Fue una tarde de abril, llovÃa,
el cartel estaba en mi puerta.
Me miraba intensamente,
me llamaba cobarde.
Le escupÃ, sazonando aquellas letras
con los pedazos de angustia existencial
que salÃan de mis venas.
Le rogué que se fuera: ¡no quiero verte!,
lloré toda la tristeza, sin valor,
vertà mi sangre en aquel trozo de papel.
"Se limpian puntos suspensivos", decÃa,
y yo creà que me insultaba.
Me sentà defraudada con el mundo,
pensé que todo se me echaba en cara;
a mÃ, que me gustan las esperanzas...
Se limpian puntos suspensivos
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