Esta noche la luna brilla menos tiempo que nunca. Quizás por eso chisporrotean las hogueras, alimentadas por ramas secas, cartón y deseos. También se queman cosas viejas, que la mañana despertará como amargas cenizas de un sueño pasado que no puede volver.
Yo calcino cosas, cosas sin importancia, nunca a nadie interesaron, que aún me pregunto porque me cuesta tanto desprenderme de ellas. Lo quemo todo de golpe, sin ceremonia solemne, sin fotos para la posteridad; nada que me recuerde que una noche como esta, precedida de un día interminable, convertí en cenizas todo aquello que muy a mi pesar ya se había comenzado a descomponer en polvo. Se desvanecen en las llamas mis viejas botas de fútbol y los apuntes de contabilidad, mi primer beso apasionado y el recuerdo de una tarde lluviosa en Dublín; un reloj de pulsera sin manecillas y las últimas lágrimas que derramé por una chica; un plantón a la entrada del cine, un empacho con chocolate y una gripe con fiebre; algo mas indeciso también quemo unas hojas escritas con mis cuentos inconclusos, la carta de una despedida y el miedo al rechazo; tres fracasos amorosos y un minuto con ella; un examen en blanco, un número de teléfono que comunica y otro que nunca me atreví a marcar; un pastel de boda que no se llegó a cortar; un suicidio a plazos y una póliza de desengaño.
Mientras la hoguera lo reduce todo a nada y a humo; miro de reojo a mi tristeza y por un instante pienso en quemarla junto a todos mis recuerdos. Al final, decido, como siempre, dejarla conmigo otro año más.
