
Conste que yo soy más de números, pero bueno

Gato negro
Aquél dÃa cambió mi vida. Uno de esos dÃas en los que nada esperas y lo encuentras todo. Uno de esos dÃas que te marcan. Era increible que un hecho tan nimio, tan en apariencia carente de sentido, se convirtiera en un sÃmbolo y un punto de inflexión en una vida. Aquella mañana, frÃa, lluviosa, como otra mañana más, "paseaba" de mi casa al metro que me llevarÃa al curro.
Aunque, como ya he dicho, aquel dÃa serÃa diferente. Me encontré con mi mentor, mi maestro, el que instigarÃa mis pasos desde entonces. Y lo más asombroso de todo es que ese maestro no era ningún hombre o mujer. Mi maestro fue un gato. Un simple gato.
Al cruzarme con él, me paré y quise acercarme para acariciarlo. Era un gato precioso. Negro brillante. Con esa actitud en cierto modo altiva, tan tÃpica de estos felinos. Tan autosuficientes e independientes. Tan "suyos".
Cuando estuve lo suficientemente cerca, cuando mi mano izquierda ya casi le tocaba, erizó el pelo de su espalda, su rabo apuntó al cielo y, enseñando los colmillos, bufó en posición defensiva. En un rápido movimiento, me arañó la mano.
Le miré a los ojos mientras retirába la mano en un acto reflejo. Esos ojos se clavaron en mÃ. Fue sólo un segundo. Un largo segundo tras el cual, mi maestro se dio la vuelta y salió corriendo. Giró por un callejón no sin antes parar y mirar atrás para ver si lo perseguÃa. Pero no. Me quedé con cara de idiota, viéndolo alejarse, con la mano frente a la boca mientras soplaba la herida. No le di tanta importancia en el momento, eso tengo que reconocerlo. Aún asÃ, empecé a darle vueltas. Aquella mirada, aquellos ojos.
Aquel dÃa llegué tarde al trabajo. Otra vez...
Bronca del jefe. Empecé a no escucharle mientras gritaba, asintiendo de vez en cuando con la mirada fija en el suelo en un fingido estado de "atención sumisa". Al rato, no solo no le escuchaba sino que directamente dejé de oirlo. Alcé la vista. ParecÃa seguir ladrando. Y a juzgar por sus ademanes no estaba muy contento. Repentinamente, vino a mi mente: aquella mirada... sólo fue un segundo pero...
Le miré a los ojos fijamente y esbocé media sonrisa. Se dio cuenta en seguida y dejó de ladrar. Y tras un directo "¿Qué cojones te parece tan gracioso?", mi media sonrisa se transformó en una sonrisa entera. Dejé unos segundos para saborear el momento y...
Y fue entonces cuando lo comprendÃ.
- Soy un gato - espeté secamente.
Giré sobre mis talones y con esa sonrisa me largué de allÃ. Por desgracia, ese "honorable" señor no tardarÃa en encontrar a alguien dispuesto a recibir las broncas de rigor a cambio de un sueldo de puta mierda. Pero aún asà me sentÃa liberado. Ahora era un gato. Salà del edificio y miré alrededor preguntándome qué iba a hacer ahora.
SerÃa duro, sin duda. Al fin y al cabo, nadie dijo que era fácil ser un gato en un mundo de perros... ¿verdad?
