Llevo viviendo a la intemperie de esta rosa
navegando en mares de trigo dorado y seco
y arrojando a los rosales navajas de prosa
que han vivido en arrabales de pan muerto.
Llevo doscientas bisagras en puertas del mundo
debatiéndome entre sueños con mis palabras
y las cuchillas que bailan cortando en surcos
salen en lluvia junto a la voz de mi garganta.
Y arranco troqueles
que marcan truenos
y rayos que a leyes
reviven sueños,
y aminoro paso
pintando el camino
con gordo falo
cual brocha dicho.
Plañían las mariposas cuando se dieron cuenta
y se descolorían y bebían del relente de encaje,
en el traje de la noche se escondían en sus tetas
y yo erraba desertivo por el mar de sus lugares.
Pero desafiando me quedo esperándome quieto
cuando el verso acaba y la pluma se muere
porque no quiero tener que adornarme el pellejo
con una lágrima negra de una boca que muerde.
Mi azabache y mi vereda,
callejas de poca monta
que montadas por el menda
cruzaré en mi espalda rota,
y seré de piedra y grieta
hielo y agua en el viaje
el dorado de una veta
que viaja sin equipaje.
Con esa lengua que aviva al velero a la vuelta del río
y agravia al viento y lo enrabieta con un tétrico paisaje,
con esa boca que insulta a las piedras y al desquicio
y al insomnio deja solo, cuando no quiere cansarse.
Un camino -Sólo a dos pasos de la soledad-
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