufrida madre ya era menos común, una
vez cada dos o tres meses. Sin embargo el mundo tenía otra dimensión;
no era adulto pero comprendía y cada vez que ocurría, crecía en mí un
sentimiento de horror y desgracia que me mantenía bajo su yugo durante
tres o cuatro días, llorando y recordando con horror la sangre extendida
por el suelo. Por las noches me tapaba y tenía grandes pesadillas con
enormes manchas del rojo líquido que me atrapaban y engullían como
gigantes amebas.
Recuerdo la vida en casa durante esos nueve años. Mamá, siempre que
papá le gritaba, se tiraba el resto del día sollozando, ocultándose de mí y
con una horrorosa expresión de temor en el rostro. Trabajaba como ama
de casa en otras casas de la ciudad. Papá iba y venía a su gusto, gritaba
mucho y siempre estaba amedrentando a mamá. Durante el día, había
períodos en que debía quedarme a solas con papá. En esos momentos,
podría decirse que mi padre no me conocía. No me decía nada, salvo
cuando le tenía que traer de la cocina su whisky. Yo le miraba a
escondidas desde el pasillo, veía su cara, su tez oscura. Alto, fuerte y con
una continua expresión de disgusto. Su mirada era lo peor; escrutadora y
violenta, con esos ojillos de rata malévola, daba la impresión de estar
esperando para abalanzarse sobre ti y devorarte.
Sí, mi padre era odioso y muchas veces deseé coger un arma y disfrutar
un rato siendo yo el que vertiese la sangre ahora, el que mandase, como
cuando era un embrión en el mundo anterior, gobernador del cuerpo
humano, sangre y dolor. Cuánto pude disfrutar con la idea, noches de
planear el horrible asesinato de mi padre, cada noche más horrible que la
anterior, más sangriento, más divertido. Pero cuando al día siguiente lo
veía salir de su habitación con la mirada cargada de resaca y odio, me
sentía incapaz y me iba a rumiar mi fracaso y a preparar el plan para el
día siguiente.
Diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho...
Dieciocho años tenía yo cuando sucedió. Vaya, acaban de pasar la comida
por la rendija de la puerta
...
Dieciocho años. La adolescencia me había golpeado con su crueldad a
partir de los trece años. Esa necesidad adolescente de ser alguien y
formar parte de algo fuera del circulo familiar resultó dolorosa para mí ya
que para los demás de mi instituto yo era el ?raro?, un tipo taciturno, de
ropa pasada de moda y alejado de éste mundo, desgarbado y malcarado.
Pasaba los días en mi casa, sufriendo en silencio como durante toda mi
vida las continuas broncas de mi padre. Por aquel entonces tan sólo volvía
a ver la sangre tres o cuatro veces al año y su obsesiva presencia me
molestaba menos. Sin embargo no podía evitar recordar mi niñez,
aquellas palizas que no comprendía a los cuatro años, el cuaderno de
tapas duras, los planes de asesinato, la mirada de mi padre. Me
sorprendía al darme cuenta lo poco que había cambiado todo; seguía
atemorizado ante su presencia y pese a ser un hombre de dieciocho años
a su lado me veía como el niño de nueve que le espiaba desde el pasillo.
También seguía planteándome con gozo la idea de matarle y librar a mi
madre pero esta vez ya no disfrutaba al imaginarme a mí mismo
dominando la sangre, sino que me horrorizaba sólo él imaginarla. Pensé
en muertes sin derramamiento del vital fluido, como el envenenamiento.
No pude, no cabía en mi pensamiento cualquier tipo de violencia sin
aquella atrayente masa viscosa y cálida. No sabía otra cosa, mi casa era
mi verdadera escuela y fuera de ella, en el mundo, no había nada más q
que cuatro gilipollas que me miraban mal por mi aspecto sin imaginarse lo
que de verdad sufría.
Dieciocho años. Lo intenté todo para huir de mi situación. Intente diluir la
sangre en alcohol. Un puñado de solitarias borracheras en bares nocturnos
me convencieron de que la sangre era indisoluble y además me hicieron
ver horrorosas alucinaciones que nunca olvidaré. En ellas, mi padre
pegaba a mi madre más y más hasta hacer de ella un charco de sangre
enorme, con cuatro trozos de carne humana y huesos. Dormía en
portales, orinaba en la calle, vomitaba en las aceras. Amanecía de noche,
anochecía de día. El tiempo era un punto perdido en el espacio, sin
principio, fin ni sentido. Volvía a casa y mi madre lloraba histéricamente al
verme. Se acabaron las propinas de mi madre, ella no quería que fuese
como mi padre pero yo necesitaba beber, quería volver a ser el monstruo
que era, ver la sangre. Por ello sucedió.
Sí, dieciocho años tenía cuando violé el espacio sagrado de mi odiado
padre. Le robé mientras dormía un cofre en el que guardaba dinero para
sus bebidas. Huí de casa, me emborraché, vagué toda la noche cogido de
la mano de mi única compañera: la sangre. Me vi en los espejos como un
monstruo pero disfruté con mi aspecto. Vomité, hice hueco en el
maltratado estómago y volví a beber. Acabé en un parque entre
horrorosas convulsiones y volví a mi casa. Cuando entré, él me estaba
esperando.
Cada vez que lo recuerdo.
Sangre.
Su obsesiva presencia, marcando mi vida desde pequeño.
Siempre espectador, siempre público.
Si ellos, los psicólogos, supieran...
Sucedió. Pasaron por mi cabeza las decenas de palizas que había dado a
mi madre. Percibí por su mirada vidriosa que estaba borracho. Y mucho.
Como yo.
Primero me rompió en la cabeza la botella de whisky que llevaba en la
mano. Sentí un vacío y mi cuerpo desplomarse. Reaccioné al clavárseme
los cristales que habían caído al suelo en la espalda. Sentí un dolor
horroroso y todo parecía moverse muy lento. Me propinó un par de
puñetazos en la mandíbula. Sentí el crujir del hueso, manar sangre de mi
nariz y oídos, dientes rotos, oí el rechinar de mil espadas en mi cerebro
preparándose para la batalla. Sacó una navaja de su bolsillo; me desasí
de él tirándole un puñado de cristales a los ojos. Se acercaba con la
navaja en la mano, tambaleándose. La casa estaba en la semioscuridad;
oí gemidos en su habitación, supe que había golpeado a mamá por mi
robo. Le tiré un pisapapeles que le dio en la frente. El golpe fue durísimo,
le hizo una enorme brecha de la que empezó a manar sangre a raudales.
Empezó a perseguirme por el salón, yo interponía todos los objetos en su
camino. Dolor y sangre; se lanzó hacia mí, me cortó en el brazo, me dio
una puñalada horrorosa en el abdomen. El suelo estaba ya lleno de
sangre, yo no podía con él y ya me iba a clavar la navaja en el cuello. La
imagen de la sangre me llenó de horror, el horror me dio una fuerza
increíble. De un salto, herido como estaba, alcancé un enorme cuchillo de
cortar carne que colgaba de la pared de la cocina. Me acordé de los
asesinatos que había ideado, me acordé de uno en el que le atravesaba
con el cuchillo. Lo hice.
Lo que hice después es difícil de entender hasta para mí. Disfruté mucho,
ahora era yo el jefe, el que dominaba a la sangre, me revolqué por el
suelo, me unté de su sangre, me burlé de su cadáver. Le había dado la
vuelta a mi problema, ahora era yo el que disfrutaba con mi sadismo. Es
un horror ahora relatar esto, pero entonces yo era el ser más feliz de los
dos mundos que existen.
Sin embargo surgió en mí un horroroso germen humano: la codicia.
Quería más sangre; una vez ya había sido el que controlaba un mundo de
sangre y dolor, al nacer perdí ese puesto; ahora deseaba volver a ser el
rey.
Mi madre estaba llorando en su cama. Tenía un corte profundo bajo la
mejilla, no se había atrevido a salir a ver la lucha. Cuando aparecí lleno de
sangre corrió a abrazarme. Yo, loco de ira y sediento de sangre la separé
de mí y le anuncié el fin de todos sus problemas. La maté allí mismo, con
el mismo cuchillo con el que maté a mi padre.
Me animé con unos vasos de whisky y totalmente ebrio salí a la calle a
satisfacer mi sed.
En el transcurso de lo que quedaba de la noche maté a cinco personas: el
profesor de historia que siempre se preocupaba por mí hasta el punto de
agobiarme, los tres chavales que siempre se metían conmigo, la vecina
que siempre me miraba mal. Fue una pequeña muestra de venganza, de
lo que estaba dispuesto a hacer contra el absurdo mundo en que yo era
extraño para todos. Sí, y al matarlos a todos quedaríamos yo y mi mundo
de sangre, sangre y dolor, el primer mundo que conocí y el mejor. Me
atraparon enseguida, no pasaron ni cuarenta minutas tras el último
asesinato. El revuelo que se montó fue enorme, mi baño en sangre
horrorizó al país entero, fui portada de todos los periódicos.
El juicio fue fácil. Me declaré culpable de todo. Me condenaron a pena de
muerte.
En la cárcel ataqué a todos mis compañeros, me declararon ?loco
peligroso? y me trasladaron a este asqueroso psiquiátrico penitenciario.
Desde entonces ellos me vigilaron, intentaron penetrar en mi mundo. No
les dejé, los habría matado de no ser por las esposas que debía llevar
puestas.
Con los años me he ido tranquilizando. Sigo siendo un monstruo. Estoy
marcado de por vida por ese odioso líquido causante de mi desgracia.
Pero no estoy loco, puede que estuviese trastornado cuando protagonicé
aquel torbellino arrasador de sangre y dolor formando un todo con el
fluido causante de mi trastorno.
Y ahora sé mucho. Sé mucho más de este mundo, aunque apenas lo haya
visto. Sé que el hombre es sangre, nace sangre y muere sangre y bebe su
propia sangre. Sé que vuestro mundo, el de todo lector de estos folios, es
un mundo afectado por una plaga llamada humanidad, que gusta de
asesinarse mutuamente, ser cazador y cazado, verter cada año millones
de ríos de sangre, genocidios, torturas. Se que actualmente yo soy uno de
los millones de cazados, junto a gente de todo el mundo que también son
los ?cazados? en guerras, muriendo de hambre, accidentes... Sé que yo un
día, sólo un día fui cazador y sentí la sed de poder, la misma que sentirá el
coronel que manda matar a trescientos e inmediatamente necesita
trescientos más. Cazador y cazado, y los primeros beben de la sangre de
los segundos. Sé que algún día ellos dejarán de estudiarme, conseguirán
un éxito gracias a mí. Entonces la presa ya no les servirá y dejarán que se
me aplique la pena de muerte que tengo pendiente, y mi sangre correrá
en ríos invisibles junto a la de los otros millones de cazados, y los
cazadores se harán importantes, y querrán más.
Y serán muchos los cazados. Serán los muertos de hambre porque una
persona se niega a sacarles de su situación. Serán muchos los muertos en
guerras absurdas para que otra persona ascienda un puesto en el ejército.
Y ellos no se habrán bañado en sangre ni la habrán bebido en el sentido
estricto de la palabra; y yo sí lo hice. Pero sé que ellos son y serán los que
más daño hagan, los que están locos, los que hacen barbaridades con la
sangre. Yo no.
Debo acabar ya. Se oyen voces tras la puerta y creo que vienen a por mí,
a recoger estos folios.
SANGRE (relato duro ... sangriento (no morboso) ...crítico)
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...plas plas plas plas plas (aplausos)
...¿y decías que eras mal relatista??? hay que joderse jeje es un relato jodidamente cojonudo, es la hostia la historia que has descrito, y de morbosa nada, tratas un tema como es de la violencia familiar sin tapujo ninguno, sin autocensurarte ningún pensamiento ni leches en vinagre, mi más sincero reconocimiento y admiración a tus letras, un saludo, un saludo grande...
...¿y decías que eras mal relatista??? hay que joderse jeje es un relato jodidamente cojonudo, es la hostia la historia que has descrito, y de morbosa nada, tratas un tema como es de la violencia familiar sin tapujo ninguno, sin autocensurarte ningún pensamiento ni leches en vinagre, mi más sincero reconocimiento y admiración a tus letras, un saludo, un saludo grande...
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...claro, claro, joder, no sólo hablas de los malos tratos, de he hecho te he comentado : "tratas un tema como es de la violencia familiar sin tapujo ninguno"...tambien tratas otros temas como son las relaciones de poder, del ansia de poder, controladores y controlados, hablas del alcohol, de la sociedad, la sociedad observada desde ese punto vista, hablas del nacimiento de un asesino... a lo que me refería es que en ese tema no te has cortado a la hora de describir las situaciones, ya que podría ser bastante peliagudo hablar de ese, de ese asunto... en fin, buen relato...
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