Las pestañas me tiemblan, como los sentidos. Porque hoy es de esas noches que una quiere dormir pero no puede, que una de vez en cuando levanta un ojo para ver cuantas horas le quedan por soñar, como si alguna de esas veces se fuera a encontrar que el tiempo va marcha atrás. Pero no, cada vez es más tarde, y tú sigues ahí, aprentando tanto los ojos que dejas a tu mente patinando entre suspiros, deseando que llegue ese vacio a cogerte de la mano, para perderte.
Pasas los minutos dando vueltas, buscando la entrada secreta a la hipnosis. Y sigues pensando en quién no tienes que pensar. Sabes que no te debes arrepentir de nada, y sin embargo, lo haces. En tu cabeza no para de girar su imagen, el recuerdo de lo que nunca dijiste ni le hiciste sentir. Y da igual cuanto más aprientes los ojos, o cuánto retoces en tu cama, porque estás envuelta en una burbuja de agua salada, y tienes el tiempo una vez más, en tu contra.
Tu sólo quieres dormir. Pero no estás cansada. Sabes que podrías dar una vuelta al mundo de un tirón, aunque sólo lo harías por buscarle. Y que dormir es la única manera de salir de allí, de descansar de él. Y aun así, nadie puede asegurarte que no vayas a soñarle.
Pero tienes esa última esperanza de que deseándole tanto, será un sueño bonito. De esos con imágenes en blanco y negro, de pantalla con motitas negras, de rosas rojas y de beso largo y suspiro antes del FIN.
Y vuelves a girar, y a apretar tus ojos... ¡Lo que faltaba!. Pasó lo que sabías que pasaría. La luna tornó cobre entrando con sus rayos por aquella grieta que siempre apunta directa al alma.
Por fin, abres los ojos y decides soñar despierta los minutitos de vida sin él que aun te quedan...
(Gueva, ahora eres tú quien me picó
