Hubo un tiempo donde la felicidad se resumía en una llamada, en un parque, en una partida de futbolín. Hubo un tiempo donde el tiempo no importaba demasiado. Donde las agujas del reloj se derretían bajo unos asientos de piedra, de madera. Cuando el viento traía palabras de consuelo. Cuando existía el tiempo para los demás.
¿Qué eran entonces los problemas?. Cartas invisibles con destinatario y remitente. ¿Cuáles eran las soluciones?. Postales cargadas de abrazos, de buenos deseos. Comprensión sobre los adoquines. Los mismos que hoy día ya no recuerdan tantos y tantos nombres.
Adoquines blancos donde dejábamos nuestras huellas, nuestros sueños. Adoquines negros por los que transitamos ahora sin detenernos un momento, a recordar. No, ya no hay tiempo. Parece que ya no se tropiece de nuevo. ¿Y si por un casual lo hacemos?. ¿Quién nos ayudará a levantarnos?.
Hubo un tiempo donde la felicidad se resumía en una llamada. Hay un tiempo donde la felicidad se resume en rememorar aquellos tiempos.
Adoquines negros
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