Era un campo abandonado
de semillas fluorescentes,
de orines y heces de gato,
de perfume a detergente,
de virutas de tabaco,
de sentidos divergentes.
Y mi retina retuvo
aquella mágica escena
(sin cartón ni trampa el truco),
unas femeninas piernas
pisando un llanto caduco,
un charco de cal y arena.
Unos labios embutidos
en una falda de Zara,
un vientre bello y liso,
de esos de ramera cara,
una sonrisa de vino
púrpura, canela en rama.
Una anfibia lengua roja,
dos manos de porcelana
que en un gris corcel galopan,
una gélida mañana
que se torna en "basta" sota
de copas, oros y espadas.
Un saludo vespertino
horas después de ese suceso.
-Ya voy, ¿quién es? -Soy el destino
que vengo a robar tus sueños,
esos ojos andarinos
no son para ti, cateto.-
Paranoia de un fracasado
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