Cometí el error de adelantarme a la lluvia un día antes. Sin justificación ni argumentos, quemé el viernes entre pajas con más o menos fundamento, películas de guante blanco, redadas a la nevera y un sin fin de idas y venidas por el hogar, con el pelo indomable y el chándal lleno de lámparas sin luz.
Hoy amanezco y el sol no existe, llueve luego soy, y el gris ha vestido a la mañana de un tedioso aspecto descafeinado.
Sin casa en la montaña, sin automóvil con el que evadirme a la aventura, y sin el estatus económico que me permita improvisar más allá de unos kilómetros a la redonda; me veo obligado a repetir el día anterior, calcarlo en sus argumentos y formas y dejarme pasar.
Mi cerebro apenas deja salir unas gotas de savia masculina, ya no tengo la capacidad juvenil de almacenar y fabricar licor de hombre en cantidades industriales. No obstante, me sigo tocando cual niño en plena fase de descubrimiento genital, la inercia hace el resto.
El baño es mi segunda casa, en él paso grandes momentos de meditación carnal. Suelto lastre, me descompongo y reconstruyo, alzo velas, ondeo banderas, pongo semillas, cambio de envase, tiro del carro, de marras, por pencas? El baño es la fábrica de aspectos, el laboratorio de investigaciones avanzadas. Pulo el patio de butacas, desinfecto las zonas comunes, enmascaro mi rostro, fabrico pelucas, corto el césped de mi cara, cambio de aromas y de pomadas? Si mi casa es un teatro, el baño es el camerino donde creo al personaje que poco después ha de salir a escena.
La nevera es un océano inmenso, lleno de barcos cargados de alimentos, a veces solitario y calmado mar; la antártica, un depósito de cadáveres, de fechas de caducidad. Mi nevera es mi ir y venir, un contemplar sin decidir, un dejar escapar sin atrapar; mi segundo televisor, una mirada perdida al infinito, un administrador de placeres, de brebajes, pucheros, caldos, colores, satélites y cristales. La nevera es esa dama fría capaz de darte lo mejor y lo peor?
Entre el ordenador y el televisor muevo fichas a ratos desiguales. Frente a una pantalla a fin de cuentas, me abro en canal y dejo escapar todo el tiempo posible, luego existo. Si se tercia, veré otra película, una blanca, por supuesto, con final previsiblemente feliz y envases pulidos por la estética y el quirófano. Si se tercia no salgo de Internet, ahí tengo todo lo necesario para no ser yo. Puedo inventarme un personaje y acabar creyéndomelo, puedo incluso salir de compras sin moverme de la silla; leer los estupidos mensajes de "facebook", ver las fotos de aquellos tiempos pasados que siempre fueron mejores (aunque ahora nos produzcan vergüenza y risa), o leer los correos electrónicos que mis amigos se empeñan en re-enviar con mensajes nada interesantes augurando el fin del mundo, la buena fortuna, el final del tercer mundo o el salvoconducto de algún condenado a la silla eléctrica. Todo es posible si re-envías esos mensajes a 177 amigos, incluso de no hacerlo, te puede pasar algo terrible.
Si el salón cobra protagonismo, que sea horizontalmente, nada de cuerpos en ?L?. Que la cocina no se pierda de vista, por cada película inyectada hay que visitar la cocina pausadamente, a veces simplemente para coger una nuez, en otras ocasiones se puede perder la cabeza y elaborar una torre catalana de alimentos. Aquí se demuestra que el ser humano es como un perro, puede comer hasta explotar, por puro placer o simple desajuste químico en el cerebro. A veces el salón saca el lado más romántico de uno y acabas desfogándote en todas las combinaciones posibles.
En fin, sigue lloviendo, voy a ver que están echando en la nevera, digo la ?tele?.
PENSAMIENTOS GRISES
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