Derechos para los contenedores de basura

[Artanga]

Por fin llegó el día de la liberación nacional. Las calles estaban tensas pero reinaba cierta tranquilidad y alegría. Aun así, se produjeron algunos incidentes menores en la salida escopetada de los últimos reductos que quedaban de las fuerzas de ocupación. En un lugar en cuestión, se levantó una barricada para impedir el acceso al centro del pueblo a los militares, también a modo de señalización de que pillaran la carretera que les llevaría al sur, muy al sur.

Sin embargo, esa barricada no se pudo encender con el fuego popular. Concejales de partidos democráticos de toda la vida se encadenaron a los contenedores de basura que bloqueaban la carretera exigiendo justicia y derechos para el plástico y el metal. ¡Para qué tenemos la incineradora! gritaba uno. ¡Defendamos la civilización y los contenedores! gemía otro.

Y aunque esa situación pueda parecer extraña e inexplicable para el que no conozca esta historia, ya a caballo pasado os la voy a contar para que entendáis.

Euskal Herria era un pueblo donde los contenedores de basura tenían más valor que la vida de cientos de miles de personas. Pero no solo eso, incluso hasta los peinados de marquesas lo tenían.

Si a Bill Gates le tiraron una tarta a modo de protesta causando una multa de 40 céntimos por embadurnar con merengue el hermoso frac del pirata informático number 1, si el merengue caía en una piratilla de andar por casa defensora del TAV, la cosa ascendía a penas de prisión de 1 y 2 años.

Si hacías una pintada en defensa de los derechos de los presos y presas políticas, detenían a cualquiera y decían que se estaba llamando a la insurreción armada.

Si esa defensa de los derechos de los presos se hacía digitalmente, te cerraban la web como le pasó a Ateak Ireki. Si lo hacías en la calle te clausuraban la organización como le pasó a Herrira.

Si la ertzaintza mataba a tu hijo. Se promocionaba al jefe del operativo y se escupía en la cara a una familia destrozada y rematada por el gobierno vascongado.

Un gobierno vascongado al que además le molestaba mucho que los presos salgan de la cárcel y se les recibiera en sus pueblos. No entendían como una cosa así podía darse cuando el pueblo lo que tenía que hacer es abrillantar las pelotas de goma asesinas que lanzaban. Pues una pelota de goma y el honor del que las lanza a bocajarro contra gente desarmada , al igual que un contenedor de basura o el peinado de una marquesa, valían más que un joven seguidor del athletic.

Pese a que el merengue les hacía un daño horrible, nadie se explicaba porque no dejaban usar bocachas al pueblo y ellos usar tartas.

Y es que Euskal Herria estaba dividida entre ciudadanos de primera y segunda clase. Los de primera eran los uniformados, los ricos y los de la clase política. Los de segunda simplemente eran tratados como abono para sus campos de golf.

Por todo esto es por lo que aquellos concejales de partidos democráticos de toda la vida se encadenaron a los contenedores de basura que bloqueaban la carretera exigiendo justicia y derechos para el plástico y el metal.

No sabían en ese momento que su castillo de naipes levantado en el mayor de los cinismos e hipocresía acabaría esparcido por el suelo. Pues las desigualdades sociales y la opresión de los pueblos es solo parte de un pasado absurdo que jamás volverá. Los poderosos ahora ya no existen porque el verdadero poder es la justicia.

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