Vives

[Gusarapo]

Caminando por la ciudad, jungla de cemento cristal y asfalto, llego a una amplia avenida flanqueda por enormes árboles que imponen silenciosos el límite entre la acera y la carretera.

Hace varias horas que ha amanecido y la gente camina aprisa sin apenas reparar en mi paso lento y despreocupado, el sol tibio se filtra entre las ramas que lentamente y sin descanso se deprenden de hojas amarillentas aún húmedas por el rocío del amanecer.

Me siento en un banco y me quedo quieto en silencio a observar esta curiosa lluvia otoñal que pasa desapercibida para la multitud que, indiferente, me rodea.
Huele a humedad, a tierra mojada, a agua... sin embargo comienzo a notar que el sol calienta mi cara de una manera ya intensa.
Las hojas van a morir al duro y frío suelo gris, donde se amontonan caprichosamente bajo los pies de personas que no reparan en su presencia inerte. El ciclo de la vida queda interrumpido en este bosque artificial.

Vida y muerte, día y noche, calor y frío, respira, piensa y expira; la realidad es una dualidad que nos rodea. Una hoja va a morir al tapiz natural que vio nacer y dió la vida a su semilla, raiz, brote... que fue su todo durante el tiempo que estuvo viva y al que se entrega para con su esencia eternamente reproducida nutrir a nuevas ramas, hojas y árboles futuros.

Solo así me puedo desnudar y mirar desde fuera e intuir vagamente mi lugar en el mundo, una vez comprendido, mirar de frente a la vida e intentar no tener miedo de la muerte, de la mia y los que me rodean e importan.