Otro relato: El viejo ciclista

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Treintagenario
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Otro relato: El viejo ciclista

Mensajepor Treintagenario » Vie Sep 21, 2007 3:59 pm

Sonaban los pitidos estridentes y molestos de algún que otro claxon de los coches que circulaban camino a Baiona, por una de tantas verdes carreteras gallegas, desordenada y caótica en la construcción, pero con ese encanto popular extraño, de las cosas que siempre han sido así.

Era algo habitual en los últimos meses. El motivo, un ciclista algo peculiar. Un hombre de pelo blanco, bien entrado en la sexta década de su vida, de escaso pelo blanco, y mirada perdida.

No era extraño por su avanzada edad, si no porque circulaba como si fuera el solo por la carretera, haciendo eses, provocando giros bruscos en los automóviles, y el ya mencionado ruido de conductores, algunos rabiosos, otros asustados.

Los de diario, aquellos residentes en Vigo que trabajaban en la real villa, ya lo conocían, se había convertido en un obstáculo continuo del que ya iban pendientes. Cada vez que se cruzaban con él, las preguntas surgían: sería un hombre enfermo? Alguna medicación le hacía actuar con ese desprecio a su vida, con esa impunidad? Otros mas fantasiosos aventuraban cuentos del anciano ciclista y todos se preguntaban cual sería su historia.

Mientras, pedalada tras pedalada, aquel extraño personaje, se perdía en sus recuerdos, mientras la bicicleta recorría de forma automática la rutina de siempre.

Venía a su mente teatral y soñadora un día hace tiempo, donde después de terminar un buen libro, se puso a buscar en su biblioteca algún otro que le quedara por leer.

Descubrió que ya los había leído todos: los que compró el mismo, los regalados, los heredados de sus padres, que eran el grupo más numeroso.

Aquello lo dejó perplejo.

Con la sorpresa en el cuerpo, se sirvió una copa de Mencía, y puso un viejo cd de Aute en el ordenador, aparato que ya hacía tiempo que solo usaba para reproducir música. Se dirigió a la ventana de su piso, y, degustando el vino, extravió su mirada en el horizonte, buscando algo que ni el mismo sabía lo que era.

Sonaba la última canción, marcando el paso de los minutos, ante aquella figura inmóvil, con el líquido mediado y el cuerpo sereno, estático. El desasosiego iba por dentro, en aquella fértil cabeza.

Ya hacía mucho que no escribía, y bastante mas que no publicaba nada. Se sabía de memoria cada acorde de sus viejos amigos, y no escuchaba a nuevos autores. Tampoco encontraba motivación en ir a librerías y por eso, hacía unos años tomó la decisión de leer todas las aventuras que ya estaban en su casa, esperando ser recorridas.

Y lo había hecho.

Y ahora que? Era aquel el final del camino?

Esas dos preguntas fueron su batalla de aquella tarde, y por fin llegó a una conclusión. De fondo resonaban las palabras de Luís Eduardo. Y si, decidió que el alba había llegado.

Pero como sería?

Esa noche se acostó inquieto, confuso.

Al día siguiente, desempolvó su vieja bici y salió a pasear.

A ver que tal está Baiona- se dijo. Aunque lo que mas le interesaba era el camino para aclarar sus ideas.

Sus viejas articulaciones se resentían, pero no era un recorrido muy duro, y una vez superados los dolores iniciales, empezó a divagar otra vez.

De repente, un pitido lo sobresaltó.

Sin darse cuenta se había metido en medio de la carretera, y habían estado a punto de atropellarlo.

Al recuperarse del minishock inicial, se encendió la bombilla: sería así!

Que final!- pensó.

No tendría que hacer nada, solo tentar al destino. Su cobardía le impedía dar el paso al precipicio, pero de aquella manera sería con ayuda de otro. La excitación que le producía la excitación de la solución hallada, con su teatralidad, su originalidad y su aparente facilidad, apartó de su mente la crudeza del egoísmo de mezclar a otra persona en su fin.

De todas formas, siempre había sido un ser egoísta y egocéntrico, por lo que era lógico que lo fuera hasta el final.

Pensar en las preguntas que se haría la gente, en las interrogantes, las imaginaciones que saldrían de mentes inquietas como la suya, era algo tremendamente gratificante para su fantasía y para su egolatría.

Y en ello estaba. Todos los días salía a rodar haciendo el camino hacia el Val Miñor, con los ojos en el horizonte, aquella famosa mirada de los mil metros de la chaqueta metálica, entrando y saliendo de la carretera, a la espera de su desconocido ayudante.

Ya no soñaba, solo recuerdos ocupaban los surcos de su cerebro: su único amor perdido, su vida disipada, que no había sido plena pero si feliz, y con éxitos puntuales como sus libros, alguna que otra relación superficial pero interesante, alguna otra en que había tenido un cariño especial, y sobre todo aquellos momentos mágicos que vivió una vez hace muchos años, aquel gran sueño, el único no cumplido, ya que a fin de cuentas su historia había sido la que el mismo había escrito.


No tenía hijos, y de sus amigos se había apartado hace tiempo, solo los veía en contadas ocasiones, especiales, si, pero no suficientes para motivarlo todos los días.

Había leído todo lo leíble, teniendo en cuenta que no se puede leer ni una mínima parte de lo que nos gustaría; y escrito todo lo que podía escribir teniendo en cuanta que haría falta ser inmortal para escribirlo todo.

Y allí estaba, pedaleando, día tras día, sumido en sus historias sin que sucediera nada de nada.

Iba hasta Baiona, aparcaba la bici, tomaba algo, daba un paseo alrededor del parador, como un fantasma, viendo todo, sintiendo el viento y el sol, pero sin implicación ninguna.

Al cabo de un rato, vuelta a su viaje con un destino que no llegaba. Tampoco le preocupaba, era paciente y creía en guiños de algo externo al hombre sin creer en nada concreto. Ya llegaría.

Los conductores, después de hacer sonar el claxon y esquivarlo, al mirar por el espejo retrovisor, veían una sonrisa en su rostro.

Era domingo a la mañana. Hacía sol y era un día agradable de primavera. Mientras sus piernas lo movían, se dio cuenta de una sensación extraña, algo parecido a la felicidad. Se dio cuenta de que aquellos momentos, aquel viaje errante, el sentir las cosas, recordar con nostalgia orgullosa, le producía una sensación de serenidad alegre. Es posible que mereciera la pena seguir?

Ni siquiera oyó llegar el deportivo. El golpe fue violento y brutal. Su cuerpo salió volando por los aires, acompañado por los restos metálicos. Su vida se escapó rápidamente y casi no le dio tiempo a pensar que otra vez más se había equivocado, que no quería que aquello sucediera ahora. Pero sucedió.

El dueño del vehículo era un veinteañero encocado y borracho, que siempre conducía como para impresionar a las niñas. Parecía que si que existían esos guiños mágicos, que algo mas había.

Al ver la noticia en el periódico del día siguiente, algunos de los habituales del trayecto, lo reconocieron. Alguno incluso fantaseo con aquel viejo ciclista y se inventó una historia.
Piedad
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Mensajepor Piedad » Vie Sep 21, 2007 9:02 pm

Una historia curiosa :-)
Vicky-tripi
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Mensajepor Vicky-tripi » Dom Sep 23, 2007 2:09 pm

uhnnn!!! si creo que yo era uno de esos curiosos mirones que se inventaban las historias sobre el anciano ciclista.

jejeje, me gusto.
Treintagenario
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Mensajepor Treintagenario » Dom Sep 23, 2007 11:12 pm

Me alegro de que despertase vuestra curiosidad :roll:

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