Yo no fui el arquitecto de mi propio destino
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Yo no fui el arquitecto de mi propio destino
No.
Yo no fui el arquitecto de mi propio destino, ni el musicalizador, ni el director de fotografía, ni la cortadora de negativos, ni el maquillador. Yo no fui el arquitecto de mi propio destino. No me dejaron alcanzar un balde de sangre para llenar alguna vena, ni siquiera pude dar una mano para que lo pusieran de pie a mi esqueleto. Nada. No fui invitado a la inauguración de tan precario y fundamental monumento. No me pidieron ni la más breve opinión, ni siquiera un sí o un no dados con la cabeza. Participaron todos menos yo. Se metieron sin que los llamara. Se atribuyeron grados de parentesco, derechos y afinidades. Asistieron a mi entronación para vestir de fiesta sus egoísmos, tal vez porque tampoco a ellos les habían permitido ser los arquitectos de sus propios destinos.
Intentaron convencerme de que yo era el arquitecto de mi propia vida cuándo ya me habían rajado los cimientos, retorcido las columnas, aplanado la bóveda. tapiado los ventanales, humedecido los sótanos, oscurecido las claraboyas y entristecido las raíces del jardín.
Hubo uno que escribió que había sido el arquitecto de su. propio destino. Allá él con su andamiaje. Yo no construí nada. No fui el diseñador de la catedral de mi culo ni del burdel de mi alma.
De José Sbarra
Yo no fui el arquitecto de mi propio destino, ni el musicalizador, ni el director de fotografía, ni la cortadora de negativos, ni el maquillador. Yo no fui el arquitecto de mi propio destino. No me dejaron alcanzar un balde de sangre para llenar alguna vena, ni siquiera pude dar una mano para que lo pusieran de pie a mi esqueleto. Nada. No fui invitado a la inauguración de tan precario y fundamental monumento. No me pidieron ni la más breve opinión, ni siquiera un sí o un no dados con la cabeza. Participaron todos menos yo. Se metieron sin que los llamara. Se atribuyeron grados de parentesco, derechos y afinidades. Asistieron a mi entronación para vestir de fiesta sus egoísmos, tal vez porque tampoco a ellos les habían permitido ser los arquitectos de sus propios destinos.
Intentaron convencerme de que yo era el arquitecto de mi propia vida cuándo ya me habían rajado los cimientos, retorcido las columnas, aplanado la bóveda. tapiado los ventanales, humedecido los sótanos, oscurecido las claraboyas y entristecido las raíces del jardín.
Hubo uno que escribió que había sido el arquitecto de su. propio destino. Allá él con su andamiaje. Yo no construí nada. No fui el diseñador de la catedral de mi culo ni del burdel de mi alma.
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¿Y este que os parece? Es del mismo autor (y libro)
viewtopic.php?t=14852543
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MARC Y EL POLICIA
- Muéstreme los brazos... Se picó otra vez. ¿Por qué lo hace?, ¿Qué siente de particular?
- Probablemente lo mismo que siente el religioso que toma la hostia convencido de haberse metido a Dios en la sangre o lo que siente un policía cuando descarga sus balas justicieras en la espalda del delincuente. Hay poca variedad en las sensaciones humanas, oficial, sólo son diferentes los motivos que las provocan.
- Usted no tiene idea del veneno que está metiendo en su cuerpo.
- No y no tengo intenciones de salir de mi ignorancia.
- Pero usted debería saber que la heroína, como derivado de la morfina tiene un alto porcentaje de...
- Oficial, a mí me interesa la felicidad, no su composición química.
- Muéstreme los brazos... Se picó otra vez. ¿Por qué lo hace?, ¿Qué siente de particular?
- Probablemente lo mismo que siente el religioso que toma la hostia convencido de haberse metido a Dios en la sangre o lo que siente un policía cuando descarga sus balas justicieras en la espalda del delincuente. Hay poca variedad en las sensaciones humanas, oficial, sólo son diferentes los motivos que las provocan.
- Usted no tiene idea del veneno que está metiendo en su cuerpo.
- No y no tengo intenciones de salir de mi ignorancia.
- Pero usted debería saber que la heroína, como derivado de la morfina tiene un alto porcentaje de...
- Oficial, a mí me interesa la felicidad, no su composición química.
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MARC Y EL POLICÍA
-¿Por qué uno no puede suicidarse tranquilamente, oficial?
-Porque es horrible desear la muerte.
-La muerte no es algo horrible, oficial, es sencillamente no estar más. Yo, antes de nacer, no estaba en esta vida, y eso nunca me molestó. Puede creerme.
-Los que se suicidan jamás podrán ir al paraíso.
-Sí, ya lo sé. Ahí irán los policías, los abogados, los religiosos, los psicólogos y los porteros, la gente limpia. Yo soy una sucia rata, oficial. A mí el paraíso celestial, con sus angelitos tocando todo el día esas insufribles arpas, me resultaría más insoportable que el infierno.
-¿Por qué uno no puede suicidarse tranquilamente, oficial?
-Porque es horrible desear la muerte.
-La muerte no es algo horrible, oficial, es sencillamente no estar más. Yo, antes de nacer, no estaba en esta vida, y eso nunca me molestó. Puede creerme.
-Los que se suicidan jamás podrán ir al paraíso.
-Sí, ya lo sé. Ahí irán los policías, los abogados, los religiosos, los psicólogos y los porteros, la gente limpia. Yo soy una sucia rata, oficial. A mí el paraíso celestial, con sus angelitos tocando todo el día esas insufribles arpas, me resultaría más insoportable que el infierno.
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MARC Y EL POLICIA
- ¿Cómo se llama?
- ¿Usted es policía o algo así?
- Algo así.
- Y, dígame, "Algo así", ¿usted cree que decirle mi nombre me dará una razón para vivir?
- Las preguntas las hago yo.
- ¡Guau!, igual que en las series de televisión, oficial.
- No soy un oficial. Dígame cómo se llama
- Marc. Para los amigos: La Sucia Rata.
- ¿Por qué quiso arrojarse bajo las ruedas de ese tren en marcha?
- Si hubiese intentado arrojarme bajo las ruedas de un tren detenido, mi caso seria mucho más grave, oficial.
- No me llame oficial y responda lo que le pregunta ¿Por qué quiso tirarse bajo un tren?
- Porque quería vivir una experiencia nueva.
- Una experiencia suicida.
- Su sagacidad me impresiona.
- Vea, Marc, usted le ha provocado a los ferrocarriles del estado un gran trastorno.
- Confiaba en que sería el último, oficial.
- ¿Cómo se llama?
- ¿Usted es policía o algo así?
- Algo así.
- Y, dígame, "Algo así", ¿usted cree que decirle mi nombre me dará una razón para vivir?
- Las preguntas las hago yo.
- ¡Guau!, igual que en las series de televisión, oficial.
- No soy un oficial. Dígame cómo se llama
- Marc. Para los amigos: La Sucia Rata.
- ¿Por qué quiso arrojarse bajo las ruedas de ese tren en marcha?
- Si hubiese intentado arrojarme bajo las ruedas de un tren detenido, mi caso seria mucho más grave, oficial.
- No me llame oficial y responda lo que le pregunta ¿Por qué quiso tirarse bajo un tren?
- Porque quería vivir una experiencia nueva.
- Una experiencia suicida.
- Su sagacidad me impresiona.
- Vea, Marc, usted le ha provocado a los ferrocarriles del estado un gran trastorno.
- Confiaba en que sería el último, oficial.
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MARC Y EL POLICIA
-¿Por qué anda vestido así?
-¿Así cómo?
-Con aspecto de pordiosero.
-Mi aspecto no me preocupa, oficial, de todos modos no soy como me gustaría ser.
- ¿Pero usted no tiene ninguna vocación?
-Sí, tengo una, vocación de suicida. Esa es la mía. Soy un perfecto inútil.
-No se apresure Marc, nadie es perfecto, quiero decir nadie es inútil.
-Qué fallido, oficial.
-No sea sarcástico. Cualquiera tiene alguna utilidad, sólo hay que tratar de encontrarla. Todos los seres existen para algo. Hasta usted.
-¿Está tratando de ayudarme o está diciendo su discurso del adiós?
-Estoy intentando entusiasmarlo con la vida.
-Lo único que consigue es desalentarme, oficial.
-¿Por qué anda vestido así?
-¿Así cómo?
-Con aspecto de pordiosero.
-Mi aspecto no me preocupa, oficial, de todos modos no soy como me gustaría ser.
- ¿Pero usted no tiene ninguna vocación?
-Sí, tengo una, vocación de suicida. Esa es la mía. Soy un perfecto inútil.
-No se apresure Marc, nadie es perfecto, quiero decir nadie es inútil.
-Qué fallido, oficial.
-No sea sarcástico. Cualquiera tiene alguna utilidad, sólo hay que tratar de encontrarla. Todos los seres existen para algo. Hasta usted.
-¿Está tratando de ayudarme o está diciendo su discurso del adiós?
-Estoy intentando entusiasmarlo con la vida.
-Lo único que consigue es desalentarme, oficial.
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Me alegra que os guste, a mi me impresionó mucho kuando me lo pasaron (debo agradecerlo a un amigo argentino hace ya años), esto es de la misma obra:
"Caravana de travestis"
viewtopic.php?t=14853141
y esto lo pongo porké mola y me sale de los cojones (altramente dichos cataplines):
"P.D. Tú gato está muerto" de James Kirkwood, gran libro, dejo akí el principio:



"Caravana de travestis"
viewtopic.php?t=14853141
y esto lo pongo porké mola y me sale de los cojones (altramente dichos cataplines):
"P.D. Tú gato está muerto" de James Kirkwood, gran libro, dejo akí el principio:



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LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO
I
Una mujer está sentada en la terraza de un bar cercano a la estación.
No hay nadie más que ella y un camarero en ese bar.
Es la estación de un pueblo pequeño, insignificante. Las vías del tren están próximas a las mesas desocupadas.
Ella bebe un refresco y espera. Es evidente que espera a alguien que llegará en un tren.
Su maquillaje cuidado, su deliberada elegancia, su actitud alerta, su perfume, hacen suponer que espera a un hombre. Al único hombre que amó.
Tal vez por eso, o por la inabordable tristeza de sus ojos, el camarero no se atreve a decirle que la estación fue abandonada hace mucho tiempo y que por esas vías ya no pasará ningún tren.
II
Ella lo sabe. Pero ella espera porque la estación está aún ahí, y también están las vías.
Ella espera porque la tarde está soleada y la brisa la toca suavemente.
Ella espera, no sabe hacer otra cosa.
Si se viste, si se peina, si aún acepta repetir los pobres estos de la vida, si se toma el trabajo diario de no morir, si trata de pensar que valen la pena el sol y la tarde y la brisa, es porque cree en la espera.
Ella espera, no hay otra razón.
III
El camarero vuelve a llenar la copa de la hermosa mujer.
Ella no lo ha mirado, pese a que no hay otro ser a su alrededor. No obstante, agradece el nuevo refresco con la vista dirigida hacia la antigua estación.
La tarde decae. Lenta. Triste. El paisaje toma el color de las películas mudas.
Se han encendido los faroles de la terraza, aunque ninguna otra alma viviente se siente atraída hacia el lugar.
La mujer, dignísima, se pone de pie, deja unos billetes sobre la mesa y se marcha rumbo al pueblo.
La fina silueta se aleja morosamente sobre la hierba del solitario camino. El camarero la ve marcharse y tiene una súbita sensación de asfixia en el pecho.
IV
Si mantiene abierto ese bar al lado de una estación abandonada, al cual no acude la gente del pueblo, si se viste, si se peina, si soporta diariamente los pobres gestos de la vida, es sólo porque espera a una mujer.
Espera a una mujer demasiado importante, demasiado hermosa, con una tristeza inabordable en los ojos.
V
La mujer mira las vías muertas sentada en el bar de la vieja estación. Mantiene una actitud indiferente con el entorno porque está enamorada.
Ama demasiado a ese camarero y tiene miedo de que él no la quiera.
Por eso todas las tardes se sienta en la terraza del bar. Bebe un refresco y finge.
Finge que espera a alguien que no vendrá.
I
Una mujer está sentada en la terraza de un bar cercano a la estación.
No hay nadie más que ella y un camarero en ese bar.
Es la estación de un pueblo pequeño, insignificante. Las vías del tren están próximas a las mesas desocupadas.
Ella bebe un refresco y espera. Es evidente que espera a alguien que llegará en un tren.
Su maquillaje cuidado, su deliberada elegancia, su actitud alerta, su perfume, hacen suponer que espera a un hombre. Al único hombre que amó.
Tal vez por eso, o por la inabordable tristeza de sus ojos, el camarero no se atreve a decirle que la estación fue abandonada hace mucho tiempo y que por esas vías ya no pasará ningún tren.
II
Ella lo sabe. Pero ella espera porque la estación está aún ahí, y también están las vías.
Ella espera porque la tarde está soleada y la brisa la toca suavemente.
Ella espera, no sabe hacer otra cosa.
Si se viste, si se peina, si aún acepta repetir los pobres estos de la vida, si se toma el trabajo diario de no morir, si trata de pensar que valen la pena el sol y la tarde y la brisa, es porque cree en la espera.
Ella espera, no hay otra razón.
III
El camarero vuelve a llenar la copa de la hermosa mujer.
Ella no lo ha mirado, pese a que no hay otro ser a su alrededor. No obstante, agradece el nuevo refresco con la vista dirigida hacia la antigua estación.
La tarde decae. Lenta. Triste. El paisaje toma el color de las películas mudas.
Se han encendido los faroles de la terraza, aunque ninguna otra alma viviente se siente atraída hacia el lugar.
La mujer, dignísima, se pone de pie, deja unos billetes sobre la mesa y se marcha rumbo al pueblo.
La fina silueta se aleja morosamente sobre la hierba del solitario camino. El camarero la ve marcharse y tiene una súbita sensación de asfixia en el pecho.
IV
Si mantiene abierto ese bar al lado de una estación abandonada, al cual no acude la gente del pueblo, si se viste, si se peina, si soporta diariamente los pobres gestos de la vida, es sólo porque espera a una mujer.
Espera a una mujer demasiado importante, demasiado hermosa, con una tristeza inabordable en los ojos.
V
La mujer mira las vías muertas sentada en el bar de la vieja estación. Mantiene una actitud indiferente con el entorno porque está enamorada.
Ama demasiado a ese camarero y tiene miedo de que él no la quiera.
Por eso todas las tardes se sienta en la terraza del bar. Bebe un refresco y finge.
Finge que espera a alguien que no vendrá.
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