AQUEL RITMILLO
?A esta partitura estaba enganchado. A ella y a sus rimas; corcheas y semicorcheas. Un ritmo allegro o lento?.
Huyó todas las mañanas de la cama que me escupe. Las despiadadas sabanas se pegan a mi cuerpo, se enredan serpenteando entre mis brazos y piernas. Entre mis apéndices, allí se instalan.
Pero yo sólo quiero levantarme. Abrir los brazos, inspirar el aire que despista mis bronquios y se escampa por los alvéolos. Volver a probarte, a morderte para siempre o a podrirte de una vez. Pero así no. No me dejes así. ¿No ves que suena tan triste?
Era aquel ritmillo, monótono en ocasiones, desternillante y vivaz en otras. Mis pies se agitan y el despertador brama por peteneras a razón del blues de la sinrazón.
Me desayuno y las manos se me duermen. Pulso el botón de ?45 segundos? y caliento mi alma, fría en esta madrugada de enero. La campana del microondas es el tilín de mi corazón. El café descafeinado sabe rancio y arde en mi garganta. Siento que miles de hormiguitas se pasean por allí. Por mi laringe también se expande aquel ritmillo tan familiar para mi entonces. La voz se niega a amanecer, al igual que mi corazón espera alguien que las amaestre. O eso o una lobotomía.
El ruido de los claxons penetra atravesando los ventanales de mi vehículo. Se entremezcla con el ronroneo del motor creando una sinfonía mortal de necesidad. Mi oído se rebela, y en los albores de la explosión se declara en huelga y empieza a sangrar. El también quiere escuchar de nuevo aquel ritmillo. El que embriagaba y adormecía. Aquel que me acunaba entre tus brazos, y me hacia vibrar hasta que brotaba la lágrima más lejana. Aquella que era parte de mí. Entonces adormecido eras toda imagen. ¿Y ahora? Ahora, solo queda reiniciar.
Esta maldita oficina con sus paredes grises. Todo permanece allí donde lo dejé ayer tarde. Los papeles desordenados. Los armarios abiertos mostrando un oscuro vacío. Me ofrecen sus frías paredes de espesa madera. Sus recovecos son sus entrañas herméticas. Como ahora lo está mi piel. Impenetrable.
En la estancia adyacente la radio del jefe permanece encendida. De fondo un ritmillo. Podría ser aquel, pero no. Demasiado acelerado en ocasiones no consigue despertar mi aletargada conciencia. Me arrodillo. Acaba de empezar este maldito día pero ya no me quedan energías ni fuerza que transmitir. Me estiro todo lo largo que doy de mí y caigo rendido entre mis quejidos. Me empiezo a dormir, pesadamente. Primero mis pies, que se niegan a escuchar la llamada de los muslos. Así sucesivamente van descansando todos los órganos, apelmazados, hasta llegar al corazón que sin previo aviso deja de latir. No envía descargas a mi cerebro que se resiente y empiezo a desvariar. Cientos, miles de musiquetas envenenan mi sangre, que enrarecida se desborda abandonando las venas que la conducen para en gran explosión disgregarse aposentándose en todos los órganos y clavando su bandera. Ya han coronado.
Mi cabeza es una coctelera que se agita a ritmo de blues. Mis brazos se encomiendan a la locura absoluta y se mueven a son cubano. Mis piernas son un rock desafinado y mis pies un tango argentino. Soy una mezcla de Dylan con ramalazos de Calamaro. El Muddy Waters del siglo XXI. Cada parte de mi cuerpo funciona independiente de las demás. Mi corazón bombea más fuerte y veloz que nunca y tu ausencia me envuelve embriagadora. Más embaucadora que nunca.
?Ahora estoy muy cerca de él y el vello se torna escarpia. Cerca, muy cerca de aquel ritmillo?.
AQUEL RITMILLO
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