Hola, quería dar un toque de color aeste forillo tan entretenido poniendo aquí este relato (en mi opinión muy bueno) que hace unas semanas copié de un foro como éste (siento decir que no recuerdo la dirección porque fue la primera y última vez que lo visité). Con todos mis respetos y felicitaciones hacia su autora, que lo escribió para ser disfrutado por todo@s nosotr@s, os dejo con él. Es largo pero para los lectores empedernidos puede ser toda una gozada.
La Hermandad
Aquí estaba yo; en la parte trasera de un vehículo, cuyo chofer me llevaba a un lugar del cuál no sabía completamente nada, para reunirme con unos desconocidos.
Marcia me había jurado que no me pasaría nada y que aparte de la cuota establecida por el servicio, ellos serían muy generosos conmigo si los complacía. Ella había tenido tratos con esta gente semanas antes y me había presumido un fajo de billetes de cien dólares que extendió como un abanico frente a mi cara.
-Mira nada más la propina que me he ganado -había dicho sonriente- con los clientes de esta noche.
-Wow. Tienes más de mil dólares ahí. ¿No requerirán alguna otra compañía?
-Mhhh. Puede que sí. Si sale algo, yo te aviso.
Y así había sido. Un par de horas antes esta misma noche, Marcia me llamó para ver si seguía interesada.
-Desde luego que me interesa. ¿Pero qué hay que hacer? ¿No serán depravados, verdad?
-Noooo mi reina. Estos chicos sólo quieren divertirse. Y te aseguro que saben cómo hacerlo. Nada demasiado raro, y en todo caso, no eres precisamente una remilgosa. Peores trabajos hemos hecho tú y yo bebé. Y, además, sin propinas. En media hora pasa por ti un chofer. Ponte guapa y no te preocupes.
-Bien Marcy. Aquí lo espero.
Al llegar a la entrada de Bosques de las Lomas (el barrio más exclusivo de la capital), el chofer detuvo el coche y me extendió una capucha negra de lycra.
-Póntela sobre la cara. Que tape bien tus ojos; sin trampas, o aquí te bajas.
-Nadie dijo na...
-¡Chhh, chhh! Ni una palabra ?me interrumpió-. Si no te gusta, coge un taxi para que te lleve de regreso a tu casa.
La forma déspota de tratarme de aquel fulano no me gustaba. Estuve a punto de abrir la puerta y bajarme del coche, pero tendría que devolver los 1500 dólares del anticipo y la verdad, no estaba por el arte de perderme ese dinero. Además, estaba lo de la jugosa ?propina?. De mala gana, le arrebaté la capucha y empecé a ponérmela.
-Jajajaja. La putita tiene carácter. Eso les va a encantar.
Estaba a punto de contestarle que ahí la única putita había sido su madre, pero preferí no seguirle el juego. Además, aquello me estaba calentando y noté que mis muslos comenzaban a sudar un poco sobre la tersa piel de los asientos del coche.
Completamente ciega, fui conducida por un corto tiempo por las calles. Luego nos detuvimos. La bocina del coche sonó un par de veces y el ruido de una gran puerta de madera (esa impresión me dio) se escuchó desde afuera. El coche avanzó nuevamente un buen trecho mientras sorteaba una docena de curvas a buena velocidad, hasta que volvimos a detenernos y el motor se apagó.
El hombre bajó del vehículo y desde la ventanilla me dijo:
-Aguarda aquí sin quitarte la capucha. En un momento vendrán a recogerte. Y no trates de mirar nada. Si lo intentas, hasta aquí llegaste princesa. Hablo en serio. Por cierto; ¿qué talla de ropa usas?
-¡Que te importa! ¡Vete a la mierda!
-¡Huy huy huy! La princesa está enojada. Yo sólo cumplo órdenes su majestad. Pero más te vale no ponerte roñosa y darme tu talla. No tienes nada que ganar y sí mucho que perder con esa actitud. Estas son las grandes ligas y aquí se obedece sin rechistar. ¡Tu talla!
-Tres. 34C de bra y tanga M.
-Jajajaja. Con la talla del vestido tengo, puta melindrosa. No vas a necesitar brassiere y mucho menos tanguita. Sólo tus manos y tus agujeros.
Todavía se seguía riendo mientras se alejaba. Aquel cerdo gozaba con el pequeño papel que le tocaba desempeñar y a mí la plática sólo había conseguido excitarme más. Con una mano acomodé la tanga que se me venía encajando en las nalgas mientras la otra separaba la capucha de la boca, buscando un poco de aire fresco.
Este lugar tenía que ser enorme. Tan sólo unas cuantas residencias contarían con una calle tan larga en su interior, así que mentalmente traté de ubicar dónde me encontraba. Tal vez en la Colina Del Perro, o en la del recientemente encarcelado dueño del banco X, o la del presidente de la cementera más grande del mundo.
-En verdad no quieres saberlo -pensé-; mientras menos sepas, mejor. Esta gente quiere anonimato, y será bueno que no trates de complicarte la vida.
Unos minutos después, se oyeron pisadas de tacones diminutos acercándose. La puerta se abrió y una voz femenina y joven me dijo.
-Bienvenida. Dame tu mano. Te ayudaré a bajar y te llevaré hasta la habitación que ocuparás esta noche. No tengas miedo; nada malo va a pasarte. Te aseguro que todas estas precauciones son por el bien de ambas partes. Ve pensando en un nombre que te guste para utilizarlo por hoy. No conviene que uses el tuyo. A los señores tampoco les gusta que ustedes puedan ser molestadas después por alguno de los invitados. Aunque no lo creas, también se preocupan por todas nosotras ?me dijo mientras me tendía la mano ayudándome a bajar del coche.
-Gracias -le dije- todo este show parece de película de suspenso, y lo hace todo un poco atemorizante. Pero el oír tu amistosa voz me tranquiliza, por el momento.
-No te preocupes. Ya verás que te lo vas a pasar muy bien esta noche. Y quien sabe; tal vez vuelvas a venir con nosotros nuevamente, si causas una buena impresión.
-Eso está por verse. Primero tendré que ver de qué va todo esto.
Mientras platicábamos, recorrimos lo que al parecer era un largo pasillo, en el que el sonido de nuestros pasos retumbaba produciendo un eco sordo, mitigado por la dura alfombra que pisábamos.
-Me comentó el chofer que eras talla 3, ¿no es cierto?. Tienes un cuerpo realmente envidiable. Seguramente las apuestas serán altas por ti.
-¡Apuestas! ¿Quieres decir que me van a ?ganar? como si fuera un caballo del hipódromo?
-Jajajaja. No precisamente. Pero ya lo verás por ti misma. ¿Ya escogiste algún nombre?
-Bueno, pues si voy a ser motivo de apuestas, creo que deberán llamarme Lucky.
-Jajajaja. Excelente, Lucky. Muy apropiado. Ya hemos llegado. Pasa.
Mi anfitriona abrió una puerta que cerró detrás de nosotras. El aire era templado y un ligero aroma floral llenaba todo el ambiente. Mis pasos ahora eran totalmente silenciosos bajo la mullida superficie del nuevo piso alfombrado que pisábamos.
-Ya puedes quitarte la capucha. A partir de aquí no tendrás que volver a utilizarla, más que para abandonar el edificio de nuevo. Por cierto; mi nombre es Lara.
Al quitarme aquella engorrosa capucha, vi ante mí a la más escultural hembra que hubieran contemplado mis ojos. Lara era una chica joven ?unos 23 años calculé rápidamente- de rasgos orientales con su negra y lacia cabellera impecablemente peinada cayéndole hasta la mitad de la arqueada y fina espalda.
Sus bellos y grandísimos ojos rasgados de un profundo color oscuro se enmarcaban por debajo de sus delineadas y delgadas cejas. Las pequeñas orejas parecían estar unidas al cráneo de tan pegadas que estaban, y eran rematadas por unos delicados pendientes que lucían grandes y blanquísimas perlas a juego con su enorme, perfecta y bella sonrisa de dientes inmaculados. La nariz no era menos; pequeña y recta como la de una geisha. Y los labios finos de un rojo intenso que no usaban más que una delicada capa de brillo transparente, aparecían por arriba de su barbilla pequeña y angulada al igual que sus pómulos, envidia de cirujanos plásticos.
El cuello largo y delicado, portaba un collar a juego con los pendientes, de cuyo centro colgaba un extraño caracter chino o japonés -no sabría decirlo- tapizado de brillantes. Los hombros altivos y finos sostenían unos brazos rematados por cuidadísimas manos de uñas largas y pulidas, sin barniz ninguno.
Las bellísimas tetas, pequeñas pero macizas, con sus diminutos pezones marrones obscuros se desdibujaban por debajo del semitransparente vestido negro de Kenzo ?sin lugar a dudas era un vestido de diseñador auténtico- que resemblaba a un exótico kimono, realizado en seda. Bajando un poco más, se encontraban su diminuta cintura y sus anchas caderas, orientales como toda ella, conformadas por un espectacular juego de perfectas y redondeadas nalgas entre las que seguramente se encontraba cobijado un apretado y prieto culo. Su pubis era cubierto por una espesa mata de pelo ensortijado y negrísimo, que apenas lograba ocultar sus carnosos labios y atrayente vagina.
No llevaba ninguna ropa interior, por lo que pude notar un excitante piercing de oro del que colgaba una corta cadena del mismo metal que era rematada por un dije con un símbolo extraño ?japonés igual que el otro, pensé- de laca roja.
Sus pícaros ojos me observaban, como evaluando mi mirada. Ella debió imaginar mi asombro ante su figura, pues soltando una jovial carcajada me dijo:
-Pues tú tampoco estás nada mal. Ojalá tengamos tiempo de conocernos más... íntimamente. Estás preciosa. A más de una le vas a provocar envidia y a más de uno lo vas a dejar empalmado al instante.
Con sus tersas manos acarició mi cara, hasta llegar a mi cabellera rubia y rizada.
-En un momento estarán aquí la peinadora y la maquillista, así que más vale que te des una buena ducha y te vistas. En el armario encontrarás algunos vestidos y zapatos; escoge unos. Regresaré por ti en una hora. Ahh; y no busques ropa interior. Está prohibido llevar nada.
Acercó sus labios a mi boca y me dio un beso delicado, apenas rozando su lengua con las comisuras de los míos. Caminó hacia la puerta y puso su mano sobre la placa digital que tenía en lugar de cerradura. A su toque, la puerta se abrió y Lara desapareció tras ella.
La habitación era enorme y bellísima. A la cama king size se accedía bajando un par de escalones que dejaban al ras del suelo el mullido lecho. A ambos lados, grandes macetas llenas de plantas con bellas flores, formaban un semicírculo que adornaba el lugar. Un love-seat reposaba delante de una ventana por la que se accedía a un pequeño y bien cuidado jardín cerrado por altos muros de piedra, en cuyo centro se encontraba un iluminado jacuzzi de mármol blanco.
Frente a la cama, una impresionante pantalla plana era rodeada por un librero, de cuyo interior salía un magnífico y bien surtido bar empotrado.
Tras una pared, el vestidor repleto de lujosos vestidos, todos negros y semitransparentes, y de un amplio surtido de zapatos bellísimos, daba acceso a un no menos espectacular y enorme baño. Todo era de un lujo que dejaba con la boca abierta.
Impresionada por aquel despliegue de suntuosidad, me desvestí y acomodé pulcramente mis ropas sobre la cama, guardando, además, en mi bolso mi reloj, pulseras, anillos y cadenas.
Los mandos de la ducha eran digitales, de esos que preseleccionan la temperatura del agua, y la ducha en sí, de última generación con hidromasaje linfático y todas las chorradas de novedad. Por un rato me dediqué divertida a apretar botones, mientras diferentes chorros de agua hacían blanco sobre diversas partes de mi cuerpo, con jabonaduras, perfumes y fuerzas diversas hasta que decidí que había tenido suficiente.
La enorme toalla blanca de algodón peinado estaba perfumada y precalentada a una agradable temperatura, y una igualmente blanca bata de seda natural colgaba a su lado. Me calcé las deliciosas zapatillas mullidas que estaban sobre el piso y me dirigí al vestidor a escoger mi atuendo para la velada.
¿Qué sería apropiado vestir? No tenía ni idea de la clase de fiesta que me esperaba, o sea, que prácticamente daba igual qué ponerse. Me decidí al final por un precioso vestido recto de Carolina Herrera de xantú negro, que se amoldaba a mi figura como si hubiera sido cortado a mis exactas medidas. Estos fulanos no se miden en gastos ?pensé pasando mis manos por el vestido y deteniéndome en el escote que al frente dejaba ver una generosa porción de mis magníficas tetas- lo que pagaría yo por un vestuario así. Volteé y el espejo del vestidor me regresó la imagen de unas excelentes y bellas nalgas que relucían como un par de inmensos topacios bajo la tela bordada de pedrerías haciendo juego con el vestido. Los bordados se hacían un poco menos tupidos por sobre los pezones, nalgas y pubis, sin llegar a parecer vulgares, sino resaltando los encantos velados por ellos. Un par de zapatos descubiertos de tacón alto y delgado de Nine West completaron mi atuendo.
-Veo que ya has elegido ?dijo Lara que había vuelto a entrar sin que me diera cuenta-. Ese vestido te queda precioso Lucky. Pero desvístete nuevamente; las señoritas ?y entonces vi a cuatro chicas que la acompañaban jalando un carrito lleno de sprays, peines, geles para el cabello, pistolas, perfumes y demás- todavía tienen que prepararte para el evento.
-¿Prepararme? Pero si he ido a la peluquería hoy mismo. No necesito más que un retoq...
-No me contradigas y obedece -me interrumpió-. Los señores son muy estrictos en cuanto al cuidado personal. Nosotros les exigimos un análisis sanitario, y justo es que les ofrezcamos la misma confianza. Desvístete y recuéstate sobre el somier ?sus ojos me parecieron amenazantes por primera vez en la jornada-; entre más pronto, mejor.
-Ok; como tú digas Lara. Discúlpame.
-Bien; desde este momento, harás todo lo que se te ordene. No se te pedirá nada que no hayas hecho en el pasado, te lo aseguro. Pero debes obedecer sin chistar, y no deberás decir una sola palabra. Si no lo haces, recibirás un azote con un fuete como éste ?dijo mostrando un largo fuete de cuero, tupido como un plumero- cada vez que desobedezcas. ¿Has entendido?
-Sí ?dije excitada por el juego en el que empezaba a tomar parte- lo he entendido.
-¿Alguna pregunta?
-¿Sabes si mi amiga Marcia estará aquí esta noche? Fue ella la que me invitó.
-Hmmm. Marcia, o más bien dicho Storm, estará aquí; Sí. Pero no podrás hablarle ni mirarla directamente a los ojos. Ni a ella ni a ninguna otra gente, sea hombre o mujer.
-Bien Lara; eso era todo. Gracias de nuevo.
-Adelante chicas. Comiencen los preparativos.
Una de las chicas tomó el vestido y los zapatos, dejándolos en el perchero. Entre las demás me recostaron boca abajo sobre el somier y ayudadas por cremas que llevaban para tal efecto, comenzaron a darme un delicioso masaje.
Enfundadas en guantes de crin, me untaron una loción que olía fuertemente a alcohol y acetona ?para desinfectarme, según comentaron- por todo el cuerpo. Al principio, la sensación fría del alcohol hizo que diera un respingo, pero poco a poco mi piel fue acostumbrándose a la helada viscosidad de la mezcla. Frotaron lenta y vigorosamente cada milímetro de mi piel poniendo especial cuidado y determinación en mis nalgas y ano.
-Ahora el enema; ?dijo Lara- que quede como si nunca en su vida hubiera cagado.
-¡Pero Lara! ?reclamé voz en cuello- ¡Un enema no! Por fav..!
-¡¡Silencio!! ?dijo al tiempo que me daba un ligerísimo azote- Si vuelves a reclamar algo, te juro que te dolerá más que el enema. Además, deja de gimotear y disfrútalo. No es tan diferente de los dedos que seguramente te han metido en el culo y es mucho menos doloroso que las pollas que te habrás comido. ¡Háganselo ahora!
Cerré los ojos mientras sentía la punta roma del enema abriéndose paso por mi esfínter. Lara tenía razón y la delgada manguera llegó hasta lo más profundo casi sin sentirla. Entre todas me voltearon boca arriba y entonces conectaron la manguera de la que empezó a salir agua jabonosa que regaba el interior de mi culo. Sin derramar una sola gota, voltearon el enema provocando un efecto de sifón, que me excitó sobremanera; el sentir cómo se vaciaban mis intestinos a esa velocidad, hizo que los músculos del perineo se contrajeran en un espasmo muy agradable. No fue precisamente un orgasmo, pero fue muy agradable.
Repitieron la operación un par de veces, hasta que Lara quedó convencida de que mi culo estaba listo para ser lamido y penetrado por las más exigentes lenguas, dedos y pollas que así lo desearan en la velada. Ningún sabor ni aroma desagradables saldrían por ahí en toda la noche; eso era seguro.
-Ahora su coño; con cuidado, pero que quede bien limpio. Tomen antes la muestra de flujo para analizarla cuanto antes. En marcha.
Dos de las ?esteticistas? se encargaban de proseguir la desinfección de mi piel, mientras otra tomaba una muestra de mi flujo vaginal y lo llevaba al laboratorio. La cuarta mujer había tomado una especie de verga de esponja, y tras meterla en una solución parecida al benzal, procedió a insertármela en la vagina, con largos y lentos movimientos, que rozaban y limpiaban todos los recovecos y pliegues de mi chocho, que tras estas ?caricias? empezó a humectarse de nuevo. La esponjosa polla se dilataba en mi interior frotando paredes, labios y clítoris por igual. Mi hasta ese momento semidormido cuerpo clitorial, comenzó a desperezarse, emergiendo tímidamente a la superficie. La muchacha sonrió ante su aparición, y le dedico especial atención. Frotaba delicadamente presionando un poco más a cada pasada, hasta que mis gemidos se hicieron percibibles.
Lara observaba divertida como mi cuerpo respondía con vehemencia, dando su aprobación a los estímulos que me provocaban aquellas caricias, mientras ordenaba a las masajistas que se esmeraran con mis tetas. Fui sobada una y otra vez, hasta que los pezones estuvieron a punto de estallarme. Sin duda alguna, las muchachas conocían su profesión y sabían como provocar los estímulos adecuados sobre mis rosados y pequeños pezones.
Finalmente, en un voluptuoso estallido, llegó mi primer orgasmo.
La sesión prosiguió con cremas que humectaron mi piel, dejándola suave y tersa. Nunca en mi vida me había sentido tan limpia y relajada. Había sido exquisito hasta el último segundo. Todavía la noche no empezaba y yo ya tenía ganas de volver de nuevo, para recibir otro tratamiento similar.
Me pusieron una mascarilla en la cara y mientras tanto mis pies y manos fueron premiados con una excelente manicura. Mi rizada cabellera rubia fue tratada con aceites revitalizantes, lavada y acondicionada, antes de pasar al corte y posterior peinado. Mis ojos también recibieron un tratamiento con gotas humectantes que les devolvieron la blancura y los hicieron brillar como dos verdes esmeraldas refulgentes. Incluso mi boca fue revisada minuciosamente en busca de caries u olores desagradables.. Limpiaron mis dientes y por último les dieron un tratamiento blanqueador.
Cuando finalizaron las atenciones, me quedé impactada. Parecía una modelo de revista con aquella melenita corta de la que pendía una pequeña y delgada coletilla, rematada por un anillo de oro diminuto. Las delineadas cejas lucían perfectas y eran el complemento ideal para mis grandes ojos verdes. Unas sombras en colores dorados y ocres, hacían saltar destellos de mis pupilas. La nariz apenas marcada con el delineador, acentuaba también los finos pómulos de mi rostro, y la preciosa sonrisa que quedaba enmarcada por los bellísimos tonos rojo-violáceos de mis labios carnosos y provocativos. Estaba irreconocible y no pude sino sonreír satisfecha con el resultado. Había valido la pena absolutamente.
Escogieron para mi un perfume con acentos cítricos y me ayudaron a ponerme el bello vestido que dejaba entrever por unas aberturas que se abrían a ambos lados de mis muslos, el preciado regalo que guardaba entre mis ingles. Hasta el más mínimo detalle había sido cuidado para conseguir el máximo efecto. Me habían convertido en un bellísimo objeto de deseo.
Para concluir, Lara abrió un pequeño maletín del que extrajo un impresionantemente bello collar de esmeraldas y diamantes montados sobre oro, con un gran diamante en corte de gota que pendía como remate al centro del espectacular collar. Como complemento, un par de aretes y una pulsera a juego, remataban el vestuario.
-Ahhh. Estás verdaderamente preciosa -dijo Lara-. Buen trabajo chicas.
-Gracias ?alcancé a susurrarles. No quería que Lara me reclamara nada y las palabras apenas fueron insinuadas por mis labios.
En ese mismo momento, la joven que había salido con las muestras, regresaba con los resultados de los análisis. Se los extendió a Lara, que los consultó con avidez, mientras las demás abandonaban la alcoba.
Noté que mi pulso se aceleraba presa de la angustia. ¿Y si todo había sido en vano? ¿Sería yo portadora de alguna infección que me imposibilitara de seguir con el trabajo? Miré con ansiedad hacia el papel, consciente de que no podía mirar a Lara a los ojos.
-Sorprendente; ?dijo ella- incluso tu flujo posee el PH ideal, así que ni siquiera serás capaz de provocarles algún ardor. No corres riesgo de embarazo, por lo tanto, tampoco te daremos ningún medicamento. Estás 100% apta para cualquier requerimiento. Esto eleva tu precio, por supuesto. Hace mucho que no tenemos un trofeo como tú. De hecho, el último trofeo de calidad total antes de ti, te está hablando en este momento ?dijo orgullosa guiñándome un ojo.
Ambas nos quedamos un momento contemplando nuestras figuras frente al espejo. Las dos parecíamos esculpidas por un artístico cincel en manos de un maestro escultor; similares en altura y encantos pero diferentes en la concepción de la belleza. Una el oriente y otra el poniente; complementos perfectos de la misma sinfonía.
-Vamos; todo está listo.
Fin de la primera parte.
RELATO ERÓTICO (PRESTADO)
segunda parte
Al salir al pasillo, comprendí el porqué del eco que había escuchado antes. Este era un pasillo larguísimo repleto de puertas a cada tanto. Pude contar 12 puertas antes de doblar una esquina, y me faltaron muchas más. El techo de piedra a doble altura y el ancho mismo del pasillo -unos tres metros al menos- ayudaban a crear el efecto acústico, que era completado por el entarimado de madera del piso cubierto con un enorme tapete persa de lana, que cubría de principio a fin el pasillo. Tras la esquina, el pasillo continuaba por un trecho igualmente largo con similares puertas a los lados, todas con cerradura digitalizada, que desembocaba en un gran salón abovedado en cuyo centro se levantaba una espectacular piscina redonda, que recordaba a las termas romanas de la antigüedad. La iluminación que emanaba de la alberca era complementada por grandes reflectores que desde lo alto de los ocho pilares de mármol, despedían su resplandor blanquecino sobre la cúpula perforada en su centro por un enorme domo descubierto que dejaba pasar la luz de la luna.
En un costado de la cúpula, se distinguía una puerta de roble macizo escoltada por un par de gorilas trajeados y lentes oscuros, tras la cual se podían distinguir los gritos de la multitud ahí congregada.
-Recuerda: guarda silencio, obedece y no mires a los ojos a nadie, a menos que te lo ordenen. Todo aquel que te hable, deberá ser considerado como tu superior y por lo tanto, tendrás que obedecerlo ?levantando mi vestido, pasó su mano por entre mis nalgas hasta llegar a mi vagina. Cuando estuvo en ella, insertó un largo dedo y lo lamió con fruición- Buena suerte querida.
Sólo pude lanzar un quedo suspiro, antes de que el par de gorilas abrieran lentamente las puertas. Con un ademán, me ordenaron pasar.
Las puertas se abrieron y ante mí se encontraba una pequeña arena colmada de gente que gritaba enardecida ante la pelea que se escenificaba sobre el cuadrilátero. Dos apuestos contendientes enfundados en blancos pantalones largos, como los que se utilizan en los torneos de karate, se atizaban de manera brutal. Con cada golpe, el público gritaba contagiado por el sangriento espectáculo, vitoreando a uno u otro luchador.
En la primera fila de asientos del exiguo coliseo, se encontraban, en lados opuestos del ring, veintidós esculturales hembras de los más variopintos estilos; las había asiáticas, latinas, eslavas, morenas y negras; de cabellos largos o cortos; rizados o lacios; rubias, pelirrojas o morenas; de ojos verdes, azules o castaños; altas o cortas de estatura; pero todas bellísimas y ataviadas con elegantes vestidos que ocultaban poca o ninguna cosa a las lascivas miradas de los presentes.
En los restantes dos lados del cuadrangular campo de batalla, veinticuatro caballeros con sus pantaloncillos blancos y un cinturón negro por único vestuario ocupaban las cómodas butacas. Dos lugares vacíos se observaban entre las chicas.
Cuando finalmente estuve en la mitad del pasillo, las luces se atenuaron y un reflector dirigió su haz de luz sobre mí. Los contrincantes cesaron de darse golpes y el griterío pasó a ser una ola de cuchicheos en respuesta a mi llegada. Podía sentir las miradas que se clavaban en mi cuerpo recorriéndolo de arriba a abajo. Tras un breve instante, en el que los presentes parecieron analizarme, alguien entre el público comenzó nuevamente el griterío. Los luchadores se saludaron ceremoniosamente, y sin mediar más prólogos, se hincharon a mamporros de nueva cuenta. Las tribunas vibraban y los fajos de billetes eran entregados a los apostadores a cambio de las respectivas contraseñas.
Lara se acercó por detrás y me dijo:
-Tal como lo pensé; has causado una gran impresión. Mucho dinero será apostado por ti y por quien gane el honor de tenerte esta noche. Ven; vamos a sentarnos en nuestros lugares.
Nos dirigimos hacia los asientos que quedaban libres en la primera fila y tomamos asiento.
Lara separó mis piernas y bajó el escote del vestido dejando a la vista gran parte de mis tetas que se erguían imponentes y duras ante la excitación que me producía la escena.
-Debes mantener las piernas separadas y el escote bajo para que puedan contemplarte. Forma parte de las reglas, ¿entendido?
Asentí con la cabeza sin decir palabra, mientras tomaba nota de todo aquello. Era un estadio en el que los cuerpos de las mujeres, que como yo se encontraban en la primera fila, serían el premio a los vencedores.
Finalmente, el más enjuto de los peleadores, dio un brinco descomunal y girando en el aire, propinó a su adversario una patada brutal en la quijada. Entre chorros de sangre que manaban de su boca, cayó al suelo como un bulto inerte, totalmente inconsciente.
Con un fiero grito de victoria, el vencedor levantó sus brazos al cielo y la muchedumbre coreó su triunfo con aplausos y más gritos.
El campeón se inclinó reverentemente ante el hombre que ocupaba el asiento principal de la primera fila, saludándolo. El hombre correspondió al saludo con un aplauso que fue secundado de inmediato por todos los presentes, mientras un par de asistentes disponían del perdedor con disimulo, retirándolo del escenario.
La función estaba en un receso que era aprovechado por un ejército de meseros pasando con charolas llenas de bebidas y canapés, y de apostadores que buscaban cerrar las próximas apuestas. Algunos invitados platicaban entre ellos, mientras otros estudiaban el programa que tenían en las manos, calculando las posibilidades de cada contendiente en las peleas por venir.
El hombre que dirigía todo desde su asiento, se levantó al tiempo que las luces disminuían nuevamente la intensidad y otro reflector alumbraba su figura. Su cuerpo varonil y de atléticos músculos resplandecía bajo una ligera capa de aceite, que hacía resaltar su bronceada piel. Llevaba el pelo negro y rizado engominado hacia atrás de su cabeza, rematado por una pequeña coleta que caía apenas por arriba de sus hombros. Sus hombros eran anchos y fuertes; aptos para soportar el peso de aquellos brazos, bíceps y demás músculos entrenados a conciencia. Sus pectorales parecían una armadura de bronce y eran rematados por un abdomen que asemejaba un lavadero, continuado por la cintura fuerte y sin un gramo de grasa.
Tenía el rostro anguloso y severo de quien está acostumbrado a mandar. Sus ojos negros como el azabache penetraban los cuerpos y las mentes protegidos por sus pobladas y negras cejas. Su nariz recta y un tanto ancha, y su boca de labios finos pero apetecibles redondeaban el cuadro. Si tuviera que ser entregada a un hombre, no me molestaría que fuera él en absoluto. Así, sólo cubierto por el pantalón de combate, del que pendía un cinturón negro con remates rojos, alzó los brazos pidiendo silencio para dirigirse a los presentes.
-Damas y caballeros; señoritas ?dijo dirigiéndose a las que ocupaban la primera fila-; hermanos contendientes ?y recorrió con la vista a los demás ocupantes del resto de la primera fila- que han sido elegidos para pelear y reclamar la victoria esta noche.
-Es para mí un honor darles la bienvenida al sexto torneo bimestral de la Hermandad. Como pueden ver, los premios para los combatientes -dijo volteando nuevamente a mirarnos- cumplen los requisitos más exigentes. Las reglas son las mismas que establecimos desde el primer torneo, pero las diré nuevamente para que no quede ninguna duda:
1°. - Los participantes deberán entregar en un sobre con su nombre, el número de la mujer que elijan ?en ese momento me fijé que mi asiento tenía el número siete y el de Lara el seis- y dos reservas, previo al combate.
2°. - Los combates serán de eliminación directa y los contrincantes elegidos por sorteo. El combate será ganado por aquel que permanezca de pié al final de la pelea, sin límite de tiempo, y las únicas armas permitidas serán los propios cuerpos de los luchadores.
3°. - Los vencedores pasan a la siguiente ronda y los perdedores son eliminados automáticamente, y así sucesivamente hasta llegar al gran combate final.
4°. - El campeón del torneo disfrutará de su trofeo como mejor le parezca, y le será entregado en esta misma arena en presencia del público ?los aplausos de todos los presentes no se hicieron esperar-.
5°. - Todos los peleadores obtendrán un trofeo, que será entregado conforme a su elección previa al final del torneo. En caso de que el trofeo elegido ?cada vez que el director, por llamarlo de alguna manera, nos llamaba trofeos, me sentía relegada a la categoría de un objeto. Y, sin embargo, siendo que ese era precisamente el papel que desempeñaríamos, y por el cual aquellos hombres pelearían hasta la inconsciencia, me sentía al mismo tiempo excitada y halagada- ya tuviera poseedor, será entregada a él la primera o la segunda reserva, según el caso.
6°. ? Si por alguna razón, las reservas también hubieran sido previamente elegidas por el ocupante de un lugar superior en la tabla, o si la elección coincidiera con la de algún otro participante, el problema será dirimido en un nuevo combate.
-Las reglas son claras; cualquier dilema no contemplado por el reglamento, será resuelto por un servidor. Sólo me resta dar las gracias a los veteranos maestros de Ju-Jitsu que tan amablemente nos ofrecieron la anterior exhibición y decir ¡¡¡Que comience el torneo!!!
Nuevos aplausos del público que esperaba expectante el inicio de las hostilidades. Las luces del escenario volvieron a iluminar el cuadrilátero y los luchadores comenzaron sus ejercicios de calentamiento.
Siempre había visto en las películas esas escenas de peleas callejeras donde corrían la sangre y los billetes en igual cantidad, y pensaba que eran sólo eso; películas para aficionados a las tortas y poco más. Pero esto superaba ampliamente, como casi siempre sucede, a la ficción. Tal vez estos jóvenes millonarios, la dichosa Hermandad, habían encontrado la manera de dar rienda suelta a sus instintos más primitivos, sin llamar la atención de la sociedad, en estos torneos que celebraban cada dos meses. Grandes sumas de dinero cambiarían de manos, y la violencia y el sexo desenfrenados quedarían satisfechos hasta la siguiente reunión, sin que el mundo exterior les reprochase nada, pues de nada se enterarían. Aquello era como una logia secreta; la casi desconocida Hermandad.
Mientras las campanas llamaban a los primeros contendientes, -dos fornidos ejemplares de pelo castaño, latinos ambos y de complexión similar con los números 4 y 11-, que creí reconocer como los dueños de un par de empresas de prestigio en el ámbito nacional, me afané en buscar a Marcia, la amiga que me había metido en este juego. La vi sentada casi frente a mí, del otro lado del ring. Lucía un precioso traje negro y semitransparente, como todos los de los trofeos, con los hombros descubiertos, que la hacía lucir más bella que nunca. Intenté saludarla, pero de inmediato Lara me llamó la atención y me dijo:
-Sabes que no debes ver a nadie a los ojos. Seguramente ya descubriste quienes son los peleadores y es por tu seguridad que no debes intentar hacerlo de nuevo. Esta gente es muy celosa de su identidad y si deciden despacharte de un tiro no podré hacer nada por impedirlo. Por favor no lo intentes más. Y lo mismo aplica para las chicas. Ya has visto que Storm está presente como te lo aseguré. No sigas. Puedes hablar en voz baja y procura que nadie te oiga.
-Perdóname Lara. Estoy muy excitada y se me olvida que no debo hacerlo. Perdóname y gracias nuevamente.
-Está bien Lucky; y ¿ya has visto qué lugar te ha tocado? El siete; eres Lucky seven...
-Tienes razón ?dije murmurando mientras esbozaba una sonrisa- ya veremos si en verdad tengo suerte.
La campana sonó dando inicio al combate al tiempo que las luces de la periferia del cuadrilátero bajaban de intensidad sin llegar a apagarse. Los adversarios comenzaron las hostilidades de inmediato, tratando de sorprender con un golpe tempranero al rival. Uno y otro se sacudían tremendos tortazos que resonaban en el anfiteatro. Ambos eran muy hábiles y lograban parar o esquivar los embates del oponente en la mayoría de los casos, contraatacando con ferocidad. El número 11 acertó de lleno sobre el hígado del 4 con un veloz gancho de izquierda, haciéndole doblarse de dolor. El 11 se acercaba para rematarle con una patada en las costillas levantando la pierna, lo que fue aprovechado por el 4 para estamparle un doloroso puñetazo en los testículos a su contrincante. Con furia descomunal, el 4 se apoderó de la garganta del otro y pensaba ahorcarlo -al menos fue lo que pensé- pero en su lugar, y tomando impulso hacia atrás, le propinó un frentazo en la nariz que crujió destrozada mientras chorros de sangre manaban del irreconocible apéndice nasal. Como no fue suficiente con eso, el 4 tomó impulso de nuevo y estampó su puño derecho sobre la floja mandíbula del 11, que llegó inconsciente a la lona donde su lacia cabeza rebotó un par de veces. Tras unos segundos en los que esperó alguna reacción del 11, el 4 gritó y alzó los brazos en señal de victoria. El público estalló en alaridos de júbilo entremezclados con aplausos y rechiflas para el perdedor.
El bullicio crecía y los apostadores repartían ahora las ganancias. Nuevamente el desfile de meseros se internaba yendo y viniendo con bandejas de entremeses y licores entre las inquietas gradas.
-Lara; ¿nadie ha muerto en estos combates? ¡Son bestiales!
-Si; un par de ocasiones han sucedido accidentes. Pero recuerda que son miembros de la Hermandad y procuran no llevar la pelea a muerte. Aunque no lo creas, todos se respetan; hasta diría que se quieren.
-¡Wow! Pues no quisiera estar cerca el día que se odien.
-Shhhhh. Guarda silencio. Nos pueden oír y no quiero sentir el fuete de estos salvajes aporreando mi culo.
La siguiente pelea se desarrolló y terminó rápidamente. El 5 y el 1 subieron al ring y tras sonar la campana se aproximaron. El 1 fintó una patada alta lo que hizo que el 5 se agachara. Cuando iba subiendo, recibió un tremendo pisotón en plena coronilla dejándolo inmóvil. Parálisis temporal para el número 5 y fin de la segunda pelea. El número 1 ni siquiera se había despeinado.
-¡Uno! ¡Uno! ¡Uno! -coreaba el auditorio- mientras el 1 bajaba y tomaba asiento cómodamente en su butaca. Una amplia sonrisa de autocomplacencia recorría su rostro.
-Lara.
-Dime, Lucky.
-La cadena con el dije que llevas en el pubis...
-Ahh. ¿Esta? ?preguntó ella tomando entre sus manos la pequeña y reluciente cadena de oro que asomaba entre sus labios vaginales- ¿Quieres saber qué es?
-Si ?dije sin dejar de contemplar el colgante que jugueteaba entre sus muslos- ¿qué significa?
-Esta es la divisa de la Hermandad. Y le son otorgadas a las chicas que desean pertenecer a ella. Como ves, yo pertenezco a la Hermandad.
-¿En serio? ¿Eres miembro de la Hermandad? ¿Es eso posible? Pensé que era exclusivo para hombres.
-No Lucky. No soy miembro de la Hermandad; pertenezco a ella. Soy propiedad de todos los miembros de la Hermandad. Y no; no es sólo para hombres. También existen mujeres que son miembros. Las mujeres en las tribunas, son miembros también. Nadie que no pertenezca a la hermandad tiene acceso a los torneos. Bueno; los trofeos son la excepción, pero como ves, algunos trofeos también forman parte de ella.
Mis oídos no podían creer lo que estaban oyendo. Aquella escultural mujer me estaba diciendo que no sólo le gustaba ser tratada como un objeto, sino que libremente, se había convertido en uno. Aquella Lara dominante a la que todos los que vi a mi paso por la mansión obedecían sin rechistar, era en realidad una esclava sumisa de la Hermandad.
-¡Increíble! ¿Te has convertido en propiedad de esta? hermandad por voluntad propia?
-Si; ¿tan extraño te parece? Yo nací en Hong-Kong y mis padres me vendieron a un tratante que me trajo a Acapulco cuando yo tenía seis años, trabajé de sirvienta tres años y huí cansada de los malos tratos. A los nueve ya trabajaba dando masajes en una casa de citas en la que ayudaba a otras chicas a masturbar a los clientes. Y a los once perdí mi virginidad a manos de un par de imbéciles que pagaron por mi desfloramiento la ?gran? cantidad de veinte dólares. Por supuesto yo nunca vi nada del dinero que le generó mi cuerpo al patán que regenteaba el burdel durante los cinco largos años que estuve con él. Un buen día, en el que había recibido una golpiza del asqueroso sujeto, tuve la suerte de ser recogida por mi padre y señor, quien me dio casa, educación y abrigo, adoptándome como su hija. Cuando fui mayor de edad, el día de mi cumpleaños, tomé la decisión de pertenecerle a la Hermandad. Hmmm. Hace casi cuatro años. Así que ya lo ves; toda mi vida le he pertenecido a alguien y ahora le pertenezco a la Hermandad.
-Wow Lara; menuda historia la tuya. ¿Y te tratan bien?
-Nunca en mi vida me han tratado mejor. Algunas de las otras chicas son incluso de buenas familias y jamás se han quejado ni de los tratos que reciben, ni del tren de vida que llevan. Si lo miras bien, somos como princesas de un harem, pero sin estar confinadas entre sus cuatro paredes. Tenemos total libertad para ir y venir a nuestro antojo cuando no se nos requiere.
Después de todo, aquello no sonaba tan mal. Las chicas parecían estar a gusto, disponían de todos los lujos y gozaban de libertad. Quizá? sólo quizá, me gustaría pertenecer a la famosa Hermandad.
Los combates se habían sucedido mientras platicábamos, y ahora quedaban sólo seis de los 24 peleadores iniciales. Quedaban el uno, cuatro, siete, trece, diecisiete y diecinueve. Las caras de la mayoría lucían cortes por doquier y los cuerpos se veían igualmente magullados; moretes, chichones, vendajes y bolsas con hielo campeaban entre las butacas de los sobrevivientes del torneo, e incluso alguno lucía burdas puntadas cosidas a toda prisa. Quizá los más afortunados eran los que habían perdido su primer combate.
Los más enteros eran sin duda el número uno y el diecisiete, quien era el director del evento. Tan sólo mostraba una ligera hinchazón alrededor del pómulo; nada que un buen descanso no reparara. El uno por su parte, estaba intacto. Se notaba que había derrotado a sus contrarios con facilidad y por los gritos de los asistentes, se podía pensar que era el favorito para ganar. Dios -pensé- no me gustaría ser el trofeo de ese orangután. Me imaginaba la violencia con que ese hombre sería capaz de llevarse a la cama a quien hubiera escogido como premio. Pobre chica. Pero, ¿y si era yo la elegida?
Los números uno y cuatro eran los próximos. Ambos contrincantes lucían imponentes y el primero parecía llevar ventaja, ya que era el más fresco. Ambos medían alrededor de 1.80 y sus cuerpos reflejaban las largas horas de gimnasio. El uno estaba bastante confiado y saludaba fanfarroneando ante la multitud que lo vitoreaba. El cuatro por su parte, se concentraba en tratar de encontrar el punto débil de su oponente.
Sonó la campana y ambos brincaron sobre las puntas de sus pies como impelidos por un resorte. Daban pasos laterales cambiando de guardia a cada instante, tratando de hallar el momento preciso para lanzar el ataque. De repente, el cuatro embistió velozmente al uno y le propinó un fuerte cabezazo en el plexo solar, sacándole el aire. El uno respondió casi de inmediato con un mazazo de sus manos unidas, sobre la parte alta de la espalda del cuatro, quien cayó al suelo hincado. Una patada del uno fue esquivada milagrosamente por el cuatro, que, aprovechando el movimiento soltó un puñetazo directamente a los riñones. El uno dio un grito de dolor y se dirigió a la esquina lejana. Ambos peleadores tomaban aire como podían, mientras vigilaban al contrario con la mirada. Los ojos de ambos estaban inyectados de furia, y recuperados, se dirigieron al centro del cuadrilátero, estudiándose nuevamente.
Cuando embistieron, los dos pensaban propinar patadas a las costillas de su rival, lo que provocó que ambos hicieran el mismo movimiento simultáneamente pero en sentido contrario. El resultado fue desagradable en exceso. Las espinillas del uno y el otro chocaron con gran violencia en el aire, provocando en el acto la fractura de la tibia y el peroné de ambos contendientes. Pero al caer, las piernas no encontraron soporte y recargaron todo el peso de los cuerpos sobre los huesos rotos, lo que provocó que ambas fracturas quedaran expuestas agudizando de manera insoportable el dolor. Los gritos de los guerreros se confundían con los gritos histéricos de la multitud, y también con los míos.
De inmediato fueron llevados a la enfermería, mientras el director ordenaba un receso en el torneo.
La conmoción duró un buen rato, pero poco a poco los ánimos volvieron a serenarse. El alcohol que ofrecían los meseros sin descanso, el cambio sorpresivo en los momios de las apuestas tras el involuntario retiro del número uno, y las edecanes que, salidas de la nada comenzaron a pulular repartiendo caricias entre el auditorio, lograron restablecer al cabo de unos largos minutos, el ambiente festivo de la noche.
Sorpresivamente, ahora sólo quedaban cuatro contendientes. El diecisiete y el trece se disponían a reiniciar las hostilidades, mientras el siete y el diecinueve trataban de recuperarse.
Afortunadamente, según me contó Lara, los últimos combates solían durar menos, pues los hombres se encontraban casi al borde del agotamiento. 17 y 13 se tundieron con todo lo que les quedaba en un combate parejo y muy emocionante. Ambos parecían preferir los puñetazos a las patadas, aunque algunas de ellas hicieron blanco en el adversario. Ganchos al hígado, upercuts y rectos de derecha eran disparados a diestra y siniestra por los dos aguerridos competidores sin que se llegase a establecer un claro dominio por ninguno de los dos.
El 13, un poco desesperado por la situación, soltó una patada voladora que fue detenida con maestría por el 17, quien tomando el pie de su adversario en el aire con ambas manos, retorció el tobillo del 13 haciéndolo caer boca arriba en la lona. Sin darle tiempo a recuperar el terreno, aplicó un par de karatazos sobre el cuello del 13, para acto seguido, rematar la faena con un impresionante golpe de izquierda que hizo crujir la mandíbula de su enemigo, quien quedó tendido como estaba como un fardo de harina.
-Así que el 17, además de ser el jefazo, es también un excelente luchador ?pensé-. No me molestaría ser entregada a él; seguramente también sabrá dar pelea en la cama...
En ese instante, comencé a ser presa de una creciente excitación. ¿En brazos de quién iría yo a dar esta noche? ¿Estaría yo escrita en la papeleta del ganador, o sería entregada a alguno de los otros competidores?
Hasta ese momento, me había sentido como la atracción principal, pero ¿qué garantías tenía de que eso fuera cierto? Lara era guapísima y sin duda estaría entre las más buscadas. Además, las otras chicas también tenían lo suyo. ¿Sería yo tan codiciada como para poder vencerlas? Sin lugar a dudas, venciera quien venciera, yo deseaba ser poseída por el triunfador.
Me imaginaba haciendo el amor de manera salvaje y apasionada, recorriendo con mi lengua el cuerpo sudoroso y cansado del ganador, devolviéndole las fuerzas, mimándolo, revitalizándolo con mis caricias, mientras él disfrutaba de mi cuerpo, poseyéndolo con lentitud, alcanzando juntos la cima del éxtasis.
Me descubrí acariciando mi entrepierna, por la que mis dedos se deslizaban cada vez con mayor facilidad, de la que escapaban los líquidos que poco a poco iban lubricando mi interior. Mi lengua pasaba de un lado a otro de mis labios que anhelaban ser besados mientras mis pechos se henchían en búsqueda de la caricia de unas manos fuertes que...
-¡Lucky! ¿Qué te pasa? -me dijo Lara sacándome de mi ensoñación-. ¡Estás jadeando! Jajajajaja. Vaya show querida.
-¿Ehhh? ¡Ahh! Perdona. La verdad es que todo esto me ha excitado; ¡estoy chorreando!
-Si; ya me he dado cuenta. Podrías guardar un poco de ?eso? para después, ¿no crees? Deja ya de sobarte que me estás poniendo a mil a mí también.
-Jajajaja. Así que la ?mujer de hierro? también se calienta, ¿eh? De haberlo sabido antes... Pero bueno; ¿me perdí de algo?
-Noooo, solamente de la última pelea. O ¿acaso te enteraste? Está a punto de empezar el encuentro final.
-¿En verdad? ¿Quién ganó la pasada? L-l-l-lo siento.
-Si; ja. Lo siento; cómo no. Lo que has sentido fueron tus dedos jugando allá abajo. Ha ganado el siete.
-El siete. Vaya.
Hasta este momento no había tenido la oportunidad de ver con detenimiento a este último gladiador. Pero lo que ahora miraban los ojos, me dejó atónita.
-¡Lara! ¡el siete es...!
-Si Lucky. Son idénticos. Incluso yo tengo problemas para distinguirlos.
-Pero... No me habías dicho que tuviera un hermano, y menos que su hermano fuera también su gemelo.
-Pues no se supone que te dijera nada. Es más, ni siquiera deberíamos estar hablando. Así que shhh.
Ahora ya no me cabían dudas de la identidad de los anfitriones. Aquellos hermanos eran sin lugar a dudas, los hermanos Zambrano; los herederos de las fábricas de cemento más grandes del mundo. La fortuna de aquellos hombres, se encontraba dentro del ?Top hundred? de la revista Fortune, sólo por debajo de un puñado de magnates que los superaban por unos cuantos cientos de millones de dólares.
Estos hombres, de los que dependían los empleos de miles de trabajadores, estaban a punto de liarse a castañazos hasta desfallecer, por los favores de alguna mujer. Cuando nada más desearlo, docenas de ellas caerían a sus pies sin pensarlo dos veces.
El morbo de toda esta situación, hizo que un lujurioso escalofrío recorriera mi cuerpo.
-¡Clin! ¡clin! ?sonó la campana que marcaba el comienzo de la pelea definitiva.
Los hermanos chocaron sus puños en señal de saludo, y sin dejar de mirarse a los ojos, comenzaron a moverse por el cuadrilátero estudiando al, por estos momentos, adversario final. Ambos soltaban algún ocasional jab sin consecuencias, afinando la puntería y midiendo las fuerzas del contrincante.
Finalmente, el 7 lanzó un recto de derecha que fue a estamparse contra la boca del 17. Un par de repeticiones hicieron que su cabeza bailara hacia atrás como si tuviera un resorte. Sin amilanarse, el 17 contestó con un gancho al hígado, seguido de un rodillazo en el mismo sitio. El 7 acusó los golpes, buscando las cuerdas. El 17 fue a por él, logrando otra serie de ganchos a los riñones de su hermano, quien ciertamente se encontraba en problemas.
EL público soltaba gritos, chiflaba y aplaudía, espoleando a los gemelos. Los alaridos se dividían en el apoyo a uno y otro contendiente.
Mientras el 17 seguía machacando las partes más blandas del abdomen del 7, éste último logró hacer diana en su oponente con un durísimo codazo en la mandíbula. El 17 trastabilló dolorido y presa del desconcierto, casi perdió la vertical. Una certera patada a la boca del estómago acabó por llevarlo a la lona.
-¡Ohhhh! ?oí exclamar a Lara- ¡Levántate! ¡Rápido!
-¡Lara! ¡Te van a oír! ?dije yo, pero lo cierto es que nadie hubiera sido capaz de escuchar absolutamente nada entre todo el griterío de las tribunas.
Así que Lara tenía preferencias por el ?otro? hermano. Interesante y revelador. Ojalá tuviera tiempo para escuchar lo que ella quisiera decirme después.
Los hermanos se recuperaban trastabillando de los golpes recibidos, e iban al encuentro del adversario nuevamente. En aquella pelea, había algo más que el simple deseo de victoria; se intuía el deseo de ajustar viejas cuentas, de tomar venganza por alguna razón que yo desconocía, pero de la que parecían enterados casi todos los demás.
Los golpes se sucedieron, dejando evidencias palpables en uno y otro cuerpos, de la violencia con que eran dados. La sangre cubría ambos rostros, que acusaban los efectos de los puños.
El 7 descargó un potente golpe con el empeine, que fue recibido de lleno por los testículos del 17. Al doblarse presa del dolor, y cuando aún se escuchaba el grito quejumbroso que había dado como reacción al impacto, fue contactado con una certera repetición de patadas del 7, que estallaron a increíble velocidad en las costillas y la mandíbula del hermano. En un abrir y cerrar de ojos, la batalla había concluido.
Los pelos de mi nuca se erizaron en respuesta ante el atronador griterío que salía de todos los rincones del auditorio. ¡Siete! ¡siete! ¡siete! coreaban las voces a un tiempo, mientras los primeros auxilios atendían al perdedor.
Mientras todo esto sucedía, pude ver cómo Lara seguía con mirada preocupada la suerte del vencido, al tiempo que enjugaba una lágrima que escurría por su mejilla.
-¿Te encuentras bien, Lara?
-Si Lucky; gracias. Todo está bien. Ha resultado mejor de lo que me suponía. Me alegro de que todo haya terminado. Al menos eso espero.
-¿A qué te refieres?
-Es una larga historia. Resumiendo, Luis nos sorprendió una noche a Enrique y a mí. Y hoy finalmente ha podido desquitarse.
-¿Luis es el 7? ¿O sea, que tú y Luis tenían algo y le engañaste con Enrique?
-Si; algo así. Pero espero que todo haya terminado hoy.
Conque eso era; dos hermanos tras la misma mujer. Uno engañado y el otro traicionero. Tomando en cuenta lo que estaba en juego, Lara se podía sentir afortunada de que, aparentemente, todo hubiera concluido.
El pequeño coliseo fue calmándose lentamente, a la espera de la entrega de trofeos. Las peleas habían sido espectaculares, y todo mundo parecía complacido con el desarrollo de la velada. Los edecanes, había de ambos sexos ?cosa que no notaba hasta ahora-, se dedicaban a ?atender? a los invitados, mientras los camareros daban cuenta de las bebidas del bar a velocidad sorprendente. Los apostadores cobraban y pagaban sus cuentas aguardando por las apuestas relacionadas con los trofeos.
-¡Hola Lucky! -escuche que decía una voz familiar, mientras unos dedos con largas uñas me hacían cosquillas en la espalda-. ¡Por fin te puedo saludar!
-Jajaja. ¡Hola Marcy! ¡O mejor dicho, hola Storm! ¿Cómo has sabido mi nuevo nombre?
-De la misma manera que tú conoces el mío; Lara me lo dijo.
-Ah; ya. A bonita fiesta me has invitado. Que bien guardado tenías el secreto. ¿Acaso querías a todos estos bombones para ti sola?
-Jajajaja Lucky. Te lo dije en cuanto pude. Una no invita cuando quiere, sino cuando le dejan. Ya te habrás dado cuenta que esto tiene más seguridad que las bóvedas del banco.
-Si. Tienes razón. De todas maneras te lo agradezco. No sabes lo mojada que he estado todo el tiempo. Es realmente excitante. Todos estos potentados dándose de mamporros por nosotras es, alucinante. Y, además, están guapísimos.
-Jajaja. Estaban mi querida Lucky; estaban. ¿Ya viste cómo han quedado? Lo único que espero es que todavía les funcione ?aquellito?.
-Jajajajajajaja. No tienes remedio. Siempre pensando en lo que te vas a ?comer?. Jajajaja.
-Jajajajaja. Si, ¿verdad? Ni modo; así soy. Bueno amiga; nos vemos luego. Cuídate.
-Tú también amiga. Y no tomes mucha ?leche?. Acuérdate que ?engorda?, ¿eh? ?dije guiñándole un ojo.
-Jajajaja. Pues lo que vas a tomar tú, no será precisamente ?light?, suertudota. Se comenta que estás por encima de Lara en las apuestas ?dijo ella mientras se alejaba moviendo con descaro su culo despampanante-. Luego te veo.
-Ok; chao.
-Señoras y señores. Tenemos ya al ganador del evento. Ahora abriremos los sobres con los nombres de los trofeos elegidos ?dijo un hombre vistiendo un smoking blanco, con las papeletas que acababa de recoger de la mesa.
Todos los contendientes se encontraban nuevamente en sus butacas, con menores o mayores ?recuerdos? que atestiguaban la rudeza de los encuentros. Ojos morados y magulladuras, vendoletes sobre los párpados inflamados y vendajes en ésta mano o aquél pié, eran la norma entre todos. Sólo unos cuántos habían salido virtualmente intactos.
-Únicamente subirán al cuadrilátero los finalistas y los trofeos que hayan sido elegidos por ellos ?continuó el hombre-. Los demás concursantes recibirán sus trofeos en sus respectivas butacas. Todas las combinaciones han sido revisadas y aprobadas por los jueces. Atención por favor.
-El peleador número 17 ha escogido como trofeo a la número?
La angustia se reflejaba en la cara de Lara ante la expectación que provocaba el anuncio. Se notaba que deseaba con todas sus fuerzas ser la elegida de Enrique, pero temía serlo también por Luis, el número 7, hermano del primero.
-¡¡¡Seis!!! ¡El trofeo número 6 ha sido elegido por el competidor 17!
El público rompió en aplausos y gritos de sorpresa. Aunque el engaño era un secreto a voces, se esperaba que Enrique escogiera otro trofeo, dejándole a su hermano la vía libre con Lara, olvidándose de ella. Por su parte, Lara no pudo ocultar su alegría y apretó mi mano, hasta casi sacarme sangre con sus uñas. De inmediato, saltó hacia el cuadrilátero para reunirse con Enrique, ante la mirada de Luis.
-Y ahora ?siguió informando el maestro de la ceremonia- daremos a conocer el número del trofeo elegido por el triunfador, el contendiente número 7.
De inmediato sentí cómo una corriente electrizante recorría el lugar, mientras todas las miradas se posaban en mi. Me encontraba desconcertada, pero feliz al mismo tiempo, ya que yo también, porqué no decirlo, me sentía la elegida para compartir este momento con el vencedor.
-El trofeo para el ganador es el número?
En ese preciso instante, me levanté de mi asiento y comencé a subir al escenario, satisfecha y expectante ante la noche que tenía por delante.
-¡¡¡Seis!!! ¡¡¡Seis!!! ¡El vencedor también ha elegido a la número seis!
El resultado cayó sobre mí, como un balde de agua helada, cuando estaba a punto de subir al cuadrilátero. Me quedé ahí, paralizada y sin saber cómo reaccionar.
Los reflectores, para mi fortuna, iluminaban a los tres personajes que estaban el en ring, ocultando mi metedura de pata. Lara y Enrique miraban a Luis desconcertados, mientras él gozaba de otro momento de triunfo; el segundo de la noche. Seguramente les haría pagar su traición, dejando bien claro que Lara le pertenecía y que su hermano y ella le habían traicionado.
-Habiendo un empate, el trofeo para el número 17 será su primera reserva ?informó el maestro de ceremonias-. El número de la primera reserva es?
-¡Un momento por favor! ?gritó Luis antes de que pudiera decir el número de la reserva. El público enmudeció asombrado y todos aguardaron ansiosos al anuncio-. ¡Estoy en mi derecho de repudiar mi trofeo y elegir otro en este instante! ¡Es mi deseo recibir como trofeo a la número 7!
El maestro de ceremonias se quedó mirando las papeletas de ambos hermanos, atónito; en ambas, aparecía el número siete como segunda opción.
-El ganador está en su derecho ?continuó el hombre del smoking blanco-; ¡La controversia está resuelta y la número siete queda adjudicada al peleador número 7!
Las luces se dirigieron hacia mí, tomándome totalmente por sorpresa. Me quedé pasmada, sin poder decidir si bajar o seguir subiendo, mientras el público nuevamente estallaba en una ola de vítores y aplausos.
-Sube; ven. Por fin tengo el gusto de poder hablarte ?oí que me decía una varonil voz, mientras su propietario me tendía la mano para ayudarme a subir.
Al llegar al centro del cuadrilátero, Lara me abrazó llorando e intentando dibujar una sonrisa entre sus lágrimas.
-Te felicito Lucky; te vas con el campeón. Disfrútalo mucho.
-Gracias Lara. Esa es mi intención, te lo aseguro ?le dije devolviéndole el abrazo. Tu también has terminado con quien querías.
-¡Antes de dar fin a la velada quiero hacer un último anuncio! ?gritó Luis. Los presentes guardaron silencio nuevamente y atendieron con atención a lo que el campeón tenía que decir.
-Como campeón, uno de los privilegios que obtengo es la dirección de la Hermandad hasta el próximo torneo. Pues bien; mi primera orden es que le sean retirados a mi hermano la divisa de honor y los privilegios del cargo que ostentaba, a partir de este momento. He obtenido la victoria y mi venganza. Para mí, es suficiente. Renuncio públicamente a Lara, y la concedo en propiedad a mi hermano. Espero que sean felices. Por mi parte, todo queda en el pasado ?y tendiendo la mano hacia su hermano lo saludó. ?Sin rencores.
-Sin rencores ?contestó Enrique abrazándolo- gracias.
-Damas y caballeros: ¡que disfruten la velada! ¡El torneo ha concluido!
Los asistentes estallaron en la última ola de aplausos de la noche, y poco a poco, todo mundo fue saliendo del auditorio para dirigirse al salón de banquetes, mientras los apostadores cobraban o pagaban las últimas apuestas que quedaban pendientes, y los edecanes y meseros atendían a los invitados mientras pasaban al banquete.
Lara y Enrique se abrazaron y besaron ahí mismo, contentos de que todo se hubiera resuelto de manera tan civilizada. Ambos estaban agradecidos con Luis, y gracias a él, ahora podrían disfrutarse sin tener que esconderse de los demás hermanos. Ahora Lara pertenecía a Enrique y ostentaría su divisa personal.
-Ven Lucky, acompáñame a mis habitaciones. Muero de ganas por una ducha fresca y un buen masaje antes de presentarnos en el banquete. Mientras tanto, podrás contarme algo de ti. Llamaré a una chica para ese masaje.
-No; no lo hagas. Yo misma puedo encargarme de ello, si te parece.
-Bien; así me gusta. Un trofeo dispuesto a complacer a su ganador ?dijo él esbozando una amplia sonrisa-. Aunque se ve que no te han enseñado bien las reglas de la hermandad. Se supone que no debes hablarme a menos que te lo ordene, y mucho menos verme a la cara.
-Lo siento; no volverá a suceder ?dije apenada.
-¡Bah! Esa estúpida regla será otra de las cosas que cambiarán esta noche. Al menos conmigo. Tienes mi permiso para hablarme y mirarme cuando lo desees. Y por cierto, ojalá que sea tan seguido como yo quiero ?dijo tomando mi cara entre sus manos, mientras su boca se acercaba a mis labios para besarlos-. Vamos pues por ese masaje.
La habitación -si a aquel fastuoso salón se le podía llamar habitación- era magnífica. Contaba con un soberbio salón con sillones de piel color camello, que eran una mullida delicia para el cuerpo; un bien surtido bar y la infaltable megapantalla de plasma se encontraban justo enfrente de los sillones. En el escritorio se observaban un par de ordenadores y una máquina con fax, scanner, impresora y copiadora, de las ?todo en uno?, al lado de una batería de teléfonos que permitían un contacto inmediato con el mundo exterior. Detrás, completando la escena, un retrato de un personaje adusto que supuse sería el padre de los Zambrano, observaba complaciente la habitación.
La cama, con un hermoso dosel de roble antiguo, no desmerecía en nada la suntuosidad del escenario, que se complementaba con pinturas al óleo ?una de ellas un Monet-, esculturas y diversos objetos que sin lugar a dudas eran auténticos.
-¿Quieres algo de beber; champagne, brandy, un zumo, mientras me doy una ducha?
-No gracias; quizá después. Pero date prisa. Los masajes me quedan mejor en caliente ?mientras le decía esto, fui acercándome hacia él, al tiempo que quitaba uno de los hombros del vestido con una de mis manos, y la otra recorría insinuante mi entrepierna- y yo ya estoy a punto de derretirme.
Alcancé a notar como bajo el pantalón comenzaba a insinuársele una pequeña erección, mientras sus brazos me rodeaban deslizándose lentamente hacia mis nalgas.
-¡Hey! El masaje ?le dije- te lo voy a dar yo a ti, no al revés.
Mis manos buscaron instintivamente su cintura y con mis uñas resbalando por su piel, encontraron el camino bajo su pantalón. La firmeza de sus nalgas ligeramente peludas, me estremeció de deseo. Liberé su cuerpo de aquella prenda sudada que me impedía apreciarlo completamente desnudo, y lamiendo su pecho, comencé a descender tan lentamente como me lo permitía mi propia excitación, hacia su sexo palpitante que comenzaba a despertar.
Sus manos no soltaban mis nalgas; al contrario, parecían querer explorarlas milímetro a milímetro, con sus dedos largos y ágiles, concentrándose en tratar de separar mis hemisferios para palpar el culo que horas antes habían preparado para él. Mis suspiros me delataban; sus toqueteos me hacían presa de mi propia humedad, facilitándole la exploración que acometía en ese momento. Sus dedos recorrieron la raya de mis nalgas como un cuchillo que pasa sobre mantequilla fresca, deslizándose desde mi cóccix hasta el perineo, insinuándose apenas en mi culo, pasando sobre él una y otra vez.
Mi boca por fin alcanzó la punta de su glande, y mi lengua lamió aquella cabeza acompasadamente, dejando grandes cantidades de saliva. Retirándome un poco, soplé con mis labios sobre la cabeza ensalivada, provocándole un respingo que me hizo reír. Este pequeño truco casi siempre funcionaba, pues la saliva al ser soplada, se enfriaba tan rápido, que parecía como si hubiese pasado un hielo por el glande.
-Para ya Lucky, o jamás llegaré a la ducha. Eres magnífica. Pero deseo estar limpio antes de comenzar juegos más físicos. No tardo ?y diciendo esto, me dejó casi a punto de tener un orgasmo con tan sólo esos frugales escarceos; con la boca abierta y el culo dispuesto.
-¿Puedo acompañarte? ?le pregunté mientras me libraba definitivamente del vestido- A mi también me vendría bien una ducha.
Sopesando los pros y los contras de mi propuesta, finalmente dijo:
-¡Venga encanto; acompáñame!
-Gracias, mi señor. Sólo pretendo hacerte feliz mientras estés a mi lado.
La ducha era igual de novedosa que la que yo había utilizado, pero mucho más sofisticada. Contaba, además con un pequeño taburete adosado a una de las paredes, de eso que se utilizan para descansar mientras se toma una sauna. La cabina parecía una nave espacial, con tableros repletos de mandos y botones, una pequeña pantalla de televisión y un teléfono.
Un rocío fino y templado comenzó a caer desde el techo, y se fue haciendo cada vez más intenso y frío, hasta acabar en una lluvia tupida que aceleraba la respiración, tonificando los cuerpos. Seguidamente, de las paredes salieron chorros de agua templada intermitente con gran fuerza, e inmediatamente desde el suelo, comenzó a brotar una nube de vapor cálido y seco.
-Bien; una pequeña sesión de vapor para limpiar los poros. He puesto el ciclo completo. Tomará unos veinte minutos ?dijo mientras se sentaba en el taburete y yo quedaba frente a él, con los brazos y las piernas abiertos y completamente estirados- así que tendremos tiempo para un pequeño aperitivo.
Me jaló de la cintura atrayéndome hacia él, y separándome las piernas con sus tobillos. Su boca quedó a la altura de mi ombligo, que empezó a explorar con su lengua. Sus manos volvieron a apoderarse de mis nalgas, amasándolas con fuerza, mientras su ya respetable erección yacía a unos palmos de mi vagina.
El sudor que para esos momentos emanaba de nuestros cuerpos, facilitaba el recorrido de sus manos y lengua, que resbalaba, como no queriendo, hacia mi pubis.
Sin moverme, pues no quería hacer nada que él no me pidiera, mi lengua recogía el sudor de mis labios; mis ojos cerrados hacían que mi mente volara en busca del placer que estaba obteniendo bajo sus caricias. Mis mejillas se frotaban sobre mis hombros mientras suspiraba pidiendo más caricias.
Con ambas manos, recorrió el camino desde las nalgas hasta la entrada de mi empapada vagina, separando los labios, para descubrir mi total disposición a cualesquiera que fueran sus intenciones. Con sus pulgares, mantuvo mis labios separados para comenzar una deliciosa exploración con la punta de su lengua. Al primer roce, sentí que las fuerzas me abandonaban y las rodillas se me doblaron al tiempo que desde mi boca salía un delicioso suspiro de placer. Sin duda, Luis era un experto y lo demostraba magistralmente con cada nueva caricia, con cada nuevo lenguetazo, cada nueva y deliciosa chupada al lugar exacto, en el momento justo, con la cadencia correcta.
Las cortas y rápidas lamidas, dieron paso a largos y profundos lenguetazos que se internaban hasta lo más profundo de mi vagina, para rematar con succiones rápidas de mi erecto clítoris. Aquello estaba haciéndome perder la razón; descargas de electricidad recorrían mi columna vertebral, multiplicando el placer de mis orgasmos, que se sucedían como olas impetuosas al estrellarse contra una abrupta costa rocosa.
-Hazme tuya; te lo suplico. No sé cuanto más de esto pueda ser capaz de aguantar ?dije al tiempo que me sentaba a horcajadas sobre sus piernas-. Quiero sentir tu fuego dentro de mí, tan profundamente como sea posible.
Me tomó con violencia con su mano por la coleta de mi pelo, mientras con la otra tomaba su pene y lo colocaba en posición para empalarme. Con un rápido movimiento, ayudado por la humedad que salía de mi mojada vagina, insertó la totalidad de su falo en mi interior, dejándome sin aliento. Tan sólo fui capaz de emitir un sentido ?Ahh?, mientras me esforzaba por tomar una bocanada de aire.
Sus manos levantaban sin esfuerzo mis nalgas, ayudando a su pene en la faena de entrar y salir de mi interior. El ritmo era magistral, y no fui capaz de detener otro orgasmo. La manera como su polla frotaba mi interior contra cada centímetro de mis paredes vaginales, su tallo rozando mi clítoris con cada nueva embestida, las ocasionales inserciones de uno de sus dedos en mi cada vez menos tenso ano, y su boca buscando intermitentemente a cada uno de mis enhiestos pezones con cada nuevo galope, me tenían descubriendo por primera vez, el goce total. Hasta ese momento, no pensaba que un solo hombre fuera capaz de otorgarme tanto placer al mismo tiempo. Es más; con Luis estaba descubriendo de nuevo que era capaz de sentir placer a manos de un hombre. Con él, nada de esto era un trabajo; era simple y llanamente, la mejor sesión de sexo de toda mi vida. Sobraban las palabras.
Su ritmo comenzó a incrementarse, ante la inminencia de su venida, a lo que yo respondí tratando de retirarme para no recibir su semen en mi interior; a ninguno de mis clientes le permitía venirse dentro de mí. Pero sus fuertes brazos sujetaron mis hombros clavando aquella lanza en mi vagina sin remedio, recordándome que yo estaba para hacer su voluntad, no la mía.
Traté de cerrar mis piernas, pero únicamente conseguí incrementar la fricción, lo que acabó por hacerlo explotar como un géiser, y para mi sorpresa, aquella cálida corriente de leche que me llenaba, acabó por otorgarme un nuevo y fenomenal orgasmo.
Sus dientes se hincaron en uno de mis pezones, hasta casi arrancármelo, mientras mis músculos vaginales se contraían espasmódicamente contra su pene. Si en ese momento mi vejiga hubiera contenido algún resto de orina, seguramente hubiera escapado involuntariamente de mi cuerpo. Tanto así estaba yo sin voluntad propia, disfrutando de la mejor follada de mi vida.
Cuando mi último espasmo hubo terminado, y la última gota de semen salió de su falo, chorros de agua fresca bañaron nuestros cuerpos, dando fin al primero de nuestros encuentros.
-Oh, Lucky; ha sido buenísimo.
-También para mí ha sido maravilloso, Luis. Follas como los mismos ángeles.
Fin de la segunda parte.
En un costado de la cúpula, se distinguía una puerta de roble macizo escoltada por un par de gorilas trajeados y lentes oscuros, tras la cual se podían distinguir los gritos de la multitud ahí congregada.
-Recuerda: guarda silencio, obedece y no mires a los ojos a nadie, a menos que te lo ordenen. Todo aquel que te hable, deberá ser considerado como tu superior y por lo tanto, tendrás que obedecerlo ?levantando mi vestido, pasó su mano por entre mis nalgas hasta llegar a mi vagina. Cuando estuvo en ella, insertó un largo dedo y lo lamió con fruición- Buena suerte querida.
Sólo pude lanzar un quedo suspiro, antes de que el par de gorilas abrieran lentamente las puertas. Con un ademán, me ordenaron pasar.
Las puertas se abrieron y ante mí se encontraba una pequeña arena colmada de gente que gritaba enardecida ante la pelea que se escenificaba sobre el cuadrilátero. Dos apuestos contendientes enfundados en blancos pantalones largos, como los que se utilizan en los torneos de karate, se atizaban de manera brutal. Con cada golpe, el público gritaba contagiado por el sangriento espectáculo, vitoreando a uno u otro luchador.
En la primera fila de asientos del exiguo coliseo, se encontraban, en lados opuestos del ring, veintidós esculturales hembras de los más variopintos estilos; las había asiáticas, latinas, eslavas, morenas y negras; de cabellos largos o cortos; rizados o lacios; rubias, pelirrojas o morenas; de ojos verdes, azules o castaños; altas o cortas de estatura; pero todas bellísimas y ataviadas con elegantes vestidos que ocultaban poca o ninguna cosa a las lascivas miradas de los presentes.
En los restantes dos lados del cuadrangular campo de batalla, veinticuatro caballeros con sus pantaloncillos blancos y un cinturón negro por único vestuario ocupaban las cómodas butacas. Dos lugares vacíos se observaban entre las chicas.
Cuando finalmente estuve en la mitad del pasillo, las luces se atenuaron y un reflector dirigió su haz de luz sobre mí. Los contrincantes cesaron de darse golpes y el griterío pasó a ser una ola de cuchicheos en respuesta a mi llegada. Podía sentir las miradas que se clavaban en mi cuerpo recorriéndolo de arriba a abajo. Tras un breve instante, en el que los presentes parecieron analizarme, alguien entre el público comenzó nuevamente el griterío. Los luchadores se saludaron ceremoniosamente, y sin mediar más prólogos, se hincharon a mamporros de nueva cuenta. Las tribunas vibraban y los fajos de billetes eran entregados a los apostadores a cambio de las respectivas contraseñas.
Lara se acercó por detrás y me dijo:
-Tal como lo pensé; has causado una gran impresión. Mucho dinero será apostado por ti y por quien gane el honor de tenerte esta noche. Ven; vamos a sentarnos en nuestros lugares.
Nos dirigimos hacia los asientos que quedaban libres en la primera fila y tomamos asiento.
Lara separó mis piernas y bajó el escote del vestido dejando a la vista gran parte de mis tetas que se erguían imponentes y duras ante la excitación que me producía la escena.
-Debes mantener las piernas separadas y el escote bajo para que puedan contemplarte. Forma parte de las reglas, ¿entendido?
Asentí con la cabeza sin decir palabra, mientras tomaba nota de todo aquello. Era un estadio en el que los cuerpos de las mujeres, que como yo se encontraban en la primera fila, serían el premio a los vencedores.
Finalmente, el más enjuto de los peleadores, dio un brinco descomunal y girando en el aire, propinó a su adversario una patada brutal en la quijada. Entre chorros de sangre que manaban de su boca, cayó al suelo como un bulto inerte, totalmente inconsciente.
Con un fiero grito de victoria, el vencedor levantó sus brazos al cielo y la muchedumbre coreó su triunfo con aplausos y más gritos.
El campeón se inclinó reverentemente ante el hombre que ocupaba el asiento principal de la primera fila, saludándolo. El hombre correspondió al saludo con un aplauso que fue secundado de inmediato por todos los presentes, mientras un par de asistentes disponían del perdedor con disimulo, retirándolo del escenario.
La función estaba en un receso que era aprovechado por un ejército de meseros pasando con charolas llenas de bebidas y canapés, y de apostadores que buscaban cerrar las próximas apuestas. Algunos invitados platicaban entre ellos, mientras otros estudiaban el programa que tenían en las manos, calculando las posibilidades de cada contendiente en las peleas por venir.
El hombre que dirigía todo desde su asiento, se levantó al tiempo que las luces disminuían nuevamente la intensidad y otro reflector alumbraba su figura. Su cuerpo varonil y de atléticos músculos resplandecía bajo una ligera capa de aceite, que hacía resaltar su bronceada piel. Llevaba el pelo negro y rizado engominado hacia atrás de su cabeza, rematado por una pequeña coleta que caía apenas por arriba de sus hombros. Sus hombros eran anchos y fuertes; aptos para soportar el peso de aquellos brazos, bíceps y demás músculos entrenados a conciencia. Sus pectorales parecían una armadura de bronce y eran rematados por un abdomen que asemejaba un lavadero, continuado por la cintura fuerte y sin un gramo de grasa.
Tenía el rostro anguloso y severo de quien está acostumbrado a mandar. Sus ojos negros como el azabache penetraban los cuerpos y las mentes protegidos por sus pobladas y negras cejas. Su nariz recta y un tanto ancha, y su boca de labios finos pero apetecibles redondeaban el cuadro. Si tuviera que ser entregada a un hombre, no me molestaría que fuera él en absoluto. Así, sólo cubierto por el pantalón de combate, del que pendía un cinturón negro con remates rojos, alzó los brazos pidiendo silencio para dirigirse a los presentes.
-Damas y caballeros; señoritas ?dijo dirigiéndose a las que ocupaban la primera fila-; hermanos contendientes ?y recorrió con la vista a los demás ocupantes del resto de la primera fila- que han sido elegidos para pelear y reclamar la victoria esta noche.
-Es para mí un honor darles la bienvenida al sexto torneo bimestral de la Hermandad. Como pueden ver, los premios para los combatientes -dijo volteando nuevamente a mirarnos- cumplen los requisitos más exigentes. Las reglas son las mismas que establecimos desde el primer torneo, pero las diré nuevamente para que no quede ninguna duda:
1°. - Los participantes deberán entregar en un sobre con su nombre, el número de la mujer que elijan ?en ese momento me fijé que mi asiento tenía el número siete y el de Lara el seis- y dos reservas, previo al combate.
2°. - Los combates serán de eliminación directa y los contrincantes elegidos por sorteo. El combate será ganado por aquel que permanezca de pié al final de la pelea, sin límite de tiempo, y las únicas armas permitidas serán los propios cuerpos de los luchadores.
3°. - Los vencedores pasan a la siguiente ronda y los perdedores son eliminados automáticamente, y así sucesivamente hasta llegar al gran combate final.
4°. - El campeón del torneo disfrutará de su trofeo como mejor le parezca, y le será entregado en esta misma arena en presencia del público ?los aplausos de todos los presentes no se hicieron esperar-.
5°. - Todos los peleadores obtendrán un trofeo, que será entregado conforme a su elección previa al final del torneo. En caso de que el trofeo elegido ?cada vez que el director, por llamarlo de alguna manera, nos llamaba trofeos, me sentía relegada a la categoría de un objeto. Y, sin embargo, siendo que ese era precisamente el papel que desempeñaríamos, y por el cual aquellos hombres pelearían hasta la inconsciencia, me sentía al mismo tiempo excitada y halagada- ya tuviera poseedor, será entregada a él la primera o la segunda reserva, según el caso.
6°. ? Si por alguna razón, las reservas también hubieran sido previamente elegidas por el ocupante de un lugar superior en la tabla, o si la elección coincidiera con la de algún otro participante, el problema será dirimido en un nuevo combate.
-Las reglas son claras; cualquier dilema no contemplado por el reglamento, será resuelto por un servidor. Sólo me resta dar las gracias a los veteranos maestros de Ju-Jitsu que tan amablemente nos ofrecieron la anterior exhibición y decir ¡¡¡Que comience el torneo!!!
Nuevos aplausos del público que esperaba expectante el inicio de las hostilidades. Las luces del escenario volvieron a iluminar el cuadrilátero y los luchadores comenzaron sus ejercicios de calentamiento.
Siempre había visto en las películas esas escenas de peleas callejeras donde corrían la sangre y los billetes en igual cantidad, y pensaba que eran sólo eso; películas para aficionados a las tortas y poco más. Pero esto superaba ampliamente, como casi siempre sucede, a la ficción. Tal vez estos jóvenes millonarios, la dichosa Hermandad, habían encontrado la manera de dar rienda suelta a sus instintos más primitivos, sin llamar la atención de la sociedad, en estos torneos que celebraban cada dos meses. Grandes sumas de dinero cambiarían de manos, y la violencia y el sexo desenfrenados quedarían satisfechos hasta la siguiente reunión, sin que el mundo exterior les reprochase nada, pues de nada se enterarían. Aquello era como una logia secreta; la casi desconocida Hermandad.
Mientras las campanas llamaban a los primeros contendientes, -dos fornidos ejemplares de pelo castaño, latinos ambos y de complexión similar con los números 4 y 11-, que creí reconocer como los dueños de un par de empresas de prestigio en el ámbito nacional, me afané en buscar a Marcia, la amiga que me había metido en este juego. La vi sentada casi frente a mí, del otro lado del ring. Lucía un precioso traje negro y semitransparente, como todos los de los trofeos, con los hombros descubiertos, que la hacía lucir más bella que nunca. Intenté saludarla, pero de inmediato Lara me llamó la atención y me dijo:
-Sabes que no debes ver a nadie a los ojos. Seguramente ya descubriste quienes son los peleadores y es por tu seguridad que no debes intentar hacerlo de nuevo. Esta gente es muy celosa de su identidad y si deciden despacharte de un tiro no podré hacer nada por impedirlo. Por favor no lo intentes más. Y lo mismo aplica para las chicas. Ya has visto que Storm está presente como te lo aseguré. No sigas. Puedes hablar en voz baja y procura que nadie te oiga.
-Perdóname Lara. Estoy muy excitada y se me olvida que no debo hacerlo. Perdóname y gracias nuevamente.
-Está bien Lucky; y ¿ya has visto qué lugar te ha tocado? El siete; eres Lucky seven...
-Tienes razón ?dije murmurando mientras esbozaba una sonrisa- ya veremos si en verdad tengo suerte.
La campana sonó dando inicio al combate al tiempo que las luces de la periferia del cuadrilátero bajaban de intensidad sin llegar a apagarse. Los adversarios comenzaron las hostilidades de inmediato, tratando de sorprender con un golpe tempranero al rival. Uno y otro se sacudían tremendos tortazos que resonaban en el anfiteatro. Ambos eran muy hábiles y lograban parar o esquivar los embates del oponente en la mayoría de los casos, contraatacando con ferocidad. El número 11 acertó de lleno sobre el hígado del 4 con un veloz gancho de izquierda, haciéndole doblarse de dolor. El 11 se acercaba para rematarle con una patada en las costillas levantando la pierna, lo que fue aprovechado por el 4 para estamparle un doloroso puñetazo en los testículos a su contrincante. Con furia descomunal, el 4 se apoderó de la garganta del otro y pensaba ahorcarlo -al menos fue lo que pensé- pero en su lugar, y tomando impulso hacia atrás, le propinó un frentazo en la nariz que crujió destrozada mientras chorros de sangre manaban del irreconocible apéndice nasal. Como no fue suficiente con eso, el 4 tomó impulso de nuevo y estampó su puño derecho sobre la floja mandíbula del 11, que llegó inconsciente a la lona donde su lacia cabeza rebotó un par de veces. Tras unos segundos en los que esperó alguna reacción del 11, el 4 gritó y alzó los brazos en señal de victoria. El público estalló en alaridos de júbilo entremezclados con aplausos y rechiflas para el perdedor.
El bullicio crecía y los apostadores repartían ahora las ganancias. Nuevamente el desfile de meseros se internaba yendo y viniendo con bandejas de entremeses y licores entre las inquietas gradas.
-Lara; ¿nadie ha muerto en estos combates? ¡Son bestiales!
-Si; un par de ocasiones han sucedido accidentes. Pero recuerda que son miembros de la Hermandad y procuran no llevar la pelea a muerte. Aunque no lo creas, todos se respetan; hasta diría que se quieren.
-¡Wow! Pues no quisiera estar cerca el día que se odien.
-Shhhhh. Guarda silencio. Nos pueden oír y no quiero sentir el fuete de estos salvajes aporreando mi culo.
La siguiente pelea se desarrolló y terminó rápidamente. El 5 y el 1 subieron al ring y tras sonar la campana se aproximaron. El 1 fintó una patada alta lo que hizo que el 5 se agachara. Cuando iba subiendo, recibió un tremendo pisotón en plena coronilla dejándolo inmóvil. Parálisis temporal para el número 5 y fin de la segunda pelea. El número 1 ni siquiera se había despeinado.
-¡Uno! ¡Uno! ¡Uno! -coreaba el auditorio- mientras el 1 bajaba y tomaba asiento cómodamente en su butaca. Una amplia sonrisa de autocomplacencia recorría su rostro.
-Lara.
-Dime, Lucky.
-La cadena con el dije que llevas en el pubis...
-Ahh. ¿Esta? ?preguntó ella tomando entre sus manos la pequeña y reluciente cadena de oro que asomaba entre sus labios vaginales- ¿Quieres saber qué es?
-Si ?dije sin dejar de contemplar el colgante que jugueteaba entre sus muslos- ¿qué significa?
-Esta es la divisa de la Hermandad. Y le son otorgadas a las chicas que desean pertenecer a ella. Como ves, yo pertenezco a la Hermandad.
-¿En serio? ¿Eres miembro de la Hermandad? ¿Es eso posible? Pensé que era exclusivo para hombres.
-No Lucky. No soy miembro de la Hermandad; pertenezco a ella. Soy propiedad de todos los miembros de la Hermandad. Y no; no es sólo para hombres. También existen mujeres que son miembros. Las mujeres en las tribunas, son miembros también. Nadie que no pertenezca a la hermandad tiene acceso a los torneos. Bueno; los trofeos son la excepción, pero como ves, algunos trofeos también forman parte de ella.
Mis oídos no podían creer lo que estaban oyendo. Aquella escultural mujer me estaba diciendo que no sólo le gustaba ser tratada como un objeto, sino que libremente, se había convertido en uno. Aquella Lara dominante a la que todos los que vi a mi paso por la mansión obedecían sin rechistar, era en realidad una esclava sumisa de la Hermandad.
-¡Increíble! ¿Te has convertido en propiedad de esta? hermandad por voluntad propia?
-Si; ¿tan extraño te parece? Yo nací en Hong-Kong y mis padres me vendieron a un tratante que me trajo a Acapulco cuando yo tenía seis años, trabajé de sirvienta tres años y huí cansada de los malos tratos. A los nueve ya trabajaba dando masajes en una casa de citas en la que ayudaba a otras chicas a masturbar a los clientes. Y a los once perdí mi virginidad a manos de un par de imbéciles que pagaron por mi desfloramiento la ?gran? cantidad de veinte dólares. Por supuesto yo nunca vi nada del dinero que le generó mi cuerpo al patán que regenteaba el burdel durante los cinco largos años que estuve con él. Un buen día, en el que había recibido una golpiza del asqueroso sujeto, tuve la suerte de ser recogida por mi padre y señor, quien me dio casa, educación y abrigo, adoptándome como su hija. Cuando fui mayor de edad, el día de mi cumpleaños, tomé la decisión de pertenecerle a la Hermandad. Hmmm. Hace casi cuatro años. Así que ya lo ves; toda mi vida le he pertenecido a alguien y ahora le pertenezco a la Hermandad.
-Wow Lara; menuda historia la tuya. ¿Y te tratan bien?
-Nunca en mi vida me han tratado mejor. Algunas de las otras chicas son incluso de buenas familias y jamás se han quejado ni de los tratos que reciben, ni del tren de vida que llevan. Si lo miras bien, somos como princesas de un harem, pero sin estar confinadas entre sus cuatro paredes. Tenemos total libertad para ir y venir a nuestro antojo cuando no se nos requiere.
Después de todo, aquello no sonaba tan mal. Las chicas parecían estar a gusto, disponían de todos los lujos y gozaban de libertad. Quizá? sólo quizá, me gustaría pertenecer a la famosa Hermandad.
Los combates se habían sucedido mientras platicábamos, y ahora quedaban sólo seis de los 24 peleadores iniciales. Quedaban el uno, cuatro, siete, trece, diecisiete y diecinueve. Las caras de la mayoría lucían cortes por doquier y los cuerpos se veían igualmente magullados; moretes, chichones, vendajes y bolsas con hielo campeaban entre las butacas de los sobrevivientes del torneo, e incluso alguno lucía burdas puntadas cosidas a toda prisa. Quizá los más afortunados eran los que habían perdido su primer combate.
Los más enteros eran sin duda el número uno y el diecisiete, quien era el director del evento. Tan sólo mostraba una ligera hinchazón alrededor del pómulo; nada que un buen descanso no reparara. El uno por su parte, estaba intacto. Se notaba que había derrotado a sus contrarios con facilidad y por los gritos de los asistentes, se podía pensar que era el favorito para ganar. Dios -pensé- no me gustaría ser el trofeo de ese orangután. Me imaginaba la violencia con que ese hombre sería capaz de llevarse a la cama a quien hubiera escogido como premio. Pobre chica. Pero, ¿y si era yo la elegida?
Los números uno y cuatro eran los próximos. Ambos contrincantes lucían imponentes y el primero parecía llevar ventaja, ya que era el más fresco. Ambos medían alrededor de 1.80 y sus cuerpos reflejaban las largas horas de gimnasio. El uno estaba bastante confiado y saludaba fanfarroneando ante la multitud que lo vitoreaba. El cuatro por su parte, se concentraba en tratar de encontrar el punto débil de su oponente.
Sonó la campana y ambos brincaron sobre las puntas de sus pies como impelidos por un resorte. Daban pasos laterales cambiando de guardia a cada instante, tratando de hallar el momento preciso para lanzar el ataque. De repente, el cuatro embistió velozmente al uno y le propinó un fuerte cabezazo en el plexo solar, sacándole el aire. El uno respondió casi de inmediato con un mazazo de sus manos unidas, sobre la parte alta de la espalda del cuatro, quien cayó al suelo hincado. Una patada del uno fue esquivada milagrosamente por el cuatro, que, aprovechando el movimiento soltó un puñetazo directamente a los riñones. El uno dio un grito de dolor y se dirigió a la esquina lejana. Ambos peleadores tomaban aire como podían, mientras vigilaban al contrario con la mirada. Los ojos de ambos estaban inyectados de furia, y recuperados, se dirigieron al centro del cuadrilátero, estudiándose nuevamente.
Cuando embistieron, los dos pensaban propinar patadas a las costillas de su rival, lo que provocó que ambos hicieran el mismo movimiento simultáneamente pero en sentido contrario. El resultado fue desagradable en exceso. Las espinillas del uno y el otro chocaron con gran violencia en el aire, provocando en el acto la fractura de la tibia y el peroné de ambos contendientes. Pero al caer, las piernas no encontraron soporte y recargaron todo el peso de los cuerpos sobre los huesos rotos, lo que provocó que ambas fracturas quedaran expuestas agudizando de manera insoportable el dolor. Los gritos de los guerreros se confundían con los gritos histéricos de la multitud, y también con los míos.
De inmediato fueron llevados a la enfermería, mientras el director ordenaba un receso en el torneo.
La conmoción duró un buen rato, pero poco a poco los ánimos volvieron a serenarse. El alcohol que ofrecían los meseros sin descanso, el cambio sorpresivo en los momios de las apuestas tras el involuntario retiro del número uno, y las edecanes que, salidas de la nada comenzaron a pulular repartiendo caricias entre el auditorio, lograron restablecer al cabo de unos largos minutos, el ambiente festivo de la noche.
Sorpresivamente, ahora sólo quedaban cuatro contendientes. El diecisiete y el trece se disponían a reiniciar las hostilidades, mientras el siete y el diecinueve trataban de recuperarse.
Afortunadamente, según me contó Lara, los últimos combates solían durar menos, pues los hombres se encontraban casi al borde del agotamiento. 17 y 13 se tundieron con todo lo que les quedaba en un combate parejo y muy emocionante. Ambos parecían preferir los puñetazos a las patadas, aunque algunas de ellas hicieron blanco en el adversario. Ganchos al hígado, upercuts y rectos de derecha eran disparados a diestra y siniestra por los dos aguerridos competidores sin que se llegase a establecer un claro dominio por ninguno de los dos.
El 13, un poco desesperado por la situación, soltó una patada voladora que fue detenida con maestría por el 17, quien tomando el pie de su adversario en el aire con ambas manos, retorció el tobillo del 13 haciéndolo caer boca arriba en la lona. Sin darle tiempo a recuperar el terreno, aplicó un par de karatazos sobre el cuello del 13, para acto seguido, rematar la faena con un impresionante golpe de izquierda que hizo crujir la mandíbula de su enemigo, quien quedó tendido como estaba como un fardo de harina.
-Así que el 17, además de ser el jefazo, es también un excelente luchador ?pensé-. No me molestaría ser entregada a él; seguramente también sabrá dar pelea en la cama...
En ese instante, comencé a ser presa de una creciente excitación. ¿En brazos de quién iría yo a dar esta noche? ¿Estaría yo escrita en la papeleta del ganador, o sería entregada a alguno de los otros competidores?
Hasta ese momento, me había sentido como la atracción principal, pero ¿qué garantías tenía de que eso fuera cierto? Lara era guapísima y sin duda estaría entre las más buscadas. Además, las otras chicas también tenían lo suyo. ¿Sería yo tan codiciada como para poder vencerlas? Sin lugar a dudas, venciera quien venciera, yo deseaba ser poseída por el triunfador.
Me imaginaba haciendo el amor de manera salvaje y apasionada, recorriendo con mi lengua el cuerpo sudoroso y cansado del ganador, devolviéndole las fuerzas, mimándolo, revitalizándolo con mis caricias, mientras él disfrutaba de mi cuerpo, poseyéndolo con lentitud, alcanzando juntos la cima del éxtasis.
Me descubrí acariciando mi entrepierna, por la que mis dedos se deslizaban cada vez con mayor facilidad, de la que escapaban los líquidos que poco a poco iban lubricando mi interior. Mi lengua pasaba de un lado a otro de mis labios que anhelaban ser besados mientras mis pechos se henchían en búsqueda de la caricia de unas manos fuertes que...
-¡Lucky! ¿Qué te pasa? -me dijo Lara sacándome de mi ensoñación-. ¡Estás jadeando! Jajajajaja. Vaya show querida.
-¿Ehhh? ¡Ahh! Perdona. La verdad es que todo esto me ha excitado; ¡estoy chorreando!
-Si; ya me he dado cuenta. Podrías guardar un poco de ?eso? para después, ¿no crees? Deja ya de sobarte que me estás poniendo a mil a mí también.
-Jajajaja. Así que la ?mujer de hierro? también se calienta, ¿eh? De haberlo sabido antes... Pero bueno; ¿me perdí de algo?
-Noooo, solamente de la última pelea. O ¿acaso te enteraste? Está a punto de empezar el encuentro final.
-¿En verdad? ¿Quién ganó la pasada? L-l-l-lo siento.
-Si; ja. Lo siento; cómo no. Lo que has sentido fueron tus dedos jugando allá abajo. Ha ganado el siete.
-El siete. Vaya.
Hasta este momento no había tenido la oportunidad de ver con detenimiento a este último gladiador. Pero lo que ahora miraban los ojos, me dejó atónita.
-¡Lara! ¡el siete es...!
-Si Lucky. Son idénticos. Incluso yo tengo problemas para distinguirlos.
-Pero... No me habías dicho que tuviera un hermano, y menos que su hermano fuera también su gemelo.
-Pues no se supone que te dijera nada. Es más, ni siquiera deberíamos estar hablando. Así que shhh.
Ahora ya no me cabían dudas de la identidad de los anfitriones. Aquellos hermanos eran sin lugar a dudas, los hermanos Zambrano; los herederos de las fábricas de cemento más grandes del mundo. La fortuna de aquellos hombres, se encontraba dentro del ?Top hundred? de la revista Fortune, sólo por debajo de un puñado de magnates que los superaban por unos cuantos cientos de millones de dólares.
Estos hombres, de los que dependían los empleos de miles de trabajadores, estaban a punto de liarse a castañazos hasta desfallecer, por los favores de alguna mujer. Cuando nada más desearlo, docenas de ellas caerían a sus pies sin pensarlo dos veces.
El morbo de toda esta situación, hizo que un lujurioso escalofrío recorriera mi cuerpo.
-¡Clin! ¡clin! ?sonó la campana que marcaba el comienzo de la pelea definitiva.
Los hermanos chocaron sus puños en señal de saludo, y sin dejar de mirarse a los ojos, comenzaron a moverse por el cuadrilátero estudiando al, por estos momentos, adversario final. Ambos soltaban algún ocasional jab sin consecuencias, afinando la puntería y midiendo las fuerzas del contrincante.
Finalmente, el 7 lanzó un recto de derecha que fue a estamparse contra la boca del 17. Un par de repeticiones hicieron que su cabeza bailara hacia atrás como si tuviera un resorte. Sin amilanarse, el 17 contestó con un gancho al hígado, seguido de un rodillazo en el mismo sitio. El 7 acusó los golpes, buscando las cuerdas. El 17 fue a por él, logrando otra serie de ganchos a los riñones de su hermano, quien ciertamente se encontraba en problemas.
EL público soltaba gritos, chiflaba y aplaudía, espoleando a los gemelos. Los alaridos se dividían en el apoyo a uno y otro contendiente.
Mientras el 17 seguía machacando las partes más blandas del abdomen del 7, éste último logró hacer diana en su oponente con un durísimo codazo en la mandíbula. El 17 trastabilló dolorido y presa del desconcierto, casi perdió la vertical. Una certera patada a la boca del estómago acabó por llevarlo a la lona.
-¡Ohhhh! ?oí exclamar a Lara- ¡Levántate! ¡Rápido!
-¡Lara! ¡Te van a oír! ?dije yo, pero lo cierto es que nadie hubiera sido capaz de escuchar absolutamente nada entre todo el griterío de las tribunas.
Así que Lara tenía preferencias por el ?otro? hermano. Interesante y revelador. Ojalá tuviera tiempo para escuchar lo que ella quisiera decirme después.
Los hermanos se recuperaban trastabillando de los golpes recibidos, e iban al encuentro del adversario nuevamente. En aquella pelea, había algo más que el simple deseo de victoria; se intuía el deseo de ajustar viejas cuentas, de tomar venganza por alguna razón que yo desconocía, pero de la que parecían enterados casi todos los demás.
Los golpes se sucedieron, dejando evidencias palpables en uno y otro cuerpos, de la violencia con que eran dados. La sangre cubría ambos rostros, que acusaban los efectos de los puños.
El 7 descargó un potente golpe con el empeine, que fue recibido de lleno por los testículos del 17. Al doblarse presa del dolor, y cuando aún se escuchaba el grito quejumbroso que había dado como reacción al impacto, fue contactado con una certera repetición de patadas del 7, que estallaron a increíble velocidad en las costillas y la mandíbula del hermano. En un abrir y cerrar de ojos, la batalla había concluido.
Los pelos de mi nuca se erizaron en respuesta ante el atronador griterío que salía de todos los rincones del auditorio. ¡Siete! ¡siete! ¡siete! coreaban las voces a un tiempo, mientras los primeros auxilios atendían al perdedor.
Mientras todo esto sucedía, pude ver cómo Lara seguía con mirada preocupada la suerte del vencido, al tiempo que enjugaba una lágrima que escurría por su mejilla.
-¿Te encuentras bien, Lara?
-Si Lucky; gracias. Todo está bien. Ha resultado mejor de lo que me suponía. Me alegro de que todo haya terminado. Al menos eso espero.
-¿A qué te refieres?
-Es una larga historia. Resumiendo, Luis nos sorprendió una noche a Enrique y a mí. Y hoy finalmente ha podido desquitarse.
-¿Luis es el 7? ¿O sea, que tú y Luis tenían algo y le engañaste con Enrique?
-Si; algo así. Pero espero que todo haya terminado hoy.
Conque eso era; dos hermanos tras la misma mujer. Uno engañado y el otro traicionero. Tomando en cuenta lo que estaba en juego, Lara se podía sentir afortunada de que, aparentemente, todo hubiera concluido.
El pequeño coliseo fue calmándose lentamente, a la espera de la entrega de trofeos. Las peleas habían sido espectaculares, y todo mundo parecía complacido con el desarrollo de la velada. Los edecanes, había de ambos sexos ?cosa que no notaba hasta ahora-, se dedicaban a ?atender? a los invitados, mientras los camareros daban cuenta de las bebidas del bar a velocidad sorprendente. Los apostadores cobraban y pagaban sus cuentas aguardando por las apuestas relacionadas con los trofeos.
-¡Hola Lucky! -escuche que decía una voz familiar, mientras unos dedos con largas uñas me hacían cosquillas en la espalda-. ¡Por fin te puedo saludar!
-Jajaja. ¡Hola Marcy! ¡O mejor dicho, hola Storm! ¿Cómo has sabido mi nuevo nombre?
-De la misma manera que tú conoces el mío; Lara me lo dijo.
-Ah; ya. A bonita fiesta me has invitado. Que bien guardado tenías el secreto. ¿Acaso querías a todos estos bombones para ti sola?
-Jajajaja Lucky. Te lo dije en cuanto pude. Una no invita cuando quiere, sino cuando le dejan. Ya te habrás dado cuenta que esto tiene más seguridad que las bóvedas del banco.
-Si. Tienes razón. De todas maneras te lo agradezco. No sabes lo mojada que he estado todo el tiempo. Es realmente excitante. Todos estos potentados dándose de mamporros por nosotras es, alucinante. Y, además, están guapísimos.
-Jajaja. Estaban mi querida Lucky; estaban. ¿Ya viste cómo han quedado? Lo único que espero es que todavía les funcione ?aquellito?.
-Jajajajajajaja. No tienes remedio. Siempre pensando en lo que te vas a ?comer?. Jajajaja.
-Jajajajaja. Si, ¿verdad? Ni modo; así soy. Bueno amiga; nos vemos luego. Cuídate.
-Tú también amiga. Y no tomes mucha ?leche?. Acuérdate que ?engorda?, ¿eh? ?dije guiñándole un ojo.
-Jajajaja. Pues lo que vas a tomar tú, no será precisamente ?light?, suertudota. Se comenta que estás por encima de Lara en las apuestas ?dijo ella mientras se alejaba moviendo con descaro su culo despampanante-. Luego te veo.
-Ok; chao.
-Señoras y señores. Tenemos ya al ganador del evento. Ahora abriremos los sobres con los nombres de los trofeos elegidos ?dijo un hombre vistiendo un smoking blanco, con las papeletas que acababa de recoger de la mesa.
Todos los contendientes se encontraban nuevamente en sus butacas, con menores o mayores ?recuerdos? que atestiguaban la rudeza de los encuentros. Ojos morados y magulladuras, vendoletes sobre los párpados inflamados y vendajes en ésta mano o aquél pié, eran la norma entre todos. Sólo unos cuántos habían salido virtualmente intactos.
-Únicamente subirán al cuadrilátero los finalistas y los trofeos que hayan sido elegidos por ellos ?continuó el hombre-. Los demás concursantes recibirán sus trofeos en sus respectivas butacas. Todas las combinaciones han sido revisadas y aprobadas por los jueces. Atención por favor.
-El peleador número 17 ha escogido como trofeo a la número?
La angustia se reflejaba en la cara de Lara ante la expectación que provocaba el anuncio. Se notaba que deseaba con todas sus fuerzas ser la elegida de Enrique, pero temía serlo también por Luis, el número 7, hermano del primero.
-¡¡¡Seis!!! ¡El trofeo número 6 ha sido elegido por el competidor 17!
El público rompió en aplausos y gritos de sorpresa. Aunque el engaño era un secreto a voces, se esperaba que Enrique escogiera otro trofeo, dejándole a su hermano la vía libre con Lara, olvidándose de ella. Por su parte, Lara no pudo ocultar su alegría y apretó mi mano, hasta casi sacarme sangre con sus uñas. De inmediato, saltó hacia el cuadrilátero para reunirse con Enrique, ante la mirada de Luis.
-Y ahora ?siguió informando el maestro de la ceremonia- daremos a conocer el número del trofeo elegido por el triunfador, el contendiente número 7.
De inmediato sentí cómo una corriente electrizante recorría el lugar, mientras todas las miradas se posaban en mi. Me encontraba desconcertada, pero feliz al mismo tiempo, ya que yo también, porqué no decirlo, me sentía la elegida para compartir este momento con el vencedor.
-El trofeo para el ganador es el número?
En ese preciso instante, me levanté de mi asiento y comencé a subir al escenario, satisfecha y expectante ante la noche que tenía por delante.
-¡¡¡Seis!!! ¡¡¡Seis!!! ¡El vencedor también ha elegido a la número seis!
El resultado cayó sobre mí, como un balde de agua helada, cuando estaba a punto de subir al cuadrilátero. Me quedé ahí, paralizada y sin saber cómo reaccionar.
Los reflectores, para mi fortuna, iluminaban a los tres personajes que estaban el en ring, ocultando mi metedura de pata. Lara y Enrique miraban a Luis desconcertados, mientras él gozaba de otro momento de triunfo; el segundo de la noche. Seguramente les haría pagar su traición, dejando bien claro que Lara le pertenecía y que su hermano y ella le habían traicionado.
-Habiendo un empate, el trofeo para el número 17 será su primera reserva ?informó el maestro de ceremonias-. El número de la primera reserva es?
-¡Un momento por favor! ?gritó Luis antes de que pudiera decir el número de la reserva. El público enmudeció asombrado y todos aguardaron ansiosos al anuncio-. ¡Estoy en mi derecho de repudiar mi trofeo y elegir otro en este instante! ¡Es mi deseo recibir como trofeo a la número 7!
El maestro de ceremonias se quedó mirando las papeletas de ambos hermanos, atónito; en ambas, aparecía el número siete como segunda opción.
-El ganador está en su derecho ?continuó el hombre del smoking blanco-; ¡La controversia está resuelta y la número siete queda adjudicada al peleador número 7!
Las luces se dirigieron hacia mí, tomándome totalmente por sorpresa. Me quedé pasmada, sin poder decidir si bajar o seguir subiendo, mientras el público nuevamente estallaba en una ola de vítores y aplausos.
-Sube; ven. Por fin tengo el gusto de poder hablarte ?oí que me decía una varonil voz, mientras su propietario me tendía la mano para ayudarme a subir.
Al llegar al centro del cuadrilátero, Lara me abrazó llorando e intentando dibujar una sonrisa entre sus lágrimas.
-Te felicito Lucky; te vas con el campeón. Disfrútalo mucho.
-Gracias Lara. Esa es mi intención, te lo aseguro ?le dije devolviéndole el abrazo. Tu también has terminado con quien querías.
-¡Antes de dar fin a la velada quiero hacer un último anuncio! ?gritó Luis. Los presentes guardaron silencio nuevamente y atendieron con atención a lo que el campeón tenía que decir.
-Como campeón, uno de los privilegios que obtengo es la dirección de la Hermandad hasta el próximo torneo. Pues bien; mi primera orden es que le sean retirados a mi hermano la divisa de honor y los privilegios del cargo que ostentaba, a partir de este momento. He obtenido la victoria y mi venganza. Para mí, es suficiente. Renuncio públicamente a Lara, y la concedo en propiedad a mi hermano. Espero que sean felices. Por mi parte, todo queda en el pasado ?y tendiendo la mano hacia su hermano lo saludó. ?Sin rencores.
-Sin rencores ?contestó Enrique abrazándolo- gracias.
-Damas y caballeros: ¡que disfruten la velada! ¡El torneo ha concluido!
Los asistentes estallaron en la última ola de aplausos de la noche, y poco a poco, todo mundo fue saliendo del auditorio para dirigirse al salón de banquetes, mientras los apostadores cobraban o pagaban las últimas apuestas que quedaban pendientes, y los edecanes y meseros atendían a los invitados mientras pasaban al banquete.
Lara y Enrique se abrazaron y besaron ahí mismo, contentos de que todo se hubiera resuelto de manera tan civilizada. Ambos estaban agradecidos con Luis, y gracias a él, ahora podrían disfrutarse sin tener que esconderse de los demás hermanos. Ahora Lara pertenecía a Enrique y ostentaría su divisa personal.
-Ven Lucky, acompáñame a mis habitaciones. Muero de ganas por una ducha fresca y un buen masaje antes de presentarnos en el banquete. Mientras tanto, podrás contarme algo de ti. Llamaré a una chica para ese masaje.
-No; no lo hagas. Yo misma puedo encargarme de ello, si te parece.
-Bien; así me gusta. Un trofeo dispuesto a complacer a su ganador ?dijo él esbozando una amplia sonrisa-. Aunque se ve que no te han enseñado bien las reglas de la hermandad. Se supone que no debes hablarme a menos que te lo ordene, y mucho menos verme a la cara.
-Lo siento; no volverá a suceder ?dije apenada.
-¡Bah! Esa estúpida regla será otra de las cosas que cambiarán esta noche. Al menos conmigo. Tienes mi permiso para hablarme y mirarme cuando lo desees. Y por cierto, ojalá que sea tan seguido como yo quiero ?dijo tomando mi cara entre sus manos, mientras su boca se acercaba a mis labios para besarlos-. Vamos pues por ese masaje.
La habitación -si a aquel fastuoso salón se le podía llamar habitación- era magnífica. Contaba con un soberbio salón con sillones de piel color camello, que eran una mullida delicia para el cuerpo; un bien surtido bar y la infaltable megapantalla de plasma se encontraban justo enfrente de los sillones. En el escritorio se observaban un par de ordenadores y una máquina con fax, scanner, impresora y copiadora, de las ?todo en uno?, al lado de una batería de teléfonos que permitían un contacto inmediato con el mundo exterior. Detrás, completando la escena, un retrato de un personaje adusto que supuse sería el padre de los Zambrano, observaba complaciente la habitación.
La cama, con un hermoso dosel de roble antiguo, no desmerecía en nada la suntuosidad del escenario, que se complementaba con pinturas al óleo ?una de ellas un Monet-, esculturas y diversos objetos que sin lugar a dudas eran auténticos.
-¿Quieres algo de beber; champagne, brandy, un zumo, mientras me doy una ducha?
-No gracias; quizá después. Pero date prisa. Los masajes me quedan mejor en caliente ?mientras le decía esto, fui acercándome hacia él, al tiempo que quitaba uno de los hombros del vestido con una de mis manos, y la otra recorría insinuante mi entrepierna- y yo ya estoy a punto de derretirme.
Alcancé a notar como bajo el pantalón comenzaba a insinuársele una pequeña erección, mientras sus brazos me rodeaban deslizándose lentamente hacia mis nalgas.
-¡Hey! El masaje ?le dije- te lo voy a dar yo a ti, no al revés.
Mis manos buscaron instintivamente su cintura y con mis uñas resbalando por su piel, encontraron el camino bajo su pantalón. La firmeza de sus nalgas ligeramente peludas, me estremeció de deseo. Liberé su cuerpo de aquella prenda sudada que me impedía apreciarlo completamente desnudo, y lamiendo su pecho, comencé a descender tan lentamente como me lo permitía mi propia excitación, hacia su sexo palpitante que comenzaba a despertar.
Sus manos no soltaban mis nalgas; al contrario, parecían querer explorarlas milímetro a milímetro, con sus dedos largos y ágiles, concentrándose en tratar de separar mis hemisferios para palpar el culo que horas antes habían preparado para él. Mis suspiros me delataban; sus toqueteos me hacían presa de mi propia humedad, facilitándole la exploración que acometía en ese momento. Sus dedos recorrieron la raya de mis nalgas como un cuchillo que pasa sobre mantequilla fresca, deslizándose desde mi cóccix hasta el perineo, insinuándose apenas en mi culo, pasando sobre él una y otra vez.
Mi boca por fin alcanzó la punta de su glande, y mi lengua lamió aquella cabeza acompasadamente, dejando grandes cantidades de saliva. Retirándome un poco, soplé con mis labios sobre la cabeza ensalivada, provocándole un respingo que me hizo reír. Este pequeño truco casi siempre funcionaba, pues la saliva al ser soplada, se enfriaba tan rápido, que parecía como si hubiese pasado un hielo por el glande.
-Para ya Lucky, o jamás llegaré a la ducha. Eres magnífica. Pero deseo estar limpio antes de comenzar juegos más físicos. No tardo ?y diciendo esto, me dejó casi a punto de tener un orgasmo con tan sólo esos frugales escarceos; con la boca abierta y el culo dispuesto.
-¿Puedo acompañarte? ?le pregunté mientras me libraba definitivamente del vestido- A mi también me vendría bien una ducha.
Sopesando los pros y los contras de mi propuesta, finalmente dijo:
-¡Venga encanto; acompáñame!
-Gracias, mi señor. Sólo pretendo hacerte feliz mientras estés a mi lado.
La ducha era igual de novedosa que la que yo había utilizado, pero mucho más sofisticada. Contaba, además con un pequeño taburete adosado a una de las paredes, de eso que se utilizan para descansar mientras se toma una sauna. La cabina parecía una nave espacial, con tableros repletos de mandos y botones, una pequeña pantalla de televisión y un teléfono.
Un rocío fino y templado comenzó a caer desde el techo, y se fue haciendo cada vez más intenso y frío, hasta acabar en una lluvia tupida que aceleraba la respiración, tonificando los cuerpos. Seguidamente, de las paredes salieron chorros de agua templada intermitente con gran fuerza, e inmediatamente desde el suelo, comenzó a brotar una nube de vapor cálido y seco.
-Bien; una pequeña sesión de vapor para limpiar los poros. He puesto el ciclo completo. Tomará unos veinte minutos ?dijo mientras se sentaba en el taburete y yo quedaba frente a él, con los brazos y las piernas abiertos y completamente estirados- así que tendremos tiempo para un pequeño aperitivo.
Me jaló de la cintura atrayéndome hacia él, y separándome las piernas con sus tobillos. Su boca quedó a la altura de mi ombligo, que empezó a explorar con su lengua. Sus manos volvieron a apoderarse de mis nalgas, amasándolas con fuerza, mientras su ya respetable erección yacía a unos palmos de mi vagina.
El sudor que para esos momentos emanaba de nuestros cuerpos, facilitaba el recorrido de sus manos y lengua, que resbalaba, como no queriendo, hacia mi pubis.
Sin moverme, pues no quería hacer nada que él no me pidiera, mi lengua recogía el sudor de mis labios; mis ojos cerrados hacían que mi mente volara en busca del placer que estaba obteniendo bajo sus caricias. Mis mejillas se frotaban sobre mis hombros mientras suspiraba pidiendo más caricias.
Con ambas manos, recorrió el camino desde las nalgas hasta la entrada de mi empapada vagina, separando los labios, para descubrir mi total disposición a cualesquiera que fueran sus intenciones. Con sus pulgares, mantuvo mis labios separados para comenzar una deliciosa exploración con la punta de su lengua. Al primer roce, sentí que las fuerzas me abandonaban y las rodillas se me doblaron al tiempo que desde mi boca salía un delicioso suspiro de placer. Sin duda, Luis era un experto y lo demostraba magistralmente con cada nueva caricia, con cada nuevo lenguetazo, cada nueva y deliciosa chupada al lugar exacto, en el momento justo, con la cadencia correcta.
Las cortas y rápidas lamidas, dieron paso a largos y profundos lenguetazos que se internaban hasta lo más profundo de mi vagina, para rematar con succiones rápidas de mi erecto clítoris. Aquello estaba haciéndome perder la razón; descargas de electricidad recorrían mi columna vertebral, multiplicando el placer de mis orgasmos, que se sucedían como olas impetuosas al estrellarse contra una abrupta costa rocosa.
-Hazme tuya; te lo suplico. No sé cuanto más de esto pueda ser capaz de aguantar ?dije al tiempo que me sentaba a horcajadas sobre sus piernas-. Quiero sentir tu fuego dentro de mí, tan profundamente como sea posible.
Me tomó con violencia con su mano por la coleta de mi pelo, mientras con la otra tomaba su pene y lo colocaba en posición para empalarme. Con un rápido movimiento, ayudado por la humedad que salía de mi mojada vagina, insertó la totalidad de su falo en mi interior, dejándome sin aliento. Tan sólo fui capaz de emitir un sentido ?Ahh?, mientras me esforzaba por tomar una bocanada de aire.
Sus manos levantaban sin esfuerzo mis nalgas, ayudando a su pene en la faena de entrar y salir de mi interior. El ritmo era magistral, y no fui capaz de detener otro orgasmo. La manera como su polla frotaba mi interior contra cada centímetro de mis paredes vaginales, su tallo rozando mi clítoris con cada nueva embestida, las ocasionales inserciones de uno de sus dedos en mi cada vez menos tenso ano, y su boca buscando intermitentemente a cada uno de mis enhiestos pezones con cada nuevo galope, me tenían descubriendo por primera vez, el goce total. Hasta ese momento, no pensaba que un solo hombre fuera capaz de otorgarme tanto placer al mismo tiempo. Es más; con Luis estaba descubriendo de nuevo que era capaz de sentir placer a manos de un hombre. Con él, nada de esto era un trabajo; era simple y llanamente, la mejor sesión de sexo de toda mi vida. Sobraban las palabras.
Su ritmo comenzó a incrementarse, ante la inminencia de su venida, a lo que yo respondí tratando de retirarme para no recibir su semen en mi interior; a ninguno de mis clientes le permitía venirse dentro de mí. Pero sus fuertes brazos sujetaron mis hombros clavando aquella lanza en mi vagina sin remedio, recordándome que yo estaba para hacer su voluntad, no la mía.
Traté de cerrar mis piernas, pero únicamente conseguí incrementar la fricción, lo que acabó por hacerlo explotar como un géiser, y para mi sorpresa, aquella cálida corriente de leche que me llenaba, acabó por otorgarme un nuevo y fenomenal orgasmo.
Sus dientes se hincaron en uno de mis pezones, hasta casi arrancármelo, mientras mis músculos vaginales se contraían espasmódicamente contra su pene. Si en ese momento mi vejiga hubiera contenido algún resto de orina, seguramente hubiera escapado involuntariamente de mi cuerpo. Tanto así estaba yo sin voluntad propia, disfrutando de la mejor follada de mi vida.
Cuando mi último espasmo hubo terminado, y la última gota de semen salió de su falo, chorros de agua fresca bañaron nuestros cuerpos, dando fin al primero de nuestros encuentros.
-Oh, Lucky; ha sido buenísimo.
-También para mí ha sido maravilloso, Luis. Follas como los mismos ángeles.
Fin de la segunda parte.
El baño había sido toda una experiencia. Me divirtió el pensar que todo aquí terminaba de una manera aséptica. Antes del torneo me habían dejado limpia a más no poder, y ahora nuevamente terminaba limpísima, después de tener varios orgasmos y haberme corrido copiosamente. ¿Sería que tenían alguna fobia por la limpieza?
-Escoge en el vestidor alguna ropa limpia. Será mejor darnos prisa. Los invitados estarán esperándonos.
-¿No quieres que te dé el masaje que te prometí?
-Si me das ese masaje ahora, no llegaremos nunca al banquete. ¿Te parece que lo dejemos para después?
-Lo que tú digas. Estoy para complacerte. Dame un par de minutos y enseguida estaré lista.
Pasé a su lado acariciando mientras caminaba, su flácido pene con la palma de mi mano, dirigiéndole una cómplice mirada, a la que me correspondió con una cálida sonrisa.
-Eres insaciable Lucky. Date prisa.
Me sentía feliz al lado de este hombre. La mezcla de poder, seguridad y ternura que irradiaba, eran el complemento ideal de su cuerpo atlético y de su varonil y guapo rostro.
Di la luz al vestidor, y me quedé pasmada ante la cantidad de vestidos que ahí se encontraban; Valentino, Kenzo, Dior, Chanel, YSL, Balenciaga, Luis Vuton, Escada, en fin, un desfile de vestidos de los más renombrados diseñadores estaban ahí, a mi disposición, para que yo los estrenase. Sedas, satines, lanas, linos y algodones, se mezclaban en aquel paraíso del vestuario. Lo mismo pasaba con los zapatos; Gucci, Nine West, Bali, Sack?s, etc.
Lo único que dotaba de uniformidad a toda la ropa era el color; absolutamente todo era de color negro.
Tomé un vaporoso vestido de algodón de Lagerfeld que se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Dos tiras cruzadas de tela semitransaparente acunaban mi busto para rematar en un cuello halter. Por debajo, las tiras se fundían para formar una falda corta de picos en v, que dejaban al descubierto más de la mitad de mis macizos muslos bronceados. El contraste del negro del vestido, con mi piel morena de sol, hacían que los pocos y pequeños vellos dorados que cubrían mi piel, brillaran como el oro. Opté por unos zapatos de tacón alto, cerrados, de Nine West, mis favoritos, que hacían tensionarse mis pantorrillas, provocando con ello, que lucieran más provocativas.
Sobre el tocador, me esperaban las joyas que había utilizado antes, y una pequeña botella de perfume con mi nombre grabado en ella. Tomé un poco y descubrí que era el mismo perfume que había utilizado horas antes.
La sensación de estar sin ropa interior era un poco extraña, pero sin duda, una podría llegar a acostumbrarse pronto y no resultaba molesta. Reí divertida.
Cuando salí, ante mí se encontraba Luis, guapísimo. Con un impecable y sobrio smoking de corte tradicional, sin duda cortado a la medida para él en Brooks Brothers, la exclusiva tienda de Nueva York. En el dedo anular de su mano derecha, lucía un bello sello de lapislázuli con la divisa de la Hermandad, y de la muñeca de su mano izquierda pendía un elegante Patek Phillipe Turbillón de carátula azul. Mi cara debe haber demostrado el alelamiento de mi cerebro, porque tan sólo pude reaccionar cuando él me acarició los hombros con sus manos y besó mi frente.
-...uda serás nuevamente la sensación en el banquete -alcancé a oír el final de la frase cuando salí de mi ensoñación- Estás bellísima.
-Perdón. ¿Decías?
-Que luces como una reina, Lucky.
-Gracias Luis. ¿Y serás tú mi rey?
-Por supuesto. Espero estar a tu altura. Vamos ya.
La cena transcurrió sin mayores incidentes. Todos los competidores y sus trofeos ?me había acostumbrado ya a utilizar ese mote para referirme a las chicas- nos encontrábamos a la misma mesa que presidíamos. La fastuosidad del menú estuvo acorde con la importancia del evento, y no desmereció en nada a los demás actos. Unos magníficos langostinos sobre cama de trigueros frescos en vinagreta fueron el entremés. Siguió después un revitalizante consomé de codornices prensadas y como plato fuerte, se sirvió, al gusto, faisán en salsa agridulce, vacío de res a las brasas, o filetes de atún fresco a la parrilla con salsa de mantequilla a las hierbas. Los vinos regaban con frugalidad la opípara cena, y los mejores tintos, rosados y blancos disponibles, resbalaron por las gargantas de los asistentes. De postre, cestas de caramelo con helado de avellanas y las trufas al chocolate más grandes y deliciosas que he probado en mi vida cerraron el regio ágape, mientras cientos de botellas de Taittinger aligeraban nuestras mentes.
La música fue cambiando lentamente, para pasar de las melodías de fondo de la cena, a las piezas que abrían el baile. La orquesta tocaba magistralmente, invitando a los presentes a pasar a la pista, que se fue llenando poco a poco de parejas que juntaban sus cuerpos al ritmo que imponían los acordes de los instrumentos.
El ambiente era relajado, y los toqueteos descarados se continuaban sin problema entre todas aquellas gentes.
Luis me rodeaba la cintura con sus manos, que de vez en cuando se deslizaban hacia mis nalgas restregándolas sin cortarse un pelo. Pasaba por sobre el vestido con la misma naturalidad con que las amasaba por debajo de él, disfrutándolas como era su derecho.
Yo mientras tanto, tenía mis manos pegadas a su espalda, mientras mi cabeza reposaba sobre uno de sus hombros, gozando sus caricias.
De vez en cuando, algún otro ?hermano? o ?hermana? pasaba a nuestro lado manoseándome abiertamente. Las primeras veces me tomaron por sorpresa y pensé que Luis saltaría a defenderme, pero ni siquiera intentó moverse. Simplemente sonreía complaciente a quienes sobaban con descaro mis nalgas.
De repente, uno de los asistentes se acercó a nosotros y dirigiéndose a Luis, le dijo:
-Te felicito Luis. Realmente te portaste a la altura. Diste cachetada con guante blanco a tu hermano y a Lara, y al mismo tiempo te quedaste con la mejor hembra. ?Y extendiendo sus brazos hacia mí, preguntó- ¿Se puede?
-Adelante -contestó él-. Todo aquí es parte de la Hermandad.
Lo miré, y sonriendo, me di la vuelta dispuesta a bailar con aquel desconocido el siguiente baile. Pero el hombre no quería bailar. En lugar de ello, levantó mi vestido y mientras una de sus manos pellizcaba mis nalgas, la otra fue directamente hacia mi vagina, en la que insertó profundamente los dedos anular y corazón, mientras con el meñique y el índice masajeaba mis labios y su pulgar frotaba mi clítoris. Aquello me hizo soltar un grito de sorpresa. Sorpresa por la mano que no esperaba en mi entrepierna, y sorpresa por la inexistente reacción de Luis, que únicamente se dedicaba a mirar, mientras asentía.
Intenté retirarme, pero Luis me detuvo sosteniéndome ahí mismo, indicándome con un movimiento de su cabeza que no me moviera.
El fulano seguía literalmente fornicándome con su mano, mientras con la otra comenzaba a buscar la entrada de mi ano. Cuando la encontró, las manos cambiaron y la que estuvo en mi vagina se dirigió, húmeda, hacia mi culo, que fue perforado con la misma falta de delicadeza que mi coño, mientras un nuevo par de dedos, secos y largos, volvían a insertárseme en la vagina.
La aspereza y violencia del tocamiento, me hicieron pararme sobre las puntas de los pies, al tiempo que de mi garganta salían pequeños gritos ahogados de dolor. Pero lo más sorprendente, es que aquello estaba logrando excitarme. El morbo de la escena provocó que un hilo de humedad comenzara a deslizarse por mi entrepierna, mientras mi culo se distendía respondiendo al mete-saca de los dedos que lo taladraban.
Mis pezones se encontraban a estas alturas, duros y a la espera de ser tocados por alguna mano que se apiadara de ellos, cosa que fue satisfecha casi de inmediato, por una de las manos de Luis, que los magreaba intermitentemente. La mano libre pronto se encontró tapándome la boca, sofocándome un poco, lo que fue interpretado por mis neuronas como una nueva razón para excitarme. Mis brazos rodearon su cuello, haciendo que mi cuerpo se mostrara arqueado, ofreciéndose por completo a aquel desconocido.
Luis soltó mi boca para poder sobar a placer mis tetas, mientras sus labios sellaban mi boca y su lengua exploraba y abrazaba la mía.
Finalmente, una oleada de placer se apoderó de mi cuerpo, que claudicó ante el ataque con un largo estremecimiento y un relajante suspiro con el que se sellaba el nuevo orgasmo obtenido.
-Jajajajaja. Ha tardado -dijo el hombre, con una cara entre sorprendida y divertida- pero al final se ha venido. Es buena; muy buena, Luis. Te felicito nuevamente y te doy las gracias por darme la oportunidad de probarla -continuó mientras chupaba sus dedos con los restos de mi humedad-. Está buenísima.
-Gracias Carlos. Pero también deberías darle las gracias a Lucky. Para ser nueva, yo diría que se ha portado bastante bien, ¿no crees?
-Si; por supuesto. Gracias a ti también, belleza. No me he corrido yo también por puro milagro- contestó el tipo, mientras me daba un beso en la mejilla.-. Sácale buen provecho Luis. Mujeres como ésta no se ven muy seguido por ninguna parte- se despidió mientras cogía por la cintura a su acompañante, una bella mulata que presenció el show sin inmutarse, justo detrás de nosotros-. Vamos, mi negra. Que Lucky me ha levantado algo más que el ánimo, y habrá que aprovecharlo.
-¿Qué ha sido todo esto, Luis?
-¿Qué ha sido el qué?
-Pues esto; el tal Carlos me ha follado con sus manos frente a tus narices, y tu ni siquiera te has inmutado.
-¿Y porqué iba yo a inmutarme? Está en su derecho.
-¿En su derecho? ¿Quieres decir que todo el que quiera meterme mano puede hacerlo?
-Si. ¿Porqué no? Tu hoy estás disponible para todos los miembros de la hermandad. Se te ha informado de qué iba la cosa y, además, no le has puesto ningún pero a lo que te han pagado por anticipado. ¿O si?
-Sí; es cierto. Pero pensé -dije un tanto triste y un tanto apenada- que sería sólo tuya. Como me has ganado en el torneo...
-Haberte ganado en el torneo me da el derecho de follarte en exclusiva esta noche. Pero no puedo impedir que el que quiera explorarte lo haga si ese es su deseo.
-¿Y no hay manera de que nadie mas que tú, pueda tocarme?
-Hmmm. Sí; hay una manera, pero no creo que te gustara. Además, no deseo forzarte a nada que esté en mi mano impedir. Prefiero que nos vayamos los dos solos a la alcoba cuanto antes. No sé cuántos más querrán meterte mano, ni si yo lo aguantaré más tiempo. Vamos; salgamos de aquí.
-Sí; vámonos ya ?dije mientras le daba un besito en la mejilla- a que te dé ese masaje que quedó pendiente.
Mientras salíamos del salón, Lara se despidió de nosotros agitando una mano, mientras bailaba con Enrique. Alcancé a distinguir a Marcia ?el apodo de Storm le quedaba como anillo al dedo- que se movía restregando las nalgas sobre el pantalón de su acompañante, al ritmo de la salsa que tocaba la orquesta en ese momento. Al vernos partir, soltó una pícara carcajada, mientras me guiñaba un ojo en señal de complicidad. Estaba disfrutando de lo lindo con la fiesta, y con aquel amigo que seguramente tendría bajo las sábanas en muy poco tiempo.
El recorrido de regreso a la habitación era largo, por lo que decidí aprovecharlo para preguntar sobre la manera de tenerme para él en exclusiva.
-Luis.
-Dime, Lucky.
-¿Qué tienes que hacer para tener a una chica sólo para ti?
-Pues, hay que hacer la proclama, y seguir el protocolo para el caso.
-¿Pero qué tienes que hacer?
-¿Yo? Poca cosa, aparte de pararme frente a la comunidad y decirles que te reclamo como mía, y marcarte con mi divisa personal.
-¿Marcarme? ¿Marcarme cómo?
-Con un piercing como el de Lara. Varias chicas lo traen, y eso las protege de que nadie más las pueda tomar, salvo su dueño. Es por eso que le retiré mi divisa a Lara ?dijo mientras palpaba el pendiente que traía en el bolso de su chaqueta, y que horas antes colgaba entre las piernas de Lara-. Ella ya no me pertenece. Supongo que ahora Enrique la reclamará para él.
-¿Y eso es todo? ¿Gritar a los cuatro vientos que reclamas a la chica y ya? Qué fácil. Pensé que sería algo más extravagante.
-Eso es todo lo que yo tengo que hacer. Pero falta lo que tú tendrías que hacer para completar el protocolo.
-¿Yo? ¿Y qué tendría que hacer yo?
-En señal de respeto a toda la Hermandad, y en vista de que nadie más podrá gozarte, tendrías que dejarte hacer, por voluntad propia, todo lo que quisieran hacerte los demás hermanos mientras yo lo observo todo sentado a tu lado.
-¿¿¿Qué??? ¿¿¿Tendría que dejarme follar por toda la hermandad???
-Tal vez sí. Es lo común. Pero podrían hacerte cualquier cosa que no te cause daño permanente. Azotes, pisotones, mearte encima, bofetearte, en fin; todo lo que quisieran. Hasta follarte, claro está. Pero todo en el límite de una hora a partir de la proclama. Al final, -noté que nuevamente jugaba con la mano en su bolsillo- perforaría los labios de tu vagina para ponerte el piercing con mi divisa.
-¡En verdad que están locos! ¡Menudo ritual se han inventado!
-Así es. Pero nadie las obliga a pasarlo. Es por voluntad propia.
-Sí. Pues se necesita mucha voluntad para hacerlo.
El resto del camino transcurrió en silencio, mientras mi cabeza imaginaba las escenas de tan ?civilizado? ritual.
Bueno; yo había decidido ya, que esta noche la iba a disfrutar como nunca: Y nada de lo que había escuchado antes, me iba a hacer cambiar de idea. Así que tan pronto llegamos a la habitación, me dispuse a seguir con mi plan de darle a Luis el mejor masaje de toda su vida.
-¿Quieres algo de beber? ?me preguntó mientras se acercaba al bar, y empezaba a servirse una copa de Larios 1886- ¿Te gusta el brandy? Esto es de lo mejor.
-Sí cielo; tomaré lo mismo que tú. Podrías poner un poco de música suave también; para entonar el ambiente mientras voy por los aceites para el masaje.
-Ok. Supongo que no le pondrás muchas pegas a un poco de música de Fresh Aire. Es mi favorita para relajarme.
Mientras buscaba en el baño los aceites, noté que la excitación volvía a hacer presa en mi cuerpo. Por fin lo tenía justo donde quería; solo y a mi merced, con toda la noche por delante. Nada de interrupciones, ni de ?hermanos? metiendo mano en mis interiores. Me lavé nuevamente para estar fresca y limpia, y noté que las terminales nerviosas de mi pubis estaban tan sensibles, que el mero roce de mis manos jabonosas, me producían pequeños escalofríos de placer. Me sequé y perfumé nuevamente, retocando mis labios con un poco de brillo. Volvía a estar radiante.
Cuando regresé, Luis se había quitado la chaqueta, y comenzaba a desabotonar las mancuernillas de oro de sus puños. Me coloqué tras su espalda, y lo ayudé a deshacerse de la camisa. Pegando mi pecho contra su torso, pasé mis manos bajo sus brazos y comencé a acariciar sus lisos y fuertes pectorales. Lo abrazaba como si fuera ?mi? regalo. Un muñeco de tamaño natural que estaba ahí para dar y recibir placer; ?mi? placer.
Deslizando mis manos hacia abajo, llegué hasta los botones de su bragueta, liberándolos. Continué con el zíper apenas rozando su pija morcillona. Sus pantalones finalmente cayeron al suelo, mientras mis manos continuaban la exploración, bajando hacia sus muslos.
La deliberada omisión de mis caricias sobre su falo, provocó que éste comenzara a despertar reclamando atenciones. Todavía le faltaba rigidez, pero el slip ya no era suficiente para mantenerlo prisionero por más tiempo. Pasee mis manos por la cara exterior de sus muslos, subiendo lentamente desde atrás hacia sus nalgas, que se tensionaron bajo mis palmas. Sin detenerme, continué por la franja superior del calzoncillo, metiendo mis uñas entre la tela y la piel, y empecé a bajar la última pieza de ropa que quedaba vistiéndolo.
Seguí bajando, hasta tener que agacharme, mientras mi boca entraba en contacto con aquellos duros pedazos de carne que tenía por nalgas, besándolas con piquitos dulces y espaciados; regodeándome con la erección que le estaban provocando mis escarceos.
-Recuéstate boca abajo en la cama y disfruta del masaje. Prometo ser buena.
Él se recostó mientras daba un último trago a su copa casi llena, y me alcanzaba la mía, que apuré de un trago. El calor del brandy bajando por mi garganta, me hizo fantasear con su semen recorriendo el mismo camino. Nunca había sido particularmente fanática de beber aquella leche, pero ahora la idea me parecía francamente apetecible.
Me deshice del vestido para quedar completamente desnuda. No quería que nada me estorbara mientras lo atendía.
Tomé un poco de aceite aromático y lo frote entre mis palmas. Estaba helado la fricción de mis manos lo calentaba rápidamente. Dejé caer un hilo de aceite sobre su piel que se erizaba por donde iba cayendo, resaltando a su paso los firmes músculos de su anatomía.
Comencé por masajearle los pies, otorgando caricias a sus dedos, su empeine, presionando con fuerza mis pulgares sobre sus doloridas plantas, destensionándolas. Esa era la meta; irlo dejando relajado lenta y completamente, desde los pies hasta la cabeza.
Fui subiendo poco a poco por sus piernas, masajeándolo todo; deteniéndome donde notaba algún nudo en sus músculos. Sus pantorrillas, sus muslos firmes que sobé una y otra vez, con movimientos circulares, adentrándome en su entrepierna sin ir más allá; apenas rozando la parte baja de su cóccix, reservándome para el final aquella zona. Seguí con las nalgas, tersas como las nalgas de un recién nacido, y de vez en cuando, dejando que un distraído dedo resbalara por la hendidura que las separaba, aceitándolo todo, preparándolo para lo que viniera más adelante.
Sus ronroneos me calentaban, pues me indicaban que aquello le gustaba y mucho.
-¿Voy bien, amor? ¿Te está gustando?
-Mucho, Lucky; mucho. Sigue así. Por favor, no te detengas. Sigue, sigue. Mmmmmmmhhhhhh. Ahhhhh, que bien.
Cuando terminé con sus nalgas, la parte baja de su espalda comenzó a quedarme un poco lejos, por lo que monté sobre ellas a horcajadas, mientras los pelos de mi pubis y mis labios vaginales entraban en contacto con las majestuosas nalgas de mi amante, otorgándonos a ambos, delicadas pero placenteras sensaciones eróticas.
Frotaba su espalda recorriendo su columna vertebral con mis palmas hasta llegar a la nuca, para bajar por sus costados y comenzar de nuevo, mientras mi pubis se deslizaba siguiendo el ritmo subiendo y bajando por sus nalgas, en un trote lento y delicioso. Tan sólo esperaba que Luis estuviera disfrutando tanto como yo, de aquello que me regalaba con cada nuevo movimiento, intensas oleadas de placer.
Sus brazos fueron tratados con el mismo cuidado, relajando las tensiones acumuladas tras las duras peleas. Sus manos comprimidas entre mis dedos, lentamente quedaron relajadas. Las tomé entre las mías y las fui llevando a recorrer mis piernas; tocando bajo mi guía mis propios muslos, sobándolos, acariciándolos hasta llegar a mi cintura, flexionando sus brazos hacia atrás sin llegar a lastimarlos, llevando sus manos hacia mis caderas, acompañándolas en todo momento por las mías, tocando cada milímetro de piel, erotizándola por completo, preparándola, allanando el camino, dejándolo listo.
Me levanté sobre él, y le pedí que se diera vuelta.
Sus ojos contemplaban mi cuerpo desde su peculiar perspectiva. Mis piernas, cual columnas, formaban un arco que comenzaba en mi pubis que brillaba lujurioso sobre él, y que se continuaba hacia arriba por mi cintura estrecha, hasta llegar a mis pechos firmes que asomaban en lo alto. La vista le regalaba la visión de mis muslos fuertes y bien delineados, mi aceitada entrepierna de la que brotaban mis labios carnosos rematados en su cúspide por el clítoris que se adivinaba entre ellos, y la suave alfombra de mi vello púbico, que se recortaba uniforme por encima del Monte de Venus.
Sonreí al observar su cara, que reflejaba complaciente su aprobación a aquellos juegos. Sus ojos chispeaban llenos de deseo y de su boca entreabierta salía la lengua recorriendo con lasciva sus labios. Y ronroneaba. No dejaba de hacerlo ni por un instante.
-Cierra los ojos y disfruta ?dije mientras comenzaba a bajar nuevamente para continuar el masaje-.
Me senté sobre sus ingles, dejando que su pene rozara mi pubis. La intención era esa; masturbarlo lentamente con el pubis, pero sin darle oportunidad a penetrarme.
Cogí un poco más de aceite y repetí la operación con todo el frente. El fino hilillo caía sobre la piel de sus brazos, su pecho, sus diminutos pezones que al frío contacto con el aceite se pusieron erectos, su vientre duro con sus músculos de lavadero.
Llené mis manos con el viscoso líquido y comencé, esta vez desde su vientre, subiendo hasta su cuello. Pasando sobre sus pezones que con cada roce se ponían más duros. Se podían incluso sentir los poros de su areola bajo las yemas de mis dedos. Sobé lentamente su vientre, sus pectorales, sus hombros y cuello. Y al hacerlo, mis tetas se deslizaban contra su pecho, y mis pezones buscaban los suyos, frotándose, incrementando el placer que ambos sentíamos. Detuve sus manos con las mías, evitando que intentara tocarme. Seguía restregando mis tetas contra las suyas, mi pubis contra el suyo, mis piernas que se encontraban ya sobre las suyas, y todo mi cuerpo subía y bajaba sobre el suyo, ayudado por el aromático aceite que relucía en nuestros cuerpos lubricados, mientras su pene alcanzaba la total erección. Ronroneando, dejando escapar pequeños gemidos que deleitaban mis oídos, confundiéndose con mis propios suspiros.
Me levanté nuevamente mientras mi lengua rozaba sus labios entreabiertos separándome de él, tan solo para tomar en mi boca lo que quedaba del brandy de su copa.
Con la boca entreabierta, pasé mi lengua sobre mis propios labios humedeciéndolos con el licor. Me puse de rodillas frente a él, acercando mi cara hacia su falo, amagando varias veces el comienzo del fin del masaje; acercando mi boca hacia su pene para retirarla sin siquiera rozarle, una y otra vez. Cuando aquel tranco empezó a palpitar rebozando de sangre bombeada desde su acelerado corazón por todo su cuerpo cavernoso, acometí sin piedad su pene con mi boca repleta de brandy que vertí sobre ella, bañándola toda repartiendo el licor por toda su longitud, cuidando también de ser generosa con las cálidas bolsas de sus testículos.
Lamí con fruición la majestuosa verga, con su glande grueso y carnoso. La precoz circuncisión había dejado el cuello de la cabeza con un áspero ángulo que sin duda incrementaría las sensaciones de ese monstruo cuando le tuviera sepultado en mi vagina. Su tranca entraba y salía de mi boca, ahora lenta y después a mayor velocidad, cambiando el ritmo a cada tanto. Recorrí con mi lengua todo el camino desde el perineo hasta el glande, sin dejar de lado lentas y húmedas mamadas a los huevos cubiertos de abundante pelo rubio y rizado. Manos y boca se turnaban las atenciones hacia la polla y los huevos que se hinchaban repletos de semen a punto de estallar por la punta de aquel palo delicioso y repleto de saliva, brandy y aceite.
La erupción se hacía inminente y los jadeos de Luis se intensificaban con cada mamada que le otorgaba. Mi propio orgasmo estaba al caer, tan sólo detenido por el deseo de llegar al clímax simultáneo. Al otorgarle placer, yo misma sentía las marejadas que a punto estaban de rematar en el orgasmo que no era capaz de detener por más tiempo.
-Ahhhhhh. Ahhhhhh. Me corroooooo. Ahhhhhhhhhhhh.
Tuve apenas el tiempo suficiente de sacar de mi boca su verga. Abrí los labios tan ampliamente como me era posible, pues no quería que ni una sola gota dejara de ser paladeada por mis papilas, pero también me excitaba el ver cómo aquella lanza explotaba liberando su carga.
Un chisguete largo y fuerte se incrustó en el fondo de mi garganta mientras mi propia venida invadía por completo mi vagina, escurriendo su descarga por mis piernas. Mis labios se cerraron atrapando entre ellos la enorme y palpitante pija, que seguía escupiendo semen como una malhumorada cobra.
Un intenso calor recorrió mi cuerpo mientras los últimos restos de su leche bajaban por mi garganta. Totalmente extenuada pero satisfecha, caí rendida a su lado mientras rodeaba con sus brazos mi cuerpo que temblaba todavía con los últimos estertores de un prolongado orgasmo.
-Ohhhh Lucky. Ha sido realmente delicioso. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Sin fuerzas para contestarle nada, simplemente sonreí satisfecha, mientras me quedaba dormida entre sus brazos.
Fin de la 3a Parte.
-Escoge en el vestidor alguna ropa limpia. Será mejor darnos prisa. Los invitados estarán esperándonos.
-¿No quieres que te dé el masaje que te prometí?
-Si me das ese masaje ahora, no llegaremos nunca al banquete. ¿Te parece que lo dejemos para después?
-Lo que tú digas. Estoy para complacerte. Dame un par de minutos y enseguida estaré lista.
Pasé a su lado acariciando mientras caminaba, su flácido pene con la palma de mi mano, dirigiéndole una cómplice mirada, a la que me correspondió con una cálida sonrisa.
-Eres insaciable Lucky. Date prisa.
Me sentía feliz al lado de este hombre. La mezcla de poder, seguridad y ternura que irradiaba, eran el complemento ideal de su cuerpo atlético y de su varonil y guapo rostro.
Di la luz al vestidor, y me quedé pasmada ante la cantidad de vestidos que ahí se encontraban; Valentino, Kenzo, Dior, Chanel, YSL, Balenciaga, Luis Vuton, Escada, en fin, un desfile de vestidos de los más renombrados diseñadores estaban ahí, a mi disposición, para que yo los estrenase. Sedas, satines, lanas, linos y algodones, se mezclaban en aquel paraíso del vestuario. Lo mismo pasaba con los zapatos; Gucci, Nine West, Bali, Sack?s, etc.
Lo único que dotaba de uniformidad a toda la ropa era el color; absolutamente todo era de color negro.
Tomé un vaporoso vestido de algodón de Lagerfeld que se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Dos tiras cruzadas de tela semitransaparente acunaban mi busto para rematar en un cuello halter. Por debajo, las tiras se fundían para formar una falda corta de picos en v, que dejaban al descubierto más de la mitad de mis macizos muslos bronceados. El contraste del negro del vestido, con mi piel morena de sol, hacían que los pocos y pequeños vellos dorados que cubrían mi piel, brillaran como el oro. Opté por unos zapatos de tacón alto, cerrados, de Nine West, mis favoritos, que hacían tensionarse mis pantorrillas, provocando con ello, que lucieran más provocativas.
Sobre el tocador, me esperaban las joyas que había utilizado antes, y una pequeña botella de perfume con mi nombre grabado en ella. Tomé un poco y descubrí que era el mismo perfume que había utilizado horas antes.
La sensación de estar sin ropa interior era un poco extraña, pero sin duda, una podría llegar a acostumbrarse pronto y no resultaba molesta. Reí divertida.
Cuando salí, ante mí se encontraba Luis, guapísimo. Con un impecable y sobrio smoking de corte tradicional, sin duda cortado a la medida para él en Brooks Brothers, la exclusiva tienda de Nueva York. En el dedo anular de su mano derecha, lucía un bello sello de lapislázuli con la divisa de la Hermandad, y de la muñeca de su mano izquierda pendía un elegante Patek Phillipe Turbillón de carátula azul. Mi cara debe haber demostrado el alelamiento de mi cerebro, porque tan sólo pude reaccionar cuando él me acarició los hombros con sus manos y besó mi frente.
-...uda serás nuevamente la sensación en el banquete -alcancé a oír el final de la frase cuando salí de mi ensoñación- Estás bellísima.
-Perdón. ¿Decías?
-Que luces como una reina, Lucky.
-Gracias Luis. ¿Y serás tú mi rey?
-Por supuesto. Espero estar a tu altura. Vamos ya.
La cena transcurrió sin mayores incidentes. Todos los competidores y sus trofeos ?me había acostumbrado ya a utilizar ese mote para referirme a las chicas- nos encontrábamos a la misma mesa que presidíamos. La fastuosidad del menú estuvo acorde con la importancia del evento, y no desmereció en nada a los demás actos. Unos magníficos langostinos sobre cama de trigueros frescos en vinagreta fueron el entremés. Siguió después un revitalizante consomé de codornices prensadas y como plato fuerte, se sirvió, al gusto, faisán en salsa agridulce, vacío de res a las brasas, o filetes de atún fresco a la parrilla con salsa de mantequilla a las hierbas. Los vinos regaban con frugalidad la opípara cena, y los mejores tintos, rosados y blancos disponibles, resbalaron por las gargantas de los asistentes. De postre, cestas de caramelo con helado de avellanas y las trufas al chocolate más grandes y deliciosas que he probado en mi vida cerraron el regio ágape, mientras cientos de botellas de Taittinger aligeraban nuestras mentes.
La música fue cambiando lentamente, para pasar de las melodías de fondo de la cena, a las piezas que abrían el baile. La orquesta tocaba magistralmente, invitando a los presentes a pasar a la pista, que se fue llenando poco a poco de parejas que juntaban sus cuerpos al ritmo que imponían los acordes de los instrumentos.
El ambiente era relajado, y los toqueteos descarados se continuaban sin problema entre todas aquellas gentes.
Luis me rodeaba la cintura con sus manos, que de vez en cuando se deslizaban hacia mis nalgas restregándolas sin cortarse un pelo. Pasaba por sobre el vestido con la misma naturalidad con que las amasaba por debajo de él, disfrutándolas como era su derecho.
Yo mientras tanto, tenía mis manos pegadas a su espalda, mientras mi cabeza reposaba sobre uno de sus hombros, gozando sus caricias.
De vez en cuando, algún otro ?hermano? o ?hermana? pasaba a nuestro lado manoseándome abiertamente. Las primeras veces me tomaron por sorpresa y pensé que Luis saltaría a defenderme, pero ni siquiera intentó moverse. Simplemente sonreía complaciente a quienes sobaban con descaro mis nalgas.
De repente, uno de los asistentes se acercó a nosotros y dirigiéndose a Luis, le dijo:
-Te felicito Luis. Realmente te portaste a la altura. Diste cachetada con guante blanco a tu hermano y a Lara, y al mismo tiempo te quedaste con la mejor hembra. ?Y extendiendo sus brazos hacia mí, preguntó- ¿Se puede?
-Adelante -contestó él-. Todo aquí es parte de la Hermandad.
Lo miré, y sonriendo, me di la vuelta dispuesta a bailar con aquel desconocido el siguiente baile. Pero el hombre no quería bailar. En lugar de ello, levantó mi vestido y mientras una de sus manos pellizcaba mis nalgas, la otra fue directamente hacia mi vagina, en la que insertó profundamente los dedos anular y corazón, mientras con el meñique y el índice masajeaba mis labios y su pulgar frotaba mi clítoris. Aquello me hizo soltar un grito de sorpresa. Sorpresa por la mano que no esperaba en mi entrepierna, y sorpresa por la inexistente reacción de Luis, que únicamente se dedicaba a mirar, mientras asentía.
Intenté retirarme, pero Luis me detuvo sosteniéndome ahí mismo, indicándome con un movimiento de su cabeza que no me moviera.
El fulano seguía literalmente fornicándome con su mano, mientras con la otra comenzaba a buscar la entrada de mi ano. Cuando la encontró, las manos cambiaron y la que estuvo en mi vagina se dirigió, húmeda, hacia mi culo, que fue perforado con la misma falta de delicadeza que mi coño, mientras un nuevo par de dedos, secos y largos, volvían a insertárseme en la vagina.
La aspereza y violencia del tocamiento, me hicieron pararme sobre las puntas de los pies, al tiempo que de mi garganta salían pequeños gritos ahogados de dolor. Pero lo más sorprendente, es que aquello estaba logrando excitarme. El morbo de la escena provocó que un hilo de humedad comenzara a deslizarse por mi entrepierna, mientras mi culo se distendía respondiendo al mete-saca de los dedos que lo taladraban.
Mis pezones se encontraban a estas alturas, duros y a la espera de ser tocados por alguna mano que se apiadara de ellos, cosa que fue satisfecha casi de inmediato, por una de las manos de Luis, que los magreaba intermitentemente. La mano libre pronto se encontró tapándome la boca, sofocándome un poco, lo que fue interpretado por mis neuronas como una nueva razón para excitarme. Mis brazos rodearon su cuello, haciendo que mi cuerpo se mostrara arqueado, ofreciéndose por completo a aquel desconocido.
Luis soltó mi boca para poder sobar a placer mis tetas, mientras sus labios sellaban mi boca y su lengua exploraba y abrazaba la mía.
Finalmente, una oleada de placer se apoderó de mi cuerpo, que claudicó ante el ataque con un largo estremecimiento y un relajante suspiro con el que se sellaba el nuevo orgasmo obtenido.
-Jajajajaja. Ha tardado -dijo el hombre, con una cara entre sorprendida y divertida- pero al final se ha venido. Es buena; muy buena, Luis. Te felicito nuevamente y te doy las gracias por darme la oportunidad de probarla -continuó mientras chupaba sus dedos con los restos de mi humedad-. Está buenísima.
-Gracias Carlos. Pero también deberías darle las gracias a Lucky. Para ser nueva, yo diría que se ha portado bastante bien, ¿no crees?
-Si; por supuesto. Gracias a ti también, belleza. No me he corrido yo también por puro milagro- contestó el tipo, mientras me daba un beso en la mejilla.-. Sácale buen provecho Luis. Mujeres como ésta no se ven muy seguido por ninguna parte- se despidió mientras cogía por la cintura a su acompañante, una bella mulata que presenció el show sin inmutarse, justo detrás de nosotros-. Vamos, mi negra. Que Lucky me ha levantado algo más que el ánimo, y habrá que aprovecharlo.
-¿Qué ha sido todo esto, Luis?
-¿Qué ha sido el qué?
-Pues esto; el tal Carlos me ha follado con sus manos frente a tus narices, y tu ni siquiera te has inmutado.
-¿Y porqué iba yo a inmutarme? Está en su derecho.
-¿En su derecho? ¿Quieres decir que todo el que quiera meterme mano puede hacerlo?
-Si. ¿Porqué no? Tu hoy estás disponible para todos los miembros de la hermandad. Se te ha informado de qué iba la cosa y, además, no le has puesto ningún pero a lo que te han pagado por anticipado. ¿O si?
-Sí; es cierto. Pero pensé -dije un tanto triste y un tanto apenada- que sería sólo tuya. Como me has ganado en el torneo...
-Haberte ganado en el torneo me da el derecho de follarte en exclusiva esta noche. Pero no puedo impedir que el que quiera explorarte lo haga si ese es su deseo.
-¿Y no hay manera de que nadie mas que tú, pueda tocarme?
-Hmmm. Sí; hay una manera, pero no creo que te gustara. Además, no deseo forzarte a nada que esté en mi mano impedir. Prefiero que nos vayamos los dos solos a la alcoba cuanto antes. No sé cuántos más querrán meterte mano, ni si yo lo aguantaré más tiempo. Vamos; salgamos de aquí.
-Sí; vámonos ya ?dije mientras le daba un besito en la mejilla- a que te dé ese masaje que quedó pendiente.
Mientras salíamos del salón, Lara se despidió de nosotros agitando una mano, mientras bailaba con Enrique. Alcancé a distinguir a Marcia ?el apodo de Storm le quedaba como anillo al dedo- que se movía restregando las nalgas sobre el pantalón de su acompañante, al ritmo de la salsa que tocaba la orquesta en ese momento. Al vernos partir, soltó una pícara carcajada, mientras me guiñaba un ojo en señal de complicidad. Estaba disfrutando de lo lindo con la fiesta, y con aquel amigo que seguramente tendría bajo las sábanas en muy poco tiempo.
El recorrido de regreso a la habitación era largo, por lo que decidí aprovecharlo para preguntar sobre la manera de tenerme para él en exclusiva.
-Luis.
-Dime, Lucky.
-¿Qué tienes que hacer para tener a una chica sólo para ti?
-Pues, hay que hacer la proclama, y seguir el protocolo para el caso.
-¿Pero qué tienes que hacer?
-¿Yo? Poca cosa, aparte de pararme frente a la comunidad y decirles que te reclamo como mía, y marcarte con mi divisa personal.
-¿Marcarme? ¿Marcarme cómo?
-Con un piercing como el de Lara. Varias chicas lo traen, y eso las protege de que nadie más las pueda tomar, salvo su dueño. Es por eso que le retiré mi divisa a Lara ?dijo mientras palpaba el pendiente que traía en el bolso de su chaqueta, y que horas antes colgaba entre las piernas de Lara-. Ella ya no me pertenece. Supongo que ahora Enrique la reclamará para él.
-¿Y eso es todo? ¿Gritar a los cuatro vientos que reclamas a la chica y ya? Qué fácil. Pensé que sería algo más extravagante.
-Eso es todo lo que yo tengo que hacer. Pero falta lo que tú tendrías que hacer para completar el protocolo.
-¿Yo? ¿Y qué tendría que hacer yo?
-En señal de respeto a toda la Hermandad, y en vista de que nadie más podrá gozarte, tendrías que dejarte hacer, por voluntad propia, todo lo que quisieran hacerte los demás hermanos mientras yo lo observo todo sentado a tu lado.
-¿¿¿Qué??? ¿¿¿Tendría que dejarme follar por toda la hermandad???
-Tal vez sí. Es lo común. Pero podrían hacerte cualquier cosa que no te cause daño permanente. Azotes, pisotones, mearte encima, bofetearte, en fin; todo lo que quisieran. Hasta follarte, claro está. Pero todo en el límite de una hora a partir de la proclama. Al final, -noté que nuevamente jugaba con la mano en su bolsillo- perforaría los labios de tu vagina para ponerte el piercing con mi divisa.
-¡En verdad que están locos! ¡Menudo ritual se han inventado!
-Así es. Pero nadie las obliga a pasarlo. Es por voluntad propia.
-Sí. Pues se necesita mucha voluntad para hacerlo.
El resto del camino transcurrió en silencio, mientras mi cabeza imaginaba las escenas de tan ?civilizado? ritual.
Bueno; yo había decidido ya, que esta noche la iba a disfrutar como nunca: Y nada de lo que había escuchado antes, me iba a hacer cambiar de idea. Así que tan pronto llegamos a la habitación, me dispuse a seguir con mi plan de darle a Luis el mejor masaje de toda su vida.
-¿Quieres algo de beber? ?me preguntó mientras se acercaba al bar, y empezaba a servirse una copa de Larios 1886- ¿Te gusta el brandy? Esto es de lo mejor.
-Sí cielo; tomaré lo mismo que tú. Podrías poner un poco de música suave también; para entonar el ambiente mientras voy por los aceites para el masaje.
-Ok. Supongo que no le pondrás muchas pegas a un poco de música de Fresh Aire. Es mi favorita para relajarme.
Mientras buscaba en el baño los aceites, noté que la excitación volvía a hacer presa en mi cuerpo. Por fin lo tenía justo donde quería; solo y a mi merced, con toda la noche por delante. Nada de interrupciones, ni de ?hermanos? metiendo mano en mis interiores. Me lavé nuevamente para estar fresca y limpia, y noté que las terminales nerviosas de mi pubis estaban tan sensibles, que el mero roce de mis manos jabonosas, me producían pequeños escalofríos de placer. Me sequé y perfumé nuevamente, retocando mis labios con un poco de brillo. Volvía a estar radiante.
Cuando regresé, Luis se había quitado la chaqueta, y comenzaba a desabotonar las mancuernillas de oro de sus puños. Me coloqué tras su espalda, y lo ayudé a deshacerse de la camisa. Pegando mi pecho contra su torso, pasé mis manos bajo sus brazos y comencé a acariciar sus lisos y fuertes pectorales. Lo abrazaba como si fuera ?mi? regalo. Un muñeco de tamaño natural que estaba ahí para dar y recibir placer; ?mi? placer.
Deslizando mis manos hacia abajo, llegué hasta los botones de su bragueta, liberándolos. Continué con el zíper apenas rozando su pija morcillona. Sus pantalones finalmente cayeron al suelo, mientras mis manos continuaban la exploración, bajando hacia sus muslos.
La deliberada omisión de mis caricias sobre su falo, provocó que éste comenzara a despertar reclamando atenciones. Todavía le faltaba rigidez, pero el slip ya no era suficiente para mantenerlo prisionero por más tiempo. Pasee mis manos por la cara exterior de sus muslos, subiendo lentamente desde atrás hacia sus nalgas, que se tensionaron bajo mis palmas. Sin detenerme, continué por la franja superior del calzoncillo, metiendo mis uñas entre la tela y la piel, y empecé a bajar la última pieza de ropa que quedaba vistiéndolo.
Seguí bajando, hasta tener que agacharme, mientras mi boca entraba en contacto con aquellos duros pedazos de carne que tenía por nalgas, besándolas con piquitos dulces y espaciados; regodeándome con la erección que le estaban provocando mis escarceos.
-Recuéstate boca abajo en la cama y disfruta del masaje. Prometo ser buena.
Él se recostó mientras daba un último trago a su copa casi llena, y me alcanzaba la mía, que apuré de un trago. El calor del brandy bajando por mi garganta, me hizo fantasear con su semen recorriendo el mismo camino. Nunca había sido particularmente fanática de beber aquella leche, pero ahora la idea me parecía francamente apetecible.
Me deshice del vestido para quedar completamente desnuda. No quería que nada me estorbara mientras lo atendía.
Tomé un poco de aceite aromático y lo frote entre mis palmas. Estaba helado la fricción de mis manos lo calentaba rápidamente. Dejé caer un hilo de aceite sobre su piel que se erizaba por donde iba cayendo, resaltando a su paso los firmes músculos de su anatomía.
Comencé por masajearle los pies, otorgando caricias a sus dedos, su empeine, presionando con fuerza mis pulgares sobre sus doloridas plantas, destensionándolas. Esa era la meta; irlo dejando relajado lenta y completamente, desde los pies hasta la cabeza.
Fui subiendo poco a poco por sus piernas, masajeándolo todo; deteniéndome donde notaba algún nudo en sus músculos. Sus pantorrillas, sus muslos firmes que sobé una y otra vez, con movimientos circulares, adentrándome en su entrepierna sin ir más allá; apenas rozando la parte baja de su cóccix, reservándome para el final aquella zona. Seguí con las nalgas, tersas como las nalgas de un recién nacido, y de vez en cuando, dejando que un distraído dedo resbalara por la hendidura que las separaba, aceitándolo todo, preparándolo para lo que viniera más adelante.
Sus ronroneos me calentaban, pues me indicaban que aquello le gustaba y mucho.
-¿Voy bien, amor? ¿Te está gustando?
-Mucho, Lucky; mucho. Sigue así. Por favor, no te detengas. Sigue, sigue. Mmmmmmmhhhhhh. Ahhhhh, que bien.
Cuando terminé con sus nalgas, la parte baja de su espalda comenzó a quedarme un poco lejos, por lo que monté sobre ellas a horcajadas, mientras los pelos de mi pubis y mis labios vaginales entraban en contacto con las majestuosas nalgas de mi amante, otorgándonos a ambos, delicadas pero placenteras sensaciones eróticas.
Frotaba su espalda recorriendo su columna vertebral con mis palmas hasta llegar a la nuca, para bajar por sus costados y comenzar de nuevo, mientras mi pubis se deslizaba siguiendo el ritmo subiendo y bajando por sus nalgas, en un trote lento y delicioso. Tan sólo esperaba que Luis estuviera disfrutando tanto como yo, de aquello que me regalaba con cada nuevo movimiento, intensas oleadas de placer.
Sus brazos fueron tratados con el mismo cuidado, relajando las tensiones acumuladas tras las duras peleas. Sus manos comprimidas entre mis dedos, lentamente quedaron relajadas. Las tomé entre las mías y las fui llevando a recorrer mis piernas; tocando bajo mi guía mis propios muslos, sobándolos, acariciándolos hasta llegar a mi cintura, flexionando sus brazos hacia atrás sin llegar a lastimarlos, llevando sus manos hacia mis caderas, acompañándolas en todo momento por las mías, tocando cada milímetro de piel, erotizándola por completo, preparándola, allanando el camino, dejándolo listo.
Me levanté sobre él, y le pedí que se diera vuelta.
Sus ojos contemplaban mi cuerpo desde su peculiar perspectiva. Mis piernas, cual columnas, formaban un arco que comenzaba en mi pubis que brillaba lujurioso sobre él, y que se continuaba hacia arriba por mi cintura estrecha, hasta llegar a mis pechos firmes que asomaban en lo alto. La vista le regalaba la visión de mis muslos fuertes y bien delineados, mi aceitada entrepierna de la que brotaban mis labios carnosos rematados en su cúspide por el clítoris que se adivinaba entre ellos, y la suave alfombra de mi vello púbico, que se recortaba uniforme por encima del Monte de Venus.
Sonreí al observar su cara, que reflejaba complaciente su aprobación a aquellos juegos. Sus ojos chispeaban llenos de deseo y de su boca entreabierta salía la lengua recorriendo con lasciva sus labios. Y ronroneaba. No dejaba de hacerlo ni por un instante.
-Cierra los ojos y disfruta ?dije mientras comenzaba a bajar nuevamente para continuar el masaje-.
Me senté sobre sus ingles, dejando que su pene rozara mi pubis. La intención era esa; masturbarlo lentamente con el pubis, pero sin darle oportunidad a penetrarme.
Cogí un poco más de aceite y repetí la operación con todo el frente. El fino hilillo caía sobre la piel de sus brazos, su pecho, sus diminutos pezones que al frío contacto con el aceite se pusieron erectos, su vientre duro con sus músculos de lavadero.
Llené mis manos con el viscoso líquido y comencé, esta vez desde su vientre, subiendo hasta su cuello. Pasando sobre sus pezones que con cada roce se ponían más duros. Se podían incluso sentir los poros de su areola bajo las yemas de mis dedos. Sobé lentamente su vientre, sus pectorales, sus hombros y cuello. Y al hacerlo, mis tetas se deslizaban contra su pecho, y mis pezones buscaban los suyos, frotándose, incrementando el placer que ambos sentíamos. Detuve sus manos con las mías, evitando que intentara tocarme. Seguía restregando mis tetas contra las suyas, mi pubis contra el suyo, mis piernas que se encontraban ya sobre las suyas, y todo mi cuerpo subía y bajaba sobre el suyo, ayudado por el aromático aceite que relucía en nuestros cuerpos lubricados, mientras su pene alcanzaba la total erección. Ronroneando, dejando escapar pequeños gemidos que deleitaban mis oídos, confundiéndose con mis propios suspiros.
Me levanté nuevamente mientras mi lengua rozaba sus labios entreabiertos separándome de él, tan solo para tomar en mi boca lo que quedaba del brandy de su copa.
Con la boca entreabierta, pasé mi lengua sobre mis propios labios humedeciéndolos con el licor. Me puse de rodillas frente a él, acercando mi cara hacia su falo, amagando varias veces el comienzo del fin del masaje; acercando mi boca hacia su pene para retirarla sin siquiera rozarle, una y otra vez. Cuando aquel tranco empezó a palpitar rebozando de sangre bombeada desde su acelerado corazón por todo su cuerpo cavernoso, acometí sin piedad su pene con mi boca repleta de brandy que vertí sobre ella, bañándola toda repartiendo el licor por toda su longitud, cuidando también de ser generosa con las cálidas bolsas de sus testículos.
Lamí con fruición la majestuosa verga, con su glande grueso y carnoso. La precoz circuncisión había dejado el cuello de la cabeza con un áspero ángulo que sin duda incrementaría las sensaciones de ese monstruo cuando le tuviera sepultado en mi vagina. Su tranca entraba y salía de mi boca, ahora lenta y después a mayor velocidad, cambiando el ritmo a cada tanto. Recorrí con mi lengua todo el camino desde el perineo hasta el glande, sin dejar de lado lentas y húmedas mamadas a los huevos cubiertos de abundante pelo rubio y rizado. Manos y boca se turnaban las atenciones hacia la polla y los huevos que se hinchaban repletos de semen a punto de estallar por la punta de aquel palo delicioso y repleto de saliva, brandy y aceite.
La erupción se hacía inminente y los jadeos de Luis se intensificaban con cada mamada que le otorgaba. Mi propio orgasmo estaba al caer, tan sólo detenido por el deseo de llegar al clímax simultáneo. Al otorgarle placer, yo misma sentía las marejadas que a punto estaban de rematar en el orgasmo que no era capaz de detener por más tiempo.
-Ahhhhhh. Ahhhhhh. Me corroooooo. Ahhhhhhhhhhhh.
Tuve apenas el tiempo suficiente de sacar de mi boca su verga. Abrí los labios tan ampliamente como me era posible, pues no quería que ni una sola gota dejara de ser paladeada por mis papilas, pero también me excitaba el ver cómo aquella lanza explotaba liberando su carga.
Un chisguete largo y fuerte se incrustó en el fondo de mi garganta mientras mi propia venida invadía por completo mi vagina, escurriendo su descarga por mis piernas. Mis labios se cerraron atrapando entre ellos la enorme y palpitante pija, que seguía escupiendo semen como una malhumorada cobra.
Un intenso calor recorrió mi cuerpo mientras los últimos restos de su leche bajaban por mi garganta. Totalmente extenuada pero satisfecha, caí rendida a su lado mientras rodeaba con sus brazos mi cuerpo que temblaba todavía con los últimos estertores de un prolongado orgasmo.
-Ohhhh Lucky. Ha sido realmente delicioso. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Sin fuerzas para contestarle nada, simplemente sonreí satisfecha, mientras me quedaba dormida entre sus brazos.
Fin de la 3a Parte.
Mi mente volaba en una vorágine de sueños candentes. Me sentía flotar mientras recorría con Luis los parajes de mi imaginario mundo, de islas desiertas con paradisíacas playas llenas de cocoteros delineados por las arenas blancas que arrastraban las olas. Desde el acantilado cercano, llegaba el murmullo de la preciosa cascada que vertía sus aguas sobre la cristalina laguna rodeada por jazmines y orquídeas, que con su delicado aroma invitaban a los colibríes a libar sus néctares. Las gaviotas y pelícanos volaban lejos, sobre el límpido horizonte mientras la brisa marina ondeaba nuestras revueltas melenas.
Habíamos aparecido ahí, sin más, como por arte de magia. Nuestros cuerpos desnudos, la piel cubierta de diminutos granos de sal, depositados en la dermis por el mar de aguas turquesas. Sus manos recorriendo las curvas de mi anatomía, mimosas, complacientes. Mi cuerpo invadido de nuevo por la calidez de su lengua retozona, inquisitiva, insistente a la entrada de mi sexo.
¡Dios! Qué real era todo esto.
Sentía la humedad de su lengua mezclándose con los propios líquidos que destilaba mi vagina, que cedía un poco más a cada embestida de aquel apéndice musculoso que salía de su boca. Tenía que cerrar las piernas o acabaría corriéndome.
Intenté hacerlo, pero me resultó imposible. Una fuerza invisible me impedía terminar con el chupeteo. No lograba cerrar las piernas. Más lengua. Jadeos. Otro intento. Más jadeos. Más lengua. No puedo; no consigo juntarlas. Me escucho gimiendo de placer. Imposible cerrarlas. La lengua sigue invadiéndome. Desisto y me dejo hacer... Un orgasmo. Delicioso. Quiero más. Ahhh. Ahí viene. Sigue; no pares...
El placer se hace tan intenso que finalmente despierto con la respiración entrecortada. Volteo la cabeza buscando a Luis a mi lado, pero no lo encuentro. Sigo sintiendo la excitación de mi vagina. Giro mi cabeza. Ahí está Luis. Su boca empapada por mis jugos y su lengua insistiendo en mi interior. Mis piernas sobre sus hombros, separadas. Sus ojos buscando los míos. Esperan mi aprobación. Descanso el peso de mi cuerpo con los codos hincados en la cama. Madre mía; que placer.
-Sigue, Luis. Así, así. Ahhhhhhhh.
Por toda respuesta, el repiqueteo de su lengua asestando rápidos toques de placer sobre mi clítoris. Se detiene. Recorre la longitud de mis labios vaginales recogiendo nueva humedad, que deposita en mi pequeño y erecto clítoris. Succiona. Suelta. Succiona. Suelta. Nuevamente su lengua de metralleta, balacea el enrojecido pliegue que rodea mi tirantez clitorial. Sus manos recorren mis caderas, sobando suavemente. No las necesita para hacerme acabar. Lo sabe.
-Yaaaaa. Yaaaaaaaaa. Paraaaaa. Por Dios, para yaaaaaaa. Ahhhhhh. Aaaaaahhhhhhhhhh.
Su boca recibe mi abundante venida, suspirando. Le gusta. Su sabor lo enloquece. Paladea mis secreciones. Las traga. Suspiros. ¿Suyos? ¿Míos? ¿De ambos? ¿Estoy despierta o sigo soñando?
-Buenos días, bella.
-Ufff. Qué bárbaro. Buenos días amor. ¿En verdad estoy despierta?
-Si, Lucky ?me dijo sonriendo- estás despierta; finalmente.
-Estaba soñando; juntos en el paraíso. Creí que era parte del sueño.
-¿Te gustó? ?me preguntó mientras su cuerpo desnudo se deslizaba sobre mí, gateando- Eso ha sido en pago por el masaje de ayer.
Su cara se encontraba a centímetros de la mía. Nuestras miradas encontradas. Sus ojos esperando una respuesta.
Tomé su cara entre mis manos y lo besé apasionadamente. Nuestras lenguas se abrazaban imitando a nuestros cuerpos. Cerré los ojos para que nada interrumpiera este mágico momento. Comenzaba a amar a este hombre.
-Gracias. Me siento en las nubes. Tú eres el verdadero trofeo.
Tendidos en la cama boca arriba, pasé mi brazo bajo su cabeza, que quedó acurrucada en mi hombro, a poca distancia de mi seno derecho; lo justo para que con su nariz acariciara la piel bajo la axila, en el límite de mi pecho.
Esta vez, soñaba despierta, mientras mi mano acariciaba su negra cabellera.
Tras un largo rato, en el que ambos simplemente disfrutamos la cercanía del otro, Luis me preguntó:
-¿Tienes hambre? Podemos comer algo junto a la piscina, o en el comedor, si lo prefieres.
-¿No puedes pedir que nos traigan algo aquí? No tengo ganas de ver a nadie, y mucho menos de tener que dejarme manosear por tus ?hermanos?. Quiero estar contigo todo el tiempo que pueda.
-Gracias, Lucky; yo también lo quiero. Pediré algo ahora mismo y podremos salir al jardín privado.
-¡Perfecto! Tengo ganas de probar el jacuzzi y tomar un poco el sol, juntos. ¿Te parece?
-Desde luego. No hay nada que me apetezca más en este momento que estar contigo, a solas.
-Ok. Vé pidiendo algo. Hmmm. Se me antojan unos huevos rancheros? ¿Se puede?
-Claro, reina. Rancheros, jugo de naranja y café fresco para dos ?llamó Luis por teléfono- a mis habitaciones.
-Voy a tomar una ducha Luis. ¿Gustas? ?pregunté frunciendo la nariz como harían los gatos.
-Jajaja. Noooooo gracias ?me contestó como temiendo por su vida-. Vé tu sola; veré las noticias mientras tanto.
Me levanté de la cama con un vivaz brinco, disfrutando del nuevo día como si fuera una niña a la que le acaban de decir que se va de vacaciones a Disneyworld. Me sentía plena y feliz. No recordaba cuándo había sido la última vez que me había sentido de esta manera.
Me dejé consentir por el programa más complejo de la ducha. Los chorros a presión brindaron un relajante y vigoroso masaje a mi cuerpo, que de inmediato se sintió revitalizado. Reí nuevamente al recordar la profesional limpieza a la que me había sometido Lara, hacía unas horas.
-Wow ?pensé-. Hace apenas unas horas y sin embargo parece como si hubieran pasado años desde aquel edema de la noche anterior. Todo había sido tan intenso, que fácilmente podrían pasar años, antes de que todas aquellas vivencias se acumularan en una vida común y corriente.
Cuando la ducha se detuvo finalizado el programa, apreté el botón del programa de agua helada a presión. Aquellos duchazos solían despejarme cuando los tomaba después de una noche de juerga, y hoy no fue la excepción. Los poros se cerraron por completo, dejando la piel tonificada y fresca.
La tibieza de la gran toalla me hizo soltar un grato ?aaaaahhh? al contacto con mi piel. Froté vigorosamente el cuero cabelludo para que la sangre circulara por los capilares de la cabeza y observé en el espejo la silueta que se reflejaba desnuda en su superficie. Lo que ví fue la bella figura de la mujer que había nacido hacía apenas unas cuantas horas. Veía el reflejo de la bella y sensual Lucky; el trofeo mayor del torneo de la Hermandad.
Peiné mi pelo volviendo a dejar la coletilla rematada por el anillo de oro, apliqué un poco de rubor sobre los pómulos, algo de brillo en los labios, y mi perfume personal por todo el cuerpo, aplicando una pequeña cantidad extra alrededor de mi cuello.
-Lucky ?dije mirándome nuevamente en el espejo-, estás esplendorosa, tía.
Al salir del cuarto de baño, el delicioso olor de los huevos rancheros recién hechos que se mezclaba con el aroma de los frijoles refritos que los acompañaban, hizo crujir mis intestinos. Sin duda, toda esa cantidad de ejercicio sexual había minado mis reservas de energía. Sería un placer reponerlas con aquel simple pero suculento desayuno, del que también percibía el olor del café recién molido y el dulce aroma de las naranjas hechas jugo apenas unos minutos antes.
-Mmmmhhhh. Que bien huele estoooo, Luis. Tengo un hambre de lobo.
Nos sentamos en la mesa de la terraza desayunando tranquilamente, mientras leíamos los diarios y comentábamos alguna de las notas del día.
Los huevos estaban exquisitos; con la clara sin ninguna orilla quemada, la yema inmensa y jugosa, y la salsa y la tortilla en su punto. Era un placer remojar las rebanadas de pan tostado en aquel simple manjar. Los frijolitos refritos con su ralladura de queso panela, deliciosos. Y el jugo y el café, merecedores de un premio.
-¿Me sirves un poco más de café, Luis? Está tan rico que me apetece un cigarro con la segunda taza.
Él, atento, sirvió el café mientras me alcanzaba el paquete de Marlboro. Del bolsillo de su albornoz sacó un primoroso encendedor Dunhill con el que prendió mi cigarro y el suyo.
Terminado el café y el cigarrito, me deshize de mi bata y me dirigí desnuda hacia una de las tumbonas que rodeaban el jacuzzi. El sol brillaba con intensidad en lo alto, calentando mi piel con sus rayos que dibujaban una sombra con mi silueta encima del cuerpo de Luis. Acomodé mi sombra hasta que pareció como si lo estuviera abrazando, y le dije:
-¿Me acompañas, o prefieres quedarte con la sombra que tienes al lado?
-Jajajajaja. Esto es sólo la sombra. Yo quiero a la original ?dijo levantándose y tomando mi mano- y no va a ser fácil que se libre de mí, señorita.
Estuvimos tomando el sol por varias horas. Charlamos, escuchamos música de la radio, bebimos un par de cubatas, leímos y fumamos, mientras nos tostábamos al sol; un rato de espaldas y otro de frente, desnudos. La servicial mucama que nos atendía, únicamente se dejaba ver cuando recibía las órdenes de Luis. Traté de ubicarla un par de veces, pero desaparecía tan rápidamente como llegaba con su inseparable bandeja de plata.
Cuando el calor se tornó más pesado, y ambos sudábamos copiosamente, le propuse meternos al jacuzzi.
-Pensé que no lo ibas a pedir nunca, Lucky. Estoy frito desde hace un buen rato.
-¿Y porqué no me lo dijiste, bobito? Con gusto te hubiera acompañado desde antes.
-Hmmm. Pensé que estabas a gusto así. ¿Cómo prefieres el agua? ¿Fresca o caliente?
-¡Ay! Caliente no; que asco. Fresca, más sabrosa.
-¡Ufff! Menos mal; por un momento temí que dijeras caliente ?contestó mientras oprimía el interruptor que encendía los jets del jacuzzi.
Borbotones de aire brotaban del interior, oxigenando el agua. El jacuzzi, si es que se le podía nombrar así debido a su tamaño, podía contener en su interior a al menos una docena de personas. El perímetro, con un diámetro de alrededor de cuatro metros, consistía en sillas y sillones intercalados, moldeados en el mismo mármol del que estaba hecho. Al centro, un par de escalones bajaban el nivel permitiendo estar sumergido en el agua de pié, asomando tan sólo la cabeza.
La temperatura del agua estaba en su punto. Caí dentro dando un salto, y la sensación de frescura fue inmediata. Los miles de burbujas que provocaban los jets, me hacían sentir como si el chapuzón lo hubiera dado dentro de un bidón de sales efervescentes, cosquilleando cada centímetro de mi piel.
-¡Venga ya! ¡Salta! ¡Está deliciosa!
-¡Ahí voy! ?dijo clavándose en el jacuzzi, y desapareciendo entre las burbujas.
Estuvo un buen rato sumergido. Tanto que empecé a temer que se hubiera golpeado la cabeza contra el fondo y estuviera inconsciente, ahogándose.
De repente, emergió de la nada, colocando su cabeza entre mis piernas, cargándome de ?caballito?.
-¡Ayyyyy, Luissssss! ¡Me espantaste, menso!
-Jajajajaja. No es para tanto ?dijo al tiempo que se retiraba de debajo de mí, para emerger con su cara frente a la mía.
-Pareces un niño, de veras.
-Y tú pareces una reina. ¡Cómo te deseo!
Un largo y profundo beso fue el comienzo.
Nuestras bocas ansiosas, deseaban la humedad ajena. Las lenguas se cruzaban, introduciéndose cada una en la boca del otro, abrazándose, pasando entre los labios, recorriendo dientes, encías y paladares, tocando incluso las gargantas, mientras los labios eran mordidos y chupados, y las cabezas giraban a izquierda y derecha, como en una coreografía más propia de una exhibición de espadachines, que de un par de amantes excitados.
Las manos subían y bajaban incansables recorriendo brazos, nalgas, pechos y cuellos, sin distinguir lugares, ni terrenos. Cada lugar, cada centímetro de piel era igualmente excitante y excitado a un tiempo. Nos tocamos casi con la angustia propia de los que saben que el tiempo es corto, preciado e irrepetible.
Pupilas y narices; cuellos, brazos, cinturas y piernas asomando dilatadas venas; pezones, anos y pubis; pene y vagina; todo en nuestros cuerpos era pura excitación. Y las burbujas. Esferas de aire diminutas que resbalaban por la piel, incrementando el natural cosquilleo que recorría los cuerpos excitados.
Mirándonos a los ojos, el frenesí inicial dio paso a caricias menos torpes. Las manos comenzaban a reconocer e identificar las partes que tocaban. Notaron hombros y brazos, torsos y espaldas, pechos, cinturas y caderas, nalgas y pubis. Ombligos, pechos y pezones, anos, pene y vagina, fueron finalmente registrados en nuestras mentes.
Sentí su glande tocando a las puertas de mi vagina; resbalando bajo ella, recorriendo el perineo, para frotarse nuevamente contra los vaginales labios. Insistiendo.
Deseaba ser poseída largamente; que aquel restregón que estaba a punto de dar comienzo se dilatara tanto como fuera posible, para sentirlo dentro y que mis células lo reconocieran como propio. Para amoldar mis entrañas a sus dimensiones y ser suya; entregarme a él por completo.
Rodee con mis brazos su cuello y con mis piernas su cadera. Nuestros pezones se encontraban a la misma altura, rozándose al compás que marcaban las burbujas.
Arqueando mi espalda, su pene finalmente se encontró listo para penetrar mis entrañas, a la entrada de mi vulva. Hundiendo mi cuerpo en el agua, clavé su falo tan profundamente como fue capaz de tolerar mi vagina.
Al sentir la calidez de su tranca, apreté cuanto pude mis piernas que rodeaban su cadera; tensionando los músculos de mi pubis. Podía sentirlo avanzando dentro de mí, mientras su verga me partía un poco más con cada nuevo empujón.
Sus manos sobaban mis nalgas mientras yo me dejaba hacer. Que hiciera lo que quisiera. Estaba segura de disfrutar cualquier cosa que él pretendiera de mi cuerpo.
Poco a poco, sus dedos fueron acercándose a mi culo, rozándolo, investigando si serían bienvenidos o no, amasando mis muslos, recorriendo el perineo, incursionando entre mis labios vaginales henchidos.
-Si así lo quieres, puedes meterlos. Mi culo te pertenece tanto como lo demás de mi cuerpo; adelante.
Lo besé nuevamente, mientras un dedo, da igual cuál fuera, se introducía en mi ano. Tan sólo podía suspirar satisfecha ante el placer inmenso que me provocaba este hombre.
Sentía el martillo desbastando mi vagina y el cincel rompiéndome el culo. Ambos dando nueva forma al interior que poseían, remoldeándolo a su gusto.
Otro dedo se abrió camino acompañando al primero. Penetraban mi culo a velocidad creciente, mientras yo disfrutaba la dactilar perforación a tope. Mis gemidos comenzaron a transformarse en gritos, que subían de intensidad a igual proporción en la que se incrementaba la fuerza de aquella magistral follada acuática.
La mano sobrante por fin se apoderó de mis tetas amasándolas con fuerza, pellizcando con placentera violencia mis compactos y duros pezones.
El orgasmo llegó como la marea que sube por la costa; lento pero imparable. Llenándome de placer indescriptible, subiendo en intensidad a cada segundo, hasta estallar con fuerza paralizando por entero mi cuerpo.
Me sentí contenta al ver que Luis seguía galopándome con furia. Los pocos preliminares, y el hecho de estar sumergidos en la frescura del agua, obraban a su favor haciendo que su eyaculación estuviera todavía lejana.
-Lucky. Aghhhhhh, Lucky. Te voy a destrozar el culo. Voy a empalarte el culo. Date vuelta.
-¿Quieres rómperme el culo? Adelante; todavía queda mucha Lucky para ti. Méteme la verga y córrete en él.
-Ya verás lo que es sentir una buena verga en tu culo. ¡Prepárate!
La violencia había hecho presa en Luis finalmente. Sus ojos desprendían fogonazos de lujuria pura y eso es lo que yo necesitaba para seguir gozándolo.
Me volteó y me dejó a cuatro patas sobre uno de los sillones del jacuzzi. Mis nalgas salían a la superficie, mostrándose retadoras a Luis.
Las separó con sus manos dejando la punta de su falo justo a la entrada de mi dilatado culo. Me tomó por la cintura y empujó con toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo.
-¡AAAGGGHHH!
El dolor fue casi insoportable, pero brevísimo. Dejó ir la totalidad de su pene contra mi culo sin compasión alguna. Machacó con fuerza hasta que poco a poco me adapté al grosor y longitud de su polla, y el placer que me daba la penetración iba en aumento.
El ritmo fue ?in crescendo? a cada estocada, para de vez en cuando, retirarse totalmente de mi interior, tan sólo para penetrarme con profundidad nuevamente.
Sentía su miembro recorriendo y rozando con el glande rugoso mi interior, descubriendo nuevos y placenteros puntos de excitación, mientras sus hábiles manos seguían masajeando mis pechos, y dando continuas y rítmicas estocadas digitales a mi vagina, pellizcando de vez en cuando mi clítoris.
Mi próximo orgasmo estaba al caer, y el de él se aproximaba de igual manera.
-Luis; estoy a punto de acabar ?dije entre jadeos- date prisa. Quiero que acabemos juntos.
-Si; si. Ya va. Yaaaaaaa. Aaaaaaahhhhh.
De improviso, sus manos se colocaron sobre mis hombros, imprimiendo mayor fuerza a sus ya de por sí potentes embestidas. Con cada nuevo empujón, mis hombros eran jalados hacia él, haciéndome arquear la espalda.
-¡Luis! ¡Luiiiiiiis! ¡Luiiiiiiiiiiiiiiiis! Aaaaaaaaahhhhhhhh.
-Aaaaaaarrrrrrrrrrrgggggggghhhhhhhh
Apreté cuanto pude tratando de exprimir toda su leche que sentí caliente bombeando hacia las profundidades de mi ano, mientras él, seguía empujando con los últimos estertores de su corrida contra mi culo.
Con su pene enhiesto todavía en mi interior, se dejó caer sobre mí, mientras me abrazaba.
Así estuvimos los dos por largo tiempo, reponiéndonos de la intensa cópula.
Por largo tiempo seguí sintiendo su pija palpitando en mi interior, y mi vagina contrayéndose involuntariamente mientras tanto.
Finalmente, con la erección totalmente perdida, se retiró sentándose en una de las sillas del jacuzzi.
-Ven; siéntate.
Fui hacia él, y me senté a horcajadas sobre sus piernas, para quedar cara a cara.
Me besó mientras me abrazaba y yo devolví abrazos y besos por igual. Él quedó abrazando mi cintura, y yo abrazaba su cuello, acurrucando mi cabeza sobre sus hombros sin mirarnos las caras. Ambos suspirábamos agotados, pero felices. No había ninguna duda de que esta soleada mañana, los dos lo habíamos dado todo.
-Lucky.
-Dime, amor.
-No quiero compartirte con nadie. Te quiero para mí.
-Yo tampoco quiero estar con nadie más, Luis. Soy tuya, amor.
-No; no lo entiendes. Quiero proclamarte como mía.
Me quedé callada, sin decir palabra. Había estado meditando la posibilidad de que Luis me proclamara suya, pero no podía pedírselo. Tenía que salir de él, y finalmente así había sido. El ritual era realmente una aduana durísima, pero después de lo ocurrido ayer, del dulce despertar de esta mañana, y de la maravillosa experiencia que acabábamos de tener ahora mismo, era incapaz de renunciar a él, aunque eso implicara tener que someter a mi cuerpo y mi mente, a una multitudinaria cópula pública por mi propia voluntad.
-¿Lucky? ¿No me contestas nada?
Busqué su rostro y lo besé con ternura, mientras él esperaba anhelante, obtener de mis ojos alguna respuesta.
-Por ti sería capaz de eso y de mucho más Luis. Quiero pertenecerte. Quiero tu divisa en mi entrepierna.
Me abrazó con tal fuerza que, casi no podía respirar. Nos besamos nuevamente entre risas, y salimos del jacuzzi donde acababa de sellar mi destino. Muy pronto sería propiedad de Luis Zambrano y estaba orgullosa de serlo.
-Tengo que informar de inmediato a la Hermandad que hoy por la noche haré una proclama. Regreso enseguida.
Tomó el albornoz y sin más, salió de la alcoba mientras yo me quedaba ahí sola imaginando mi destino, feliz.
La tarde transcurrió como un suspiro, mientras trataba de mentalizarme para la nada agradable velada de la noche. Luis me había dado toda clase de recomendaciones inútiles; que estuviera tranquila, que me relajara, que él iba a estar junto a mí todo el tiempo, etc., etc. Pero la verdad era que conforme pasaban las horas, yo me encontraba cada vez más nerviosa. Mi cabeza daba vueltas una y otra vez a los más negativos escenarios. Me imaginé una y mil veces, siendo ensartada por aquella bestia, el competidor número 1, mientras destrozaba mi culo riendo a carcajadas. Vislumbraba los azotes de las ?hermanas?, celosas de que yo formara parte de su cofradía; incluso imaginaba las flácidas pollas verrugosas de los ancianos del clan tratando de penetrarme, mientras rebotaban fallidamente contra mis nalgas, para después desquitarse con odio pidiendo ser mamadas por mi boca, en busca de una imposible corrida. En mi mente, una larga fila de hombres esperaba su turno para follarme, mientras los ya atendidos felicitaban y daban las gracias a Luis por haber tenido la oportunidad de ensartarme con sus pollas.
Para colmo de males, media hora antes de la proclama, llegaron las cuatro masajistas a repetir el numerito de la noche anterior.
-¿Es realmente necesario, Luis? ?pregunté suplicante-. Únicamente he estado contigo.
Si bien la primera vez había terminado siendo una agradable experiencia, en estos momentos lo que menos me apetecía era que hurgaran en mi interior.
-Son las reglas, princesa. Lo siento de veras. Se supone que no debo estar aquí mientras te preparan. Nos veremos en el salón de eventos.- Y dándome un último beso, salió de la alcoba.
Resignada, me dejé hacer, y las chicas me trataron con muchísimo tacto, tratando de provocarme el mínimo de molestias; el enema terminó en un suspiro, lo mismo que la ducha vaginal. En cambio, el masaje fue prolongado, y noté cómo se esforzaban en relajarme; como compadeciéndose de mi suerte. Distendieron todos los músculos de mi cuerpo hasta dejarme totalmente relajada, lavaron mi pelo, me peinaron, maquillaron y perfumaron con gran delicadeza. Al final, me pusieron unos brazaletes de cuero en mis manos y pies, y uno más alrededor de mi cuello. Podía intuir sin demasiado esfuerzo el propósito de aquellos aditamentos; me mantendrían inmóvil durante la hora que durara el ritual de la proclama. Luego, colocaron sobre mis hombros una capa de seda blanca que me anudaron al cuello y sobre mi cabeza, la capucha que traía incluida.
Cuando acabaron de alistarme, las cuatro se despidieron de mí con un beso en la mejilla, que interpreté como un ?que te sea leve, Lucky?. Les di las gracias y desaparecieron sin decir palabra.
-Bien; pues parece que estoy lista ?pensé- para mi debut como actriz principal en la obra ?Todos contra la zorra?. Ufff.
Las chicas habían realizado un buen trabajo; mi cuerpo lucía impecable y me encontraba razonablemente relajada y tranquila. Sólo me quedaba esperar a que Lara viniera por mí como la vez anterior.
A las diez menos cuarto, la puerta de la alcoba se abrió y apareció por ella una bella mulata.
-¿Estás lista? Vamos. Te están esperando.
-¿Y Lara? Supuse que ella vendr?
-¡Guarda silencio! ¿Nadie te ha enseñado modales? ?preguntó mientras me daba un fuetazo que calentó rápidamente mis nalgas- Las putas no tienen permiso para hablar ante nadie. Camina de una vez.
El golpe me tomó totalmente desprevenida, y me hizo recordar las reglas rápidamente. Apreté los dientes para no darle el gusto a esta desgraciada de oírme quejar, y caminé hacia el pasillo para dirigirme hacia la arena una vez más.
Cuando llegamos a la puerta de roble por la que se accedía al coliseo, la mulata unió los brazaletes de mis manos al frente, y puso en el de mi cuello una larga correa.
-Espera aquí hasta que se te ordene. ¡Y no hables, o probarás de nuevo el fuete!
Un par de minutos después, dejaron a mi lado a una segunda chica, con idéntico vestuario al mío. No me atreví a mirarle la cara, por el temor de ser azotada de nuevo Y nos quedamos ahí las dos, mudas y mirando hacia el suelo, aguardando que el reloj marcara las diez de la noche.
Tras las puertas de roble, se escuchaba el murmuro de cientos de voces. En un momento dado, las voces callaron y otra, que reconocí como la de Luis, comenzó a decir algo que no alcancé a distinguir desde donde me hallaba ahora.
Mientras tanto, al otro lado de la puerta, la ceremonia de la proclama dio inicio cuando Luis comenzó diciendo desde el escenario:
-Miembros de la hermandad. He solicitado su presencia esta noche, para mediante esta ceremonia, reclamar para mí a la hembra conocida como Lucky. La pongo a disposición de ustedes, para que comprueben si es digna de pertenecerme y ostentar mi divisa personal. Si al cabo de una hora no hay objeciones, colocaré personalmente en su pubis mi marca, para que todos la reconozcan como mía, y se abstengan de utilizarla sin mi consentimiento expreso.
Cuando hubo acabado su discurso, tomó asiento en el único sillón que se encontraba al frente, y a cuyos pies se había dispuesto una especie de tarima de hierro, con cinco goznes en los bordes.
-¡Un momento, por favor! ?se oyó la voz de Enrique, su hermano, mientras caminaba hacia el estrado-. Yo también tengo una proclama que hacer.
-Pido una disculpa a mi hermano ?dijo mientras volteaba a ver a Luis- por esta inusual interrupción. Pero deseo aprovechar el momento, para solicitar a mi hermano su consentimiento para reclamar para mí a la hembra conocida como Lara. La pongo su disposición ?siguió diciendo mientras volteaba nuevamente a ver a su hermano- y a la de ustedes, para que comprueben si es digna de pertenecerme y ostentar mi divisa personal. Si al cabo de una hora no hay objeciones, colocaré en su pubis mi marca, para que se sepa que es mía, y se abstengan de utilizarla sin mi consentimiento. Sé que he violado estas reglas, al igual que lo ha hecho Lara. Es por eso que imploro el perdón de mi hermano a nombre de ambos, y me someto a su decisión.
Todo el salón enmudeció, mientras las miradas se centraban en Luis, quien debía decidir si perdonaba la transgresión de su hermano y de Lara, quien hasta la noche anterior le pertenecía y había repudiado.
Tras unos momentos, en los que pareció meditar su decisión, Luis dijo:
-Eres mi hermano y desde ayer te he perdonado. Si es tu deseo proclamar a Lara como tuya, que traigan otro sillón y otra tarima al estrado. ¡Proclamaremos juntos!
Todos los presentes prorrumpieron en una ola de aplausos para Luis, reconociendo su nobleza. De inmediato se colocaron en el estrado el nuevo sillón y la tarima para Enrique y Lara. Finalmente, Luis exclamó:
-¡Que comience la ceremonia!
Ambas permanecíamos calladas escuchando las voces de Luis y de quien supuse sería su hermano Enrique. Sin mayores datos en los que basarme, pensé que Enrique estaría dando respuesta a Luis, en nombre de la Hermandad, a su petición. Oímos los aplausos y después el silencio.
A las diez en punto, las puertas de roble se abrieron, y los guardias nos ordenaron pasar.
Caminamos juntas, y los reflectores seguían nuestros pasos mientras nos dirigíamos hacia el escenario.
Me quedé sorprendida de ver a Luis y a Enrique en un para de sillones puestos lado a lado. De pronto comprendí a qué se debía todo aquello. Sin duda, Enrique proclamaría a Lara también esta noche, lo que significaba que la chica que caminaba a mi lado ¡era Lara!
¡Vaya sorpresa! Ahí estábamos las dos; los trofeos más codiciados de toda la Hermandad, a punto de hacer realidad las intenciones, cualesquiera que estas fueran, de aquella lujuriosa jauría humana.
-Bien ?pensé-; al menos no estaré sola cuando mi cuerpo se encuentre a disposición de los ?hermanos?.
Este pensamiento me calmó un poco, pues pensaba que Lara, habiendo sido proclamada con anterioridad, podría brindarme un poco del apoyo que yo tanto necesitaba ahora.
Al llegar junto a las tarimas, dos guardias sujetaron las correas y brazaletes de ambas, y quitaron las capas que cubrían nuestros cuerpos. Quedamos completamente desnudas, en cuatro patas, sostenidas nuestras caderas por una especie de andaderas que nos impedían agacharnos, e imposibilitaban cualquier otro movimiento que pudiera obstruir la completa disponibilidad de nuestros cuerpos, para la orgía que suponía se aproximaba.
Nos encontrábamos inmovilizadas y completamente indefensas, cara a cara, separadas por unos dos metros. A un costado, nuestros futuros ?dueños? aguardaban sentados, impasibles.
Todas las luces del auditorio se apagaron, quedando únicamente la iluminación del par de reflectores que nos alumbraban a Lara y a mí. El ambiente era de tal tensión, que incluso pude escuchar el ?click, click? de los interruptores que apagaban la luz. Los únicos sonidos eran los rápidos latidos de mi corazón y mi respiración entrecortada.
Pequeñas perlas de sudor comenzaron a aparecer por encima de mis labios y en mi frente, que hicieron tornarse agrio el aroma del perfume sobre mi piel.
Pude escuchar las pisadas subiendo los escalones del escenario, mientras mis ojos permanecían cerrados, como si con aquello consiguiera adelantar el tiempo una hora.
-¡Comienzan los primeros veinte minutos! ?sonó una voz femenina, al tiempo que un gong retumbaba en el aire.
-¡Maldito calor! ¡Maldita hora! ¡Maldita Hermandad! ¡Y maldito Luis! ?pensé- ¿Porqué tenía que haber sido bueno conmigo? ¿Porqué no me había tratado como la puta que era? ¿Porqué me había follado de esa manera salvaje y tierna con la que había volado en pedazos mi fachada de frialdad y desapasionamiento? ¿Porqué me había enamorado de él? ¿Porqué me encontraba yo aquí en este momento? ¿Porqué? ¿Porqué?
-Porque lo amas y estás dispuesta a hacer cualquier cosa por él ?fue la respuesta que brotó de mi mente.
Bien; pues entonces no tendría más miedo. Si esta era la prueba que tenía que pasar para ganarlo, le demostraría que aunque mil hombres me follasen, ninguno conseguiría arrancarme ni un solo lamento, ni un solo grito, ni un solo suspiro; los guardaría para él. Cuando el primer hombre llegó a mi lado, mis ojos estaban fijos en los de Lara y mi mente se encontraba totalmente en blanco; tranquila y ausente.
Un par de manos se colocaron en mis nalgas sobándolas descaradamente. Pellizcaron mis mofletes y siguieron el contorno de mi cintura, pasando hacia delante hasta mi vagina. Un par de dedos separaron los labios y uno más se insertó, seco y áspero, hasta el fondo de la vagina, rozándola. Me mantuve inmóvil; ningún indicio del desprecio que sentía por todas aquellas bestias se dibujaría en mi rostro. Sentía su respiración, cada vez más excitada, sobre mi espalda.
Veía a Lara siendo manoseada casi de la misma manera, por un anciano senil que tenía la vista en blanco ante el evidente calentón que le producía el tentaleo. Tras él, alcancé a distinguir al menos media docena de vejetes decrépitos de verga flácida, que trataban de revivir el fenecido pene con temblorosos movimientos de sus artríticas manos, mientras se acercaban a nosotras, tal y como me lo había imaginado esta tarde.
Cerré los ojos, y traté de que mi mente se mantuviera lejos, mientras los viejos trataban de parar sus pollas restregándolas en mi cuerpo, pero una bofetada me hizo abrirlos sorprendida.
-¡Abre los ojos zorra! ?dijo mientras me abofeteaba con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo- ¡Mete esto a tu boca ?siguió al tiempo que ponía una flácida, arrugada y enjuta polla junto a mis labios- y mama hasta que se ponga dura!
Por un segundo voltee a ver a Luis, y su cara reflejaba el asco que le producía aquella escena. Sin embargo sus ojos me pedían atender las demandas del anciano. Escuché en mi mente su voz que me decía ?Vamos, princesa. Entre más rápido obedezcas, más rápido te librarás de ellos. Hazlo por mí?.
Abrí la boca y chupé con destreza el lacio pene, intentando resucitar la carne inerte de aquel pellejo inservible. Lamí los huevos que colgaban a cierta distancia, ensalivándolos, metiéndolos por turnos a mi boca, mientras mi lengua asomaba tan fuera de ella como me era posible para lamer largamente el falo.
Sentía las manos que recorrían mi cuerpo uniéndose a las primeras; ásperas y frías manos faltas del calor de la sangre que en otros tiempos palpitaba con fuerza por las ahora varicosas venas, las caderas huesudas recargándose contra mis nalgas suspendidas en vilo, intentando empujar los otrora duros penes con el patético anhelo de introducirlos en mi trasero, y las bocas arrugadas que ansiosas y secas, mordían sin fuerza pero con desesperación, lo que quedaba a su alcance.
Los penes de todos los viejos pasaron por mi boca, para ser chupados y lamidos, y todas sus manos y bocas sobaron mi cuerpo. Tan sólo sus enjutos dedos, fueron capaces de penetrar en mi ano y mi vagina, con la rigidez que anhelaban sus pollas.
Sentí pena de aquellos hombres; poderosos y respetados señores de importantes empresas, que, sin embargo, ahora quedaban reducidos al papel de simples comparsas impotentes, en este retorcido ritual.
El sonido del gong retumbó nuevamente en el auditorio, y los viejos comenzaron a retirarse, abatidos ante la insatisfecha excitación de sus mentes traicionadas por sus caducas e inservibles armas.
-¡Comienzan los segundos veinte minutos! ?repitió la misma voz femenina.
Lara me miró arqueando sus cejas, y sus ojos me preguntaron sin palabras ?¿cómo te encuentras??
Respondí a su mirada con un leve asentimiento. ?Bien; esperando lo que siga?
No tuvimos que esperar mucho. Ambas comenzamos el segundo acto recibiendo un sonoro fuetazo en las nalgas, que recibimos apretando los dientes pero sin dejar escapar un solo sonido de mi boca.
Aquello parecía una coreografía bien orquestada, pues al siguiente instante, recibimos ambas un nuevo fuetazo en la vagina. El ardor era tal, que mis puños se pusieron blancos de la fuerza con que fueron apretados. Mi deseo de gritar fue apenas contenido por mi voluntad de mantenerme impasible ante todo. Lara soltó una apenas audible queja, lo que hizo que el poseedor del fuete dijera:
-¡Ah! ¡Conque te quejas! Debes aprender a aguantar en silencio el castigo. Vamos a ver si has aprendido.
Un nuevo fuetazo le fue propinado por la mujer ?era una mujer la que le había hablado-, pero esta vez, Lara logró no quejarse.
-Bien, perrita. Has recordado rápido cómo te debes comportar ante tus superiores. Veamos qué tan dispuestas para los juegos se encuentran las dos.
En ese instante, ambas fuimos rodeadas por al menos una docena de mujeres que, con taparrabos por única vestimenta, se aproximaron a nosotras llevando en sus manos dildos y consoladores de todas los tamaños y formas posibles.
-Recuerden que esto lo aceptan por propia voluntad. Nadie las obliga. Podemos parar cuando ustedes lo quieran ?volvió a decir la mujer.
Una gran masa de gel lubricante helado fue vaciada en mi espalda, lo que erizó de inmediato mi piel. Sentí cómo mis pezones se ponían duros, mientras los músculos de mi cadera se contraían.
Sin perder un instante, un tropel de manos comenzaron a repartir el gel por mi cuerpo, esparciéndolo burdamente y sin delicadeza alguna. Sentí manos sobando, atropellando mejor dicho, mis pechos, manos sobre mis nalgas, mis muslos, brazos y cuello. Mi culo fue invadido por gel y dedos, mientras mi vagina era tomada por idénticos agresores. Sentía manos, dedos y uñas, penetrando mis cavidades sin distinción ni remilgos. El gel había mitigado el ardor de mi vagina, e increíblemente, comenzaba a sentir las primeras punzadas de placer de la noche a manos, nunca mejor dicho, de aquellas zafias.
Un chocho completamente rasurado, de labios enormes y protuberantes fue colocado sin miramientos en mi boca, al tiempo que una mano jalaba de mi pelo obligándome a lamerlo.
-¡Chúpalo hasta que me corra!
Lamí el coño pelón mientras mi nariz rozaba su clítoris una y otra vez, aplicando ocasionalmente un poco de presión sobre él para conseguir excitarlo. La dueña de aquella vagina poco a poco fue relajando la fuerza con la que detenía mi pelo, concentrándose en el placer que le estaba dando.
Todo esto sucedía mientras lenguas y manos se encargaban de poseer las demás partes de mi anatomía. Mis pechos, que colgaban desafiantes bajo mi torso, eran lamidos, mordidos y sobados por tantas bocas y manos como era humanamente posible acomodar bajo mi cuerpo. Mis nalgas habían ya sido separadas por dedos y uñas que las mantenían apartadas del ahora indefenso culo, que estaba a punto de ser martillado por una descomunal pija de silicona que escurría, para mi fortuna y la de mi apretado ano, grandes cantidades del benévolo gel.
Afortunadamente, las sodomitas no eran tan salvajes como parecían al principio, y fueron insertando la pija con lentitud, permitiéndome adaptar mis músculos al grueso del consolador. Pude sentir cómo el glande traspasaba mi ano y quedaba encajado como un arpón que era imposible retirar, mandando impulsos eléctricos por mi columna vertebral, que mi cerebro registró como placenteros, mientras mis músculos respingaban.
La vagina chorreante vagina que ahora recorrían mis labios recogiendo los jugos del el orgasmo que acababa de experimentar, fue de inmediato sustituida por una nueva y demandante vulva rubia y peluda, que destilaba ya restos de su primera corrida.
La sutil diferencia de sabores entre ésta y la anterior, me hizo retomar con avidez, las lenguetadas profundas y amplias que momentos antes había ofrecido a su predecesora.
El consolador seguía desapareciendo en las profundidades de mi culo, hasta que lo engullí por completo. Entonces dio comienzo la verdadera perforación, con aquel mete y saca incesante del enorme dildo. Sentía las bien simuladas pero duras venas de la fálica réplica mientras pasaban vibrando alrededor del anillo de mi culo una y otra vez. El placer me consumía por completo y tuve que hacer un esfuerzo para no comenzar a jadear.
Si la cara de Lara me servía de referencia cuando pude mirarla, entonces ambas estábamos recibiendo gran cantidad de placer. Sus ojos, como los míos, se encontraban casi en blanco.
La verga que clavaron en mi vagina sin compasión, hizo que mis brazos se doblaran totalmente sin fuerza. Tan sólo evité dar con mi cara contra el suelo, por el jalón que recibí en mi pelo por las manos del coño ?pues eso es lo que era, únicamente un coño, no una mujer- que estaba comiendo en ese momento.
Fue una mezcla de sorpresa y placer tan grande, que a punto estuve de gritar que pararan en ese instante.
El vibrador que me introdujeron, se movía como un martillo neumático, provocándome con sus decenas de protuberancias una enorme cadena de cortos e intensos orgasmos, cada vez que rozaba mi clítoris.
Los espasmos que recorrían mi cuerpo, eran tan fuertes, que cuando finalmente me corrí, un pequeño charco con mis fluídos se formó en el suelo bajo mi pubis.
Como en un sueño, alcancé a escuchar a lo lejos el sonido del gong que marcaba el final de esta experiencia lésbica, mientras todas las manos, bocas, pubis, pechos y consoladores que me habían poseído, se retiraban de mi cuerpo a velocidad sorprendente.
Mi boca todavía rezumaba los jugos de la media docena de pubis que habían sido lamidos. Mi culo totalmente dilatado no alcanzaba a cerrarse, y mi vagina chorreaba todavía cuando la voz femenina sonó nuevamente:
-Comienzan los últimos veinte minutos.
Una rápida mirada a Lara me dio a entender que ella también había disfrutado de veinte minutos de intenso placer. Amabas estábamos agotadas pero satisfechas. Y seguramente, los minutos que restaban subirían todavía más en intensidad.
-¡Joder! ¡Pero si todavía tiene el culo abierto! ?dijo una voz a mis espaldas-. ¡Esto habrá que aprovecharlo!
Encorvando mi cabeza hacia abajo, pude notar directamente detrás de mis nalgas, un par de piernas macizas, enormes y fuertes. Temblé al pensar que probablemente aquellas piernas serían del peleador que llevaba el número uno en el torneo; aquel cacho de bestia gigantesco, que tanto temí que pudiera ganarme.
Sentí una inmensa polla desfilando contra mis labios vaginales, que capturaba contra su longitud la humedad que escurría de mi coño. Me imaginé como un motor de automóvil al que le miden el aceite, mientras aquella varilla larga y gordísima se preparaba para partirme definitivamente el culo. Un par de pasadas más y percibí que su lanza había quedado completamente lubricada con mis jugos. Luché por relajar mi cuerpo, a fin de que el monstruoso falo me causara la menor molestia posible, y mis nalgas parecieron estar de acuerdo con mi mente, pues al cabo, sentí descansar la tensión de mis músculos.
Frotó mi vulva y recorriendo con su glande el camino, simplemente continuó el recorrido hacia el interior de mi culo. No se detuvo ni un solo momento, y mientras me perforaba, el aire de mis pulmones escapaba sin remedio, forzado por el émbolo que tenía insertado hasta la raíz. Tomar aire de nuevo, tan sólo consiguió incrementar la presión sobre mi esfínter a punto de reventar. Lo que alguna vez había estado fruncido, ahora se encontraba distendido a su máxima capacidad, y temí que el bruto que me montaba, acabara por desgarrame. Para mi asombro, aquella tensión ardiente, acabó por gustarme, y el intenso roce que provocaba, fue consiguiendo excitarme de nuevo.
Sus manos se habían apoderado de mi cadera, que jalaba violentamente hacia su falo con rápidos movimientos de penetración, que mezclaba con retiradas lentas.
Nuevamente, varios pares de manos atacaron mi cuerpo, sobando y pellizcando mis pezones, de nuevo duros y erizados; un hombre se recostaba pasando bajo mi cuerpo, y pretendía follar mi vagina mientras me taladraban el culo.
Dos pollas tomaron posición ante mi boca, esperando a que las empezara a mamar. Los jaloneos que me daban todos los hombres que gozaban con mi cuerpo, hacían casi imposible que lograra atinar meterme a la boca aquellas trancas.
Frustrado, el hombre que intentaba follarme acostado, pidió a Luis desatar mis brazaletes y dejarme tan sólo con la correa de mi cuello.
Increíblemente, pude oír claramente cómo Luis ordenaba que nos liberaran a ambas, para quedar totalmente accesibles a los lujuriosos deseos de sus ?hermanos?. Quitaron las tarimas y las correas fueron entregadas a Luis y a Enrique, que daban pequeños jalones obligándonos a mirarlos. Estaban empalmados con una enorme erección, provocada por todo lo que estaban viendo. Estaba muy equivocada al pensar que Luis no disfrutaría de aquel extravagante teatro; por el contrario, se le veía enormemente excitado, como esperando su turno para poseerme en exclusiva.
Tan pronto como pudo, el hombre me sentó sobre su pubis, encajándome su verga palpitante sin contemplaciones. Mientras gritaba, su ritmo se iba incrementando, buscando satisfacerse tan rápido como fuera posible, ayudando a mis nalgas con sus manos a completar el sube y baja que lo haría correrse. Mi culo no había tenido otro remedio, mas que seguir el ritmo impuesto, mientras de su interior entraba y salía como los pistones de un árbol de levas, la pija del gorila que yacía ahora arrodillado.
Las vergas de mi cara, pronto fueron atendidas con eficiencia, por lenguetazos largos y ensalivados. Besaba testículos, frotaba pollas y engullía cuanto podía a cada vez mayor velocidad, mientras alguien mordía insistentemente mis pezones.
Excitados por el movimiento y las sabrosas mamadas que estaban recibiendo, el par de pijas escupieron su leche mientras entraban y salían de mi boca, salpicándome la cara. Sus chorros se mezclaban en el aire, llenando mi boca de lefa espesa, mojando mi torso, e incluso salpicando al hombre que estaba acostado debajo de mí, mientras mi lengua intentaba recoger la mayor cantidad posible, para engullirla mientras estaba todavía caliente.
Al oír los gritos de placer de sus compañeros, el que perforaba mi culo paró, sacó su verga, y le dijo al que me jodía el chocho que se apartara. Me recostó sobre la espalda y levantó mis nalgas hasta que quedaron a la altura de sus rodillas, y jaló mis tobillos hasta dejarlos a centímetros de mi cara. Me encontraba hecha un ovillo con el culo en ristre. Pidió a su amigo que se colocara con las piernas abiertas sobre mí, dándome la espalda. Él conservó su posición, pero ahora apuntando a mi raja.
Sin ningún tiento, como todo lo que habían hecho conmigo hasta ahora, ambos ?hermanos? hundieron sus pijas en mis entrañas, con lo que solté el primer suspiro, casi un grito, de toda de la noche.
-¡Aaaaahhhhhhh!
La profundidad que alcanzaban las estocadas con mis nalgas en esa posición, multiplicaba por mil el ya de por sí extasiante placer que estaba sintiendo. La gorda lanza de quien ahora empalaba mi vagina, estaba abriendo una avenida en mi interior, que se retraía nuevamente con cada retirada, para comenzar de nuevo la cálida y maravillosa impresión de ser arada, por primera vez, con cada nuevo empellón de su rabo.
Mi culo también gozaba las ventajas de la nueva posición, pues aunque la picha del sodomizador era de mucho menores dimensiones, la misma postura hacía de la enculada, una electrizante experiencia.
No era capaz de precisar si los demás hombres se habían detenido, o si ya no se encontraban fajándome. Lo único que me importaba en ese momento, era concentrarme en la doble penetración que me estaban proporcionando de manera magistral.
Mordí mis labios una y otra vez, en un intento de sofocar mis deseos de gritar. Mis manos pellizcaban los pezones de mis tetas, hasta casi sacarles sangre, y mi cabeza volteaba de un lado a otro mientras mi lengua recorría los húmedos labios que imploraban silenciosos, más y más y más... Mi mundo se había detenido, y en ese momento tan sólo existíamos los tres.
Como siguiendo un superior mandato, los dos sujetos prorrumpieron en un feroz alarido, descargando torrentes de semen hirviente en mi interior; ríos de lava que me hicieron alcanzar el cielo tan sólo segundos después.
Nuestras venidas se confundían mientras sus vergas chapoteaban en mis agujeros, provocando que por mis nalgas y pubis escurriera todo el líquido que mi interior repleto no podía contener.
Los demás hombres, que no se habían retirado, sino que se encontraban a todo mi alrededor pajeando sus penes mientras observaban la grandiosa empalada doble, terminaron justamente cuando la última gota de leche había sido depositada en mis entrañas, bañándonos por completo.
Pijas de todos los tamaños, formas y colores, vomitaban de sus glandes chorros de lefa que sepultaron mi cuerpo, mientras de mi garganta salía el alarido final que marcaba la llegada de un inacabable y majestuoso orgasmo.
Los gritos de Lara todavía retumbaban en el foro, ahogando el sonido del gong, cuando la conocida voz femenina anunció el final de los últimos veinte minutos.
Todavía tuvo tiempo el monstruo de la verga enorme, de exprimir su pene para sacar unas últimas gotas de semen que puso en su dedo, ofreciéndolo a mis labios. Abrí mi boca, y con una larga y lenta lamida, me apoderé de su leche para paladearla mientras desaparecía, bajando por mi garganta.
Rápidamente, aparecieron a nuestro lado un grupo de chicas que, ayudándose con cubos de agua y esponjas, hacían su mejor esfuerzo por limpiar nuestros cuerpos de la pegajosa leche que empezaba a secarse sobre nuestros cuerpos. El olor de todo aquel semen que se mezclaba con mis jugos y el sudor de mi piel, se quedó grabado en mi cerebro. Estaba completamente segura que de ahora en adelante, el sólo aroma del semen, me haría experimentar de nuevo los placeres que acababa de vivir unos minutos antes.
Cuando las chicas terminaron su trabajo, y Lara y yo volvíamos a estar limpias, nos llevaron un par de sillones, que pusieron, uno a cada lado, junto a Luis y Enrique, para que nos sentáramos. Una vez que estuvimos en nuestros lugares, Luis se levantó para dirigirse a los presentes.
-El ritual ha terminado, y todos aquellos que quisieron probar a estas mujeres, pudieron hacerlo sin reservas de ninguna clase. Si alguno de ustedes tiene alguna objeción en que mi hermano y yo proclamemos nuestros derechos exclusivos sobre ellas, que lo diga ahora.
Un tenso instante pasó, mientras Luis aguardaba alguna respuesta de la hermandad. Después continuó:
-Bien; como no hay objeciones, procederemos a marcar como nuestras a Lara y a Lucky, quienes a partir de este momento, son parte de nuestros bienes personales, y nadie podrá tocarlas sin nuestro expreso consentimiento. Desde ahora, ellas no le deben obediencia a nadie mas que a nosotros; Lara a Enrique y Lucky a mí. La proclama ha concluido.
Todo el auditorio aplaudió en señal de respeto a los Zambrano, reconociéndonos desde ahora como su propiedad exclusiva, y Lara y yo nos volteamos a ver. Ambas estábamos sonrientes.
De unas cajas que había al lado de los sillones, los hermanos extrajeron unas relucientes pinzas, los anillos, las cadenas y las divisas que relucían como lingotes de oro. La de Enrique, llevaba su marca repujada en laca color ocre, mientras la de Luis ostentaba su marca de diamantes engastados, como correspondía a su rango.
Luis, además de las pinzas, llevaba una aguja para hacer piercing, ya que yo no tenía ninguno todavía.
Enrique colocó su divisa con facilidad, apretando el anillo de la cadena para fijarlo en la vulva de Lara, en el pliegue cercano al perineo, donde antes había estado la divisa de Luis.
Luis se acercó a mí, e irradiando felicidad, me preguntó:
-¿Dónde la quieres? Esto te va a doler un poco. Tengo que hacerlo sin dormirte la piel.
-Donde tú lo prefieras ?le dije con toda la ternura que era capaz de mostrarle-. Mi cuerpo te pertenece por entero.
-Entonces la pondré rodeando tu clítoris, para que cada vez que te muevas, sientas esta divisa y me recuerdes, cada vez que así lo quieras, mientras la cadena y mi marca se pasean por los labios de tu vagina.
-Así lo haré. Tenlo por seguro.
Luis tomó la aguja con las pinzas, y mientras levantaba mi clítoris con la otra mano, perforó la piel de mis labios, que dejó escapar unas gotas de sangre. Sin retirar la aguja y ayudándose con ella, procedió a pasar el anillo bajo mi piel. Cogió las pinzas, retiró la aguja y cerró presionando con fuerza los extremos del anillo, del que ahora colgaba la corta cadena con la divisa de mi amado. Retiró con sus dedos la sangre que manaba de la herida, y la depositó sobre sus labios, que libaron mi sangre como si fueran gotas de miel.
-Listo; ahora eres sólo mía. Te amo.
-Te amo ?contesté yo también.
Nos levantaron de nuestros asientos, y nos enseñaron a todo el auditorio, que en ese instante se volcó en una ola de aplausos y vítores para los cuatro, que no podíamos ocultar la alegría de nuestros rostros.
Finalmente, Luis gritó voz en cuello:
-¡Espero que sabrán disculparnos! ¡Nos retiramos ahora! ¡Que disfruten del banquete!
Me tapó con la blanca capa, y pasando sus cálidas manos por mi cintura, abandonamos el foro.
Jamás olvidaré aquellas dos noches que marcaron mi destino para siempre, haciéndome descubrir lo que mi cuerpo era capaz de dar y recibir.
Ocasionalmente, y por motivos excepcionales, Luis me concedía a algún cliente importante de sus negocios, o a algún amigo cercano de la Hermandad. Yo disfrutaba aquellos encuentros sexuales, espoleada como lo supe desde la noche de la proclama, por el olor del semen de cualquier hombre. Al asomar las primeras gotas de líquido preseminal, el aroma fijado en mi mente por la multitudinaria eyaculación de aquella noche, hacía que mi cuerpo se tornara una máquina insaciable en cada encuentro sexual. Mi excitación se volvió legendaria en la Hermandad, y todos me conocían como Lucky, la pirada.
Follé con muchos, pero sólo con Luis hacía el amor hasta volverme loca.
FIN
Habíamos aparecido ahí, sin más, como por arte de magia. Nuestros cuerpos desnudos, la piel cubierta de diminutos granos de sal, depositados en la dermis por el mar de aguas turquesas. Sus manos recorriendo las curvas de mi anatomía, mimosas, complacientes. Mi cuerpo invadido de nuevo por la calidez de su lengua retozona, inquisitiva, insistente a la entrada de mi sexo.
¡Dios! Qué real era todo esto.
Sentía la humedad de su lengua mezclándose con los propios líquidos que destilaba mi vagina, que cedía un poco más a cada embestida de aquel apéndice musculoso que salía de su boca. Tenía que cerrar las piernas o acabaría corriéndome.
Intenté hacerlo, pero me resultó imposible. Una fuerza invisible me impedía terminar con el chupeteo. No lograba cerrar las piernas. Más lengua. Jadeos. Otro intento. Más jadeos. Más lengua. No puedo; no consigo juntarlas. Me escucho gimiendo de placer. Imposible cerrarlas. La lengua sigue invadiéndome. Desisto y me dejo hacer... Un orgasmo. Delicioso. Quiero más. Ahhh. Ahí viene. Sigue; no pares...
El placer se hace tan intenso que finalmente despierto con la respiración entrecortada. Volteo la cabeza buscando a Luis a mi lado, pero no lo encuentro. Sigo sintiendo la excitación de mi vagina. Giro mi cabeza. Ahí está Luis. Su boca empapada por mis jugos y su lengua insistiendo en mi interior. Mis piernas sobre sus hombros, separadas. Sus ojos buscando los míos. Esperan mi aprobación. Descanso el peso de mi cuerpo con los codos hincados en la cama. Madre mía; que placer.
-Sigue, Luis. Así, así. Ahhhhhhhh.
Por toda respuesta, el repiqueteo de su lengua asestando rápidos toques de placer sobre mi clítoris. Se detiene. Recorre la longitud de mis labios vaginales recogiendo nueva humedad, que deposita en mi pequeño y erecto clítoris. Succiona. Suelta. Succiona. Suelta. Nuevamente su lengua de metralleta, balacea el enrojecido pliegue que rodea mi tirantez clitorial. Sus manos recorren mis caderas, sobando suavemente. No las necesita para hacerme acabar. Lo sabe.
-Yaaaaa. Yaaaaaaaaa. Paraaaaa. Por Dios, para yaaaaaaa. Ahhhhhh. Aaaaaahhhhhhhhhh.
Su boca recibe mi abundante venida, suspirando. Le gusta. Su sabor lo enloquece. Paladea mis secreciones. Las traga. Suspiros. ¿Suyos? ¿Míos? ¿De ambos? ¿Estoy despierta o sigo soñando?
-Buenos días, bella.
-Ufff. Qué bárbaro. Buenos días amor. ¿En verdad estoy despierta?
-Si, Lucky ?me dijo sonriendo- estás despierta; finalmente.
-Estaba soñando; juntos en el paraíso. Creí que era parte del sueño.
-¿Te gustó? ?me preguntó mientras su cuerpo desnudo se deslizaba sobre mí, gateando- Eso ha sido en pago por el masaje de ayer.
Su cara se encontraba a centímetros de la mía. Nuestras miradas encontradas. Sus ojos esperando una respuesta.
Tomé su cara entre mis manos y lo besé apasionadamente. Nuestras lenguas se abrazaban imitando a nuestros cuerpos. Cerré los ojos para que nada interrumpiera este mágico momento. Comenzaba a amar a este hombre.
-Gracias. Me siento en las nubes. Tú eres el verdadero trofeo.
Tendidos en la cama boca arriba, pasé mi brazo bajo su cabeza, que quedó acurrucada en mi hombro, a poca distancia de mi seno derecho; lo justo para que con su nariz acariciara la piel bajo la axila, en el límite de mi pecho.
Esta vez, soñaba despierta, mientras mi mano acariciaba su negra cabellera.
Tras un largo rato, en el que ambos simplemente disfrutamos la cercanía del otro, Luis me preguntó:
-¿Tienes hambre? Podemos comer algo junto a la piscina, o en el comedor, si lo prefieres.
-¿No puedes pedir que nos traigan algo aquí? No tengo ganas de ver a nadie, y mucho menos de tener que dejarme manosear por tus ?hermanos?. Quiero estar contigo todo el tiempo que pueda.
-Gracias, Lucky; yo también lo quiero. Pediré algo ahora mismo y podremos salir al jardín privado.
-¡Perfecto! Tengo ganas de probar el jacuzzi y tomar un poco el sol, juntos. ¿Te parece?
-Desde luego. No hay nada que me apetezca más en este momento que estar contigo, a solas.
-Ok. Vé pidiendo algo. Hmmm. Se me antojan unos huevos rancheros? ¿Se puede?
-Claro, reina. Rancheros, jugo de naranja y café fresco para dos ?llamó Luis por teléfono- a mis habitaciones.
-Voy a tomar una ducha Luis. ¿Gustas? ?pregunté frunciendo la nariz como harían los gatos.
-Jajaja. Noooooo gracias ?me contestó como temiendo por su vida-. Vé tu sola; veré las noticias mientras tanto.
Me levanté de la cama con un vivaz brinco, disfrutando del nuevo día como si fuera una niña a la que le acaban de decir que se va de vacaciones a Disneyworld. Me sentía plena y feliz. No recordaba cuándo había sido la última vez que me había sentido de esta manera.
Me dejé consentir por el programa más complejo de la ducha. Los chorros a presión brindaron un relajante y vigoroso masaje a mi cuerpo, que de inmediato se sintió revitalizado. Reí nuevamente al recordar la profesional limpieza a la que me había sometido Lara, hacía unas horas.
-Wow ?pensé-. Hace apenas unas horas y sin embargo parece como si hubieran pasado años desde aquel edema de la noche anterior. Todo había sido tan intenso, que fácilmente podrían pasar años, antes de que todas aquellas vivencias se acumularan en una vida común y corriente.
Cuando la ducha se detuvo finalizado el programa, apreté el botón del programa de agua helada a presión. Aquellos duchazos solían despejarme cuando los tomaba después de una noche de juerga, y hoy no fue la excepción. Los poros se cerraron por completo, dejando la piel tonificada y fresca.
La tibieza de la gran toalla me hizo soltar un grato ?aaaaahhh? al contacto con mi piel. Froté vigorosamente el cuero cabelludo para que la sangre circulara por los capilares de la cabeza y observé en el espejo la silueta que se reflejaba desnuda en su superficie. Lo que ví fue la bella figura de la mujer que había nacido hacía apenas unas cuantas horas. Veía el reflejo de la bella y sensual Lucky; el trofeo mayor del torneo de la Hermandad.
Peiné mi pelo volviendo a dejar la coletilla rematada por el anillo de oro, apliqué un poco de rubor sobre los pómulos, algo de brillo en los labios, y mi perfume personal por todo el cuerpo, aplicando una pequeña cantidad extra alrededor de mi cuello.
-Lucky ?dije mirándome nuevamente en el espejo-, estás esplendorosa, tía.
Al salir del cuarto de baño, el delicioso olor de los huevos rancheros recién hechos que se mezclaba con el aroma de los frijoles refritos que los acompañaban, hizo crujir mis intestinos. Sin duda, toda esa cantidad de ejercicio sexual había minado mis reservas de energía. Sería un placer reponerlas con aquel simple pero suculento desayuno, del que también percibía el olor del café recién molido y el dulce aroma de las naranjas hechas jugo apenas unos minutos antes.
-Mmmmhhhh. Que bien huele estoooo, Luis. Tengo un hambre de lobo.
Nos sentamos en la mesa de la terraza desayunando tranquilamente, mientras leíamos los diarios y comentábamos alguna de las notas del día.
Los huevos estaban exquisitos; con la clara sin ninguna orilla quemada, la yema inmensa y jugosa, y la salsa y la tortilla en su punto. Era un placer remojar las rebanadas de pan tostado en aquel simple manjar. Los frijolitos refritos con su ralladura de queso panela, deliciosos. Y el jugo y el café, merecedores de un premio.
-¿Me sirves un poco más de café, Luis? Está tan rico que me apetece un cigarro con la segunda taza.
Él, atento, sirvió el café mientras me alcanzaba el paquete de Marlboro. Del bolsillo de su albornoz sacó un primoroso encendedor Dunhill con el que prendió mi cigarro y el suyo.
Terminado el café y el cigarrito, me deshize de mi bata y me dirigí desnuda hacia una de las tumbonas que rodeaban el jacuzzi. El sol brillaba con intensidad en lo alto, calentando mi piel con sus rayos que dibujaban una sombra con mi silueta encima del cuerpo de Luis. Acomodé mi sombra hasta que pareció como si lo estuviera abrazando, y le dije:
-¿Me acompañas, o prefieres quedarte con la sombra que tienes al lado?
-Jajajajaja. Esto es sólo la sombra. Yo quiero a la original ?dijo levantándose y tomando mi mano- y no va a ser fácil que se libre de mí, señorita.
Estuvimos tomando el sol por varias horas. Charlamos, escuchamos música de la radio, bebimos un par de cubatas, leímos y fumamos, mientras nos tostábamos al sol; un rato de espaldas y otro de frente, desnudos. La servicial mucama que nos atendía, únicamente se dejaba ver cuando recibía las órdenes de Luis. Traté de ubicarla un par de veces, pero desaparecía tan rápidamente como llegaba con su inseparable bandeja de plata.
Cuando el calor se tornó más pesado, y ambos sudábamos copiosamente, le propuse meternos al jacuzzi.
-Pensé que no lo ibas a pedir nunca, Lucky. Estoy frito desde hace un buen rato.
-¿Y porqué no me lo dijiste, bobito? Con gusto te hubiera acompañado desde antes.
-Hmmm. Pensé que estabas a gusto así. ¿Cómo prefieres el agua? ¿Fresca o caliente?
-¡Ay! Caliente no; que asco. Fresca, más sabrosa.
-¡Ufff! Menos mal; por un momento temí que dijeras caliente ?contestó mientras oprimía el interruptor que encendía los jets del jacuzzi.
Borbotones de aire brotaban del interior, oxigenando el agua. El jacuzzi, si es que se le podía nombrar así debido a su tamaño, podía contener en su interior a al menos una docena de personas. El perímetro, con un diámetro de alrededor de cuatro metros, consistía en sillas y sillones intercalados, moldeados en el mismo mármol del que estaba hecho. Al centro, un par de escalones bajaban el nivel permitiendo estar sumergido en el agua de pié, asomando tan sólo la cabeza.
La temperatura del agua estaba en su punto. Caí dentro dando un salto, y la sensación de frescura fue inmediata. Los miles de burbujas que provocaban los jets, me hacían sentir como si el chapuzón lo hubiera dado dentro de un bidón de sales efervescentes, cosquilleando cada centímetro de mi piel.
-¡Venga ya! ¡Salta! ¡Está deliciosa!
-¡Ahí voy! ?dijo clavándose en el jacuzzi, y desapareciendo entre las burbujas.
Estuvo un buen rato sumergido. Tanto que empecé a temer que se hubiera golpeado la cabeza contra el fondo y estuviera inconsciente, ahogándose.
De repente, emergió de la nada, colocando su cabeza entre mis piernas, cargándome de ?caballito?.
-¡Ayyyyy, Luissssss! ¡Me espantaste, menso!
-Jajajajaja. No es para tanto ?dijo al tiempo que se retiraba de debajo de mí, para emerger con su cara frente a la mía.
-Pareces un niño, de veras.
-Y tú pareces una reina. ¡Cómo te deseo!
Un largo y profundo beso fue el comienzo.
Nuestras bocas ansiosas, deseaban la humedad ajena. Las lenguas se cruzaban, introduciéndose cada una en la boca del otro, abrazándose, pasando entre los labios, recorriendo dientes, encías y paladares, tocando incluso las gargantas, mientras los labios eran mordidos y chupados, y las cabezas giraban a izquierda y derecha, como en una coreografía más propia de una exhibición de espadachines, que de un par de amantes excitados.
Las manos subían y bajaban incansables recorriendo brazos, nalgas, pechos y cuellos, sin distinguir lugares, ni terrenos. Cada lugar, cada centímetro de piel era igualmente excitante y excitado a un tiempo. Nos tocamos casi con la angustia propia de los que saben que el tiempo es corto, preciado e irrepetible.
Pupilas y narices; cuellos, brazos, cinturas y piernas asomando dilatadas venas; pezones, anos y pubis; pene y vagina; todo en nuestros cuerpos era pura excitación. Y las burbujas. Esferas de aire diminutas que resbalaban por la piel, incrementando el natural cosquilleo que recorría los cuerpos excitados.
Mirándonos a los ojos, el frenesí inicial dio paso a caricias menos torpes. Las manos comenzaban a reconocer e identificar las partes que tocaban. Notaron hombros y brazos, torsos y espaldas, pechos, cinturas y caderas, nalgas y pubis. Ombligos, pechos y pezones, anos, pene y vagina, fueron finalmente registrados en nuestras mentes.
Sentí su glande tocando a las puertas de mi vagina; resbalando bajo ella, recorriendo el perineo, para frotarse nuevamente contra los vaginales labios. Insistiendo.
Deseaba ser poseída largamente; que aquel restregón que estaba a punto de dar comienzo se dilatara tanto como fuera posible, para sentirlo dentro y que mis células lo reconocieran como propio. Para amoldar mis entrañas a sus dimensiones y ser suya; entregarme a él por completo.
Rodee con mis brazos su cuello y con mis piernas su cadera. Nuestros pezones se encontraban a la misma altura, rozándose al compás que marcaban las burbujas.
Arqueando mi espalda, su pene finalmente se encontró listo para penetrar mis entrañas, a la entrada de mi vulva. Hundiendo mi cuerpo en el agua, clavé su falo tan profundamente como fue capaz de tolerar mi vagina.
Al sentir la calidez de su tranca, apreté cuanto pude mis piernas que rodeaban su cadera; tensionando los músculos de mi pubis. Podía sentirlo avanzando dentro de mí, mientras su verga me partía un poco más con cada nuevo empujón.
Sus manos sobaban mis nalgas mientras yo me dejaba hacer. Que hiciera lo que quisiera. Estaba segura de disfrutar cualquier cosa que él pretendiera de mi cuerpo.
Poco a poco, sus dedos fueron acercándose a mi culo, rozándolo, investigando si serían bienvenidos o no, amasando mis muslos, recorriendo el perineo, incursionando entre mis labios vaginales henchidos.
-Si así lo quieres, puedes meterlos. Mi culo te pertenece tanto como lo demás de mi cuerpo; adelante.
Lo besé nuevamente, mientras un dedo, da igual cuál fuera, se introducía en mi ano. Tan sólo podía suspirar satisfecha ante el placer inmenso que me provocaba este hombre.
Sentía el martillo desbastando mi vagina y el cincel rompiéndome el culo. Ambos dando nueva forma al interior que poseían, remoldeándolo a su gusto.
Otro dedo se abrió camino acompañando al primero. Penetraban mi culo a velocidad creciente, mientras yo disfrutaba la dactilar perforación a tope. Mis gemidos comenzaron a transformarse en gritos, que subían de intensidad a igual proporción en la que se incrementaba la fuerza de aquella magistral follada acuática.
La mano sobrante por fin se apoderó de mis tetas amasándolas con fuerza, pellizcando con placentera violencia mis compactos y duros pezones.
El orgasmo llegó como la marea que sube por la costa; lento pero imparable. Llenándome de placer indescriptible, subiendo en intensidad a cada segundo, hasta estallar con fuerza paralizando por entero mi cuerpo.
Me sentí contenta al ver que Luis seguía galopándome con furia. Los pocos preliminares, y el hecho de estar sumergidos en la frescura del agua, obraban a su favor haciendo que su eyaculación estuviera todavía lejana.
-Lucky. Aghhhhhh, Lucky. Te voy a destrozar el culo. Voy a empalarte el culo. Date vuelta.
-¿Quieres rómperme el culo? Adelante; todavía queda mucha Lucky para ti. Méteme la verga y córrete en él.
-Ya verás lo que es sentir una buena verga en tu culo. ¡Prepárate!
La violencia había hecho presa en Luis finalmente. Sus ojos desprendían fogonazos de lujuria pura y eso es lo que yo necesitaba para seguir gozándolo.
Me volteó y me dejó a cuatro patas sobre uno de los sillones del jacuzzi. Mis nalgas salían a la superficie, mostrándose retadoras a Luis.
Las separó con sus manos dejando la punta de su falo justo a la entrada de mi dilatado culo. Me tomó por la cintura y empujó con toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo.
-¡AAAGGGHHH!
El dolor fue casi insoportable, pero brevísimo. Dejó ir la totalidad de su pene contra mi culo sin compasión alguna. Machacó con fuerza hasta que poco a poco me adapté al grosor y longitud de su polla, y el placer que me daba la penetración iba en aumento.
El ritmo fue ?in crescendo? a cada estocada, para de vez en cuando, retirarse totalmente de mi interior, tan sólo para penetrarme con profundidad nuevamente.
Sentía su miembro recorriendo y rozando con el glande rugoso mi interior, descubriendo nuevos y placenteros puntos de excitación, mientras sus hábiles manos seguían masajeando mis pechos, y dando continuas y rítmicas estocadas digitales a mi vagina, pellizcando de vez en cuando mi clítoris.
Mi próximo orgasmo estaba al caer, y el de él se aproximaba de igual manera.
-Luis; estoy a punto de acabar ?dije entre jadeos- date prisa. Quiero que acabemos juntos.
-Si; si. Ya va. Yaaaaaaa. Aaaaaaahhhhh.
De improviso, sus manos se colocaron sobre mis hombros, imprimiendo mayor fuerza a sus ya de por sí potentes embestidas. Con cada nuevo empujón, mis hombros eran jalados hacia él, haciéndome arquear la espalda.
-¡Luis! ¡Luiiiiiiis! ¡Luiiiiiiiiiiiiiiiis! Aaaaaaaaahhhhhhhh.
-Aaaaaaarrrrrrrrrrrgggggggghhhhhhhh
Apreté cuanto pude tratando de exprimir toda su leche que sentí caliente bombeando hacia las profundidades de mi ano, mientras él, seguía empujando con los últimos estertores de su corrida contra mi culo.
Con su pene enhiesto todavía en mi interior, se dejó caer sobre mí, mientras me abrazaba.
Así estuvimos los dos por largo tiempo, reponiéndonos de la intensa cópula.
Por largo tiempo seguí sintiendo su pija palpitando en mi interior, y mi vagina contrayéndose involuntariamente mientras tanto.
Finalmente, con la erección totalmente perdida, se retiró sentándose en una de las sillas del jacuzzi.
-Ven; siéntate.
Fui hacia él, y me senté a horcajadas sobre sus piernas, para quedar cara a cara.
Me besó mientras me abrazaba y yo devolví abrazos y besos por igual. Él quedó abrazando mi cintura, y yo abrazaba su cuello, acurrucando mi cabeza sobre sus hombros sin mirarnos las caras. Ambos suspirábamos agotados, pero felices. No había ninguna duda de que esta soleada mañana, los dos lo habíamos dado todo.
-Lucky.
-Dime, amor.
-No quiero compartirte con nadie. Te quiero para mí.
-Yo tampoco quiero estar con nadie más, Luis. Soy tuya, amor.
-No; no lo entiendes. Quiero proclamarte como mía.
Me quedé callada, sin decir palabra. Había estado meditando la posibilidad de que Luis me proclamara suya, pero no podía pedírselo. Tenía que salir de él, y finalmente así había sido. El ritual era realmente una aduana durísima, pero después de lo ocurrido ayer, del dulce despertar de esta mañana, y de la maravillosa experiencia que acabábamos de tener ahora mismo, era incapaz de renunciar a él, aunque eso implicara tener que someter a mi cuerpo y mi mente, a una multitudinaria cópula pública por mi propia voluntad.
-¿Lucky? ¿No me contestas nada?
Busqué su rostro y lo besé con ternura, mientras él esperaba anhelante, obtener de mis ojos alguna respuesta.
-Por ti sería capaz de eso y de mucho más Luis. Quiero pertenecerte. Quiero tu divisa en mi entrepierna.
Me abrazó con tal fuerza que, casi no podía respirar. Nos besamos nuevamente entre risas, y salimos del jacuzzi donde acababa de sellar mi destino. Muy pronto sería propiedad de Luis Zambrano y estaba orgullosa de serlo.
-Tengo que informar de inmediato a la Hermandad que hoy por la noche haré una proclama. Regreso enseguida.
Tomó el albornoz y sin más, salió de la alcoba mientras yo me quedaba ahí sola imaginando mi destino, feliz.
La tarde transcurrió como un suspiro, mientras trataba de mentalizarme para la nada agradable velada de la noche. Luis me había dado toda clase de recomendaciones inútiles; que estuviera tranquila, que me relajara, que él iba a estar junto a mí todo el tiempo, etc., etc. Pero la verdad era que conforme pasaban las horas, yo me encontraba cada vez más nerviosa. Mi cabeza daba vueltas una y otra vez a los más negativos escenarios. Me imaginé una y mil veces, siendo ensartada por aquella bestia, el competidor número 1, mientras destrozaba mi culo riendo a carcajadas. Vislumbraba los azotes de las ?hermanas?, celosas de que yo formara parte de su cofradía; incluso imaginaba las flácidas pollas verrugosas de los ancianos del clan tratando de penetrarme, mientras rebotaban fallidamente contra mis nalgas, para después desquitarse con odio pidiendo ser mamadas por mi boca, en busca de una imposible corrida. En mi mente, una larga fila de hombres esperaba su turno para follarme, mientras los ya atendidos felicitaban y daban las gracias a Luis por haber tenido la oportunidad de ensartarme con sus pollas.
Para colmo de males, media hora antes de la proclama, llegaron las cuatro masajistas a repetir el numerito de la noche anterior.
-¿Es realmente necesario, Luis? ?pregunté suplicante-. Únicamente he estado contigo.
Si bien la primera vez había terminado siendo una agradable experiencia, en estos momentos lo que menos me apetecía era que hurgaran en mi interior.
-Son las reglas, princesa. Lo siento de veras. Se supone que no debo estar aquí mientras te preparan. Nos veremos en el salón de eventos.- Y dándome un último beso, salió de la alcoba.
Resignada, me dejé hacer, y las chicas me trataron con muchísimo tacto, tratando de provocarme el mínimo de molestias; el enema terminó en un suspiro, lo mismo que la ducha vaginal. En cambio, el masaje fue prolongado, y noté cómo se esforzaban en relajarme; como compadeciéndose de mi suerte. Distendieron todos los músculos de mi cuerpo hasta dejarme totalmente relajada, lavaron mi pelo, me peinaron, maquillaron y perfumaron con gran delicadeza. Al final, me pusieron unos brazaletes de cuero en mis manos y pies, y uno más alrededor de mi cuello. Podía intuir sin demasiado esfuerzo el propósito de aquellos aditamentos; me mantendrían inmóvil durante la hora que durara el ritual de la proclama. Luego, colocaron sobre mis hombros una capa de seda blanca que me anudaron al cuello y sobre mi cabeza, la capucha que traía incluida.
Cuando acabaron de alistarme, las cuatro se despidieron de mí con un beso en la mejilla, que interpreté como un ?que te sea leve, Lucky?. Les di las gracias y desaparecieron sin decir palabra.
-Bien; pues parece que estoy lista ?pensé- para mi debut como actriz principal en la obra ?Todos contra la zorra?. Ufff.
Las chicas habían realizado un buen trabajo; mi cuerpo lucía impecable y me encontraba razonablemente relajada y tranquila. Sólo me quedaba esperar a que Lara viniera por mí como la vez anterior.
A las diez menos cuarto, la puerta de la alcoba se abrió y apareció por ella una bella mulata.
-¿Estás lista? Vamos. Te están esperando.
-¿Y Lara? Supuse que ella vendr?
-¡Guarda silencio! ¿Nadie te ha enseñado modales? ?preguntó mientras me daba un fuetazo que calentó rápidamente mis nalgas- Las putas no tienen permiso para hablar ante nadie. Camina de una vez.
El golpe me tomó totalmente desprevenida, y me hizo recordar las reglas rápidamente. Apreté los dientes para no darle el gusto a esta desgraciada de oírme quejar, y caminé hacia el pasillo para dirigirme hacia la arena una vez más.
Cuando llegamos a la puerta de roble por la que se accedía al coliseo, la mulata unió los brazaletes de mis manos al frente, y puso en el de mi cuello una larga correa.
-Espera aquí hasta que se te ordene. ¡Y no hables, o probarás de nuevo el fuete!
Un par de minutos después, dejaron a mi lado a una segunda chica, con idéntico vestuario al mío. No me atreví a mirarle la cara, por el temor de ser azotada de nuevo Y nos quedamos ahí las dos, mudas y mirando hacia el suelo, aguardando que el reloj marcara las diez de la noche.
Tras las puertas de roble, se escuchaba el murmuro de cientos de voces. En un momento dado, las voces callaron y otra, que reconocí como la de Luis, comenzó a decir algo que no alcancé a distinguir desde donde me hallaba ahora.
Mientras tanto, al otro lado de la puerta, la ceremonia de la proclama dio inicio cuando Luis comenzó diciendo desde el escenario:
-Miembros de la hermandad. He solicitado su presencia esta noche, para mediante esta ceremonia, reclamar para mí a la hembra conocida como Lucky. La pongo a disposición de ustedes, para que comprueben si es digna de pertenecerme y ostentar mi divisa personal. Si al cabo de una hora no hay objeciones, colocaré personalmente en su pubis mi marca, para que todos la reconozcan como mía, y se abstengan de utilizarla sin mi consentimiento expreso.
Cuando hubo acabado su discurso, tomó asiento en el único sillón que se encontraba al frente, y a cuyos pies se había dispuesto una especie de tarima de hierro, con cinco goznes en los bordes.
-¡Un momento, por favor! ?se oyó la voz de Enrique, su hermano, mientras caminaba hacia el estrado-. Yo también tengo una proclama que hacer.
-Pido una disculpa a mi hermano ?dijo mientras volteaba a ver a Luis- por esta inusual interrupción. Pero deseo aprovechar el momento, para solicitar a mi hermano su consentimiento para reclamar para mí a la hembra conocida como Lara. La pongo su disposición ?siguió diciendo mientras volteaba nuevamente a ver a su hermano- y a la de ustedes, para que comprueben si es digna de pertenecerme y ostentar mi divisa personal. Si al cabo de una hora no hay objeciones, colocaré en su pubis mi marca, para que se sepa que es mía, y se abstengan de utilizarla sin mi consentimiento. Sé que he violado estas reglas, al igual que lo ha hecho Lara. Es por eso que imploro el perdón de mi hermano a nombre de ambos, y me someto a su decisión.
Todo el salón enmudeció, mientras las miradas se centraban en Luis, quien debía decidir si perdonaba la transgresión de su hermano y de Lara, quien hasta la noche anterior le pertenecía y había repudiado.
Tras unos momentos, en los que pareció meditar su decisión, Luis dijo:
-Eres mi hermano y desde ayer te he perdonado. Si es tu deseo proclamar a Lara como tuya, que traigan otro sillón y otra tarima al estrado. ¡Proclamaremos juntos!
Todos los presentes prorrumpieron en una ola de aplausos para Luis, reconociendo su nobleza. De inmediato se colocaron en el estrado el nuevo sillón y la tarima para Enrique y Lara. Finalmente, Luis exclamó:
-¡Que comience la ceremonia!
Ambas permanecíamos calladas escuchando las voces de Luis y de quien supuse sería su hermano Enrique. Sin mayores datos en los que basarme, pensé que Enrique estaría dando respuesta a Luis, en nombre de la Hermandad, a su petición. Oímos los aplausos y después el silencio.
A las diez en punto, las puertas de roble se abrieron, y los guardias nos ordenaron pasar.
Caminamos juntas, y los reflectores seguían nuestros pasos mientras nos dirigíamos hacia el escenario.
Me quedé sorprendida de ver a Luis y a Enrique en un para de sillones puestos lado a lado. De pronto comprendí a qué se debía todo aquello. Sin duda, Enrique proclamaría a Lara también esta noche, lo que significaba que la chica que caminaba a mi lado ¡era Lara!
¡Vaya sorpresa! Ahí estábamos las dos; los trofeos más codiciados de toda la Hermandad, a punto de hacer realidad las intenciones, cualesquiera que estas fueran, de aquella lujuriosa jauría humana.
-Bien ?pensé-; al menos no estaré sola cuando mi cuerpo se encuentre a disposición de los ?hermanos?.
Este pensamiento me calmó un poco, pues pensaba que Lara, habiendo sido proclamada con anterioridad, podría brindarme un poco del apoyo que yo tanto necesitaba ahora.
Al llegar junto a las tarimas, dos guardias sujetaron las correas y brazaletes de ambas, y quitaron las capas que cubrían nuestros cuerpos. Quedamos completamente desnudas, en cuatro patas, sostenidas nuestras caderas por una especie de andaderas que nos impedían agacharnos, e imposibilitaban cualquier otro movimiento que pudiera obstruir la completa disponibilidad de nuestros cuerpos, para la orgía que suponía se aproximaba.
Nos encontrábamos inmovilizadas y completamente indefensas, cara a cara, separadas por unos dos metros. A un costado, nuestros futuros ?dueños? aguardaban sentados, impasibles.
Todas las luces del auditorio se apagaron, quedando únicamente la iluminación del par de reflectores que nos alumbraban a Lara y a mí. El ambiente era de tal tensión, que incluso pude escuchar el ?click, click? de los interruptores que apagaban la luz. Los únicos sonidos eran los rápidos latidos de mi corazón y mi respiración entrecortada.
Pequeñas perlas de sudor comenzaron a aparecer por encima de mis labios y en mi frente, que hicieron tornarse agrio el aroma del perfume sobre mi piel.
Pude escuchar las pisadas subiendo los escalones del escenario, mientras mis ojos permanecían cerrados, como si con aquello consiguiera adelantar el tiempo una hora.
-¡Comienzan los primeros veinte minutos! ?sonó una voz femenina, al tiempo que un gong retumbaba en el aire.
-¡Maldito calor! ¡Maldita hora! ¡Maldita Hermandad! ¡Y maldito Luis! ?pensé- ¿Porqué tenía que haber sido bueno conmigo? ¿Porqué no me había tratado como la puta que era? ¿Porqué me había follado de esa manera salvaje y tierna con la que había volado en pedazos mi fachada de frialdad y desapasionamiento? ¿Porqué me había enamorado de él? ¿Porqué me encontraba yo aquí en este momento? ¿Porqué? ¿Porqué?
-Porque lo amas y estás dispuesta a hacer cualquier cosa por él ?fue la respuesta que brotó de mi mente.
Bien; pues entonces no tendría más miedo. Si esta era la prueba que tenía que pasar para ganarlo, le demostraría que aunque mil hombres me follasen, ninguno conseguiría arrancarme ni un solo lamento, ni un solo grito, ni un solo suspiro; los guardaría para él. Cuando el primer hombre llegó a mi lado, mis ojos estaban fijos en los de Lara y mi mente se encontraba totalmente en blanco; tranquila y ausente.
Un par de manos se colocaron en mis nalgas sobándolas descaradamente. Pellizcaron mis mofletes y siguieron el contorno de mi cintura, pasando hacia delante hasta mi vagina. Un par de dedos separaron los labios y uno más se insertó, seco y áspero, hasta el fondo de la vagina, rozándola. Me mantuve inmóvil; ningún indicio del desprecio que sentía por todas aquellas bestias se dibujaría en mi rostro. Sentía su respiración, cada vez más excitada, sobre mi espalda.
Veía a Lara siendo manoseada casi de la misma manera, por un anciano senil que tenía la vista en blanco ante el evidente calentón que le producía el tentaleo. Tras él, alcancé a distinguir al menos media docena de vejetes decrépitos de verga flácida, que trataban de revivir el fenecido pene con temblorosos movimientos de sus artríticas manos, mientras se acercaban a nosotras, tal y como me lo había imaginado esta tarde.
Cerré los ojos, y traté de que mi mente se mantuviera lejos, mientras los viejos trataban de parar sus pollas restregándolas en mi cuerpo, pero una bofetada me hizo abrirlos sorprendida.
-¡Abre los ojos zorra! ?dijo mientras me abofeteaba con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo- ¡Mete esto a tu boca ?siguió al tiempo que ponía una flácida, arrugada y enjuta polla junto a mis labios- y mama hasta que se ponga dura!
Por un segundo voltee a ver a Luis, y su cara reflejaba el asco que le producía aquella escena. Sin embargo sus ojos me pedían atender las demandas del anciano. Escuché en mi mente su voz que me decía ?Vamos, princesa. Entre más rápido obedezcas, más rápido te librarás de ellos. Hazlo por mí?.
Abrí la boca y chupé con destreza el lacio pene, intentando resucitar la carne inerte de aquel pellejo inservible. Lamí los huevos que colgaban a cierta distancia, ensalivándolos, metiéndolos por turnos a mi boca, mientras mi lengua asomaba tan fuera de ella como me era posible para lamer largamente el falo.
Sentía las manos que recorrían mi cuerpo uniéndose a las primeras; ásperas y frías manos faltas del calor de la sangre que en otros tiempos palpitaba con fuerza por las ahora varicosas venas, las caderas huesudas recargándose contra mis nalgas suspendidas en vilo, intentando empujar los otrora duros penes con el patético anhelo de introducirlos en mi trasero, y las bocas arrugadas que ansiosas y secas, mordían sin fuerza pero con desesperación, lo que quedaba a su alcance.
Los penes de todos los viejos pasaron por mi boca, para ser chupados y lamidos, y todas sus manos y bocas sobaron mi cuerpo. Tan sólo sus enjutos dedos, fueron capaces de penetrar en mi ano y mi vagina, con la rigidez que anhelaban sus pollas.
Sentí pena de aquellos hombres; poderosos y respetados señores de importantes empresas, que, sin embargo, ahora quedaban reducidos al papel de simples comparsas impotentes, en este retorcido ritual.
El sonido del gong retumbó nuevamente en el auditorio, y los viejos comenzaron a retirarse, abatidos ante la insatisfecha excitación de sus mentes traicionadas por sus caducas e inservibles armas.
-¡Comienzan los segundos veinte minutos! ?repitió la misma voz femenina.
Lara me miró arqueando sus cejas, y sus ojos me preguntaron sin palabras ?¿cómo te encuentras??
Respondí a su mirada con un leve asentimiento. ?Bien; esperando lo que siga?
No tuvimos que esperar mucho. Ambas comenzamos el segundo acto recibiendo un sonoro fuetazo en las nalgas, que recibimos apretando los dientes pero sin dejar escapar un solo sonido de mi boca.
Aquello parecía una coreografía bien orquestada, pues al siguiente instante, recibimos ambas un nuevo fuetazo en la vagina. El ardor era tal, que mis puños se pusieron blancos de la fuerza con que fueron apretados. Mi deseo de gritar fue apenas contenido por mi voluntad de mantenerme impasible ante todo. Lara soltó una apenas audible queja, lo que hizo que el poseedor del fuete dijera:
-¡Ah! ¡Conque te quejas! Debes aprender a aguantar en silencio el castigo. Vamos a ver si has aprendido.
Un nuevo fuetazo le fue propinado por la mujer ?era una mujer la que le había hablado-, pero esta vez, Lara logró no quejarse.
-Bien, perrita. Has recordado rápido cómo te debes comportar ante tus superiores. Veamos qué tan dispuestas para los juegos se encuentran las dos.
En ese instante, ambas fuimos rodeadas por al menos una docena de mujeres que, con taparrabos por única vestimenta, se aproximaron a nosotras llevando en sus manos dildos y consoladores de todas los tamaños y formas posibles.
-Recuerden que esto lo aceptan por propia voluntad. Nadie las obliga. Podemos parar cuando ustedes lo quieran ?volvió a decir la mujer.
Una gran masa de gel lubricante helado fue vaciada en mi espalda, lo que erizó de inmediato mi piel. Sentí cómo mis pezones se ponían duros, mientras los músculos de mi cadera se contraían.
Sin perder un instante, un tropel de manos comenzaron a repartir el gel por mi cuerpo, esparciéndolo burdamente y sin delicadeza alguna. Sentí manos sobando, atropellando mejor dicho, mis pechos, manos sobre mis nalgas, mis muslos, brazos y cuello. Mi culo fue invadido por gel y dedos, mientras mi vagina era tomada por idénticos agresores. Sentía manos, dedos y uñas, penetrando mis cavidades sin distinción ni remilgos. El gel había mitigado el ardor de mi vagina, e increíblemente, comenzaba a sentir las primeras punzadas de placer de la noche a manos, nunca mejor dicho, de aquellas zafias.
Un chocho completamente rasurado, de labios enormes y protuberantes fue colocado sin miramientos en mi boca, al tiempo que una mano jalaba de mi pelo obligándome a lamerlo.
-¡Chúpalo hasta que me corra!
Lamí el coño pelón mientras mi nariz rozaba su clítoris una y otra vez, aplicando ocasionalmente un poco de presión sobre él para conseguir excitarlo. La dueña de aquella vagina poco a poco fue relajando la fuerza con la que detenía mi pelo, concentrándose en el placer que le estaba dando.
Todo esto sucedía mientras lenguas y manos se encargaban de poseer las demás partes de mi anatomía. Mis pechos, que colgaban desafiantes bajo mi torso, eran lamidos, mordidos y sobados por tantas bocas y manos como era humanamente posible acomodar bajo mi cuerpo. Mis nalgas habían ya sido separadas por dedos y uñas que las mantenían apartadas del ahora indefenso culo, que estaba a punto de ser martillado por una descomunal pija de silicona que escurría, para mi fortuna y la de mi apretado ano, grandes cantidades del benévolo gel.
Afortunadamente, las sodomitas no eran tan salvajes como parecían al principio, y fueron insertando la pija con lentitud, permitiéndome adaptar mis músculos al grueso del consolador. Pude sentir cómo el glande traspasaba mi ano y quedaba encajado como un arpón que era imposible retirar, mandando impulsos eléctricos por mi columna vertebral, que mi cerebro registró como placenteros, mientras mis músculos respingaban.
La vagina chorreante vagina que ahora recorrían mis labios recogiendo los jugos del el orgasmo que acababa de experimentar, fue de inmediato sustituida por una nueva y demandante vulva rubia y peluda, que destilaba ya restos de su primera corrida.
La sutil diferencia de sabores entre ésta y la anterior, me hizo retomar con avidez, las lenguetadas profundas y amplias que momentos antes había ofrecido a su predecesora.
El consolador seguía desapareciendo en las profundidades de mi culo, hasta que lo engullí por completo. Entonces dio comienzo la verdadera perforación, con aquel mete y saca incesante del enorme dildo. Sentía las bien simuladas pero duras venas de la fálica réplica mientras pasaban vibrando alrededor del anillo de mi culo una y otra vez. El placer me consumía por completo y tuve que hacer un esfuerzo para no comenzar a jadear.
Si la cara de Lara me servía de referencia cuando pude mirarla, entonces ambas estábamos recibiendo gran cantidad de placer. Sus ojos, como los míos, se encontraban casi en blanco.
La verga que clavaron en mi vagina sin compasión, hizo que mis brazos se doblaran totalmente sin fuerza. Tan sólo evité dar con mi cara contra el suelo, por el jalón que recibí en mi pelo por las manos del coño ?pues eso es lo que era, únicamente un coño, no una mujer- que estaba comiendo en ese momento.
Fue una mezcla de sorpresa y placer tan grande, que a punto estuve de gritar que pararan en ese instante.
El vibrador que me introdujeron, se movía como un martillo neumático, provocándome con sus decenas de protuberancias una enorme cadena de cortos e intensos orgasmos, cada vez que rozaba mi clítoris.
Los espasmos que recorrían mi cuerpo, eran tan fuertes, que cuando finalmente me corrí, un pequeño charco con mis fluídos se formó en el suelo bajo mi pubis.
Como en un sueño, alcancé a escuchar a lo lejos el sonido del gong que marcaba el final de esta experiencia lésbica, mientras todas las manos, bocas, pubis, pechos y consoladores que me habían poseído, se retiraban de mi cuerpo a velocidad sorprendente.
Mi boca todavía rezumaba los jugos de la media docena de pubis que habían sido lamidos. Mi culo totalmente dilatado no alcanzaba a cerrarse, y mi vagina chorreaba todavía cuando la voz femenina sonó nuevamente:
-Comienzan los últimos veinte minutos.
Una rápida mirada a Lara me dio a entender que ella también había disfrutado de veinte minutos de intenso placer. Amabas estábamos agotadas pero satisfechas. Y seguramente, los minutos que restaban subirían todavía más en intensidad.
-¡Joder! ¡Pero si todavía tiene el culo abierto! ?dijo una voz a mis espaldas-. ¡Esto habrá que aprovecharlo!
Encorvando mi cabeza hacia abajo, pude notar directamente detrás de mis nalgas, un par de piernas macizas, enormes y fuertes. Temblé al pensar que probablemente aquellas piernas serían del peleador que llevaba el número uno en el torneo; aquel cacho de bestia gigantesco, que tanto temí que pudiera ganarme.
Sentí una inmensa polla desfilando contra mis labios vaginales, que capturaba contra su longitud la humedad que escurría de mi coño. Me imaginé como un motor de automóvil al que le miden el aceite, mientras aquella varilla larga y gordísima se preparaba para partirme definitivamente el culo. Un par de pasadas más y percibí que su lanza había quedado completamente lubricada con mis jugos. Luché por relajar mi cuerpo, a fin de que el monstruoso falo me causara la menor molestia posible, y mis nalgas parecieron estar de acuerdo con mi mente, pues al cabo, sentí descansar la tensión de mis músculos.
Frotó mi vulva y recorriendo con su glande el camino, simplemente continuó el recorrido hacia el interior de mi culo. No se detuvo ni un solo momento, y mientras me perforaba, el aire de mis pulmones escapaba sin remedio, forzado por el émbolo que tenía insertado hasta la raíz. Tomar aire de nuevo, tan sólo consiguió incrementar la presión sobre mi esfínter a punto de reventar. Lo que alguna vez había estado fruncido, ahora se encontraba distendido a su máxima capacidad, y temí que el bruto que me montaba, acabara por desgarrame. Para mi asombro, aquella tensión ardiente, acabó por gustarme, y el intenso roce que provocaba, fue consiguiendo excitarme de nuevo.
Sus manos se habían apoderado de mi cadera, que jalaba violentamente hacia su falo con rápidos movimientos de penetración, que mezclaba con retiradas lentas.
Nuevamente, varios pares de manos atacaron mi cuerpo, sobando y pellizcando mis pezones, de nuevo duros y erizados; un hombre se recostaba pasando bajo mi cuerpo, y pretendía follar mi vagina mientras me taladraban el culo.
Dos pollas tomaron posición ante mi boca, esperando a que las empezara a mamar. Los jaloneos que me daban todos los hombres que gozaban con mi cuerpo, hacían casi imposible que lograra atinar meterme a la boca aquellas trancas.
Frustrado, el hombre que intentaba follarme acostado, pidió a Luis desatar mis brazaletes y dejarme tan sólo con la correa de mi cuello.
Increíblemente, pude oír claramente cómo Luis ordenaba que nos liberaran a ambas, para quedar totalmente accesibles a los lujuriosos deseos de sus ?hermanos?. Quitaron las tarimas y las correas fueron entregadas a Luis y a Enrique, que daban pequeños jalones obligándonos a mirarlos. Estaban empalmados con una enorme erección, provocada por todo lo que estaban viendo. Estaba muy equivocada al pensar que Luis no disfrutaría de aquel extravagante teatro; por el contrario, se le veía enormemente excitado, como esperando su turno para poseerme en exclusiva.
Tan pronto como pudo, el hombre me sentó sobre su pubis, encajándome su verga palpitante sin contemplaciones. Mientras gritaba, su ritmo se iba incrementando, buscando satisfacerse tan rápido como fuera posible, ayudando a mis nalgas con sus manos a completar el sube y baja que lo haría correrse. Mi culo no había tenido otro remedio, mas que seguir el ritmo impuesto, mientras de su interior entraba y salía como los pistones de un árbol de levas, la pija del gorila que yacía ahora arrodillado.
Las vergas de mi cara, pronto fueron atendidas con eficiencia, por lenguetazos largos y ensalivados. Besaba testículos, frotaba pollas y engullía cuanto podía a cada vez mayor velocidad, mientras alguien mordía insistentemente mis pezones.
Excitados por el movimiento y las sabrosas mamadas que estaban recibiendo, el par de pijas escupieron su leche mientras entraban y salían de mi boca, salpicándome la cara. Sus chorros se mezclaban en el aire, llenando mi boca de lefa espesa, mojando mi torso, e incluso salpicando al hombre que estaba acostado debajo de mí, mientras mi lengua intentaba recoger la mayor cantidad posible, para engullirla mientras estaba todavía caliente.
Al oír los gritos de placer de sus compañeros, el que perforaba mi culo paró, sacó su verga, y le dijo al que me jodía el chocho que se apartara. Me recostó sobre la espalda y levantó mis nalgas hasta que quedaron a la altura de sus rodillas, y jaló mis tobillos hasta dejarlos a centímetros de mi cara. Me encontraba hecha un ovillo con el culo en ristre. Pidió a su amigo que se colocara con las piernas abiertas sobre mí, dándome la espalda. Él conservó su posición, pero ahora apuntando a mi raja.
Sin ningún tiento, como todo lo que habían hecho conmigo hasta ahora, ambos ?hermanos? hundieron sus pijas en mis entrañas, con lo que solté el primer suspiro, casi un grito, de toda de la noche.
-¡Aaaaahhhhhhh!
La profundidad que alcanzaban las estocadas con mis nalgas en esa posición, multiplicaba por mil el ya de por sí extasiante placer que estaba sintiendo. La gorda lanza de quien ahora empalaba mi vagina, estaba abriendo una avenida en mi interior, que se retraía nuevamente con cada retirada, para comenzar de nuevo la cálida y maravillosa impresión de ser arada, por primera vez, con cada nuevo empellón de su rabo.
Mi culo también gozaba las ventajas de la nueva posición, pues aunque la picha del sodomizador era de mucho menores dimensiones, la misma postura hacía de la enculada, una electrizante experiencia.
No era capaz de precisar si los demás hombres se habían detenido, o si ya no se encontraban fajándome. Lo único que me importaba en ese momento, era concentrarme en la doble penetración que me estaban proporcionando de manera magistral.
Mordí mis labios una y otra vez, en un intento de sofocar mis deseos de gritar. Mis manos pellizcaban los pezones de mis tetas, hasta casi sacarles sangre, y mi cabeza volteaba de un lado a otro mientras mi lengua recorría los húmedos labios que imploraban silenciosos, más y más y más... Mi mundo se había detenido, y en ese momento tan sólo existíamos los tres.
Como siguiendo un superior mandato, los dos sujetos prorrumpieron en un feroz alarido, descargando torrentes de semen hirviente en mi interior; ríos de lava que me hicieron alcanzar el cielo tan sólo segundos después.
Nuestras venidas se confundían mientras sus vergas chapoteaban en mis agujeros, provocando que por mis nalgas y pubis escurriera todo el líquido que mi interior repleto no podía contener.
Los demás hombres, que no se habían retirado, sino que se encontraban a todo mi alrededor pajeando sus penes mientras observaban la grandiosa empalada doble, terminaron justamente cuando la última gota de leche había sido depositada en mis entrañas, bañándonos por completo.
Pijas de todos los tamaños, formas y colores, vomitaban de sus glandes chorros de lefa que sepultaron mi cuerpo, mientras de mi garganta salía el alarido final que marcaba la llegada de un inacabable y majestuoso orgasmo.
Los gritos de Lara todavía retumbaban en el foro, ahogando el sonido del gong, cuando la conocida voz femenina anunció el final de los últimos veinte minutos.
Todavía tuvo tiempo el monstruo de la verga enorme, de exprimir su pene para sacar unas últimas gotas de semen que puso en su dedo, ofreciéndolo a mis labios. Abrí mi boca, y con una larga y lenta lamida, me apoderé de su leche para paladearla mientras desaparecía, bajando por mi garganta.
Rápidamente, aparecieron a nuestro lado un grupo de chicas que, ayudándose con cubos de agua y esponjas, hacían su mejor esfuerzo por limpiar nuestros cuerpos de la pegajosa leche que empezaba a secarse sobre nuestros cuerpos. El olor de todo aquel semen que se mezclaba con mis jugos y el sudor de mi piel, se quedó grabado en mi cerebro. Estaba completamente segura que de ahora en adelante, el sólo aroma del semen, me haría experimentar de nuevo los placeres que acababa de vivir unos minutos antes.
Cuando las chicas terminaron su trabajo, y Lara y yo volvíamos a estar limpias, nos llevaron un par de sillones, que pusieron, uno a cada lado, junto a Luis y Enrique, para que nos sentáramos. Una vez que estuvimos en nuestros lugares, Luis se levantó para dirigirse a los presentes.
-El ritual ha terminado, y todos aquellos que quisieron probar a estas mujeres, pudieron hacerlo sin reservas de ninguna clase. Si alguno de ustedes tiene alguna objeción en que mi hermano y yo proclamemos nuestros derechos exclusivos sobre ellas, que lo diga ahora.
Un tenso instante pasó, mientras Luis aguardaba alguna respuesta de la hermandad. Después continuó:
-Bien; como no hay objeciones, procederemos a marcar como nuestras a Lara y a Lucky, quienes a partir de este momento, son parte de nuestros bienes personales, y nadie podrá tocarlas sin nuestro expreso consentimiento. Desde ahora, ellas no le deben obediencia a nadie mas que a nosotros; Lara a Enrique y Lucky a mí. La proclama ha concluido.
Todo el auditorio aplaudió en señal de respeto a los Zambrano, reconociéndonos desde ahora como su propiedad exclusiva, y Lara y yo nos volteamos a ver. Ambas estábamos sonrientes.
De unas cajas que había al lado de los sillones, los hermanos extrajeron unas relucientes pinzas, los anillos, las cadenas y las divisas que relucían como lingotes de oro. La de Enrique, llevaba su marca repujada en laca color ocre, mientras la de Luis ostentaba su marca de diamantes engastados, como correspondía a su rango.
Luis, además de las pinzas, llevaba una aguja para hacer piercing, ya que yo no tenía ninguno todavía.
Enrique colocó su divisa con facilidad, apretando el anillo de la cadena para fijarlo en la vulva de Lara, en el pliegue cercano al perineo, donde antes había estado la divisa de Luis.
Luis se acercó a mí, e irradiando felicidad, me preguntó:
-¿Dónde la quieres? Esto te va a doler un poco. Tengo que hacerlo sin dormirte la piel.
-Donde tú lo prefieras ?le dije con toda la ternura que era capaz de mostrarle-. Mi cuerpo te pertenece por entero.
-Entonces la pondré rodeando tu clítoris, para que cada vez que te muevas, sientas esta divisa y me recuerdes, cada vez que así lo quieras, mientras la cadena y mi marca se pasean por los labios de tu vagina.
-Así lo haré. Tenlo por seguro.
Luis tomó la aguja con las pinzas, y mientras levantaba mi clítoris con la otra mano, perforó la piel de mis labios, que dejó escapar unas gotas de sangre. Sin retirar la aguja y ayudándose con ella, procedió a pasar el anillo bajo mi piel. Cogió las pinzas, retiró la aguja y cerró presionando con fuerza los extremos del anillo, del que ahora colgaba la corta cadena con la divisa de mi amado. Retiró con sus dedos la sangre que manaba de la herida, y la depositó sobre sus labios, que libaron mi sangre como si fueran gotas de miel.
-Listo; ahora eres sólo mía. Te amo.
-Te amo ?contesté yo también.
Nos levantaron de nuestros asientos, y nos enseñaron a todo el auditorio, que en ese instante se volcó en una ola de aplausos y vítores para los cuatro, que no podíamos ocultar la alegría de nuestros rostros.
Finalmente, Luis gritó voz en cuello:
-¡Espero que sabrán disculparnos! ¡Nos retiramos ahora! ¡Que disfruten del banquete!
Me tapó con la blanca capa, y pasando sus cálidas manos por mi cintura, abandonamos el foro.
Jamás olvidaré aquellas dos noches que marcaron mi destino para siempre, haciéndome descubrir lo que mi cuerpo era capaz de dar y recibir.
Ocasionalmente, y por motivos excepcionales, Luis me concedía a algún cliente importante de sus negocios, o a algún amigo cercano de la Hermandad. Yo disfrutaba aquellos encuentros sexuales, espoleada como lo supe desde la noche de la proclama, por el olor del semen de cualquier hombre. Al asomar las primeras gotas de líquido preseminal, el aroma fijado en mi mente por la multitudinaria eyaculación de aquella noche, hacía que mi cuerpo se tornara una máquina insaciable en cada encuentro sexual. Mi excitación se volvió legendaria en la Hermandad, y todos me conocían como Lucky, la pirada.
Follé con muchos, pero sólo con Luis hacía el amor hasta volverme loca.
FIN
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un saludillo
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