
Gracias a los que lo leais, y las opiniones son bienvenidas.

Capítulo Uno
En otra vida, fui un caracol. Sé que es una afirmación rotunda, acaso incluso intrigante. Pero es la simple y llana verdad. Era un caracol muy bonito, el más apuesto de todo el huerto del viejo Tío Frank. Desde luego que no era nuestro tío, pero ¿cómo podíamos no haberle llamado así? Desde luego nuestro padre no podía ser, sería muy difícil y escabroso imaginármelo yaciendo junto a mi madre. ¡Caramba, me da escalofríos de solo pensarlo!. Así pues, aplicando la razón a la inversa, el Tío Frank tampoco podía considerarse como mi madre. Pero él era quien nos alimentaba, nos plantaba esas hojitas de lechuga cerca de casa para que nos convirtiésemos en unos robustos señores caracoles. Aunque nunca entendí por qué el Tío Frank se enfadaba cuando veía nuestros diminutos mordiscos en las hojas. ¿Acaso pensaba que no comíamos suficientemente bien y por eso despotricaba tan furiosamente? Una vez intenté preguntárselo. Vi que se acercaba hacía mi con su característico andar desgarbado y moví mis antenas, haciéndole la pregunta. Pero el me ignoró, ¡incluso casi me aplasta con ese enorme pie!. Imaginé que estaba especialmente cabreado ese día, pues yo había tenido una indigestión el día anterior por haber comido remolacha la noche anterior, y no había comido tanta lechuga como era habitual en mí. En fin, ¿quién entiende a estos humanos?.
Pero bueno, me estoy desviando del tema. Mi vida como caracol acabó hace tiempo ya. No recuerdo muy bien mi final, pero cada vez que pienso en ello, me viene a la mente un olor de salsa de piñones, típica de un restaurante italiano muy cercano a la casa del Tío Frank. Analizándolo bien, no tengo nada que reprocharme de mi vida pasada, fui un gallardo y apuesto caracol hasta la muerte. Lo único que lamento es no haberle dicho a mi querida Lucie lo dulce y sabrosa que era su baba.
Hablando de la baba de Lucie ? Nunca he comprendido ese afán de los humanos de arrebatárnosla. ¿Os imagináis vosotros a un ejercito de caracoles abriéndoles la boca a los humanos para sacarle su flujo bucal a la fuerza? Seguro que algún desalmado nos pegaba un mordisco y nos tragaba con nuestra casita y todo. Aseguran que nuestra baba les ayuda a rejuvenecer el cutis. ¿Tanto importa el aspecto físico de una persona? Yo a mis amigos les voy a querer igual, tengan las antenas briosas o agarrotadas; o los colmillos se las hayan caído ya de puro viejo. Y en el caso de que importe tanto el aspecto, ¿lo que realmente te importa es verte joven y guapo o que la gente te vea así? ¿Tan baja tienes la autoestima?
Camino por la calle y no puedo dejar de observar a toda esta multitud. La mayoría, retocados. Una, cargando con una capa de maquillaje de seis kilos para ocultar su imperfecta piel. Otro, con su tinte en la mano para tapar las canas de su cabello. Realmente da que pensar. ¿Hacia donde van estos humanos cuya mayor preocupación es consumir y aparentar? Se supone que son los más inteligentes de todo el planeta, pero yo desde mi humilde punto de vista de animal irracional, lo dudo. ¿O quizá sea más racional que todos ellos juntos? Yo no necesito fingir para sentirme pleno, soy lo que soy. Soy lo que nací. Y lo que nací, moriré.
Cuando aún estaba en el huerto del viejo Tío Frank, observé unos cuantos casos flagelantes del mismo tipo. El Tío Frank tenía una mujer, Lhadillha. Lhady para los amigos, como ella decía. Pero su supuesta amistad abarcaba a cualquiera con el que se cruzase, lo cual siempre me pareció sospechoso. Yo creo que más bien quería ocultar el parecido fonético de su nombre con el de ese bicho tan molesto y repugnante para ellos. Aunque yo, que alguna vez he coincidido con alguna de ellas, me parecen la mar de divertidas. Un día me encontré con un grupito de estos simpáticos bichitos en una esquina del huerto del Tío Frank. Estaba haciendo un concurso de saltos, a ver quien era la primera en alcanzar los pelos de la cola del caballo con el que el Tío Frank araba los campos. En fin, tienen sus particularidades pero son ingeniosas y amenas, lo cual no se puede decir de todo el mundo.
Pero bueno, a lo que iba: La mayor ambición de Lhadillha era aparentar no ser ella. Y no es que fuese un camaleón, el cual se pone el disfraz por necesidad. Que va, ella lo único que quería era lucir lo que no era. Siempre estaba intentando convencer al Tío Frank de que le comprase un vestido más ajustado, un potingue para los granos, crema de caracol para las arrugas, etc. Incluso una vez les sorprendí discutiendo, ¡pues Lhadillha quería operarse para ponerse más pecho! ¿Qué pasa, tendría envidia de Sulf, la anciana vaca lechera que alimentaba a toda la familia? La gente se muere de hambre en el mundo, sin poder llevarse un solo bocado a la boca, y ella preocupada porque si no se ponía un busto mayor la gente no la miraría por la calle. Sinceramente, Lhadillha era fea, bueno más que fea era horrorosa. Pero yo estoy convencido de que el Tío Frank la quería por como era, no por como debería ser.
Lhadillha era insaciable. También quería un coche más potente, una casa más grande, que su marido no fuese agricultor, si no empresario. Quería más y más. Y yo cada vez que la escuchaba, sentía ganas de gritarla con toda la fuerza de mis antenas:
- ¿No te das cuenta maldita imbécil? No eres real, eres artificial. No eres tu cuenta corriente ni la sartén que el banco te regala. No eres el coche que tienes. No eres los billetes de tu cartera. No eres tus vestidos. Eres la mierda y la inmundicia de este mundo.
Pero daba la impresión de que por más que la gritase jamás entraría en razón. Su cerebro-esponja había absorbido demasiadas idioteces durante toda su vida. Quería aparentar más, no ser más. No se daba cuenta de que la autorrealización ficticia es una simple masturbación. Placentera momentáneamente, pero una mísera sustitución realmente.
Maldita Lhadillha.