aunque no se si se los lee alguien aparte de anfibia

DISCOTECA OLYMPUS
"¿Saben?, no es fácil hablar de filosofía en este mundo de hoy. Con tanta
velocidad, drogas, acción, sexo, movimiento... poca gente gusta de
pararse y hablar de esos griegos que entre paseo y paseo intentaban
darle la media vuelta a la realidad, o de tantas mentes inquietas que de
una observación extrapolaban mil dudas y conclusiones. Triste, ¿verdad?
Sin embargo, en este mundo aún suceden cosas extrañas... cosas que escapan a toda lógica y a todo conocimiento, cosas que al lector más exigente exasperarán por banales pero que en sus entrañas guardan el secreto de la vida misma; conversaciones místicas de seres como ésta que les voy a narrar; que y mismo he vivido en mi propia ?piel?, si quieren llamarlo así.
?Sitúense: decenas de cuerpos agolpados suben y bajan entre sudor y algazara; bañados por un inconstante haz de luces de todos los colores. Centellea el borde del vaso a cada relámpago de luz, ahora verde, ahora roja. Las pupilas se contraen al son de los haces y el tímpano se marca un claque al ritmo de la música que atruena el local. Algunas veces, en medio de su danza mortal, yerra y golpea con sus zapatos de suela dura al cerebro; entonces la persona sedente frente a la barra siente un doloroso pinchazo en la sien o por detrás de los ojos. Debería pedirle al de la música que bajase el volumen, pero la comunicación es imposible.
El baile (que no claque) de los alegres habitantes del local se detiene a la par que la música. Dos segundos para dejar resbalar el sudor acumulado; tragos de agua y ron y de nuevo una atronadora sinfonía de cláxones, bombos y pitos arranca desde todas partes de la sala y la agitada masa recobra su actividad. Son cuerpos sinusoidales que contonean al ritmo. Son cuadrados productos de gimnasio o de esteroides. Son cadenas, camisetas blancas dejando entrever colgantes y cruces; son escotes abalconados. Son cuerpos jóvenes que vibran; y encima de ellos pende una mágica bola que gira y llena de puntitos de color la estancia; una bola demiúrgico que mueve los hilos de los que están debajo; mueve sus pasiones, sus sudores y sus acciones. El borde del vaso por fin despega sus labios y habla con retórica sofista a su cliente, ocupado en observar a la masa.
- Por lo que me parece al observar tus gestos y divagaciones en voz baja, también tu has encontrado a nuestro nous esta noche, camarada.
Las palabras sacan al cliente de su ensimismamiento. Los movimientos sinusoidales le estaban empezando a marear. No tarda en responder:
- Llámalo demiurgo. Lo prefiero, aunque sea pura cuestión de estética. Nous es menos majestuoso; además Anaxágoras era un imbécil.
Queda probado que el cliente sabe de qué habla.
- En cualquier caso lo ves tan claro como yo, mi condiscípulo. El mundo gira, la bola gira, la gente gira. Si la bola para la gente para. No hace falta entablar más relaciones causa-efecto, ¿verdad?; estamos en un microcosmos en forma de discoteca y el demiurgo es una mierda de bola de cristal. ¡Tan insulso y tan poderoso a la vez!
- No te las des de listo, pedazo de cristal en forma de tubo. Tu nous podría ser la música; o mejor, el que pincha los discos. Si lo miras así, el movimiento o no de la discoteca depende de él. ¿Qué has de decirme a eso?
El vaso calla durante unos segundos y tintinea los hielos contra el borde; relame la rodaja de limón y responde:
- Es el arjé. La causa de que esa masa esté aquí danzando es el deejay de la esquina. Quiero decir que el principio de la vida de este local es el deejay; el nous que ordena a cada uno en su sitio es la bola. Uno es principio, el otro es orden; juntos forman este mágico cosmos.
- Tu sabiduría me aturde.
- Será mi contenido alcohólico. De todos modos, Platón era un hijo de puta. Dame un trago, anda.
Con obediencia, el cliente lleva el borde del vaso hacia su boca y sorbe una parte de su contenido. El vaso, una vez restituido a la mesa se sonríe.
- Me pregunto si es lo nuestro una relación de amor.
- Tú eres mi Dionisio; y no busques más ? responde secamente el cliente.
- Llámalo Baco. Lo prefiero, aunque sea por cuestiones de estética. Dionisio es más pueblerino; además los romanos era unos plagiadores de Olimpos ? dice el vaso con sorna.
El cliente no puede menos que sonreírse. De todos los vasos que había conocido ninguno había demostrado una conversación tan ágil como la de éste. Y encima se permitía el lujo de hacerle una imitación. De nuevo, el vaso reclama su atención hablando en voz alta:
- Ni Dionisio ni Baco; joven. Yo soy el garante de tu soledad. El hijo de puta que te dice al oído que no me bebes por diversión.
El cliente distrae su mirada del parlanchín interlocutor y se entretiene viendo las miles de luces que cruzan la sala. Es un hombre joven, de unos treinta años; pero su mirada es la de la vejez; y sus gestos los de la desidia. Parece tener la serenidad del asesino frío y calculador que, lejos de traumas y tonterías de psiquiatras, sabe muy bien lo que hace y por qué lo hace.
- Tu eres pura química; imbécil ? dice de pronto; sin dejar de mirar el techo - arena calentada en hornos a altas temperaturas y modelado en una fría y gris cadena industrial; entre aparatos grasientos y empleados que esperan la hora del bocata; en una anónima empresa cristalera seguramente sita al lado de una autopista de entrada a una anónima ciudad.
Otro trago largo; a la par que la música empieza otra descarga brutal. Siempre es otro y otro más; la eterna ley de recurrencia; la eterna rutina. Parpadea, sorprendido al verse sumido en grises pensamientos. El alcohol parece empezar a afectarle. Reacciona al tintineo de los hielos.
- No me olvides.
- No lo hago; estaba pensando cómo arremeter contra ti antes de que te creas que me has derrotado con tu sofismo... ? piensa unos segundos y añade: - Ajá...tu contenido es grano destilado y adulterado con etanol y aguado hasta el extremo; mezclado con ácidos carbonatados; hielo obtenido del agua municipal y una rodaja de limón. ¿Acaso se creía su majestad que el habla le confiere humanidad?
- Detrás del habla hay una inteligencia; carbonatada pero inteligente.
El vaso parece meditar; tintinea de nuevo los hielos, retuerce el contenido y juguetea con el limón hundiéndolo para luego fletarlo de nuevo.
- Te recuerdo que según tu religión tú eres un puñado de barro al que un buen día un ente superior le dio un soplido. Qué sosos son los dioses modernos; musulmanes o cristianos o lo que sean. Siempre son uno y aburrido.
-A ti te gustarán los griegos, ¿no?
- Hábil deducción.
?Al menos tenían vida sexual y social, se daban de ostias entre ellos y se ponían los sábados por la noche. Eran más parecidos a sus criaturas?; piensa el hombre; a la par que se sitúa de nuevo de espaldas al vaso; de cara al demiurgo y a su incontrolada prole.
- Epicuro ? dice ahora el vaso.
-¿Cómo?
- El jardín de la eterna felicidad de Epicuro; que tantos recelos despertó en sus convecinos. Helo aquí. Placer en forma de química.
El cliente suspira. Parece derrotado, sus hombros apuntan hacia abajo y su rostro expresa desolación. Miedo, o tal vez desilusión ante la vida.
-Peligrosa química. Barcos a la deriva en la búsqueda de un fin. Desorden de cabellos, mandíbulas batientes, sonrisas forzadas y picor de nariz ? reflexiona.
Se mesa el cabello y con mirada turbia se dirige al joven que, con habilidad de malabarista, sirve decenas de vasos al mismo tiempo tras la barra.
- Recarga ? y apunta al vaso casi vacío.
El joven hace ademán de retirar el vaso; pero el cliente se lo impide y le mira con agresividad.
- Oiga viejo... ¿no quiere un vaso limpio? ? dice con sorna el bien afeitado joven.
- Ni se le ocurra ? el hombre impregna cada palabra de violencia - este es mi maestro de areté y no me separo de él.
Y presiona el brazo del joven, que lanza un quejido. El deejay, antes entretenido en su cabina-cosmos, increpa al cliente.
- Que pasa - dice, alargando la ese.
- Déjalo. Va borracho ? contesta el camarero, lanzando una mirada de desprecio al hombre.
El hombre desvía su mirada de los engominados jóvenes y apura de un trago el diluido alcohol. La cabeza se embota más y los pies se despegan otro par de centímetros del suelo. Enciende un cigarro torpemente y observa a la masa a través del humo. El Demiurgo danza arriba, los balcones saltan abajo, hay cruces y cruces y el suelo brilla demasiado rápido como para seguirlo, la mente parece ir a una velocidad distinta de la realidad.
Mira al vaso y logra balbucear:
- Oye...
Pero el vaso no es el mismo. No contesta. No habla; ni tintinea los hielos contra el borde. El cliente grita otra vez, pero no hay respuesta. Su embotamiento es total; él no sabría definirlo pero se siente como un desventurado poeta romántico ante un sueño efímero. No hay guía, no hay salida. Siente que nunca podrá salir de allí si no es con su inusitado amigo.
La ausencia de su voz parece enloquecerle mientras las burlonas figuras se contorsionan más y mas delante de él. La vista se vuelve un trazo; y oye voces que dicen cosas. El pánico se apodera de él; totalmente ebrio logra agarrar el vaso y le ruge de nuevo; pero no hay respuesta. Lo lanza con rabia y mil bombas estallan a la vez en una deflagración de cristales rotos. Parece que hasta la música cesa, hay voces que gritan; y otros le insultan y le zarandean. El sólo mueve las manos y siente asideros entre las nubes de humo. Se siente transportado y levantado por una fuerza suprema; y dos grandes planchas abofetean su cara.
Luego, no sabe si a continuación o dos siglos después, se hace la luz y siente una caída al vacío y dolor en el costado. Se siente tumbado boca arriba; oye voces y ruidos y una puerta que se cierra. Luego, se hace la oscuridad mientras recuerda al demiurgo, a Platón, a los dioses, a Zeus y al vaso, al vaso y a Yahvé... qué dolor...?
Serían sobre las cuatro de la mañana en la céntrica calle. Los porteros de la discoteca Olympus se dirigían de nuevo al interior del local; hasta los mismísimos cojones de arrojar, como todas las noches, a un borracho que se había propasado. Una raya furtiva sin que les vea el jefe y de vuelta al curro.
Aprovechando el momento, he salido del cuerpo de este infeliz. Se bebió el vaso demasiado rápido, el muy borrachín. La próxima vez buscaré mejor interlocutor; o al menos no tan descuidado. Tal vez algún día me despoje de esta humillante condición y vuelva a mi forma humana.
Mientras tanto, ¡vigilen sus vasos!"