(Fragmento del capÃtulo 8: Pseudociencia y Postmodernismo. ¿Antagonistas o compañeros de viaje?)
El concepto de «verdad», entendido como algo que depende de unos hechos que quedan en gran medida fuera del control humano, ha sido una de las vÃas a través de las cuales la filosofÃa ha inculcado el necesario elemento de humildad. Cuando este control sobre el orgullo se elimina, se da un paso más en el camino hacia un cierto tipo de locura: la intoxicación de poder, que invadió la filosofÃa con Fichte y a la cual son propensos los hombres contemporáneos, sean filósofos o no. Estoy convencido de que esta intoxicación es el peligro más grande de nuestro tiempo y que cualquier filosofÃa que contribuya a fomentarla, aunque no lo haga a propósito, está acrecentando el peligro de un vasto desastre social.
Bertrand Russell (Historia de la filosofÃa occidental)
¿Acaso importa que algunas personas crean en la homeopatÃa o en el Toque Terapéutico? Quizá no mucho. Personalmente, me fastidia que los proveedores de charlatanerÃa (muchos de los cuales son ya empresas gigantes) aligeren las carteras de los crédulos; no obstante, al contrario de lo que ocurre en la mayorÃa de los fraudes de consumo, en este timo, la vÃctima participa, deseosa, en su sacrificio. Mis instintos libertarios me empujan a adoptar una actitud distante frente a los actos pseudocientÃficos consentidos entre mayores de edad.
De igual modo, ¿acaso importa que algunas personas -reconozcámoslo, en su gran mayorÃa intelectuales- crean que la verdad es una ilusión, que la ciencia es simplemente una especie de mito y que los criterios para juzgar la racionalidad y la correspondencia con la realidad dependen por completo de la cultura de cada uno? Una vez más, quizá no: en la sociedad abundan doctrinas muchÃsimo más perniciosas; además, de todas formas, la influencia de los intelectuales más allá de su torre de marfil es mucho menor de la que nos ilusionamos en creer.
En los dos párrafos precedentes -como el lector habrá observado, sin duda- me he inclinado hacia la tolerancia, tal vez hasta el punto de ocultar mis verdaderas opiniones. Asà pues, lo cierto es que estoy ligeramente desconcertado ante una sociedad en la que el 50 % de la población cree en la percepción extrasensorial; el 42 %, en casas encantadas; el 41 %, e la posesión demonÃaca; el 36 %, en la telepatÃa; el 32 %, en la clarividencia; el 28 %, en la astrologÃa; el 15 %, en el espiritismo; y el 45 %, en la verdad literal del relato de la creación del Génesis. Pero estoy muy preocupado por una sociedad en la que entre un 21 % y un 32 % cree que el gobierno iraquà de Saddam Hussein estuvo directamente involucrado en los atentados del 11 de septiembre de 2001, entre un 43 % y un 52 % cree que las tropas estadounidenses que están en Iraq han encontrado pruebas de que Saddam Hussein colaboraba estrechamente con al-Qaeda, y entre un 15 y un 34 % piensa que las tropas estadounidenses han encontrado armas iraquÃes de destrucción masiva. Y si estoy preocupado por la creencia de la gente en la clarividencia y ese tipo de cosas, es en buena parte porque sospecho que la credulidad en asuntos leves prepara la mente para la credulidad en asuntos graves; y a la inversa: que el tipo de pensamiento crÃtico que resulta útil para distinguir la ciencia de la pseu¬dociencia puede servir de algo para distinguir las verdades de las mentiras en los asuntos de Estado. (Ojo, no es ninguna panacea; sólo que podrÃa servir de algo.)
Como el historiador de la ciencia Gerald Holton ha observado, la pseudociencia y el posmodernismo -y la rebelión romántica contra la ciencia y la razón que con frecuencia los une- se vuelven más peligrosos cuando se conjugan con movimientos polÃticos, como el nacionalsocialismo alemán o el nacionalismo hindú de la India. No es probable que el espiritualismo New Age o el posmodernismo académico adquieran un peso polÃtico significativo en el futuro inmediato de Occidente. El fundamentalismo cristiano sigue siendo un poder polÃtico poderoso en Estados Unidos, a pesar de sus altibajos, pero está refrenado por una tradición legal compensatoria de separación de la Iglesia y el Estado, al menos hasta el momento. En extensas regiones del mundo en vÃas de desarrollo, en cambio, los profundos desequilibrios sociales y económicos coexisten con una religiosidad popular muy fuerte y con unas débiles (o inexistentes) tradiciones liberales y seculares. En estas circunstancias, el modernismo reaccionario inspirado en la religiosidad constituye una amenaza constante; en ciertas culturas, una realidad.
Según un destacado epistemólogo posmoderno (que se hace eco de las ideas de docenas de otros):
Este pensador ridiculiza la objetividad de la ciencia en términos casi idénticos a los que usan los teóricos «poscoloniales» hindúes:Nunca ha existido una ciencia sin presuposiciones, «objetiva» y libre de valores y de perspectiva. [...] Si el sistema de Newton conquistó el mundo, no fue por su contenido de verdad ni por sus valores intrÃnsecos, ni por su poder persuasivo, sino porque fue un efecto secundario de la hegemonÃa polÃtica que adquirieron los británicos en aquel tiempo, que creció hasta convertirse en un imperio.
Sobre esa base, concluye que:El caso es simplemente el siguiente: una idea que nació de la Ilustración -es decir, una idea de la civilización occidental que lleva la marca de un pe¬rÃodo determinado-, se estableció a sà misma corno absoluta y se declaró a sà misma criterio aplicable a todos los pueblos y a todas las épocas. Es éste un ejemplo del imperialismo occidental, una descarada afirmación de supremacÃa.
El posmodernista en cuestión es Ernst Krieck, un célebre ideólogo nazi y rector de la Universidad de Heidelberg durante el bienio 1937-1938.Las decisiones que parten de una visión del mundo basada en las razas determinan la forma primordial -el principio o el fenómeno elemental sobre la que se fundamenta una ciencia. (...) [Un] alemán observa y comprende la naturaleza sólo según su condición racial.
Por supuesto, no estoy diciendo que todos los posmodernistas sean nazis; nada más lejos que eso. Tampoco digo que las ideas posmodernas sean «protonazis» en algún sentido. Lo que afirmo es que el posmodernismo -como muchas ideas filosóficas- no tiene ningún tinte polÃtico en sà y puede usarse para una gran diversidad de propósitos. En concreto, el ataque posmoderno al universalismo y a la objetividad, junto con la defensa de los «conocimientos locales», encaja particularmente bien con ideologÃas nacionalistas de toda Ãndole. Muchos posmodernistas contemporáneos son intelectuales polÃticamente progresistas, preocupados sinceramente por el destino de los pobres y los oprimidos; sin embargo, las ideas pueden escapar de las intenciones de sus creadores.
Es evidente que si una teorÃa está respaldada por un razonamiento convincente o por datos empÃricos persuasivos, es injusto criticarla con el pretexto de que, si cayera en malas manos, podrÃa conducir a consecuencias nefastas; más bien, es el mal uso de una idea legÃtima lo que deberÃa criticarse. Pero si una doctrina se basa en un razonamiento negligente -como creo que sucede con el posmodernismo-, entonces no está fuera de lugar notar que también puede ocasionar consecuencias perjudiciales.
A pesar de que los intelectuales tienden a sobrevalorar el impacto que producen en la totalidad de la cultura, es cierto que las ideas -hasta las más abstrusas- enseñadas y debatidas en las universidades provocan, con el tiempo, efectos en el mundo no académico. Por ejemplo, la teorización posmoderna ha causado efectos reales en la India, «sobre el terreno», efectos que no han sido positivos de manera uniforme, por decirlo con palabras amables. Bertrand Russell (en el epÃgrafe de este apartado) exageraba sin duda cuando denunció las perversas consecuencias sociales de la confusión y el subjetivismo, pero sus temores no eran totalmente infundados.
En este capÃtulo he ofrecido ejemplos de convergencia explÃcita del posmodernismo y la pseudociencia: casos en los que los pseudocientÃificos recurren a argumentaciones posmodernas o casos en los que los posmodernistas defienden la pseudociencia. Sinceramente, mi investigación (incompleta) ha revelado menos ejemplos de convergencia explÃcita de los que habÃa esperado encontrar en un principio.
Pero quizás el nexo más grave entre el posmodernismo y la pseudociencia es uno que no he investigado aquÃ; uno menos explÃcito, más difÃcil de definir y más insidioso. Las ideas posmodernas están ampliamente diseminadas en la cultura, a menudo en formas diluidas, y de esta manera crean un clima en el que se debilitan los incentivos que promueven el análisis riguroso de los datos. Al fin y al cabo, hacer ciencia de verdad es difÃcil. ¿Para qué va nadie a molestarse en invertir su tiempo estudiando fÃsica, biologÃa y estadÃstica, si al final todo acaba siendo una cuestión de opinión? Un paradigma contra otro; el tuyo, contra el mÃo. (O en la jerga de moda, «un juego de verdad entre muchos otros».) Es más rápido y también más estimulante construir un sistema revolucionario basado en la manipulación verbal de frases seleccionadas, procedentes de vulgarizaciones o popularizaciones de la relatividad o de la fÃsica cuántica. ¿Por qué deberÃamos estudiar a David Bohm (1951, 1952), cuando es muchÃsimo más emocionante, y mil veces más fácil, leer a David Bohm (1980)? ¿Para qué molestarse en aprender qué son los operadores no conmutativos, si se puede saber todo lo que se quiera sobre mecánica cuántica en la obra de Fritjof Capra?
Hay también motivaciones psicológicas poderosas, afianzadas por el posmodernismo, que empujan a creer en la pseudociencia. Francis Bacon se dio cuenta de esto hace cuatro siglos: «El hombre prefiere creer en lo que quiere que sea verdadero». La lógica y la ciencia empÃrica, en cambio, importunan la libertad humana o, al menos, lo que fantaseamos sobre ella: el universo puede concordar con nuestros deseos o no. De hecho, parte de la transición desde la infancia hasta la madurez consiste en aprender a renunciar a creencias agradables pero falsas (por ejemplo, en Papá Noel) y, en general, a distinguir entre nuestros deseos y la realidad. Pero éste es un proceso difÃcil, y ninguno de nosotros, incluidos los cientÃficos, lo completa a la perfección. La selección natural dotó al cerebro humano de propensión a la percepción precisa y al razonamiento relacionados con las esferas de la vida que eran importantes para la supervivencia y la reproducción de nuestros antepasados. No habÃa, sin embargo, apremio selectivo hacia la precisión en la cosmologÃa, e incluso podrÃa haber habido una presión selectiva en contra de ella. La ciencia es una innovación cultural muy reciente (en relación con el tiempo que lleva existiendo la especie humana) que ha permitido que los humanos superen ciertas inclinaciones innatas hacia la creación de ilusiones y encaucen sus aptitudes intelectuales hacia fines que se encuentran a años luz (literalmente) de la vida en la sabana africana durante el Pleistoceno. Es absolutamente extraordinario cuán eficaz se ha demostrado esta innovación, que en sólo cuatrocientos años ha generado un conocimiento preciso del mundo, desde los quarks a los quásares; de hecho, este éxito deberÃa calificarse casi de milagroso, si no fuera porque es algo que ya damos por supuesto. Pero la actitud cientÃfica ante el mundo -el «talante cientÃfico», como tan elegantemente la llaman nuestros colegas hindúes- es todavÃa minoritaria, incluso en los paÃses industrializados y avanzados, donde los productos tecnológicos de la ciencia son omnipresentes. En muchos sentidos, la ciencia va en contra de los principios de la psicologÃa humana, tanto en lo que se refiere a los métodos como a los resultados; la pseudociencia podrÃa resultar más «natural» para nuestra especie. Para mantener una perspectiva cientÃfica se requiere una lucha intelectual y emocional constante contra las ilusiones; el pensamiento teleológico y el antropomórfico; las apreciaciones erróneas de la probabilidad, la correlación y la causalidad; la concepción de modelos inexistentes, y la tendencia a buscar la confirmación más que la refutación de nuestras teorÃas favoritas.
El posmodernismo no creó la pseudociencia y, en muchos casos, no la fomenta especÃficamente. Pero al debilitar lo percibido como las bases intelectuales y morales del pensamiento cientÃfico, el posmodernismo ayuda a la pseudociencia y ensancha el «océano de locura en el cual flota, vacilante, la barquilla de la razón humana». (La expresión es de Bertrand Russell; Escritos básicos de Bertand Russell 1903-1959. Hablaba de las pasiones nacionalistas y religiosas.)
Más allá de las imposturas intelectuales
Alan Sokal