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La fe en el crecimiento económico ilimitado como solución a los males sociales ha sido inherente al régimen capitalista, pero no fue hasta los años cincuenta del siglo pasado cuando dicha fe, se convirtió en una política de Estado. A partir de entonces, la Razón de Estado fue principalmente Razón de Mercado. El desarrollismo se convirtió en el eje de todas las políticas nacionales, tanto de izquierdas como de derechas, tanto parlamentaristas como dictatoriales. La primacía del crecimiento económico sobre el objetivo político inundó los discursos de los representantes de la dominación.
El antidesarrollismo es el nuevo paradigma de la critica social, y se forma principalmente a partir de la crítica situacionista de la vida cotidiana, de la crítica al urbanismo y de la crítica ecológica. Es la crítica social contemporánea mas avanzada. Lo cual no quiere decir que pretenda remplazar a la crítica anterior, todo lo contrario, aspira a ser su superación o al menos su prolongación. La crítica social siempre debe estar ligada al tipo de capitalismo que impera en cada momento para no anquilosarse. Debe actualizarse permanentemente pues su rival cambia de forma y se adapta a las circunstancias. La cuestión social se planteó al principio partiendo de la explotación laboral en fábricas, talleres y minas. Señalando a la sociedad de clases y al Estado como responsables de la situación. Cuando esa relación deja de circunscribirse a la producción, y abarca todos los aspectos de la vida de los individuos, la explotación experimenta un salto cualitativo.
Si antes hemos dicho que el antidesarrollismo se nutría en gran medida de la crítica situacionista, conviene explicar a grandes rasgos en que consiste esta vanguardia artística nacida de las cenizas del movimiento surrealista europeo. El movimiento, organizado en torno a la Internacional Situacionista, no sólo estaba compuesto por artistas plásticos, sino también y sobre todo por teóricos agitadores como Guy Debord y Raoul Vaneigem, afines al comunismo consejista y antiautoritario de marxistas críticos del bolchevismo como, Mattick, Korsch y Pannekoek. El situacionismo pretende implícitamente ser la superación de la dicotomía entre marxismo y anarquismo. En "La Sociedad del espectáculo" (1967) Debord afirma que vivimos "el momento histórico en el cual la mercancía completa su colonización de la vida social? . La alienación se extiende a todos los aspectos de la vida, profundiza el fetichismo de la mercancía y facilita una gestión totalitaria del Estado moderno de apariencia democrática. El tiempo de ocio, -que según el análisis de Marx suponía una salida liberadora de la alienación laboral- se convierte en la profundización de la alienación misma. Esto da pie a la crítica de la vida cotidiana y sitúa al situacionismo como motor teórico de las revueltas de mayo del 68.
Hemos pasado de un capitalismo clásico que basaba su explotación en el mundo del trabajo, a un capitalismo que ha penetrado en la vida cotidiana. Es mas, ha integrado como mercancía a la vida cotidiana, y la manera de vivir se convierte en complemento y mas tarde en fundamento de la explotación. En respuesta a esta mutación, estallan por doquier núcleos de resistencia durante los años sesenta y setenta, que rechazan la idea de la colonización de la vida cotidiana reducida a imperativos consumistas. Reaparecen términos como autogestión, consejo obrero, o comunidad. Toda una nueva cultura de la contestación que es sofocada -no sin dificultades- y que desaparece en paralelo a la reestructuración del capitalismo, que prepara el camino a la última vuelta de tuerca: la globalización. En esta fase de capitalismo tardío, la cultura específica de clase se evapora. Los comportamientos narcisistas y gregarios se generalizan, lapidando los -ya de por sí escasos- lazos de solidaridad preexistentes. La aparición del ocio industrializado y la terciarización de la economía, anuncian una nueva forma de explotación capitalista mucho mas profunda. La sociedad de fábricas tal y como la conocíamos es sustituida por la sociedad de infraestructuras. En los últimos años de la fase fordista del capital, quedó claro que la conflictividad social había sido desactivada con éxito. Faltaban los lazos sociales disueltos por la mercancía. Las clases antaño peligrosas se transformaban en masas domesticadas. Al tiempo que la destrucción de los medios obreros y la colonización acabada de la vida cotidiana habían aumentado sobremanera en la población la capacidad de soportar lo insoportable.
"La crítica antidesarrollista no niega pues la lucha de clases, sino que la conserva y la supera; es más, la lucha de clases no puede existir en estos tiempos que corren sino como antidesarrollismo. En lo sucesivo, quien hable de lucha de clases sin referirse expresamente a la vida cotidiana y al territorio, tiene en la boca un cadáver". Miguel Amorós.
A la clásica crítica del trabajo asalariado se le añaden la de la sociedad de consumo y la del urbanismo. De la primera, se deriva la idea de mercantilización total de la vida. De la segunda, la del territorio. Entiéndase territorio no como paisaje o ?medio ambiente?, sino como unidad entre espacio e historia, lugar y habitante, geografía y cultura. Como escenario necesario de resistencia.
Hasta los años sesenta, el Estado tenía un papel muy importante en la transformación de las infraestructuras urbanas. Pero en este panorama de relativo derrumbe industrial, políticos y empresarios comienzan a darse cuenta de que la ciudad es una máquina de acumulación de capital y poder, y que la función del urbanismo debía ser engrasarla. Dicha fórmula consiste en el aumento de la colaboración entre ayuntamientos y empresarios en la expansión urbana, aplicada por primera vez en las remodelaciones de los años cincuenta en ciudades como Pittsburgh, Filadelfia o Boston.
Las instituciones financieras y los lobbies inmobiliarios y de la construcción se convierten en las fuerzas motrices que remodelan la ciudad en la era neoliberal. En base a una competencia global en que las ciudades luchan por atraer a los inversores, que cuentan con el sostén de una clase dirigente muy receptiva a las directrices del mercado internacional. Transacciones financieras, promoción publicitaria, venta por teléfono, asesoría, marketing, elaboración de proyectos, diseño, etc. El centro de la ciudad se vacía y museifica, llenándose de grandes centros comerciales, oficinas y hoteles. Por otra parte, los servicios generan multitud de trabajos precarios para inmigrantes, población trabajadora y estudiantes que se ven obligados a vivir en zonas alejadas donde los alquileres son mas asequibles. La periferia se rellena y expande.
"Es innegable que la naturaleza se ha convertido en mercancía. Ninguna alternativa a la forma contemporánea de globalización nos será entregada desde arriba, sino que tendrá que surgir de múltiples espacios locales combinados en un movimiento más amplio que propiciará "espacios de esperanza". David Harvey.
Los espacios públicos que cubrían de una forma no mercantil las necesidades de sociabilidad y distracción, desaparecen paulatinamente, obligando a la población a consumir pseudo-espacios comunes en forma de grandes superficies comerciales. Sería ingenuo pensar que esta sustitución, que a fin de cuentas no es más que una forma de desposesión, no está afectando a las formas de socialización y creando formas de conducta anómicas. Aunque este tipo de postulados pertenece mas bien al campo de estudio de disciplinas como la psicología, la sociología, la antropología o la geografía urbanas, vale la pena remarcar rápidamente que este urbanismo colonizador es un factor social que fomenta el comportamiento psicopático.
Estamos frente a una división del trabajo a nivel mundial, facilitada por las telecomunicaciones y las grandes autopistas. Las potentes áreas económicas o tecnopolos, se terciarizan convirtiéndose en centros de ocio y consumo que tratan de situarse en las redes de poder internacionales. Mientras que las pequeñas ciudades que siguen basando su poder en el producto industrial, intentan convertirse en sus satélites. En esta nueva etapa o reconversión capitalista, la tendencia es a la urbanización total del territorio, o lo que es lo mismo, a su destrucción planificada. Todo lo que no vaya en esa dirección, supone un atraso.
En una economía mundializada, donde el intercambio acelerado y permanente marca la ley, el transporte rápido es un factor determinante. La circulación fluida es más decisiva que nunca para la realización del capital. Si antes el grande se comía al pequeño, hoy el rápido se come al lento. La velocidad es el factor que define la importancia de las urbes. La clase de los "globalmente móviles" es la clase que impone las reglas y toma las decisiones. Su poder no está fijado en un lugar, es extraterritorial. Proviene de la velocidad con que hace las cosas, de la fugacidad de sus compromisos, y de la facilidad de su desplazamiento.
Es la clase que articula el territorio a su imagen y semejanza, y necesita en la media distancia un transporte-bala: el tren de alta velocidad. Es el medio idóneo para viajar entre conurbaciones distantes sólo unos cientos de kilómetros y ahorrar tiempo, ya que el avión no puede aterrizar en mitad de los distritos financieros.
No mejora las comunicaciones sino en una dirección, la de los centros económicos. Y lo hace a costa de desvertebrar el territorio atravesado, escindiendo literalmente el espacio a la derecha del de la izquierda. Provocando el aislamiento de los pueblos mediante el "efecto barrera". El impacto medioambiental de los numerosos viaductos, túneles, taludes, canteras y vertederos, además de su voraz consumo energético, es insostenible desde todos los puntos de vista. La alta velocidad (TAV) obliga además a otra infraestructura: las líneas de muy alta tensión (MAT) como también a las nucleares. Por otra parte, los gastos de mantenimiento, el coste de la energía consumida y las inversiones requeridas en su construcción, descapitalizan a los ferrocarriles regionales y de cercanías, cada vez mas saturados y con frecuentes averías. El crecimiento descontrolado de la ciudad, exigiría precisamente un transporte público económico, renovado y solvente, puesto que no estamos hablando aquí de unos pocos miles de viajeros como los del TAV, sino de cientos de miles de usuarios que diariamente acuden a su lugar de trabajo.
Un ejemplo ilustrativo es Val di Susa, una zona alpina del noroeste de Italia en la que viven alrededor de 100.000 personas. Desde hace más de una década, un proyecto impulsado por la Unión Europea pretende atravesar Val di Susa para unir Turín con Lyon, pasando bajo los Alpes. La línea se introduce en la montaña con dos túneles de 21 y 12 Km. y tras pasar Venaus, entra de nuevo en la montaña con un megatúnel de 53 Km. La construcción este tren de alta velocidad genera un enorme rechazo de la población, que además de los impactos paisajísticos y sociales, teme que la excavación de los túneles libere al medioambiente el uranio y amianto presente en las montañas. Val di Susa ha sido testigo de manifestaciones de 80.000 personas, huelgas generales, ocupaciones de tierras, sabotajes a las excavadoras, enfrentamientos con los carabinieri, etc.
"No significa un rechazo de la tecnología, sino sólo de la tecnología que ha conducido al actual estado de cosas, la que ha alumbrado a la actual clase dominante y ha posibilitado su fabulosa concentración de poder". Miguel Amorós.
Fenómenos como la polución, la lluvia ácida, el consumo de combustibles fósiles, el uso de aditivos químicos y pesticidas, la enorme acumulación de basura o la construcción de cementerios nucleares para almacenar residuos tóxicos y radiactivos, demostraron que el reino de la mercancía no solamente condenaba a la mayoría de la población a la esclavitud asalariada y a la alienación consumista, sino que amenazaba nuestra salud y ponía en peligro nuestra supervivencia. La falta de resistencia de la que hablábamos antes, permitió al capitalismo unos avances sin precedentes. La convicción desarrollista del crecimiento como objetivo primordial de la vida en el planeta desembocaba en una crisis biológica.
La llamada "crisis del petróleo" supone el primer obstáculo real del desarrollismo, en un momento en el cual el crecimiento económico se ha convertido en el único objetivo de la política. La conjunción Mercado-Estado, como no podía ser de otro modo, solventa la situación agravando el nivel de inhabitabilidad del mundo. Esto es, construyendo centrales nucleares. Los peligros que la producción de energía nuclear suponía para amplios sectores de la población y sobre todo la militarización encubierta que comportaba, despertaron una oposición fuerte. A lo largo de los años setenta y ochenta, el movimiento antinuclear fue un claro ejemplo de defensa del territorio, y por tanto de lucha antidesarrollista. Un ejemplo: en 1975, la ocupación de los terrenos en los cuales el gobierno de la RFA pretendía construir la central nuclear de Whyl, provocó que se descartara definitivamente su construcción, y marcó el inicio del poderoso movimiento antinuclear alemán. Un año mas tarde, ocurrió lo mismo en la ciudad de Brokdorf, a pesar de los constantes desalojos por parte de la policía. A partir de ese año el movimiento ecologista adquiere un creciente carácter antinuclear, hasta lograr la paralización de los programas nucleares de la mayoría de los países industrializados, fundamentalmente tras los accidentes de Harrisburg y Chernóbil. Hoy, en cambio, no es extraño encontrarse con antiguos militantes antinucleares europeos que practicaron el sabotaje y la acción directa reconvertidos a diputados socialdemócratas o verdes y apoyando la energía nuclear y los trenes de alta velocidad en nombre del desarrollo sostenible y el interés general.
Un desarrollo sostenible en el que lo que se pretende es preservar el desarrollo, no su sostenibilidad. Pretende compatibilizar la capa de ozono y el modo de vida consumista integrando el coste ambiental en las mercancías. Desde este enfoque, el mercado favorecería la producción ?limpia? y castigaría la contaminante. El reciclaje sería premiado y la basura, penalizada. Pero la Conferencia de Kyoto sobre el cambio climático (1997) puso de manifiesto las dificultades insalvables de la reconciliación entre medio ambiente y economía de mercado. Medidas elementales como los límites de emisión de gases eran irreconciliables con el crecimiento, pilar fundamental del capitalismo. La destrucción había de presentarse pues, como el acto ecológico por excelencia. Las empresas transnacionales y los gobernantes se reunirían cada vez mas a menudo para ponerse manos a la obra y salvarnos del colapso ecológico.
"Cada día más, el sistema se alza como protector de las mismas catástrofes que provoca, como baluarte de un ecologismo y una sostenibilidad que no puede ser real y efectivo si sólo atiende a los aspectos de deterioro medioambiental, ya que una revolución ecológica sólo puede llevarse a cabo si va unida a una imprescindible revolución cultural y sociopolítica". Félix Guattari.
En un momento en el cual el territorio es el factor desarrollista fundamental, fuente inagotable de suelo para urbanizar, promesa de gigantescas infraestructuras, lugar para la construcción de centrales energéticas y vertederos ¿porqué separar una agresión específica, de la sociedad que la causa y reproduce? Cuando una serie de procesos empiezan a pensarse como parte de un mismo conflicto más amplio, las luchas antidesarrollistas empiezan a tomar forma de discurso coherente y en cierto modo, unificado. Oponerse a la construcción de una central nuclear, de una red ferroviaria de alta velocidad con el consiguiente modelo de hipermovilidad que lleva implícito, o al despilfarro energético y de recursos, lleva irremediablemente a cuestionarse la naturaleza misma del modelo social y económico.
Vemos que la crítica ecológica se va integrando en el discurso antidesarrollista, dando forma definitiva a la crítica de la vida cotidiana, que antaño se reducía a la crítica de la moral sexual burguesa y la reivindicación de los derechos de la mujer.
Las luchas en defensa del territorio son para los antidesarrollistas aquellas con mayores probabilidades de éxito, al ser muy difícil su recuperación y plantear la cuestión social en términos verídicos y actuales. Se trata de localizar nuevas grietas en la estructura de poder y plantear luchas que vayan a la raíz de las cosas, remarcando en todo momento el carácter destructivo del desarrollo capitalista.
La articulación de la crítica radical es, subsidiariamente, una lucha contra las ideologías y actores que ocultan o distorsionan el conflicto, contra los que aspiran a ser nuevos gestores de la miseria y la explotación del territorio, contra los que pretenden maquillar los efectos perversos del sistema en vez de evidenciarlos. Lo quieran o no, estamos frente a fuerzas mercenarias al servicio del poder, que en la mayoría de los casos suponen una fuente de capital generadora de plusvalía. No se pone en tela de juicio la buena voluntad de dichos movimientos, se analiza el fondo de la cuestión.
Son movimientos que emergen en paralelo al nacimiento sociológico de la ciudadanía, con todo lo que ello conlleva. Y su crítica no se puede comprender si ignoramos que la realidad está siendo sistemáticamente sustituida por sucedáneos. La acción real se sustituye por el acto simbólico. En este capitalismo espectacular, donde los servicios desempeñan un papel fundamental, "la protesta" no podía escapar a la influencia del gran negocio del entretenimiento y la moda. Hablamos aquí del ecologismo neutro del desarrollo sostenible, de los transgénicos, de los agrocombustibles, de la energía nuclear, de las campañas de marketing, del que hace función de asesor político y empresarial, y en definitiva, del nuevo capitalismo verde de la rentabilidad a largo plazo. Un ecologismo nuevo, que no se parece en nada al que en los años setenta y ochenta dio mas de un quebradero de cabeza en Estados Unidos, Alemania, Francia o Austria. Reduciendo los problemas a cuestiones ambientales y económicas e ignorando la crítica social precedente, los ecologistas aspiran a convertirse en intermediarios del mercado de la degradación, fijando con el Estado los límites de tolerancia de la nocividad. Este tipo de soluciones neoculturales llevaría, a lo sumo, a un sindicalismo del hábitat practicado por una burocracia ambientalista institucionalizada, intermediaria en la constitución de un mercado del territorio.
"La construcción de un estilo de vida libre ha de desterrar de la vida la lógica alienante de la mercancía. El método para hacerlo, la autogestión, ha de aplicarse contra la lógica capitalista, pues de lo contrario no sería más que autogestión de la alienación. La tarea pues de los futuros organismos comunitarios, que por los sesenta unos identificaron con los Consejos Obreros y otros con las comunas o los municipios libres, no puede consistir en la gestión de lo existente, sino en su transformación revolucionaria". Miguel Amorós.
La crítica antidesarrollista no aparece de repente como una novedad empaquetada y a disposición de quien quiera usarla. No representa una nueva moda. No es un fenómeno intelectual, o una teoría especulativa fruto de mentes privilegiadas dispuestas a largas jornadas de meditación y estudio. No es la nueva ideología que, como tantas otras, han nacido en los últimos años desde universidades y despachos, de corte ecologista, ciudadano y progresista. No se queda en libros, artículos, círculos de enterados o torres de marfil. No pasa horas en vela rastreando la sociedad para encontrar un nuevo sujeto revolucionario.
Es la reflexión de una experiencia de lucha y práctica cotidiana. Está presente en todas partes, de una forma u otra, como intuición o como hábito, como mentalidad o como convicción. Nace pues, de la práctica y vuelve siempre a ella. Es la reflexión que se extrae estas prácticas. Es fruto tanto del debate como de la pelea. Es hija de la acción, éste es su medio y no puede sobrevivir fuera de él.
No se trata de una crítica puramente negativa de la tecnología y de la ideologías progresistas, o un vulgar primitivismo que propugna retroceder a un momento preciso de la Historia. Menos todavía de algo tan mistificador como una teoría unitaria de la sociedad, propiedad de la última de las vanguardias o del último de los movimientos. Tampoco es una simple denuncia de la domesticación del proletariado y del despotismo del capital. Va más allá que eso. Es el estadio mas avanzado de la conciencia social e histórica.
No se ataca la lucha de clases y las ideologías obreristas porque piensen que ahora el trabajo es "inmaterial" o porque estemos en una etapa "postfordista" del capitalismo. Sino porque se considera que el modelo clásico de revolución basado en la toma de los medios de producción es totalmente indeseable.
?Eso comportaba en teoría la ruptura con al menos dos aspectos esenciales del marxismo: la sociedad plenamente industrializada como alternativa emancipadora, o sea, el despliegue ilimitado de las fuerzas productivas socializadas como condición elemental de una sociedad libre, y el papel de la clase obrera fabril en la liberación de las servidumbres capitalistas, es decir, la función del proletariado industrial como agente histórico y sujeto revolucionario".Miguel Amorós.
No se defiende la naturaleza para volver a un pasado idílico, reino del placer y la abundancia, pero se hace imprescindible estudiar formas de organización social del pasado. Es pues una lucha por la autonomía, un batallar por la solidaridad, por la vida comunitaria, por situar lo local donde le corresponde, por el ágora y por la asamblea. Por el "comicio", "ayuntamiento general" o "concejo abierto", que son algunos de los nombres que recibía la práctica política de la libertad en las épocas precapitalistas peninsulares. Es por tanto una lucha contra la simplificación que tilda de indeseable y conservador todo lo que vino antes de la Ilustración, y de humanista todo lo que vino después. Por la memoria y la verdad, por la conciencia libre y contra la manipulación del deseo.
No se defiende el paisaje porque sea bonito, porque sufra polución, destrozos, contaminación, o porque en la actualidad obedezca al mecanismo típico del desarrollismo de construcción-destrucción-construcción. Sino porque es el escenario donde podría ser posible un modelo de producción y consumo mas responsable, consciente de los límites del entorno. Tampoco se defiende lo rural porque se denigre todo lo urbano, renegando de aquello que de positivo tiene la ciudad, entendida ésta no como monstruo de asfalto y consumo, sino como espacio con los medios de subsistencia localizados dentro o en los alrededores del núcleo. Ecología y economía deben reconciliarse para dar lugar a formas sociales mas estables.
La consolidación de éstas vendrá de una secesión masiva, de una disidencia generalizada, de una ruptura drástica con su política y su mercado. Y el impulso necesario vendrá de la conversión de la crisis ecológica en crisis social, o mejor dicho, en lucha de clases de nuevo tipo.
La resistencia a toda degradación debe levantar miras y apuntar lejos. Ha de alumbrar modos de vida opuestos al actual modelo. Se ha de fomentar, desde abajo, la descentralización, el autoabastecimiento, y como decíamos antes, el autogobierno mediante instituciones horizontales federadas. Unos objetivos cuya realización no puede apoyarse en ninguna institución social presente, sino que ha de nacer de su completa ruina.