Para Vicky y sus niñas.
Érase una vez un borrador pequeño olvidado en el fondo de un estuche. A su lado, los lápices de colores, también olvidados, hablaban sobre la posibilidad de salir de allí y ver mundo.
-¡Estoy harto de permanecer encerrado!. ¡Vamos a ver que hay fuera de aquí!, dijo el color rojo.
-Yo no voy. Mi primo, el rotulador negro, me ha contado que sólo hay caras tristes.
-Tú siempre tan optimista, señor negro. Yo voy contigo, señor rojo. Seguro que nos esperan muchas aventuras. ¿Quién se apunta?.
-¡Cuenta conmigo, señor naranja!. Mi primo, el rotulador amarillo, dice que el sol tiene nuestro mismo color.
-A mí me han comentado que la hierba, en primavera, se parece a mí.
-¡Muy bien, señor verde!. ¿Alguien más?.
-Por supuesto. ¿Quién dijo miedo?. Yo, el señor púrpura, tendré que guiaros. Sin mí, no llegaríais a la vuelta de la esquina.
-¡Ja,ja,ja,ja!. Que humilde eres, amigo. Yo propongo, sin embargo, que vayamos todos. La unión hace la fuerza, ¿no?.
-Tú, como siempre, tan juicioso, señor azul. Tienes razón. Vamos todos entonces.
El color negro finalmente se unió a ellos. Prefería arriesgarse a quedarse solo.
De repente?.
-¿Puedo ir con vosotros, por favor?.
-¿Habéis oído, señores?. ¡El señor borrador quiere ir con nosotros!
-Sí, si me dejáis?
-¿Por qué íbamos a permitirlo?. Tú no eres uno de los nuestros.
-Bueno, en eso tienes razón, señor amarillo. Aún así, si lo piensas, sí que tenemos algo en común.
-¿Y qué es si se puede saber?.
-Esta inquietud. A mí tampoco me utilizan. Todo son rotuladores, bolígrafos y ordenadores. Las nuevas tecnologías han conseguido que se olviden de nosotros.
Permanecieron un momento callados. Sabían que decía la verdad.
-Acepta nuestras disculpas, amigo. Puedes venir si así lo deseas.
El borrador sonrió por primera vez en mucho tiempo.
-Gracias, señor azul.
Se pusieron todos en marcha. Lo primero que había que hacer era abrir esa gran cremallera que les separaba del mundo exterior. Mientras estaban en ello, uno de los lápices se apartó del grupo. Fue hasta el extremo opuesto del estuche y rajó con su punta afilada la tela que lo recubría. Escapó de allí a toda prisa. Nadie se percató de ello.
Por fin salieron a la calle.
-Pero?pero.
Nadie podía creer lo que veía.
-¡Gris!. ¡El mundo se ha vuelto gris!.
El señor naranja tenía razón. El sol, la gente, las nubes... Rostros cabizbajos que andaban sin rumbo. Niños sentados, sin ganas de jugar.
-¿No os gusta?.
-Vaya, aquí tenemos al culpable. ¿No es así, señor gris?.
-Muy bien, señor azul. Muy bien.
-Dinos al menos por qué.
-Muy sencillo. A ver, ¿qué sabíamos de los humanos antes de salir?. ¿Qué nos han contado siempre nuestros primos los rotuladores?.
-Depende del color que te lo diga.
-Aún así, en algo coinciden todos.
-¿En qué?.
-En que apenas se escuchan. Van por la vida hablando en voz alta. Esas voces, les impiden oír a los demás.
-No siempre sucede.
-En algún momento, quién más, quién menos, se ha sentido así. ¿No lo entendéis?. Lo único que he hecho, en definitiva, es darles el color que realmente merecen. Pintarles tal y como son. ¿Es eso un delito?.
-No. No es un delito. Es algo mucho peor. Les has arrebatado su alegría. Les has robado su esperanza. Por mucho que queramos devolverles su color original, seguirán teniendo ese trasfondo apagado. Ya están marcados con la desilusión.
-Tal vez se lo merecen. ¿No crees, señor rojo?.
-Se lo merezcan o no, todos los colores son necesarios. La vida está llena de tonalidades distintas. A veces más alegres, a veces menos. Nada se puede limitar al blanco o al negro. Eso genera rivalidad. Eso genera odio. La sabiduría la proporcionan los matices. La mezcla, amigo mío. La mezcla.
- ¡Vaya!. Mirad quién ha hablado. El borrador. El destructor de colores.
-No soy ningún destructor. Al revés. Gracias a mí pueden cambiar lo que no les gusta y empezar de nuevo. Eso es justo lo que voy a hacer ahora.
-No te molestes. ¿Para qué?. ¿Crees que recuperando sus colores, los humanos arreglarán algo?.
-No. No se arreglará de inmediato pero volverán a ver más opciones. Eso les dará fuerzas para empezar otra vez.
-¿Y cómo lo vas a hacer?. Tú sólo no puedes borrarlo todo.
-Borraré hasta que de mí no quede ni una sola mota de goma.
-El mundo se queda tal y como está. No permitiré que toques nada.
En aquel instante, el señor gris se lanzó hacia la goma de borrar. El resto de lápices no supo reaccionar a tiempo. Un agujero, dos, tres. El señor borrador comenzaba a deshacerse.
-¡Socorro, socorro!
Aquellos gritos despertaron al resto. Fueron hacia el señor gris y consiguieron apartarle del señor borrador.
-Ayudadme. Levantadme. Aún puedo hacer algo.
Tras incorporarle, el señor borrador comenzó a quitar la niebla en las miradas, el silencio en los pájaros, la ceniza de los árboles. Cada línea que borraba era un hilo de vida que iba perdiendo. A pesar de no poder acabar con todo el gris, aún desapareciendo en el intento, estaba contento. Sabía que sus amigos, los lápices de colores, se encargarían de darle al mundo la oportunidad que le correspondía y eso, le hizo sonreír hasta el final.
