LA VIDA EN LLAMAS
?Siempre tras el coito te embarga esta maldita tristeza? musitó Andrea al oído de Mauro mientras deslizaba su serpenteante cuerpo por encima de su torso. Este, ausente, aspiraba una postrera calada al cigarrillo mezclado que reposaba entre sus labios mientras su mirada se fijaba en el goteo que la incesante lluvia provocaba en el techo de Uralita de ese su sobreático. ?Cuatro días sin parar de llover eran demasiados? pensaba Mauro ajeno a cualquier comentario externo mientras deseaba encontrar la musiquilla adecuada para tan monótono ritmillo. Al final encontró su ?Rapsodia In Blue? particular, y perdido entre los mares que acunan el egoísta deseo se olvidó que cabe alimentar al amor como aquel que da de comer a su perro, lenta pero regularmente, a dosis pequeñas pero de gran intensidad.
Andrea se volvió, puesta del revés era todavía más hermosa si cabía, su melena ondeante en la que tantas veces se había mecido Mauro ahora se ofrecía casi tersa, sin posibilidad de paseo ni devaneo, y los barquitos antes felices balanceándose entre sus sinuosas prolongaciones ahora iban a morir varados en cualquier punta descuidada, en cualquier puerto ya abandonado tras una gran tempestad que lo arrasa todo, que todo lo puede.
?Escapé de la cama, con lo bien que estaba con tus besos de canela en rama, con tu sol que rezuma como si fuera espuma?? canturreaba Mauro, siempre distraído, mientras la lluvia continuaba cayendo ahora más parsimoniosamente si cabe ametrallando sus terminaciones nerviosas y obligándole a realizar un tremendo esfuerzo por compaginar su letra con la música que de la naturaleza emanaba. No se percató de que en los ojos de Andrea también había comenzado a llover, al principio era una lluvia casi imperceptible, ?Andrea es todo corazón, es como el amor después del amor? pensaba Mauro consciente de hallarse entre la espada y la pared mientras las sabanas ya empapadas por un mar de Andrea conseguían advertirle de que las goteras del alma de la habitación de al lado le estaban salpicando sobremanera, ?habrá que nadar veloz, quién sabe si será menester bucear? farfulló sin apenas abrir la boca.
Andrea buscó en el lavabo un digno exilio que ocultara su debilidad , ?mi belleza temporera no hace más que desdeñar cuando se finiquita el deseo? protestó entre sollozos mientras se liberaba de las cadenas que en forma de sabanas la protegían y cayéndose de la cama como una flor abierta y esplendorosa gateó hasta el lavabo sin que Mauro le prestara más atención que la que se le presta a un eclipse de sol, tan efímero y puntual como un te quiero coronado con un orgasmo.
?Con los ojos inyectados en sangre y las pupilas dilatadas no se llega a viejo?, insistía Mauro golpeando furioso la puerta al percatarse de la ausencia que había dejado en la cama Andrea, la cual, ante la insistencia de éste, entornó la puerta, y aún con las piernas temblorosas por el disgusto que se antojaba ?in crescendo? se abalanzó sobre el semidesnudo cuerpo del varón golpeándole violentamente el pecho hasta que las fuerzas escasearon y el ímpetu comenzó a remitir.
Mauro, anonadado ante semejante muestra de afectó y sentido de la posesión, se sorprendió en erección y donde se antojaba la poética mas febril que ampara el desparpajo de los sentidos ahora solo se atisbaba el olor a rancio que emana de los sexos cuando se hallan en punto de ebullición.
?Cuando las carencias no dejan pasar la claridad no queda más que agarrarse a un clavo ardiendo? parecía querer convencerse Andrea mientras Mauro la poseía apresuradamente sin que se presumiera en dicho ejercicio mayor resquicio para el amor que el que emana de dos cuerpos incandescentes, deseosos de ocultar todos las grietas que de sus ajados corazones brotan, desangrándose heridos de muerte por quien sabe que motivo o sinrazón hastiada. Sus pechos unidos ahora latían a la par, acelerados como el de dos bestias en plena lucha por un territorio aún sin gobierno, su cuerpos tan cosidos como el de dos siameses, sus almas tan distantes como la luna con el sol.
?Como todo lo que nunca tuvo mucho sentido, también la pasión acaba? rumiaba Mauro mientras se dejaba llevar por el soniquete que provocaba el mismo amor, la misma lluvia que rompía monocorde en la Uralita de ese su sobreático. Ya no le quedaban letras que hicieran con aquel ritmillo y se estaba empezando a quemar los dedos, síntoma inequívoco de que del cigarro mezclado pronto solamente quedarían los restos, los vestigios.
Andrea despertó de su letargo y lanzó una mirada de aprobación a Mauro, el cual bañado en sus propios mares ya no vislumbraba más opción que el doloroso camino de espinas que desune dos islotes cual terremoto que se empeña ferozmente.
?Siempre tras el coito te embarga esta maldita tristeza? musitó Andrea al oído de Mauro, el cual, resignado, no tuvo mas remedió que asentir.
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