Un recuerdo.
Salió el tema, fue inesperado. Una estupenda compañía me condujo a soltarme, desnudarme de experiencias, cubrirme de risas y sonrisas en un momento agradable. Y la conversación fue de un lado a otro como un ave despistada, parando un momento aquí y allá, permitiendo un poco de silencio y batiendo de nuevo las alas para ir a otro lugar. La noche se iba, se acababa. Las estrellas huían dando paso al Sol, los búhos apagaban las luces de sus ojos y volvían a su agujero cuando les daba relevo la claridad. Y mis ojos dudaban si querían Sol o Luna, mi garganta no se decidía entre decir un adiós o seguir hablando. Unos viniendo y otros que se iban, relevo a relevo, escapadas de unos asustados por otros: revezos de Sol, Luna y estrellas, de pisadas y escarcha, de trinares y silencios... y los dos seguíamos ahí viendo cómo cambiaba todo.
Para nosotros el tiempo no existía. Lo que ocurría a nuestro alrededor era un conjunto de cambios que no nos afectaban, nada más. Sin relojes ni prisas. Los que se iban y venían tenían su vida, muy diferente a la nuestra. Sentados, observando el espectáculo, seguíamos hablando de todo y de nada a la vez, de sueños, de recuerdos, de ilusiones, de frustraciones. Y así, poco a poco, iba abriéndome, revelando secretos, quedándome sin experiencias que me cubrieran. Antes de que me diera cuenta apareció el tema. Llegó despacio, de puntillas, y con tanta broma y tanta risa no le oí acercarse, hasta que se plantó allí y se desató y se vació: me cubrió de recuerdos y de penas y de alguna alegría entre tanta decepción.
Y lo fui contando todo: la razón para ir, cómo llegué, qué ocurrió, qué no ocurrió, cuánto lloré y cuánto reí... hablé de las veces que lo quise dejar todo y no me dejaron, y de las veces que me obligaron a dejarlo todo y yo no quise. Y hablé de él y de lo que nunca hicimos porque nunca se atrevió. Y del tiempo perdido, y el tiempo buscado; de los días en los que me perdía y los días en los que no encontraba sitio para desaparecer. De los engaños y de las verdades que no quería creer.
Desnuda. Vacía.
Y entonces lloré y no pude seguir. En ese día que despertaba lentamente, mi acompañante sólo era un acompañante. Daba compañía y me escuchaba, y ya está, pero no me daba lo que necesitaba, no me explicaba por qué me había ocurrido todo y por qué fueron las cosas de esa manera cuando volví. Pero cuando me puse roja y me deshice en lágrimas, cuando mi pecho no se ensanchaba lo suficiente para atrapar el aire que se me iba y cuando los recuerdos me quemaban los ojos, mi acompañante me miró y me comprendió. No suelo hacerlo, pero cuando lloro... lloro. Me abrazó.
El Sol, ya despierto, secaba en las hojas las gotas que quedaban, que no sé si serían de rocío o de penas. Los pájaros, también madrugadores, parecían reirse de mí, igual que el viento, que me despeinaba y hacía bailar mis lágrimas. Ya todo lo que ocurría lo notaba, esos cambios ya si me afectaban, los escuchaba, veía y sentía pero no me hablaban, no los entendía. Ni las ramas de árboles balanceándose, ni el débil calor del Sol en mi piel, ni las hormigas escalando por mi pierna, ni los pájaros trinando me respondían. Nada, nadie.
Ahí estaba: vacía y desnuda, solo me quedaba la ropa y estaba sin secretos, sin fuerzas, sin mí. Quien me abrazaba poco a poco me fue mitigando, pero no me contestaba. Tardé en calmarme, toda la desilusión seguía en mi, sigue en mi.
Embobada, desnuda, frustrada, no del todo desahogada. Volvía a quedar en ridículo, no quería llorar pero lloré, no quería contar mis secretos pero hablé. Y nadie me contestó. ¿Nadie sabe? Quería una respuesta. Quería saber por qué pasó todo, y por qué cambió todo. Quería saberlo. Quiero saberlo. Quiero saber por qué al mirar atrás recuerdo una cosa, y al mirar hacia allí, ahora, veo otra. ¿Dónde está lo que yo conocí? Quiero que me explique alguien las mentiras, los cambios.
Ya tranquila, mi acompañante me llevó a casa. No me había respondido a nada ni hablado de nada, solo había escuchado. Así que me sentí algo más imbécil y desnuda. Lo había soltado todo sin tener nada a cambio. El Sol ya estaba arriba y todo volvía a ser ajeno a mí... para qué preocuparme, nadie me iba a contestar por qué no pasó lo que debería haber pasado aquellos días, por qué todos se habían traicionado, por qué mis recuerdos me volvían a molestar. Una vez más, desnuda, frustrada, perdida. Vaya mierda, desahogarme para nada. Arrepentida.
